Sálvame

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Nadie ha hecho tanto por la República que los tertulianos de Jorge Javier Vázquez. Y no es una boutade. La llamada «prensa del corazón» abrió la veda y hoy discutimos a diario la ausencia de transparencia de La casa real, los amores y escarceos de Juan Carlos I, las aventuras de Leticia, cual novia a la fuga, en su palpitar plebeyo, y la deriva patética de la prole sucesora que recuerda comedias de situación como los de Isabel II, salvo que no hemos de esperar la crónica en los diarios o los rumores sobre la Corte que circulaban antaño en Madrid.

Hoy la monarquía no se salva gracias a la televisión que no solo une a la familia, sino que ayuda a separarla. Si el pueblo no fue salvado, y la banca sí, a algún chivo expiatorio habría que sacrificar. Donde manda capital, no manda monarquía.

El lenguaje honesto, hipócritamente moderado, virtuosamente lleno de lugares comunes de Felipe VI no pasa el polígrafo, les aseguro. Su más profundo sentido en labios del autócrata lo revela la Bolsa de Madrid. De ahí que no convenza ni sirva como lenguaje provenzal.

Se impone, poco a poco, el sentido común de la gente. Falta ahora dar forma a la alternativa democrática, transversal y antagonista: una suerte de PGB, el Partido de la Gente del Bar. Doy ideas por si algún errejonista descarriado le da por seguir jugando aunque, si se trata de jugar, mejor que acudan a la rueda de la fortuna que no estamos para pendejadas de saldo, liquidado como anda el país, en llamas (no las de París y los chalecos amarillos) sino quemados, en medio del desierto y el pastizal amenazando el apocalipsis con algunos lobos solitarios como Aznar anunciando el fin de la historia y de España. Mientras se impone, como avanzara Barthes, el mito de la fortuna.

Como en Francia, en el siglo XIX, la televisión nos hace un calvo: el sentimentalismo de la Lotería, una promesa de ganancia destinada, en su origen a embarcar a vagabundos de París para California. De una parte se quería que los sueños dorados desplazasen los sueños socialistas del proletariado parisino, y que la tentadora perspectiva del premio gordo desplazase el derecho doctrinario al trabajo.

Naturalmente, los obreros de París no reconocieron en el brillo de los lingotes de oro de California los opacos francos que les habían sacado del bolsillo con engaños. Pero, en lo fundamental, se trataba de una estafa directa, como a diario hace el IBEX35 en nuestros días con la promesa, siempre aplazada, de recuperación y bienestar.

En fin, no sé qué les iba a contar. Veo que se me ha ido el santo al cielo, o el razonamiento al chiribís de la tertulia. El caso es que necesitamos Sálvame, tanto como los bares, donde la esperanza aguarda embozada en cada esquina.

La Casa Borbón televisada

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La vida no deja de sorprendernos, y no precisamente en el Telediario. Si la revolución nunca va a ser televisada, la televisión por lógica no nos va a llamar la atención, aunque presente el informativo la Reina de España, que ya es de chiste este gusto por lo plebeyo tan común en los borbones. Campechanía lo llaman. Algunos otros lo definiríamos de otro modo, desde Fernando VII a Felipito, pero aquí, como en el XIX, hay que vérselas con la censura e incluso con el desacato, por no hablar de la Ley Mordaza, que sostiene al régimen monárquico del tardofranquismo.

Ver las imágenes de la huelga general por la sentencia contra altos cargos de la Generalitat, presentando RTVE a neonazis como defensores de la unidad de España, y el primer discurso de la heredera al trono en los Premios Princesa de Asturias produce cuando menos sonrojo.

Desde el inicio de su primer reinado, la Casa de Borbón ha sido la plaga mayor sobre la piel de toro, gobernado por la gran propiedad territorial, con sus curas y sus lacayos, hoy todos en el mundo IBEX 35. Hablamos naturalmente de una monarquía parlamentaria peculiar, sostenida sobre la gran propiedad del suelo, con coquetería feudal y orgullo de casta, que procura guardar las formas antiguas del reino de la desesperanza, hoy, a fuer de cambios de época, completamente aburguesada por el desarrollo de la sociedad moderna al grado de admitir el espíritu jesuita y hasta las traducciones de la Escuela de Frankfurt del mandarín de la cultura de la Casa de Alba.

Pero tan pronto uno deja la visión de lejos que nubla la vista, y explora con lupa de cerca las miserias de la Casa Borbón, pronto se le quitan las ilusiones y devaneos, en forma de desengaño, sobre la supuesta modernidad. Ni con jeans resisten la prueba del algodón.

La mierda llega hasta el dormitorio. No hay limpiador multiusos que pueda lustrar lo que siglos de historia y muertos acumulan en esta casa real. Pero esto no es objeto de discusión en los medios, pese a que en esencia el régimen parlamentario se distingue –sea monárquico, como en Inglaterra, o republicano como en Francia– por discutir incluso la forma de Estado.

A propósito, tengo varias anécdotas sobre el discurso de ¡Vivan las caenas! Una de índole académica sobre el papel del Monarca en el 23F, en un posgrado sobre Comunicación y Defensa. Trataba de mostrar a los alumnos, craso error, que en la guerra psicológica lo que se muestra o aparenta no es, y lo que es no suele aparecer en pantalla.

Así, el caso del supuesto rol de salvador de la democracia del monarca Juan Carlos I, por todos conocidos como Juanico el Corto, sin ironía, lo que se cuenta no es lo que tuvo lugar. Pero la representación de una mala comedia como la del golpe de Estado sirvió para apuntalar una monarquía que nadie quería, salvo los herederos del franquismo, como es natural.

La situación vivida fue similar a la contada, como sainete, por Marx en El 18 Brumario. Pero se ha mantenido como cuento chino por más de cuatro décadas. Todavía hace poco tiempo cuando a Jordi Évole se le ocurrió hacer un falso documental, la prensa del régimen reaccionó con gran visceralidad. Cómo se le ocurría hacer ficción realista para reveler la realidad de la ficción que nos contaron.

Paradojas del mundo al revés: un partido como el PSOE representa el orden y el llamado constitucionalismo abandera una Santa Alianza replicando un discurso, parafraseando a Marx, de monosilábicos en tribuna, la prensa y los canales de representación.

Insulsos como los acertijos cuya solución se sabe de antemano, la consigna es la de siempre: respeto a nuestra democracia de baja intensidad, y se repite siempre, el tema es siempre el mismo, el fallo está siempre preparado presentando como progreso el burdo liberalismo que nos arruina hasta decir basta al trasmutar como socialista la reforma financiera de la troika y el FMI.

Y en esas estamos, con el autoritarismo y unos medios públicos controlados mientras el Grupo Planeta y el lobby italiano, el duopolio mediático, carga contra los manifestantes, aíslan las fuerzas de progreso y proclaman, una vez más, que la mayor libertad es la que no existe y la guerra es la paz universal. Cosas de Orwell que suceden en Cataluña y en el reino de España.

Solo nos queda confiar que ahora que por fin se busca acabar con el reino del puterío con políticas contra la explotación sexual, la esclavitud del siglo XXI, se amplíen las medidas para atajar la trata de seres humanos combatiendo la explotación del régimen del 78, y la gran casa de lenocinio en que se ha convertido el reino de España. No olviden que lo último que se pierde es la esperanza, aunque el Telediario insista en lo contrario.