Tertulianos

Medio: Mundo Obrero
Autor: Francisco Sierra
Fecha publicación: 11/04/2019
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Si algo distingue a esta tipología de comunicación en la cultura mediática nacional es la prevalencia del discurso cínico.

Entre las especies protegidas de la fauna mediática, esta rara ave del periodismo nacional se reproduce y expande en cautiverio bajo la protección invaluable (por opacidad) del capital. El genial Miki Nadal llegó a describir, en forma de chiste, la posición de personajes como Eduardo Inda o Francisco Marhuenda, cual si fueran bustos parlantes a sueldo fijo siendo el plató móvil el que va circulando alrededor de ellos según toque Al rojo vivo en la Sexta o el programa de Ana Rosa en Tele5.

Si el siglo XX, que inaugurara el magistral Chaves Nogales, fue el tiempo del periodismo creativo y el artículo de opinión de calidad en columnas como las de Vázquez Montalbán, este siglo XXI es el tiempo de los quintacolumnistas al servicio del capital rentista y el oligopolio mediático: de las familias herederas de lo que hemos dado en llamar cultura del estraperlo. De Villar Mir y el fabricante artificioso de edificios protoaluminosos a los cachorros de la nueva Fuerza Nueva de Aznar. El nacional populismo es primo hermano del protofascismo por la vía de la pequeña política, en el sentido gramsciano. De la emoción a la acción, esta forma de producción inducida de los espacios emocionales del paisaje mediático precisa una puesta en escena ventrilocuaz basado en la llamada de la sangre: Familia, Tradición y Propiedad, una suerte de patrimonialización del espacio público de origen teológico basado en el fraude conceptual propio del capitalismo de cuadrilla (Muniz Sodré dixit), atrabiliario, falsificador y acrítico, una composición muy adecuada por otra parte a la lógica del modo de operar de los medios que, como advertía Niklas Luhmann, son sistemas de reducción de la complejidad, en este caso por imposición simplista de las formas binarias y bárbaras de resolución del conflicto y la cuestión social. En este escenario, la llamada a la cadena perpetua, la apelación a la restauración conservadora de opinadores a sueldo es complementaria, de acuerdo con Carlo Formenti, con el fenómeno populista como rebelión prepolítica, sin intermediación, de las masas populares frente a la guerra de clases desde arriba.

Ahora bien, si algo distingue a esta tipología de comunicación en la cultura mediática nacional es la prevalencia del discurso cínico, instalados como están los reforzadores de opinión en el oxímoron. Como en el capítulo “Caída en picado” de Black Mirror, la manipulación individualista y el culto al éxito tienden a manifestarse con la falsa amonestación, como en la Iglesia. Esta falta de carácter y coherencia termina cultivando en la esfera pública una suerte de autocensura o psicosis del miedo a disentir, la desconfianza en fin que todo lo devora por falsas razones que se argumentan para imponer la lógica sedentaria del orden reinante pese al fragor del conflicto y la lucha de las ideas que bulle en la calle y que, falsamente, parece representarse como conflicto de opinión en el plató.

Sabemos que la lucha de clases no cabe en una escaleta, así que advertimos al lector que ponga en cuarentena las tertulias. No hablan por hablar (valor de uso) que es lo propio de la idiosincrasia nacional, senequista, de la tertulia, sino por pautar el proceso de valorización (de Wall Street a la Bolsa de Madrid, de Florentino a Trump, pasando por el jefe de Aznar: Rupert Murdoch que, por cierto, le va muy bien con las polémicas del inquilino de la Casa Blanca). Gritar cotiza en bolsa, ya saben.