Desarrollo sostenible y cultura de la sobriedad

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Históricamente, el concepto de desarrollo ha sido redefinido en continuo contacto con los procesos sociales y una creciente conciencia ética global que le ha obligado a adjetivarse repetidas veces: humano, integral, endógeno, autónomo, sostenido. “Desde el desarrollo entendido como modernización productiva, que se mide por el producto interior bruto, hasta el despliegue de las capacidades humanas, ha mediado un largo proceso de maduración que ha tenido en la participación social su piedra de toque” (García Roca, 2004: 96). Y que hoy, en la crisis civilizatoria que vive la humanidad, ha de ser cuestionada desde una cultura de la sobriedad y los espacios locales de desenvolvimiento. La propia naturaleza multidimensional reconocida de las bases materiales (económicas, sociales y del medioambiente) que afectan, transversalmente, esta aspiración de la autonomía de los pueblos exige una lectura desde los territorios y, por ende, una mayor reflexividad sobre los imaginarios del cambio. No en vano, las propias Naciones Unidas hace tiempo que definieron el desarrollo como un proceso de mediación, como la posibilidad de expresar y definir, con voz propia, las condiciones de evolución y organización social autónoma. Es por ello que desde finales de la década de los setenta, la noción de desarrollo cultural ha vinculado el campo de la comunicación al problema complejo y recurrente de las necesidades sociales en ámbitos tan dispares como la economía, la política o la educación, integrando la creatividad y las identidades (la biodiversidad humana) en un nuevo paradigma constituyente del modelo de reproducción social. Los programas de organismos como la FAO o la OMS han procurado desde entonces pensar la comunicación en sus programas sectoriales y las políticas de cooperación internacional. Ahora, si bien las Naciones Unidas validaron en la agenda pública internacional un enfoque integrador de la comunicación como marco de configuración del desarrollo, y factor transversal, en las políticas de promoción del cambio social, llama hoy la atención que en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) se piense las políticas y Agenda 2030 sin la centralidad de la dimensión cultural, base de la producción en común de otro mundo posible. “Lo común – en esta lectura – es una construcción política, o mejor dicho: una institución de la política en los tiempos de los peligros globales que amenazan a la humanidad. Decir que lo común, como lo indica su etimología, es de entrada político, significa que obliga a concebir una nueva institución de los poderes en la sociedad (…) Conduce más bien a introducir en todas partes, del modo más profundo y más sistemático, la forma institucional del autogobierno” (Laval/Dardot, 2015: 519). Y en este proceso la comunicación es vital, pues la sostenibilidad empieza por la producción de otro marco representacional de la vida y la sociedad.

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Comunicación para el desarrollo social y política de la estrategia. Un enfoque sociocrítico

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Las políticas de planeación del territorio y de posicionamiento económico de las ciudades en la economía global han impulsado en los últimos años estrategias de cambio basadas en el uso intensivo de la publicidad y las estrategias de comunicación según una racionalidad instrumental. Existen, no obstante, iniciativas de regeneración democrática que piensan la comunicación para el desarrollo local más allá de las estrategias de marketing, politizando precisamente el campo de intervención y transformación social que hoy incorporan los medios y tecnologías informativas desde una lectura metacognitiva y ecológica – constructivista, diríamos – de los procesos de mediación.

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De mixturas, puentes y puertas. Una lectura política de Andalucía y el Caribe como espacio regional de cooperación en comunicación y cultura

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Hablar del Caribe y Andalucía, de Al Andalus y el Caribe es acometer un objeto problemático y controvertido de transculturación que, a nuestro modo de ver, más allá de una lectura etnohistórica, exige una aproximación, además de geográfica, social y económica, una hermenéutica diatópica de lo común, una mirada de identificación desde el sur, desde la voluntad subjetiva de interlocución y diálogo. Más aún si se trata de pensar las posibles líneas o estrategias políticas de cooperación sub e interestatal. Pues Andalucía, como el Caribe, es sobre todo un territorio constituido culturalmente. Ambas disponen por supuesto de una riqueza sin par por su naturaleza, y conformación histórica, pero más allá aún de los destinos que determina la geopolítica y el territorio, ambas se distinguen por rasgos culturales que nos hablan de puentes, puertas y vínculos. Que nos sitúan en la pista de un pensamiento para la cooperación. . . Hablamos, por supuesto, entre otras notas distintivas de la sociabilidad, del humor, de  la pasión, como también de la música, del ritmo, y la fiesta, de la religión y, por supuesto, en general, y como rasgo característicos de nuestras culturas que cohabitan, de una cultura material comunitaria que supera toda comparación posible con otras culturas a lo largo y ancho de nuestro mundo.

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