Telepredicadores

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En tiempos-encrucijada como estos, la incertidumbre y crisis de confianza son propiciatorios para el pastoreo y sermonear a costa, casi siempre, del bien común. Así, los discípulos de Torquemada proliferan en España y América Latina, con el nacionalcatolicismo del más rancio espíritu castellano y las cruzadas evangélicas de los corruptos diputados brasileños o bolivianos, que, en una suerte de pogromo de los macarras de la moral, forzaron los límites de la democracia para encarcelar a Lula, tratar de liquidar a Evo Morales y, no nos hagamos los pendejos, en el fondo perseguirnos a todos pues, hablamos de un problema global que trasciende el continente americano. Como el lawfare, esta realidad es común y se manifiesta a diario en España. Lean si no el último libro de Juan José Tamayo (La internacional del odio, Icaria Editorial, 2021) que disecciona magistralmente una realidad que da que hablar y que debe hacernos pensar. Quizás por ello, el otro día tuve la tentación (bendito pecado) de ver El reino, una serie sobre el ascenso a la presidencia de la República Argentina de un pastor evangélico, recién estrenada en una plataforma de pago. La obra, dirigida por Marcelo Piñeyro, lejos de resultar una distopía puede ser visionada como una crónica del presente hegemónico en Latinoamérica. El impacto de la misma da cuenta de la anticipación de los creadores de la serie. En la mayoría de los 190 países donde ha sido estrenada ha conquistado altos índices de audiencia y, particularmente, en el país austral los debates, memes, discusiones sobre la trama de la serie siguen generando una reflexión a tomar en cuenta en nuestro país sobre el papel de la justicia, el poder de la iglesia, la irregularidad financiera del poder eclesial o el rol de la política en la construcción de la ciudadanía, de la función de los medios a las operaciones encubiertas de los servicios de inteligencia del Estado que lo mismo nos ocultan por décadas golpes de Estado mediáticos o los consabidos casos de corrupción. Puede pensar el lector que viendo la agenda informativa, deberíamos hablar de otras cosas. Quizás de Afganistán, pero es lo que tiene la licencia de una columna: actuar incluso al borde de la ficcionalización o de la ocurrencia. Claro que habrá quien seguro consiga dar sentido a estas líneas, sin pregón ni oración posible. Al menos si conocen la realidad de Latinoamérica, donde el avance de la política purista de lo peor ha sido más que notoria en las últimas décadas, si bien tiene una génesis más antigua que explica el bloqueo de toda estrategia de mediación en grandes naciones como Brasil. Hablamos, sí, del origen del neoliberalismo.

Hace cinco décadas, la población evangélica constituía el 3% en América Latina, hoy suman el 20% y constituye un actor político de primer orden en subregiones como Centroamérica, Brasil y México. Si leen el Documento de Santa Fe I y II, entenderán geopolíticamente por qué. También cuál es el hilo negro de esta historia en la construcción del reino de Hazte Oír. Tal y como analizamos en La guerra de la información (CIESPAL, Quito, 2016), Reagan y la política de roll-back procuró en todo momento atenuar lo que consideraban una influencia maléfica en la doctrina de la Iglesia, la teología de la liberación. Junto a los nuevos think tanks como Heritage Foundation, los telepredicadores proliferaron en la guerra sucia contra Nicaragua y hoy respaldan a candidatos en Costa Rica o dominan la agenda mediática en Brasil con una amplia red de centros y radios comunitarias. Con Trump, esa hegemonía se tornó absoluta en Estados Unidos. El presidente republicano impuso y normalizó otra vuelta de tuerca, esparciendo por la vasta red de medios de los telepredicadores la mentira y su repetición, a lo Goebbels. Esta vuelta de tuerca puede resultar desternillante, de risa, una mala opereta de un actor de segunda, como lo fue Reagan. Lo grave es que terminará destornillando, como vemos, la democracia americana, haciendo inservible las instituciones de representación en EE.UU. y previsiblemente con la americanización de la comunicación política también en la UE, como ya ha sucedido de hecho en Brasil. Por ser más concisos y concretos, en España, la iglesia tiene más de 60 publicaciones periódicas diocesanas, 256 revistas, 145 canales de radio, la COPE, Radio María, 13 TV, Cadena 100 y una libertad o armisticio fiscal sin parangón en Europa. Y todo ello no precisamente por el carácter emprendedor de la cúpula episcopal. Añadan las redes de radio y televisión local evangélicas, sumen el duopolio televisivo y la ausencia de medios nacionales progresistas y hablemos de guerra cultural, de Vox y de derechos constitucionales. Aquí y ahora. En el terreno yermo de la distopía. Cosas en fin de mi síndrome postvacacional. Debe ser. Así es y así se lo hemos contado.