Francisco Sierra sobre despenalizar las injurias a la Corona: “Confiamos en que el PSOE haya entendido el mensaje”

Share

El diputado de Sumar, primer presidente del Ateneo Republicano de Andalucía, analiza la situación de la monarquía y el futuro de la república.

De nuevo el Congreso vuelve a tramitar una propuesta para suprimir los delitos de injurias a la Corona y del enaltecimiento del terrorismo. En la anterior legislatura, ninguna de las presentadas por Unidas Podemos, ERC y EH Bildu fructificaron. La de ahora, impulsada por Sumar, lo intentará otra vez. Su objetivo es «derogar y modificar aquellos artículos del Código Penal que chocan frontalmente con la libertad de expresión o que tienen un difícil encaje en un sistema democrático”. Charlamos con el diputado de Sumar por Sevilla, Francisco Sierra, primer presidente del Ateneo Republicano de Andalucía.

¿Confía en que esta vez sí se logre despenalizar los delitos de injurias a la Corona

Sí, confío por tres razones. Primero, porque los estándares internacionales de libertad de expresión así lo exigen y en la UE nos han llamado la atención por esta anomalía democrática como sucediera con la figura de desacato. Es un compromiso del presidente Sánchez y confiamos en que esta vez sea realidad. Sumar lo exigirá. En segundo lugar, la amenaza censora de la ultraderecha en Europa exige una apuesta por las libertades públicas, y el gobierno de coalición y los apoyos parlamentarios deben cumplirse. Y por otra parte la nueva generación de jóvenes, el conjunto de la ciudadanía, no aceptaría un incumplimiento.

Vemos a diario las consecuencias de un Código Penal más propio del siglo XIX que del XXI. No podemos permitírnoslo. En tiempos de amenaza a la democracia, fortalecer nuestro sistema exige reforma y apertura, y confiamos en que el PSOE haya entendido el mensaje.

¿Cómo está viviendo la ‘operación Leonor’?

Nuestro grupo, Sumar, no asistió al juramento de Leonor. Como partido republicano, defendemos los valores democráticos en su radicalidad cívica, lo que excluye la forma monárquica de Estado. Dicho esto, la operación Leonor no sólo resulta inconsistente sino una farsa por el bajo apoyo popular, especialmente entre las nuevas generaciones. La historia, por otra parte, de esta dinastía anida en el imaginario y memoria popular. Hablamos del peor lastre de la historia de España: una monarquía corrupta, indolente, autoritaria y peripatética.

¿Cree que la operación pasa por relanzar la monarquía tras el declive causado por el rey emérito? Es decir, ¿está el propio rey Felipe VI depositando en la nueva figura de Leonor la ‘salvación’ de la monarquía?

La monarquía es insalvable desde su origen franquista y el claro posicionamiento con la derecha y la extrema derecha. Y los recientes acontecimientos del referéndum en Cataluña y la investidura del segundo gobierno de coalición. Es insalvable por la corrupción y por la apropiación como antaño de los sectores ultramontanos. En otras palabras, es más propia de una monarquía absoluta en valores que de una vocación democrática. En los usos y abusos de posición y en los intereses que representa.

¿Qué valores o nuevos valores cree que está intentando proyectar la monarquía a través de la figura de Leonor? Se habla de feminismo, compromiso climático… Incluso hubo quien dijo que se estaba rompiendo un techo de cristal al ser mujer… 

La operación Leonor no aporta valor alguno. Ni en su educación, militar y en la estela de su padre y el sucesor de Franco, ni en la ejemplaridad, educada en colegio privado. Ni en igualdad porque el cambio constitucional y el techo de cristal presupone que nadie asume la jefatura del Estado por ser quien es sino por elección.

¿Cree que, en algún momento, se reformará la Constitución para incluir la perspectiva de género y modificar, por ejemplo, el artículo machista de sucesión al trono?

Queremos reformar la Constitución, por ejemplo, para incluir el lenguaje inclusivo. La sucesión al trono de una mujer refuerza el modelo patriarcal que representa la Corona. No es compatible una política feminista con la asunción de privilegios de clase.

¿Cómo ve hoy el futuro de la III República?

Que el CIS no sondee sobre el parecer de la ciudadanía española en torno a la forma de Estado es revelador de un estado de la opinión pública poco proclive a la monarquía. Las consultas populares en el ámbito universitario son indicativas de esta tendencia. Otra cosa es la fortaleza del proyecto republicano. Hace unos años fundamos el Ateneo Republicano de Andalucía, que tuve el honor de presidir, justamente para impulsar los valores cívicos de libertad, de igualdad y de fraternidad impregnando nuestra cultura de la virtud y ejemplaridad del trabajo en común. Del cuidado de lo público. Y en este empeño queda mucho por avanzar tras décadas de neoliberalismo que han socavado las bases de las convivencia y principios como el de responsabilidad, phronesis y solidaridad.

¿Cómo se logra?

Las fuerzas republicanas tienen que estar mejor organizadas. Con una propuesta clara y compartida de modelo de Estado para la ciudadanía. Sin ello, va a ser imposible avanzar. Y esta es la tarea de las fuerzas de progreso: una nueva Constitución, un nuevo pacto de Estado instituyendo la forma republicana como vector de fuerza de las reformas y regeneración que precisa este país. Y, contrariamente a los que piensan que ello será posible a partir de Cataluña y el País Vasco, creo que se equivocan. Como pensara Gramsci, la cuestión meridional es estratégica para que España deje definitivamente el bucle recursivo del siglo XIX. Creo que la solución ha de venir desde el sur, desde Andalucia, y desde abajo, a partir de la pulsión plebeya y subalterna de las clases populares.

El rey emirato

Share

No entiendo la insistencia de los medios en llamar a Juan Carlos I «el rey emérito» cuando todos saben que siempre ha sido «el rey emirato»; que con quien se entiende la Casa Real es más con sátrapas y dictadores a lo Franco, Videla o Mohammed bin Salmann, príncipe heredero de Arabia Saudita, que con Hugo Chávez, elegido por la voluntad popular, pese a que le duela a esa sombra de periodista que es Jaime Peñafiel, hoy empeñado en azuzar al vástago como si el rey emirato no hubiera hecho lo mismo con su antecesor en el cargo.

En los Borbones siempre ha habido sangre por borbotones, imaginaria y realmente, por su real voluntad, en muchos casos, esto es lo peor, sobre todo de la gente común. Lo que sorprende a estas alturas del relato es que el caso de Peñafiel no es una excepción.

Si bien es cierto que el cerco mediático ya no existe, el emérito tiene todavía un escuadrón de la muerte y hooligans como Herrera en la Cope, que operan como retaguardia de la operación Abu Dabi. Debe ser que ven normal el blanqueo de capitales, el fraude fiscal o las comisiones ilegales o, tal vez, que para estos leales cortesanos, que dicen ser periodistas, tales delitos no son motivo suficiente para procesar a Juan el breve y listillo.

Apelan incluso, a su favor, a los servicios prestados con lealtad al Estado –sí, lo sé, contengan la risa–, inaudito argumento filibustero. Vamos, que debe irse de rositas, aunque sea por razones humanitarias. Curioso adagio, sobre todo porque no deja de sorprendernos el discurso de tapadillo que circula en los medios de referencia dominante, pese a que la lavandería de las cloacas del Estado funciona así desde Paco la culona.

Espero no obstante con expectación la próxima entrega de este folletín opacado por la guerra de Ucrania. Cuento los días para ver si el próximo anuncio por Navidad es el de Antiu Xixona o turrón El Lobo. Probablemente, lo confieso, se imponga este último.

Una cosa es clara en el final de este serial o sainete: el Borbón no se salvará ni por asomo, como su yate, de nombre premonitorio, del mismo modo que tampoco Felipe VI. La operación Abu Dabi ha fracasado ante la opinión pública.

Y ahora queda el ensayo de Leonor, nombre también anticipatorio y con historia en Castilla y Aragón, de corto recorrido se nos antoja, a juzgar por la historia. Eso se espera, eso deseamos todos, aunque desespere el hijo-nieto de Franco y toda la familia real que ha derivado en patéticos influencers de sí mismos, en el mismo grado que el influyente Felipe, el hijo del vaquero, anda despistado dando cornadas al aire.

No han entendido que la gente no come cuentos. Ni precisan leer los papeles no desclasificados sobre el 23F o las operaciones encubiertas de la judicatura. Estos adoradores de lo imposible, que viven por encima de nuestras posibilidades, ya no representan a nadie, y uno empieza a advertir que ni siquiera son capaces, en su alzhéimer inducido, de reconocerse a sí mismos, por más que continúan interpretando su papel de demócratas convencidos, que no convincentes, en una suerte de travestismo político, como Fraga, de ministro fascista a líder de la oposición, o para el caso, en el mundo de la cultura, de implacables censores a Premios Nobel de Literatura, o de convencidos Torquemadas del Top a topos de la democracia en el Consejo General del Poder Judicial.

Esta es, en verdad, la esencia de la doctrina Botín, y se anuncia a diario en los medios. No tienen vergüenza, ni sentido del ridículo, y carecen del mínimo sentido común de la realidad. Viven en las nubes: en Ginebra o en Abu Dabi.

S(TOP)

Share

Nada tan indecente que la impúdica y cínica mentira propagada intencionadamente con ánimo e interés. En un mundo al revés, esta lógica impone a diario la necesidad, desde el periodismo o la academia, de probar lo evidente. Una deriva que da cuenta del malestar cultural en el que nos encontramos cuando la verdad parece un objeto inservible en manos de terraplanistas y encefalogramas planos. No otra cosa es la americanización de nuestro sistema político en el que, como en el imperio británico, uno debe probar su inocencia, demostrar la prueba irrefutable ante burdas tergiversaciones y la continua manipulación de la realidad. Que ello suceda en la sociedad civil es preocupante, pero que además afecte a poderes del Estado como la justicia resulta, cuando menos, alarmante. Casos como el del juez ultra contrario a la libertad de Juana Rivas es sintomático de un franco (úsese el adjetivo con la debida distancia e ironía) deterioro de la justicia en este reino de Dios, en el que conforme al principio de mixtificación solo se encausan a los inocentes y quedan libre de culpa comisionistas, estraperlistas y otros prendas y perlas del lugar como el rey emérito, un oxímoron si pensamos en términos constitucionales de jefatura del Estado. Urge por ello una revisión a profundidad de la carrera judicial, como en el ejército y las fuerzas de seguridad del Estado, trufadas, por ser delicados en el análisis, de neofranquistas sociológicamente incompetentes para el ejercicio que la ley les asigna. No debemos olvidar que toda función pública ha de ser desempeñada por personas con una firme voluntad de servicio y asunción de los principios constitucionales, los propios de la democracia y los Derechos Humanos. La constatación de la recurrente tendencia de jueces que, al amparo de la debida autonomía, fuerzan la ley en función de diversos intereses dominantes, no solo es propio del lawfare, sino que atentan contra la convivencia democrática, contribuyen a una desafección creciente de la ciudadanía y terminan por socavar el propio sistema constitucional. Montesquieu no previó que la división de poderes no es posible cuando la oligarquía económico-financiera se convierte en el verdadero poder fáctico en forma, por ejemplo, de doctrina Botín. La tesis del doble poder de Lenin a Gramsci ilustra de qué hablamos cuando hablamos de justicia en España, un poder anclado en la lógica del Tribunal de Orden Público, cuya función no es otra que perseguir a los opositores al régimen de intereses creados, sea los de la banca, la monarquía o los herederos del régimen. Puede el lector comprender mejor el juego de la justicia leyendo ‘Franquismo SA’ (Akal Editores), del periodista Antonio Maestre. O si observan que el oficio de juez es el más endogámico en España, heredado de padres a hijos. Claro que todas estas evidencias documentales y empíricas, aunque probadas, son rechazadas de plano por Lesmes y compañía.

El orden de la justicia en España es el orden de la negación. Como en el film de Mick Jackson, el poder judicial dominante parece un oficio de cronistas del franquismo negacionista. Negación del poder que les inviste de Franco a Juan Carlos I, negación del poder que encubren en forma de doctrina Botín, renuncia al amparo de derechos fundamentales de ciudadanía, omisión del debido principio de respeto de la presunción de inocencia para terminar, alfa y omega de su juramento hipocrático hipócrita, negando la vida y el derecho a defender sus derechos de la ciudadanía. Hablamos, claro está, de un cuerpo pretoriano al servicio de la oligarquía, una cohorte de palanganeros del capital financiero que declarará inconstitucional la Ley de Memoria Democrática, el debido reconocimiento de los delitos de lesa humanidad de un régimen totalitario, por razones de ley (la de amnistía) cuando se declara no procedente otras normas por acuerdos internacionales, pongamos que con la OMC, o se critica, desde los medios mediatizados, la puesta en cuarentena del principio de prescripción mientras casi la mitad de España sigue abandonada en las cunetas, perseguida y torturada como fue, robada como los bebés, que cuenta en su libro Raquel Rendón, o desaparecida, en vida y en la memoria. Bien sabemos, en fin, que no de otra forma puede funcionar una economía criminal y extractivista, sino a partir de la cobertura de los poderes del Estado, en especial del poder judicial. Es la única garantía para seguir esquilmando los recursos comunes de todos en beneficio de unos pocos asaltarentas del trabajo y del país. Produce sonrojo que, una tras otra, la UE venga enmendando el trabajo sucio de un poder del Estado al servicio de los intereses creados, ostensiblemente patriarcal, clasista, ultramontano y alejado, por completo, de los valores democráticos y el sentir general de la sociedad española. Hoy más que nunca conviene por ello parar y cambiar de rumbo. Es el momento de iniciar una campaña, llamémosla STOP: alerta democrática contra la inquisición y los verdugos del Tribunal de Orden Público. Una cuestión de salud pública. Dicho esto, capaz que si nos movilizamos nos aplican la figura premoderna de desacato. En tiempos de neofeudalismo, y en el país de Fernando VII y Ana Rosa Quintana, todo es posible.

El ojo del culo de Quevedo

Share

La posverdad no es, como dice Timothy Snyder, el anticipo del fascismo, más bien el capitalismo es el huevo de la serpiente, y la posverdad una excrecencia o manifestación extrema del mundo al revés, el síntoma del fetichismo de la mercancía que inicia con el periodismo de referencia y termina con la lectura a lo TRUMP y ABASCAL, personajes de esta tragicomedia que, a todos los efectos, tienen por teología seguir la estela de la escatología política. El supremacismo blanco no es, en fin, otra cosa que el proceso de inversión de lo real, el dominio del capital por el que, en este reino que habitamos, prevalece la desigualdad, la falta de libertades y la baja calidad democrática. Ya lo ha advertido, con clarividencia, Javier Pérez Royo, a quien los profesores de Derecho homenajearon en un volumen, de lectura obligatoria, presentado el pasado mes por el Ateneo Republicano de Andalucía con motivo de la Feria del Libro de Sevilla. En su intervención, como en las columnas que escribe habitualmente, fue muy claro a este respecto. Cabe describir la historia moderna de España como la crisis permanente que no cesa de repetirse como farsa por el problema de la monarquía, un tapón que contiene las fugas a borbotones del propio sistema constitucional ante los reiterados incumplimientos, siempre postergados, de derechos fundamentales de la ciudadanía. Las consecuencias de esta lógica fallida es, como sabemos, la restauración conservadora que termina por derivar en colapso o cierre en falso de la crisis de régimen, anclándonos en el atraso e inmovilismo sociopolítico prácticamente desde Fernando VII. Vamos, por resumir, que lo de los Borbones es la polla, que dirían mis paisanos granainos. Cara al culo, la monarquía borbónica ha demostrado que es una porquería. No porque lo diga Evaristo, de La Polla Records, sino por la historia que representan en este país, una Casa Real, fuera de la realidad, henchidos de mierda, y jugando a la democracia cuando una y otra vez no han hecho sino socavar toda posibilidad de monarquía parlamentaria. Vamos que la República no se impone en nuestro país por convicción y pedagogía democrática, sino por la insoportable podredumbre de una dinastía corrupta, inepta, cleptómana y dada a cualquier cosa menos a trabajar por el bien común. Lo peor es que sabemos desde los ochenta el grado de putrefacción que ocultaba el cerco mediático, y mira que estudiamos la historia antecedente de latrocinio y traición a la patria de la casa real, cuya norma de comportamiento es convertir realmente el país en un verdadero lupanar. Ahora, el problema no es que la monarquía sea la polla, sino que nos toman y siguen considerando apollardaos. No lo puedo decir más finamente porque el análisis, a fuerza de afinado, indigna cuando vemos que nos están dejando finos filipinos: vulgares siervos de una colonia que hiede a estercolero. Se impone lo escatológico en esta querencia borbónica por la coprofilia. Así que, atorados como estamos entre el alma y la era del vil metal, que diría el maestro Juan Carlos Rodríguez, es recomendable volver a leer a Quevedo y conocer las “Gracias y desgracias del ojo del culo” (1628) reeditado por Pepitas de Calabaza, o mejor en la edición del bueno de Padilla, por ser el culo, en palabras de José Luis Cuerda, el mejor faro, catalejo y visor con el que radiografiar esta España nuestra en la que nos gasean con ventosidades desde los medios y el Tribunal de Orden Público. No sé si seremos capaces algún día de hacer un juicio como el de Nuremberg contra los macarras de la moral, pero al menos no perdamos el humor y actualicemos nuestra capacidad satírica para mostrar lo que nos quieren ocultar en esta política del engaño de los amantes de lo escatológico en cuerpos ajenos, aquellos que viven en la azotea de nuestro maltrecho edificio institucional y tratan de persuadirnos que llueve para todos y es bueno, aunque sea lluvia dorada de una corona inservible, salvo para vicios privados. Nunca hubo virtud pública alguna en la dinastía. ¿Dejaremos de persistir en un imposible constitucional?. ¿ Conquistaremos por fin nuestros plenos derechos ciudadanos en forma de poder constituyente?. Estoy seguro que sí, espero que no demasiado tarde.

Entrevista a Aznar

Share

Decía Blaise Pascal que lo contrario de una verdad no es el error, sino una verdad contraria. En estos tiempos convulsos de pandemia y crisis de régimen, se procura no obstante estabilizar lo inevitable: un proceso constituyente y el advenimiento de la III República, contra viento y marea. Pareciera, en fin, que la historia se repite como farsa.

Cabe así hacer un ejercicio memorialista sobre el 23F o la fabricación de presidentes (Suárez/González) con el blanqueamiento de la figura del jefe del Estado y la dinastía borbónica, la peor plaga que ha asolado por siglos la historia de España y que estos días pone en evidencia el teatrillo de la propaganda para legitimar un orden que es todo menos acuerdo y consenso democrático.

En esta estela cabe, por ejemplo, situar la entrevista de Jordi Évole al mal imitador de estadista José María Aznar. Si no aciertan a confirmar esta evidencia pueden, no obstante, corroborar tal aseveración leyendo La paciencia de la araña (editorial Samarcanda), de Juan Carlos Rodríguez Centeno, una obra que ayuda a realizar la necesaria lectura a contrapelo de la historia con la que aprender a pensar nuestro presente.

No vale decir, como es habitual respecto al cine, que hemos dedicado demasiadas obras al periodo de la Guerra Civil. Esta afirmación, si me permiten el atrevimiento, se antoja inconsistente si comparamos con otros países como Estados Unidos, que han vivido situaciones semejantes.

Pero, además, es del todo falsa e inconveniente desde el punto de vista de la guerra de clases hoy en curso, más aún si se conoce la economía política de la guerra, los negocios en el origen de buena parte de los emporios del IBEX 35 que la novela retrata, no solo a través del financiero Juan March, sino con otros aventureros y buscadores de fortuna de lo que podríamos denominar en España como capitalismo de amiguetes o cultura del estraperlo.

En esa España que se fraguó no puede faltar la figura del rey, la figura por antonomasia de esta lógica depredadora. No quisiera extenderme en la recomendación de la obra, pues la columna de este mes viene motivada por el malasombra que reaparece no sabemos si para justificar el sinsentido o para dar sentido a su forma insulsa de ser y estar.

Pero permita el lector una digresión, con todo lo arriesgado del oficio, más que nada por que escribir sobre la obra de un compañero o camarada siempre es un compromiso. Y hacerlo con la libertad de la lectura gozosa exige tomarnos la licencia de curtir de curador, o de curar las heridas propias de una grieta o herida por la que sangra la literatura, tanto como el cine o la historiografía.

Ahora, si nos atrevemos a tal ejercicio sin red es porque puede ayudarnos a saber quién era Manuel Aznar y, quizás, permitan la arrogancia de tal intención, ello sirva para ilustrarnos en el contrapunto entre la novela y la reciente entrevista a Aznar que tan aleccionadora se antoja.

En La paciencia de la araña, el profesor Rodríguez Centeno despliega todo un tratado sobre la propaganda y el papel de la prensa en tiempos de guerra, un tema hartamente querido por el autor. En sus páginas, figuran personajes como Arthur Koesler, la propia figura de Queipo de Llano, Bobby Deglané o la propagandista nazi que protagonizó uno de los episodios más tristes y lamentables de la propaganda negra en España.

La obra muestra, además, las estrategias de propaganda falangista. No en vano, se sitúa en el periodo histórico emblemático para el tema, la era de la propaganda de masas, un periodo propicio para la reflexión.

La Europa de entreguerras y EEUU fueron el laboratorio del manejo de la radio para la movilización social y para las causas de las ideologías en la Alemania nazi, el fascismo en Italia y desde luego en España, como en Estados Unidos, el modelo de control y previsión social de la cultura fordista.

En la novela, vemos cómo la propaganda aparece siempre, como define uno de los personajes, con las manos manchadas de sangre, tan efectiva y necesaria como cualquier cuerpo del ejército y que se puede explicar, en buena medida, por la economía política de la guerra a propósito del terror y la crisis capitalista.

De la Residencia de Estudiantes con Buñuel, Pepín Bello o Celaya y la Sevilla subalterna y desconocida, de los interiores y hábitos de la Falange, a la realidad del campo andaluz y extremeño, de los tugurios y burdeles de la retaguardia, a los hospitales de campaña y los devastadores efectos y consecuencias de la barbarie, el pasado se proyecta en el presente, en el sentido unamuniano –nunca mejor traída la expresión– como auténtico personaje de este trasfondo histórico que nos hace pensar este tiempo con otra mirada, porque novelar es recrear, una práctica que ayuda, qué duda cabe, a comprender mejor la razón de ser de actores políticos tan nefastos en la historia como el propio José María Aznar.

Nuestro presente, vamos, es un vivo retrato del miserabilismo reinante en España que, como escribiera el bueno de Vázquez Montalbán, sigue habitado de fantasmones. Propongo por ello al lector que acometa la lectura de la antología de artículos Cambiar la vida, cambiar la historia (editorial Atrapasueños, Sevilla, 2020) y la novela de Juan Carlos Rodríguez Centeno para recuperar el hilo rojo de la historia, las tramas del poder, la verdadera faz de personajes en contrapunto a la realidad moral del campesinado de Castilla como ya hiciera nuestro Zola particular en los Episodios Nacionales (hoy objeto de culto y conmemoración pero que normalmente ha sido poco o nada valorado, por no decir que, por el contrario, más bien olvidado en el baúl de los recuerdos).

En fin, si Aznar olvida en la entrevista su responsabilidad con la crisis de 2008 y en la historia de los crímenes de guerra en Irak, es hora de proponer un ejercicio memorialista, bien documentado. En ambos casos, les garantizo que van a pasar un buen rato riendo, pese al tema y crudeza de lo narrado.

El humor y manejo de la fina ironía del gran Vázquez Montalbán es conocido. Pero Rodríguez Centeno no se queda corto, como cuando uno de los personajes imagina un desfile de la victoria en Madrid con tropas customizadas modo LGTB o cuando Celia Gámez aparece en escena protagonizando un jocoso episodio.

El autor demuestra en estas y otras situaciones una gran capacidad, como Eduardo Mendoza, de jugar con las contradicciones de la vida, en medio de la tragedia, de descubrir la picardía, el chiste rápido, la espontánea carcajada del lector ante situaciones inverosímiles. Aprendizaje, suponemos, del cuchipandeo o de la técnica publicitaria del oxímoron. Y que da para disfrutar con situaciones hilarantes como la del tanquista italiano Giuseppe Patera, integrante del convoy nacional que se dirigía al frente de Madrid y termina –lean el episodio– proporcionando información al bando republicano por los retortijones que le obligaron a apearse en el camino para obrar.

Pero no les revelo más, solo les anticipo que el autor, como el gran Vázquez Montalbán, domina el arte de la chufla, del choteo, el chacotismo, la mofa y hasta el albur, recursos necesarios en nuestro tiempo cuando solo podemos asumir, con la ironía como mecanismo de resistencia, el arte de vivir, contra toda catástrofe, combatiendo a los macarras de la moral, pues, como ayer, lo narrado tiene continuidad hoy con los Espinosa de los Monteros, como antes Juan Samaranch o Fraga marcaron el camino de una farsa, mientras aún hoy el hospital de Granada sigue llevando el nombre de Ruiz de Alda, pese a la Ley de Memoria Histórica.

Estos y otros hechos novelados dan cuenta de la actualidad de esta novela, más aún si tomamos en cuenta diálogos como el de Benjumea y Juan March sobre las fundaciones y la producción ideológica de lo que Chomsky denomina la fabricación del consentimiento.

La conversación de Queipo y Sainz Rodríguez sobre lo que fue el camelo de la corona ilustra, en fin, cómo en la historia podemos leer nuestro presente y proyectarnos hacia el futuro trascendiendo personajes contemporáneos como Carlos Colón, Nico Salas o algunos aprendices de Giménez Caballero y Dinosio Ridruejo que pululan actualmente por nuestro entorno informativo sin razón ni decencia.

Así, hoy como ayer, el lumpen abunda como coro de fondo en la Falange Española del mismo modo que abunda hoy en Vox. Y siguen proliferando sujetos, como el personaje del capítulo XII, en el que la amiga de Pina López Gay, pasa de ser vanguardia de la Joven Guardia Roja a militar con puestos en la UCD, luego AP, y terminar como parlamentaria andaluza del PP en una prueba más de travestismo político. No digan que no da para reír.

Siempre nos quedará esta forma antagónica de autonomía: la estrategia del caracol, de la que Aznar no ha aprendido nada de nada a juzgar por la entrevista. Si algo queda claro en el programa de Évole es que nunca ha tenido sentido del humor. Y el rictus le puede, como es normal en personajes patizambos que acaban por hacer llorar a media humanidad, pero no consiguen comprender la alegría vital de la multitud porque nunca fueron, porque son del bando de la muerte. Nada en fin tan ridículo como el rigor fortis o mortis. Que la fuerza le acompañe, como a Cebrián y, antes, a Manuel Aznar.

Monarquía y régimen informativo

Share

Cuando, en los términos que hizo célebres Gramsci, lo viejo no acaba de morir, la narrativa se puebla de vampiros, dráculas y otros personajes parásitos que evocan o proyectan nuestros miedos e incertidumbres. Del Frankenstein de Mary Shelley y la escritura de El Capital y de The Walking Dead al cambio social que se avecina, la era de los muertos vivientes es el tiempo de emergencia de lo nuevo en el que aún malviven, a costa de la vida y la juventud, figuras retóricas de lo informe.

Ello explica la moda por el turismo gore (dark tourism) en ciudades como Sarajevo, la proliferación de series como Chernobil o el consumo de cómics al uso que seducen a la nueva generación millennial o como queramos definirla. En estas y otras manifestaciones culturales, no olvide el lector que estamos ante un epifenómeno de la ficción que, en las propias noticias, es una constante del periodismo snuff. El gusto por los muertos vivientes es una característica del régimen informativo del 78.

No de otro modo se explica que Ana Rosa Quintana, esa gran periodista del (sin) corazón, nos advierta que a la monarquía, aún putrefacta, ni se la toca, no se la puede tocar, porque es intocable, como en la India cierta casta. Lleva razón esa gran líder e intelectual orgánica del IBEX 35, Díaz Ayuso: no todos somos iguales, Juan Carlos I es diferente, no tanto respecto a la oligarquía a lo Florentino Pérez.

La distinción en fin es clasificación, pero la farsa informativa que, a fuerza de repetir quiere hacernos convencer que Felipe VI está muy preparado y es diferente, ya no nos deja claro de qué diferencia hablamos: de la diferencia de la diferencia o de la diferencia de los iguales o sin nada. Porque algunos vemos lo mismo de siempre.

Advertía Gabriel Tortella de los Borbones franceses, tras años de exilio y el retorno en 1815, que ni habían olvidado nada, ni habían aprendido nada. Algo parecido se podría decir de la monarquía en España, incapaces de entender la patria ni sentir el palpitar de la potencia plebeya.

Por ello, en modo alguno sorprende que Felipe VI siga acomodado en la espiral del disimulo del facherío ultramontano y golpista. Otra cosa es lo de los medios que, cuando menos, nos suliveyan. Si la monarquía constitucional en España es un oxímoron imposible e indeseable, lo de los medios no tiene remedio.

De la falta del decoro y el insulto zafio y ridículo del converso ex Bandera Roja a los vendepatrias y anunciantes de seguros por doquier, pasando por los bustos parlantes que solo entienden de economía neoliberal, nuestras pantallas y ágora informativa están infectadas por la pandemia de la infoxicación vociferante.

En palabras de Víctor Sampedro, los periodistas y columnistas españoles actúan, por lo general, según una suerte de obediencia debida, más propia de cuerpos uniformados, que en crisis como los atentados de Atocha o con la crisis de la monarquía por los papeles de Suiza actúan de forma monolítica, uniformados en el orden reinante de la vulneración de los derechos de todos, quizás por ello, digo yo, la profesión periodística y los medios españoles son los peor valorados de la UE. Alguna razón debe tener la plebe para tanta desafección.

A ver si muertos ya los que hace tiempo debieran estar enterrados, Queipo de Llano inclusive, logramos revivir otras formas, otras voces y otros modos de decir y hacer el más lindo oficio del mundo: la democracia lo agradecería más hoy cuando el coronavirus, como antes el 15M, ha deconstruido la cultura zombi de un sistema que ni vive ni deja vivir.

El movimiento instituyente debe, por ello, desplegar redes de solidaridad y confianza y medios alternativos. Empezaremos por decir lo que hay que hacer en el oficio y esperamos que la pedagogía democrática haga su trabajo: otra comunicación para construir lo común.

Un país de taxidermistas

Share

El mejor oficio del mundo, pobre Gabo, no es el periodismo. Este es el tiempo de los taxidermistas. Un futuro laboral garantizado en la era de la imagen congelada. Y es una pena, sobre todo por los defensores de los derechos de los animales, pero hay en este país una querencia por las mascotas disecadas que ralla el fetichismo perverso del tributo o culto a la muerte. De la censura de El Jueves por la parodia de la cópula real a la necrofilia hay solo un paso en un país en el que la desviación es la norma y lo normal resulta una anomalía histórica, al menos en el contexto europeo. Así. el arreglo o colocación (taxis) que nos indujeron a golpe (nunca mejor dicho, 23F mediante) de titular en la epidermis social (dermis) define un oficio propio de la necropolítica, por no decir de la coprofilia, de la pura sinrazón cuando tratan de revivir como eterno presente, dando apariencia de legitimidad, animando una figura obsoleta, formalizando, en fin, la exposición, visibilidad y conservación de una institución, la monarquía, que ya no merece más concesiones ni licencias históricas, si consideramos el latrocinio de los borbones a lo largo de la vida de la corona en la piel de toro. Llama la atención, eso sí, resulta más que hilarante, ver cómo los gacetilleros a sueldo del IBEX35 descubren hoy lo ya sabido en la Corte. Con el oficio propio del arte de la fijación, extraen todo el agua retenida en la figura y salan la piel para evitar la descomposición a fuerza de repetir que Juan Carlos I tiene un legado, una piel que bien merece ser rehidratada y conservada, según opinan, poniendo en remojo, con una hemeroteca ya trucada por el conocido silencio del cerco mediático sobre las corruptelas del régimen – llámese Casa Real o Botín – los servicios a la patria del Borbón. Así, una vez en remojo, fija y dada esplendor, como la RAE, empiezan a ejecutar el piquelado mientras la piel se desnaturaliza mediante salado y acidulado para, finalmente, curtir, engrasar y mantener firme una figura, una máscara, como si se congelara la imagen en el tiempo, como la técnica de liofilización, si bien me parece que, en la era de la cultura zombie, se tiende más a la cripto-taxidermia, proyectando en la arena pública por los medios una suerte de criatura mitológica de seres, Felipe VI incluido, inexistentes y de nula o escasa proyección como fantasía para consumo de los súbditos. Mientras, en los medios, proliferan adoradores de la imagen que siguen con el culto a los muñecos del museo de cera, sin saber que tan pronto ardan las calles quedarán sin imagen a la que adorar. Lleva razón el Vicepresidente Segundo, Pablo Iglesias. La nueva generación de ciudadanos españoles hace tiempo que piensa en modo republicano, por tiempo y justicia plebeya. Ellos harán la política de la vida, animalistas que son, frente al culto a los muertos y la política zombie. Lo demás es puro entretenimiento, más propio de coleccionistas de objetos inservibles, o perdidos, y de ufólogos del periodismo que nos informan del avistamiento de objetos volantes no identificados mientras sigue el flujo de capitales de Ginebra a los Emiratos, de Panamá al Caribe, de Holanda a Londres, en esta zozobra de hundimiento del régimen más propia de la literatura de terror. El miedo, sin duda, está cambiando de bando. Lean si no en las calles lo que acontece. Como bien reza en la pizarra de la taberna La Paka de Huelva, las paredes son la imprenta de los pueblos. Aviso para navegantes en el noventa aniversario de Mundo Obrero, el medio más vivo y vivificador frente a los exquisitos cadáveres que habitan en el espacio mediático de este reino del vasallaje y la taxidermia.

Sintonía Laica 394 19/03/2020

Share

Francisco Sierra Caballero, catedrático de Teoría de la Comunicación; Pura Sánchez Sánchez, escritora y Sebastián Martín Recio, médico portavoz de Marea Blanca en Sevilla, miembros del Ateneo Republicano de Andalucía, nos hablan de la situación motivada por el cononavirus y el corinavirus.

Sálvame

Share

Nadie ha hecho tanto por la República que los tertulianos de Jorge Javier Vázquez. Y no es una boutade. La llamada «prensa del corazón» abrió la veda y hoy discutimos a diario la ausencia de transparencia de La casa real, los amores y escarceos de Juan Carlos I, las aventuras de Leticia, cual novia a la fuga, en su palpitar plebeyo, y la deriva patética de la prole sucesora que recuerda comedias de situación como los de Isabel II, salvo que no hemos de esperar la crónica en los diarios o los rumores sobre la Corte que circulaban antaño en Madrid.

Hoy la monarquía no se salva gracias a la televisión que no solo une a la familia, sino que ayuda a separarla. Si el pueblo no fue salvado, y la banca sí, a algún chivo expiatorio habría que sacrificar. Donde manda capital, no manda monarquía.

El lenguaje honesto, hipócritamente moderado, virtuosamente lleno de lugares comunes de Felipe VI no pasa el polígrafo, les aseguro. Su más profundo sentido en labios del autócrata lo revela la Bolsa de Madrid. De ahí que no convenza ni sirva como lenguaje provenzal.

Se impone, poco a poco, el sentido común de la gente. Falta ahora dar forma a la alternativa democrática, transversal y antagonista: una suerte de PGB, el Partido de la Gente del Bar. Doy ideas por si algún errejonista descarriado le da por seguir jugando aunque, si se trata de jugar, mejor que acudan a la rueda de la fortuna que no estamos para pendejadas de saldo, liquidado como anda el país, en llamas (no las de París y los chalecos amarillos) sino quemados, en medio del desierto y el pastizal amenazando el apocalipsis con algunos lobos solitarios como Aznar anunciando el fin de la historia y de España. Mientras se impone, como avanzara Barthes, el mito de la fortuna.

Como en Francia, en el siglo XIX, la televisión nos hace un calvo: el sentimentalismo de la Lotería, una promesa de ganancia destinada, en su origen a embarcar a vagabundos de París para California. De una parte se quería que los sueños dorados desplazasen los sueños socialistas del proletariado parisino, y que la tentadora perspectiva del premio gordo desplazase el derecho doctrinario al trabajo.

Naturalmente, los obreros de París no reconocieron en el brillo de los lingotes de oro de California los opacos francos que les habían sacado del bolsillo con engaños. Pero, en lo fundamental, se trataba de una estafa directa, como a diario hace el IBEX35 en nuestros días con la promesa, siempre aplazada, de recuperación y bienestar.

En fin, no sé qué les iba a contar. Veo que se me ha ido el santo al cielo, o el razonamiento al chiribís de la tertulia. El caso es que necesitamos Sálvame, tanto como los bares, donde la esperanza aguarda embozada en cada esquina.