Cultura Avatar

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La calidad de toda democracia pasa por su cultura política y no hay experiencia posible sin mediación. Toda reproducción social y la política del acontecer dependen por lo mismo de los medios de representación. Si la función vicaria de estos es insalubre, la esfera de deliberación queda bloqueada o limita el despliegue de las potencialidades y atención a las necesidades radicales que constituyen la función pública asignada por la Constitución al derecho fundamental de libertad de expresión.

Es el caso de la Cultura Avatar patria. En nuestro país, al histórico déficit democrático de absolutismo, dictaduras, oligarquía y caciquismo, especialmente en Andalucía, cabe añadir hoy un desequilibrado sistema informativo que produce una paupérrima cultura mediática y, por ende, una ecología cultural tóxica y decadente, que afecta a todos los espacios públicos de socialización, incluida la Universidad.

Estos días que cumplo treinta años de carrera académica me he parado a pensar qué nos está pasando y cómo hemos llegado a tal grado de deterioro del sistema universitario. Lejos de las proclamas sobre la venida de los bárbaros, como razona Alessandro Baricco, el problema no es generacional, considerando los datos comparativos con otros países de nuestro contexto europeo, o más allá de los países americanos y asiáticos.

Pero en el discurso público se sostiene, sin fundamento ni prueba que lo acredite, que estamos ante la generación mejor formada de la historia de España. Lamento tener que negar la mayor. El 8M, por ejemplo, descubrí que mis alumnos admiran a Taylor Swift pero ignoran qué es la Sociedad para las Telecomunicaciones Financieras Interbancarias Mundiales (SWIFT).

Conocen a centenares de influencers, irrelevantes para la cultura general, pero ignoran el nombre de importantes actores políticos, cuando no a los propios referentes de la cultura nacional. Hay profesores de Periodismo que ya ni hacen test de actualidad a un alumnado que ya no es que haya dejado de leer medios informativos de interés general, es que ni por asomo siguen la agenda periodística, con un nivel de lectura y de comprensión lamentables.

Puede decirse, sin ánimo de exagerar ni ofender a nadie, que la competencia cultural entre el alumnado universitario ha retrocedido a niveles de los tiempos del Instituto Libre de Enseñanza, cuando la mayoría de la población era, por lo general, analfabeta o manifestaba serias dificultades funcionales de análisis de la realidad. Paradójico, en el país de Cervantes y con una de las más importantes industrias editoriales de todo el mundo.

Y lo malo es que, sabemos, modo Black Mirror, que el futuro puede ser peor. Relatos como el de la periodista Talia Lavin sobre La cultura del odio (Capitán Swing, 2022) demuestran que el escenario de lo yuyu, la cultura de la ignorancia, del Capitolio a Madrid, se extiende y domina nuestras vidas como la pandemia.

Cosa previsible si hacemos la genealogía del pensamiento irracionalista que gobierna la hoja de ruta del ordoliberalismo desde los tiempos del televisivo Ronald Reagan. En otras palabras, contra la razón y contra todos, los tontos de la linde proliferan y, ojo, no es una cuestión de títulos o educación. En la universidad vivimos rodeados de ellos.

Y empieza a permeabilizar la práctica teórica y docente con la ludificación y otras formas sutiles de degradación del conocimiento y la vida académica que impone la happycracia. Como consecuencia, la cultura de «todos contentos» ha terminado por formatear en el vacío histórico cultural a toda una población universitaria manifiestamente acrítica con el efecto placebo de un medio ambiente cultural limitado, por no decir primitivo, proclive a la abulia, la apatía y la sumisión como norma. Nada que ver con la virtud republicana de la ejemplaridad de Fernando de los Ríos.

No sorprende, por lo mismo, que el trending topic sea el único horizonte cognitivo de esta generación inmersa en la imaginería social de la comunicación gregaria, basada en el masajeo de la opinión pública como opinión prefabricada.

El algoritarismo es solo un acelerador de lo asimilable y políticamente correcto. El laboratorio social de captura del Big Data vulnera así la democracia, amenaza principios básicos de igualdad, libertad y transparencia y extiende además sistemáticamente la lógica de la redundancia como marco de referencia de la Cultura Avatar.

Es evidente que estas condiciones son imprescindibles para la acumulación por desposesión de lo común, cuya lógica cultural, propia del capitalismo, viene necesitando mayor predictibilidad y control social en el diseño de un mundo vigilado, como demuestra Mattelart.

Esta cultura sincronizada hace posible ignorar la verdad, negar la ciencia y liquidar la razón ilustrada para justificar, por ejemplo, golpes de Estado como el de Bolivia, ya no digamos el franquismo en España, mientras tecnolibertarios, intelectualoides de pacotilla y criollos resentidos con las conquistas de los cholos y los descamisados repiten su discurso al servicio de establishment de la OTAN.

Mientras, en el postcovid de la nueva normalidad, los GAFAM consolidan el liderazgo hegemónico en las políticas de representación, con Amazon aumentando más del 50 por ciento y un crecimiento que supera el Producto Interior Bruto (PIB) de muchos países y Google atesorando beneficios de más de 76.000 millones de dólares.

Parece, pues, llegada la hora de advertir que no podemos seguir en las nubes, que no podemos ser colonizados en el espacio virtual por Amazon Web Services (AWS) al servicio de sus intereses de dominio aplastante, ni podemos permitirnos por encima de nuestras posibilidades unas autoridades universitarias que venden nuestros datos, correos y recursos virtuales al imperio Microsoft.

Es hora, en fin, de recordar que «avatar» no solo designa la identidad virtual que escoge, como la máscara, todo usuario para proyectar su rol social en la cibercultura. En su primera acepción, de acuerdo con la Real Academia Española (RAE), cuando hablamos de Cultura Avatar conviene empezar a asumir que, hoy por hoy, tiene más que ver con la vicisitud o acontecer contrario al buen desarrollo o ideal, el propio que prolifera entre el cosmopaletismo y los ciberhipster cultivadores del sinsentido y la estupidez por sistema, en lo teórico y, sobre todo, en la práctica. Idiotas de la nada, en el sentido etimológico del término.

Hacedores o colaboradores necesarios de un procomún colaborativo y en red con democracia de baja intensidad, una creatividad banal del Fan Edits y la fascinación propia del fascio, en el que todo texto es absorción y transformación de otro texto pero en línea, contrariamente a Julia Kristeva, tautológica.

Espero que, visto lo visto, comprenda el lector mi abatimiento, en este trigésimo aniversario, rodeado de tanta Cultura Avatar. Si el futuro de Andalucía es la educación, tenemos un serio problema, y no se resuelve con presupuesto.

Pancomunicacionismo

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Un mal de nuestro tiempo es el de la comunicación total o, para ser más precisos, el de la cultura o idea comúnmente aceptada de que todo es comunicación. Si hay una mala política de gobierno, problemas de pareja, conflictos sociales o cualquier tipo de disfunción institucional, básicamente es debido, en el entendimiento general de la gente, a problemas de comunicación. El pancomunicacionismo nos invade resolviendo, supuestamente, los problemas de nuestro tiempo reducidos, en su complejidad, a meros problemas de mediación. Se actualizan así las propuestas de Elton Mayo, pionero de la sociología y la psicología industriales que inspirara en los ochenta toda política de comunicación organizacional en la empresa. Según Mayo, los conflictos o problemas laborales eran un síntoma de desorden mental de la clase obrera. De acuerdo con el ideario de Ford, los simios amaestrados muestran un perfil psicológico primitivo, dada su tendencia natural a las juergas y todo tipo de hábitos incivilizados. La clave pues para la disciplina de la fuerza de trabajo no era otro que educar en un ambiente psicológico adecuado, socializando, por vía de la comunicación, a los trabajadores en las normas necesarias de comportamiento integrado en la producción. La instauración de un medio ordenado y racionalmente funcional exigió a partir de entonces un esfuerzo de pedagogía por el que la comunicación se introdujo en la fábrica, ampliando sus usos domesticadores especialmente en los años ochenta. Ahora, como advirtiera Castoriadis, fundamentar la razón en el lenguaje o la comunicación resulta, a todas luces, absurdo. Hoy que se atribuye a los jóvenes un comportamiento nada ejemplar en el contexto de la pandemia convendría recordar sus críticas a estas nociones aceptadas de Mayo, al menos en varios sentidos. En palabras del filósofo, desde el punto de vista de las rigurosas exigencias de lo que tradicionalmente se llama fundación, tanto lenguaje como comunicación son simples hechos que pueden servir para lo que queramos, menos para fundar algo. El lenguaje es condición necesaria de la razón, y del pensamiento, pero no suficiente. Se trata más bien de un cuerpo maravillosamente vivo que no contiene la razón, aunque sea condición para ello. No hay decir sin hacer, como no hay creación sin representación e imaginario. Lo contrario son fantasías propias del ciberfetichismo por el que las empresas, como ha dejado escrito Morozov, nos venden su discurso disruptivo de la innovación, las patentes y el emprendedorismo como un simple ejercicio de palimpsesto, negando, por principio, u omisión, que todo proceso de acumulación es por desposesión y que en la era de la comunicación total nada es atribuible a los responsables del devastador paisaje del colapso tecnológico. Claro que tratar de explicar esto a profesionales como Ana Rosa Quintana, la gran comunicadora de la nadidad, es quizás una tarea imposible, un ejercicio pedagógico o gramsciano más propio de un columnista que puede andar extraviado en la razón de un tiempo de emergencia de la sinrazón. De hecho, no es que las tecnologías, como escribiera Jordi Soler en El País, dilapiden el sentido común. De la verdad a lo verosímil hemos pasado a la fe en lo artificioso. Promiscuidad, ligereza, velocidad. .. la mentira, sentenciaba Marc Bloch, requiere una sociedad dispuesta a creer, aunque sea a base de rumores y fantasías, esta es la verdadera razón de ser de la caja negra del actual universo de la comunicación total que reside en el fetichismo de la mercancía.

En suma, el pancomunicacionismo es la coartada de la netocracia y la voluntad de validar la lógica de la universal equivalencia. El discurso mediacional anula para ello la virtud de la política instaurando la religión del divisionismo por el pontificado (los vínculos, puentes, puertos y puertas) de la conexión en el espacio público burgués que todo lo admite y devora a condición, claro está, de reproducir el orden reinante. Toda una lección, más aún, en el proyecto de siliconización que nos quieren vender. Menos mal que quedan en las calles diletantes de la filosofía de la praxis. Peor es nada, aunque Ana Rosa nos quiera convencer de lo contrario.