Medios empotrados

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Dice mi compañera sentimental que, sí o sí, lo importante en una relación es ser bien empotrada. No sé si tan contundente sentencia resulte inapelable o, cuando menos, relativizándola, deba ser matizada. El caso es para qué llevar la contraria. En materia de relaciones afectivo-sexuales, como en el arte, todo es cuestión de gustos y, hoy día, los territorios del amor son terrenos pantanosos en la era del amor líquido.

Algo bien distinto, que nos suliveya, es que no existe aspiración suprema en la prensa patria que el ser empotrada. Llama la atención tal gusto de los autoproclamados liberales. Más aún cuando la hipótesis de la eficiencia del mercado y su justificación por la supuesta transparencia del espacio concurrencial es exactamente lo contrario a lo que se presume en la pomposamente autodenominada «prensa independiente», pues la accesibilidad de la información por el público nunca tiene lugar, no solo en cuanto a la variabilidad de los mercados y la lógica de precios, sino especialmente sobre la propia cooptación de los medios encargados de informar de los procesos de consumo y las alteraciones o fluctuaciones de la economía, entre otras lógicas vicarias que dominan la estructura mediática realmente existente que ahorro describir al lector.

Vamos, que el engaño es la norma y no lo contrario. Lean –si no les convence lo aquí escrito– a John Perkins en Confesiones de un gánster económico. La cara oculta del imperialismo americano (2009) y seguro que suscriben lo que venimos afirmando, especialmente cuando se constata, en tiempos tan inciertos y paradójicos como los actuales en los que toda certeza resulta extraordinaria cuando no mero optimismo subinformado que, desde la era del capitalismo monopolista, la libertad de expresión no es sino mera bagatela de justificación destinada a manufacturar la opinión pública aclamativa.

Cosas de la división del trabajo y de la cartelización financiera del capitalismo. No siempre fue así. No siempre la desconfianza y la lógica del fetichismo de la mercancía, en forma de publicidad, extendieron el reino del valor bajo el imperio de los robber barons a lo Vanderbilt.

Hubo un tiempo en el que al comprar piso lo importante era, además del número de habitaciones, la cantidad de armarios empotrados, promesa de crecimiento de la familia y posibilidad de acumulación, de cierta prosperidad, por así decir.

Hoy, que todo el mundo sale del armario –menos los propietarios y editores de los medios dependientes del capital financiero– y que las casas se edifican sin armarios empotrados, los medios nacionales ocultan su doble vida o principio de determinación: la de los intereses de la oligarquía económica además de la nueva subordinación de las grandes transnacionales del capitalismo de plataformas como Google.

Doble empotramiento que quieren hacernos ver como algo natural, pero nada tan cultural como el sexo, salvo que, como los medios de la COPE, piensen que Dios obra milagros y que la Inmaculada Virgen María, como la supuesta independencia de los medios, es verdad y resulta creíble.

La investigación periodística de El Salto demuestra, sin embargo, exactamente lo contario y explica el porqué de coberturas informativas tan degradantes como la manipulación persistente de los hijos de San Luis y la Santa Alianza durante la crisis de 2008 o la impúdica asunción de la posición de menestrales de las principales figuras del oficio, que es tanto como decir que los Matías Prats y compañía no son otra cosa que anunciantes de seguros que nos imponen la precariedad de más de lo mismo, sea a la hora de justificar la guerra al servicio de la Casa Blanca y la OTAN, ocultar la persecución de quien ose decir la verdad de los crímenes de lesa humanidad (Assange) o como simple voceros del IBEX35 en la aplicación de las medidas de desahucio.

Ellos, que siempre viven por encima de nuestras posibilidades de confianza en una profesión canalla que renuncia a su función social para favorecer los intereses creados de los medios que nos engañan, de los medios infieles, siempre en busca de ser dominados.

Empotrar o ser empotrados, esta es la cuestión, mientras la profesión mira a otra parte y las facultades de Comunicación ni se inmutan o se ponen de perfil. Normal, la forma intelectual de origen plebeyo brilla por su ausencia en un país poblado de mandarines, dada su estructura semifeudal.

La radiografía de Gregorio Morán, con toda su crudeza, es imperante en la academia española y faltan, parafraseando al gran Rafael Chirbes, raznochiñets, intelectuales que vengan de abajo. Ya explicó Raymond Williams lo que ello significa. Les ahorro los detalles. Debo volver a la cuestión vital: empotrar o ser empotrado.

La caverna mediática

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Decía Blaise Pascal que lo contrario de una verdad no es el error, sino una verdad contraria. En estos tiempos convulsos que vivimos, se procura no obstante estabilizar lo inevitable: un proceso constituyente, y el advenimiento de la III República. La historia se repite como farsa. Podría uno hacer un ejercicio memorialista sobre el 23F o la fabricación de presidentes (Suárez/González) con el blanqueamiento de la figura del Jefe del Estado y la dinastía borbónica, la peor plaga que ha asolado por siglos la historia de España. Pero no vamos a impugnar la razón burocrática de Estado, hoy toda una vergüenza en la gestión de la justicia, con la doctrina del lawfare aplicado en Cataluña. Sí conviene cuestionar, en cambio, el papel de la prensa, ejemplificada en un hijo del franquismo (no me refiero a Aznar) que es todo un referente del periodismo de transición: Juan Luis Cebrián. En plena crisis constitucional, el fundador del medio de referencia dominante (El País. Sábado, 28/10/2017), escribía, a propósito del régimen del 78, contra las fuerzas del cambio en un ejercicio clarificador, desde el punto de vista del análisis crítico del discurso, del sinsentido de argumentaciones ad hominem de quien nunca fuera a una Facultad de Comunicación, no sabemos si por apego al dinero o los oropeles del poder. El paso por una carrera de periodismo le hubiera sin embargo resultado provechoso para aprender a titular, siguiendo al maestro López Hidalgo, y evitar, por ignorancia, el uso de palabras connotadas como régimen. Un lapsus sintomático del verdadero problema iniciado con el 15M, que no es de gobierno sino, en efecto, de forma de Estado, como demuestra el uso de un vocablo que nos evoca la dictadura, donde en cierto sentido seguimos varados. Algunos en las cunetas y otros en OHL. Y es que, como todo estudiante de bachillerato bien sabe, las lecciones de la cueva de Platón deberían hoy reinterpretarse como tesis de la sociedad de pantallas, en la era del plasma que nos instituye para emular, necesariamente en la sociedad del espectáculo, la libertad como fe en las imágenes programadas para seguir en el universo
de la penumbra.

La élite estraperlista, el modo de hacer y pensar de la clase dominante en el capitalismo de amiguetes de esta España, bien retratada por Gregorio Morán en El mandarín, no alcanza a ver el problema actual en la corrupta forma depredadora del rentismo. Antes bien, todos nuestros problemas son los CDR, la “alianza espuria entre los agitadores antisistema, la adinerada burguesía nacionalista y el movimiento okupa de Barcelona”, cuando, en realidad, la destrucción de las bases de la Constitución del 78 y del tejido que da consistencia a la democracia postfranquista es resultado en buena medida de la ruptura del pacto social tanto como del narcisismo de sus líderes bienpagaos. No sé si por falta de compasión, de claridad o de no leer ni los informes de CÁRITAS. La reacción ultramontana de la caverna mediática con motivo de la investidura y el gobierno de coalición progresista ilustra, en cualquier caso, un escenario adverso de agitprop de consecuencias invaluables desde el punto de vista de la convivencia democrática. Como en el editorial “Contra la mentira”, donde Cebrián, Caño y otros agentes de las cloacas del Estado hablan de manipulación informativa en las redes sociales, los medios no solo desinforman, como con los montajes recurrentes contra el avance de la izquierda, sino que incluso niegan esta función vicaria. Por ello, la principal amenaza, como el neoliberalismo, de la democracia es la prensa y el periodismo mercantilistas. Una práctica atrabiliaria y vociferante de pobre imaginación comunicacional por la que hoy como ayer, los comunistas son siempre una amenaza, el fantasma o espectro que recorre España. Cabe pues plantearse, ahora que el viejo y gastado discurso macartista sigue operativo y reavivado al amparo del ars mágica de la informática, los bots, trolls y máquinas, supuestamente, rusas, cuando las pruebas apuntan en dirección exactamente contraria, qué hacer con la caverna mediática. ¿Tenemos alternativas a esta contaminación del medio ambiente social?