La inversión de las imágenes

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Francisco SIERRA CABALLERO

Si, como escribiera Marx, la máquina y la producción producen un objeto para el sujeto, igualmente produce un sujeto, como mercancía, para el objeto o medio de representación. Por ello la relevancia de los imaginarios de la modernidad que atraviesa y produce el fetichismo de la mercancía en forma de imágenes. Desde Eisenstein, sabemos que no es posible revolución alguna sin una política de lo sensible. Si el Capital necesita una forma superficial y perceptible, algo similar podríamos decir de la imagen para todo proyecto antagonista. Por ello Kluge procuró articular un proyecto de guerrilla contra el espectáculo enlatado del imaginario mediático dominante. Si los cuerpos y formas de vida están atravesadas por la figuración espectral del capital, capturar su imagen y jugar a los memes no es cosa baladí. El conocimiento de las constelaciones visuales nos permite de Eisenstein y Brecht a Barthes o Zizek subvertir el mundo al revés, que diría Galeano. Ahora, no podemos olvidar que el cine, como escribe Hirose, acumula imágenes ordinarias para producir singularidades, en tanto que máquina de extracción. La propia contemplación, advierte Slachevsky, es una condición de la existencia que anula la praxis y convierte en ajeno aquello que se observa. El espectador termina así inane, inmerso en un espectáculo total que proyecta la potencia de la técnica de mediación. Los fragmentos de imágenes de un lenguaje estereotípico posmoderno sugieren – escribe Jameson – un nuevo ámbito cultural que es independiente del antiguo mundo red porque ya ha colonizado el mundo real, de modo que no tiene un exterior en términos del cual, siguiendo a Foucault, puede encontrársele faltante. Conviene por ello retornar a Adorno y su idea de explorar el contexto de ilusión de las imágenes prefabricadas. Del análisis de los espectros y ficciones del capital depende, qué duda cabe, nuestro futuro. Y para ello quizás la forma más adecuada es la parodia. Nuestro tiempo, advierte Didi-Hubermann,  está dominado por la iconofagia y la tendencia a la sobreproducción de imágenes. Si la era del capital y sus imágenes es la del imperio del cliché, el momento, según Deleuze, que se impone como parodia para dar continuidad al proceso de valorización ante la caída de la tasa de ganancia, es preciso ver cómo filmar la historia como promesa o esperanza. El último libro del profesor Víctor Silva retoma estas cuestiones centrales con madurez y magisterio en una suerte de síntesis de más de diez años de ensayos y bosquejos tentativos que alumbraron su anterior libro “La desilusión de la imagen” (Gedisa, 2016) y que apunta, en línea con algunas tesis de Remedios Zafra expuestas en Ojo y Capital,  ideas seminales sobre  la imagen como pathos formal (como fantasmagoría propia de la cultura zombi). En sus páginas, el autor dialoga con Didi-Huberman, Vilem Flusser, Norval Baitello, Rodrigo Browne, Aganbem, Benjamin, Nelly Richards y Kracauer, entre otros, recomponiendo puntos de posición en los estudios visuales que campos como el de la Economía Política de la Comunicación, y ULEPICC, apenas ha explorado. Haciendo de la necesidad barroca virtud, y en el marco de un pensamiento indiciario, hecho el desplazamiento  de la mirada del espacio al tiempo y los imaginarios, quisiera evocar aquí la crítica de Simmel expuesta en su Ensayo sobre el dinero por una antropología materialista de la imagen en el interfaz archivo, arte público, e inconofagia de los intercambios. En la cultura en tránsito de la revolución digital, la aproximación del profesor Silva se nos antoja vital como crítica epistémica y nueva política de la memoria, considerando que el atlas hoy es móvil, que las formas nómadas de reproducción exigen nuevas cartografías para pensarnos, como ya hiciera Brecht con el teatro épico. En palabras de Nelly Richard, se trata de pensar fuera de la zona de confort, criticar la crítica como impostura: de Macri a Moreno, de Rivera a Bolsonaro en tiempos siniestros de dominio del fascismo social. Pensamiento fronterizo de la transversalidad, en este libro estamos ante la obra más madura y original del autor, tanto en la formación de un pensamiento propio como en la escritura y diálogo con los clásicos de la teoría crítica, sin perder de vista el compromiso con la intervención social, con la hipótesis comunista de Badiou.

Si Muniz Sodré aboga por la Comunicología como Ciencia Aplicada de lo Común, Víctor Silva nos muestra el campo de las mediaciones como desajuste, “contradicción, singularidad, y opacidad, considerando que desde sus arqueologías como comunicación de masas hasta las transformaciones actuales producidas por la cultura visual, se ubica precariamente en el vaivén (aporía) entre la barbarie y la cultura” (p.19). Emulando el Libro de los Pasajes, el método para ello del autor eleva a su máxima potencia el arte de la cita benjamineano. No viene al caso discutir aquí la relación entre archivo y memoria, tan caro a Foucault, y hoy de plena vigencia en la era Google. De ello se ocupó el autor ampliamente en otros ensayos. Sí conviene explorar, y tomar en cuenta, las reflexiones del autor sobre estética neofascista y el universo del fetichismo de la mercancía que intensifica esta globalización ordoliberal. En este horizonte vital de la redundancia y la pura equivalencia, conviene preguntarse cuál es la estética alternativa, cómo tomar posición, por emular la cita glosada de Didi-Huberman. Qué tipo de montaje, qué método de deconstrucción, distanciamiento y revolución de las imágenes e imaginarios necesitamos cuando domina en nuestro universo el eterno retorno de lo mismo que aniquila, en medio de la destrucción creativa, toda forma de vida y de esperanza. De la inter-iconicidad a la inter-medialidad, vivimos sumergido en la biopolítica del paradigma securitario imaginando que vivimos cuando el fingimiento es la política de la representación como espectáculo. La evocación de la inautenticidad impone así una narrativa cínica que bloquea todo proyecto de transformación. Si uno es lo que lee y lo que come, en la era de la deglución de la hemorragia de imágenes, los arquetipos e imaginarios de nuestro tiempo imponen una cultura enferma, sintomáticamente esquiva o negacionista de toda alternativa y política autónoma de lo social.

En su ensayo, Víctor Silva demuestra no obstante que hubo y hay experiencias de intervención que subvierten esta lógica: de Martín Patino o Patricio Guzmán a Farocki, como antes Chris Marker u hoy Catalina de la Cruz y Ronald Kay. La original interpretación de experiencias concretas de intervención como Tucumán Arde o Estudios sobre la Felicidad de Alfredo Jaar frente al terrorismo financiero del capital en Chile o las políticas de ajuste del FMI dan cuenta de que en la década gloriosa del neoliberalismo y hoy: de Valparaiso a Zaragoza, de Sevilla a Madrid, de Montevideo a Buenos Aires, las emergencias afloran en el arte público, en la reapropiación de las imágenes y en la lucha de clases por la necesidad, como nunca hoy, de un imaginario radical para que no nos jodan la vida.

En los últimos diez años, hemos tenido el honor de seguir la trayectoria de Victor Silva en los congresos de AEIC, ULEPICC, ALAIC, y seminarios como el que lidera con el profesor Daniel Cabrera en la Universidad de Zaragoza pensando la metáfora benjaimineana del ángel de la historia, de la ruina de la destrucción creativa que obras como FUTURE de Santiago Sierra en el barrio del Cabañal de Valencia ilustran arrojando luz sobre nuestra contemporaneidad para un decir y pensar el universo de lo social desde nuevas matrices y formas magmáticas de interlocución más sostenibles y potentes. El recorrido que nos propone es claro: buscar las herramienta de la navegación, formular una crítica de la imagen de la barbarie y el desperdicio de la experiencia para promover y aprender a pensar las imágenes de los indignados: de España a Chile, de Gramsci a Ranciere. Si triangulan su lectura con el citado ensayo de Remedios Zafra, recuperamos a Eisenstein y Benjamin y tomamos posición con Didi-Huberman, tienen en esta obra una potente herramienta de crítica y práctica política para combatir lo que hace tiempo nuestro querido y común amigo Antonio Méndez Rubio define como fascismo de baja intensidad en la era de los medios intensivos de colonización y subyugamiento de las clases sublternas.

En la era del perfilado, estamos pues ante un trabajo de necesaria consulta para el antagonismo social, para una Comunicología de la Liberación que nos ayude a pensar espacios de utopía y solidaridad. En palabras del autor: “en un momento en que la incertidumbre, la duda, el riesgo y la excepción se incrementan, paralelamente, aumentan las incertezas, ingresando la comunicación en una zona de nebulosas, de desprotecciones y de espacios fronterizos. La pregunta de Lenin retorna: ¿qué hacer ¿?. , y sus respuestas están conectadas a esa crítica de la crítica y su triple eje practico, teórico y de acción. Hacer implica, por tanto, transformar, subvertir y combatir. En esos contextos hay que problematizar las respuestas” (p.135).

 

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