Extractivismo digital

Fuente imagen: Digital Artist / CC0 1.0
Medio: Mundo Obrero
Autor: Francisco Sierra Caballero
Fecha publicación: 25/05/2025
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Trump rima con trampismo y es del orden del extractivismo, su campo semántico es el que es, con la diferencia que como la IA ahora su acción política es generativa. Ha evolucionado y ya no actúa en clave de la acumulación por desposesión, sino más bien por medio del despojo. Los tambores de guerra y la cámara de eco de los GAFAM lo vienen anunciando. Lo que no cuentan las crónicas sobre los aranceles es la anatomía política de la descomposición del capitalismo ordoliberal. Trump, al fin y al cabo, es un trampantojo, un efecto visual con el que restringir el alcance de nuestra mirada, centrados como estamos en el escándalo televisado que no cesa, sea los aranceles o cualquier otra ocurrencia de última hora de los asesores áulicos, mientras Wall Street y los criminales de guerra despliegan el proceso de ocupación de las tierras raras, por vasallaje (Milei), cooperación voluntaria (Inglaterra) u omisión (UE). Toca pues abordar la política de la restauración en curso con una visión geopolítica de la comunicación y diríamos ecológica, geofísica, de la información digital. Pues asistimos a una suerte de escena propia de Ro.Go.Pa.G, el film de Godard y Pasolini con Ugo Gregoretti y Roberto Rossellini, en el que se proyectaba, en el contexto de expansión de la sociedad de consumo, un panorama desolador de la manipulación programada, hoy de facto posible por los sistemas expertos de neuromarketing viral, el mismo que ha permitido al tuitero jefe de la mafia pasar de tres millones de seguidores a trece como presidente y tras el cierre de su cuenta crear su propia plataforma y llegar de nuevo al poder.

Tiempos feudales el de los señores del aire que imponen la violencia simbólica en lugar de la libertad de expresión a golpe de clickbait. Los Proud Boys e hijos de QAnon despliegan su ilustración oscura sin límites, a golpe de proclama, mientras la caja negra de comando y control social oculta al escrutinio público las operaciones bursátiles y de recomposición de la tasa de ganancia, ya no mediante la fórmula cañones y mantequilla sino siguiendo, punto por punto, el guión escrito por la caricatura de John Wayne, al estilo Far west. La fiebre del oro de nuestro tiempo es la de la explotación intensiva de las capas de la tierra necesaria para supermineralizarse. Y aquí estamos impávidos ante la pantalla entreteniéndonos con el trasunto de Super Ratón tras el aviso de “no se vayan todavía, una y más”. Suponemos que se refiere a la conversión de nuestra vida en oro, el tiempo y los propios cuerpos. En la era Big Data, como con “El desafío Starbucks”, la clave está en la materia prima de la economía política del personal. Se extrae información sobre nuestros usos y pensamientos, sin conciencia, y nos venden productos manufacturados para realimentar el ciclo de circulación del capital, siempre sin luces, faltaría más. En palabras de El Roto, los que nos quieren tener localizados son ilocalizables. Pero a diferencia de otros tiempos, hoy los capos de la oligarquía inundan las pantallas en una suerte de DANA desbordante cual ángeles exterminadores que anuncian a diestro y siniestro el apocalipsis. En esta representación distópica del colapso, la estética gore de la motosierra conecta con el terror y la memoria del inframundo, mientras los oligarcas del tecnofeudalismo se arrojan sobre las capas mineralizadas de las materias primas necesarias para su revolución digital, que obviamente no es la nuestra. El sueño húmedo de los emuladores de Steve Jobs, fabricantes de equipamientos llamados inteligentes para la nada, anulan de hecho, por principio, la dimensión volitiva de toda acción colectiva y conectiva, mientras amenazan conquistar Groenlandia, Bolivia o incluso nuestros yacimientos, todos aquellos territorios ricos en litio, cobalto, cobre, grafito o níquel, a mayor gloria de la modernidad prometida con la transición digital. Ya saben: el saber, Google, os hará libres. Y así avanza la caravana del Oeste: de las encuestas y sondeos al control y extracción de datos convertidos en meros figurantes de una serie a lo “Strangers Things”: los productores hacen pruebas pretest a los públicos, estos segregan serotonina y los estrategas de neuromarketing planifican con el algoritmo contenidos y reacciones deseables para conseguir la opinión pública por aclamación.

En esta lógica que nos circunda, el americanismo es la colonización total del tiempo y del espacio, empezando por la información personal: de Nike y Coca Cola a Cambridge Analytica. Trump simplemente oficia, en la ceremonia de la confusión, como gran burgomaestre. Representa no solo la decadencia de un imperio, el Nerón del siglo XXI, sino también la viva expresión del colapso capitalista en forma de darwinismo social, de normalización de la corrupción económica y el matonismo político: la idioticia de un universo de servidumbre e ilotas dominados por unos medios de comunicación hegemónicos cuyo poder omnímodo todo lo devoran. Pues la minería de datos y de tierras enriquecidas requieren relaciones de vasallaje y el secreto como norma. Lo que oculta la caja negra es, como antaño con el ascenso del fascismo, el crimen organizado. Lecciones de la historia. Todo proyecto de restauración pasa por ocultar las operaciones de la gran banca. Es en este rastro e hilo rojo de la historia donde podemos observar las conexiones del capitalismo financiero especulativo de la era digital con la mafia.

Más allá de Milei, sabemos que el capitalismo neoliberal no es ya sostenible sin una estrategia criminal de robo y tierra quemada. Esa es la esencia de la necropolítica y el ecocidio que nos quieren vender en forma de luminosa pantalla por razones de seguridad. Habrá que volver a releer a Benjamin y Sacristán y, de paso, no olvidar que como nos enseña el viejo topo, las burbujas especulativas y mediáticas terminan siempre en tsunami, en multitud movilizada, una dinámica que no podrá ser transmitida en vivo. No hay streaming que pueda cubrir la potencia emergente de la vida que se resiste a ser codificada o morir bajo la captura de pantallas líquidas que consumen nuestra inanición. Así que por suerte la puesta en escena de Trump terminará en la obscena ruptura o quiebre del orden político-social, por necesidad y deseo. Cosas de los nuevos materialismos que impone la cuarta revolución industrial.