Cataluña y la propaganda

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El caso catalán es ilustrativo, de un tiempo a esta parte, de la lógica mediática que nos gobierna y que se extiende, a día de hoy, a los comicios del 14F. Hablamos de un modo de concebir y hacer el periodismo que nada tiene que ver con el oficio y, mucho menos, con las exigencias deontológicas que, se supone, rigen en un sentido normativo la praxis de los profesionales de la información.

Así, cuando Julian Assange demostró que la injerencia en redes en el referéndum por la independencia no fue ni de Rusia ni de Venezuela, sino de la propia NSA, El País, sin pudor ni sustento alguno, dio crédito a declaraciones del Gobierno al respecto para afirmar, sin pruebas, exactamente lo contrario. Una dinámica que podría ser normal en la prensa basura, que todos tienen en mente, pero no en un diario de referencia.

Y por ello estamos como estamos, aun siendo conscientes de que el problema catalán difícilmente se resuelve con agitprop. El tratamiento sesgado, tendencioso, irreflexivo y, cuando menos, de baja altura de miras, es de hecho el principal obstáculo a todo diálogo y salida política al conflicto generado por el arte de la no intervención de M.R.

No sabemos si por el coeficiente intelectual de la derecha o por la impronta del pujolismo, el caso es que los medios, lejos de mediar, azuzan e incendian el paisaje político con pocas o nulas capacidades de recuperación. Salvo contadas excepciones, como la de Lluis Bassets, los opinadores y editorialistas del sistema informativo mainstream emulan el modo de actuación de los camisas pardas.

El caso del panfleto de Cebrián es, en este punto, hasta sangrante, como lo es el secesionismo y la construcción nacional por otros medios de la gran mentira. Por ello parece claro que el debido y necesario internacionalismo y la vía federal y solidaria de una República como proyecto de nueva forma Estado de futuro para la convivencia pasa, hoy más que nunca, por un nuevo sistema de comunicación que supere el déficit democrático en España, consciente de que hemos llegado hasta aquí por una narrativa falsa, por ficciones nacionalistas, de ambos lados, y por la deriva xenófoba que el austericidio promueve en forma de aporofobia y odio al distinto.

En otras palabras, las cuentas y los cuentos nacionalistas en Barcelona y Madrid tienen sus víctimas: la verdad es la primera de ellas. Imaginen qué otras más, considerando el pacto de las burguesías catalana y central, dictaduras mediante, que a lo largo de la historia han procurado encubrir la vergüenza del expolio. Por lo mismo resulta preocupante que la izquierda ampare semejante proyecto de esquilmación sistemática, más aún si pensamos desde Andalucía.

Claro que el panorama mediático no contribuye en nada a la meridiana claridad política cuando columnistas como Teodoro León Gross equipara a Pablo Iglesias con Trump, mientras se denuncia la ficción democrática del régimen del 78, resultado de una herencia monárquica corrupta y despótica, heredera del franquismo. Dicho esto, cabe esperar que el 14F los catalanes voten libremente, aún con covid, el futuro de la autonomía.

Nadie votó la forma Estado en la transición, sino la Constitución que las élites impusieron con la amenaza del ruido de sables por testigo. Nada nuevo bajo el sol. Relean los escritos de Vázquez Montalbán sobre ello. Son colaboraciones en Mundo Obrero del 77 y siguen estando vigentes hoy, que toca agitar el tablero mediático a golpe de tuit, mientras encarcelan a Pablo Hasel por decir verdades como puños.

El enjambre de las multitudes en la colmena digital está de momento exento de la lógica de captura que impone el sistema informativo. Pero es sabido que, en España al menos, se impone la inquina sorda y continua del escaparate catódico (no olvidemos que constituye la dieta básica de los españoles, como antaño el NODO) a la hora de denunciar la intromisión rusa –nunca la de Estados Unidos, claro está–, pese a que esté más que comprobada, como en el Brexit.

De ello fuimos testigos al invitar a Julian Assange a abrir el congreso Movenet como Compoliticas. En su intervención, los medios nacionales y la prensa local reprodujeron la crítica del fundador de Wikileaks al papel del Estado español en el control de las redes con motivo del referéndum. Pero la prensa se quedó con la versión mejor acomodada.

Los proyectos como East Stratcom Task Force de la UE, la constatación de más de tres millones de cuentas falsas en Twitter y de cuerpos de seguridad como la Guardia Civil en la red pareciera una anécdota frente al poder ruso y sus terminales informativas (Sputnik, Russia Today y los centros trolls de Moscú). Curioso razonamiento en la era de los memes, Hoaxy y los dispositivos de captura y control. Y curioso periodismo el del orden reinante en nuestra patria.

Se ríen de lo del Capitolio y Trump en Washington cuando emulan a diario lo que Saul Bellow define como moronic inferno, el modo cultural de un tiempo propicio, como advirtiera Eco, para la legión de imbéciles que proliferan cual patizambos en la red: entre la estulticia, el narcisismo selfie o la liturgia esclerotizante de la banalidad del mal.

Por fortuna, siempre nos queda la libertad de pensar, el recogimiento como acogimiento, la paz y la palabra, el derecho de reunión y manifestación, los muros de las calles y las calles y alamedas sin muros, el espacio público y la pública voluntad insumisa de habitar en común.

Por tener, tenemos incluso los bares y tabernas, bien es cierto que ahora provisionalmente restringidos, pero en esta tierra que nos reúne, ha sido la semilla de vientos de libertad: de 1812 hasta nuestros días. Volveremos a las plazas, en Cataluña y en el resto de España. Al final inevitablemente se impone el principio de necesidad.