Er capital

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En estos tiempos locos de restauración neoliberal, de discursos de la guerra, tenemos un problema: el capital necesita reorganizarse en condiciones sociales autoritarias. Democracia casa mal con la acumulación por desposesión. El cambio de ciclo que vivimos no es otra cosa que la vuelta a un hedonismo conservador en forma de decadentismo del régimen imperial que subsiste arrastrándonos al colapso civilizatorio. Se impone, en otras palabras, la prospectiva de la aniquilación, el sinsentido de la política de la elección de lo peor. Las señales son ostensibles, en las calles, en los bares y, antes como correlato, en las pantallas. El ruido mediático de la caverna se complementa con la cacofonía de los tertulianos y el silencio de los nadies, que diría Galeano, en una suerte de ritornello que nos evoca otras épocas. Y mientras, quienes podían advertirnos de tal deriva, como otros arriesgaron antaño en serio, léase Sacristán, nada dicen, todo lo consienten. El modelo de intelectual TEFAL, antiadherente, es, como advierte Pierre Conesa, una realidad en Francia y la mayoría de países de la UE, y en España, dadas las circunstancias excepcionales, prima más bien el intelectual posit, que no sabe decir NO, y que se pega donde conviene plegarse. Pensadores de la hermandad del cazo, los expertos y reforzadores de opinión que trabajan para el Instituto Real el Cano, Open Society o Heritage Foundation en EE.UU. nos dicen en el canal progresista, vaya oxímoron, que es inevitable la escalada militar y que hay que seguir el camino trazado desde Washington. Todo por la pasta, la que reciben por ser coristas disciplinados que replican la letra y música del Pentágono y la que nos expropiarán para mayor gloria de Lokheed Martin y otras empresas estadounidenses que esperan mejorar su balance comercial a costa de nuestras vidas. Y lo hacen con una suerte de inversión de lo real, de mixtificación, ilustración oscura lo llaman, desplegando una caja negra sobre lo social inescrutable. En la era Big Data, como con “El desafío Starbucks”, la clave está en la explotación de datos, materia prima de la nueva economía política de la información personal. En palabras de El Roto, los que nos quieren tener localizados son ilocalizables. Ya lo advirtió Jesús Ibáñez, el sistema del capitalismo tardío exige el flujo de información de abajo hacia arriba, extractivismo de materia prima, para inyectar en la base social, a posteriori, toda suerte de productos, discursos y contenidos manufacturados con cargo a nuestros bolsillos, por supuesto.

De las encuestas y sondeos al control y extracción intensiva de datos, somos continuamente monitorizados, inmersos en una experiencia mágica para los legos cuyo único legado posible es la servidumbre, permanecer ignorantes, faltos de conocimiento del sistema, impávidos, ilotas y domesticados. Así, los productores de “Strangers Things”, por señalar un ejemplo cercano, hacen numerosas pruebas pretest a los públicos, y comprueban que nos segregan en la justa medida serotonina suficiente para deglutir, fidelizar y reproducir el rol y consumo necesario que mantenga el bucle recursivo de la industria del entretenimiento. En este proceso, Netflix y Google nos expropian la vida extrayendo la materia prima del capitalismo de plataformas. El americanismo de esta era de la Inteligencia Artificial es la colonización de la información personal: de Nike y Coca Cola a Cambridge Analytica. Una hegemonía cultural que se refuerza, más allá de la pandemia, movilizando a las masas en forma de opinión pública aclamativa que grita al unísono: dame veneno que quiero morir, dame dame veneno. Cosas de la necropolítica. La canción de los Chichos es hoy la banda sonora sentimental de la era del consumo compulsivo, donde la sonrisa de Amazon se torna mueca satírica siempre dispuesta a satisfacernos para cuadrar la cuenta de resultados, con un incremento de un 22% solo en España. Y sigue la fiesta, contrariamente a lo que proclamaran los de la ardilla. El resultado: un medio ambiente tóxico y contaminado.

El ecosistema informativo patológico es especialmente dañino para los más jóvenes. Incluso la cultura pop ha mutado en una suerte de estética de la afirmación pansexual. Una operación cosmética de consumo rápido, por no decir marketing basura, que ha llegado al extremo de la ludopatía universal. La cuestión es que en la era del principio prohibido prohibir cómo procuramos una mediación rehabilitadora y sostenible visto el cuadro analítico que tenemos. No parece que en Bruselas este asunto esté en la agenda prioritaria de actuación, ni entre las fuerzas transformadoras de nuestro espacio político. Supongo que nunca leyeron los Escritos Corsarios de Pasolini o que no toman en serio los ejercicios filológicos de Gramsci, pese a todas las evidencias: Spotifyer, instragramer, influencer, satisfayer, youtubers, , . . . . . . eeerrrrrrrrrrrrrrrr. Demasiada expresión gutural y colonialismo naturalizado sin respuesta. No hay cuerpo que lo aguante ni inteligencia que lo acepte con resignación. Hora pues de confrontar a ER CAPITAL. Tiempo de poner en su sitio a los tontopollas que proliferan en esta modernidad cosmopaleta que nos domina, empezando por los conversos de Silicon Valley y continuando con los gacetilleros a sueldo que replican las proclamas de los GAFAM cual cipayos reconvertidos a vendedores de crecepelo digitales, que de todo hay en esta feria banal del mercado tecnofeudalista que nos quiere vender Trump. ¿Cambiamos de pantalla?

El arte de la resistencia

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Decía Max Horkheimer que toda reificación es una forma de olvido, por ello conviene reconstruir siempre la historia de las experiencias y formas de lucha en los frentes culturales conocidos para vivir y transformar el mundo que habitamos. No es una tarea o empeño menor. La vida y el horizonte del principio esperanza depende de ello. Hoy que los valedores del franquismo sociológico se pasean por las Cortes y las tertulias de medio pelo como si nunca hubieran abandonado el atril, uno se pregunta cómo hemos olvidado tanto, cuánto nos han obligado a dejar en el rincón del olvido las mejores páginas de nuestra historia para salvar al rey, para vender una transición modélica, un relato de la reconciliación nacional que olía más bien a formol, ocultando a las nuevas generaciones la heroica historia de experiencias como Radio España Independiente, La Pirenaica, ese altavoz clandestino que fue mucho más que una emisora: fue un grito, un refugio, un dispositivo eficaz de resistencia comunista, organizador eficaz del exilio republicano. Hablamos de la primera iniciativa de contrainformación que logró avivar la esperanza y dar voz a quienes fueron sometidos a un largo tiempo de silencio.

Es frecuente, en los estudios en comunicación, documentar a partir de los años ochenta la historia de los medios libres y comunitarios obviando, queremos pensar que por ignorancia, no por sesgo ideológico, la aventura de una estación pionera no solo en la lucha antifascista, en línea con iniciativas como Radio Yugoslavia Libre o Milano Aperta, sino crucial históricamente como experiencia de contrainformación en un régimen totalitario sin apenas resquicios para dar cuenta de la vida sometida durante la dictadura. De ello tenemos testimonio en el libro del profesor Armand Balsebre y Rosario Fontova (Cátedra. Madrid, 2014), Las cartas de la Pirenaica, testimonio de la multitud represaliada por el genocidio franquista que ilustra no solo cómo operaba el principal altavoz de la lucha antifranquista, sino también, siguiendo las tesis de Lenin, a propósito de Iskra, de qué manera La Pirenaica lograba desplegar medios de organización del partido y, muchas décadas antes que el programa de Lobatón, cumplir con la misión de servicio público para el reencuentro de exilados y desaparecidos tras la devastadora Guerra Civil. Hablamos de un altavoz poblado de voces comprometidas que mantuvieron, en situaciones muy precarias, el difícil equilibrio del funambulista que atrae nuestra mirada hacia adelante y más arriba, porque quienes sostuvieron la emisora sabían muy bien y aprendieron en la práctica que, como advirtiera el gran Mario Kaplún, la comunicación es una calle ancha y abierta que hay que amar transitar, se cruza con compromiso y hace esquina con comunidad.

Desde julio de 1941, La Pirenaica hizo posible, en este sentido, mantener vivo el anhelo común de vuelta a la democracia siendo pionera en Europa en las emisiones clandestinas contra el avance del fascismo. Pasionaria, como años más tarde supo también ver el Comandante Chávez con la creación de TELESUR, tuvo la claridad meridiana para vindicar la paz y la palabra apostando por el uso de las ondas hertzianas como la mejor forma de desplegar el arte de la resistencia y defender la lucha por la legalidad democrática de la II República. Mientras el padre de José María Aznar daba los partes de guerra, terminada la contienda civil, desde RNE, La Pirenaica era la única fuente fiable de lo no contado en el régimen de terror franquista. Junto a la BBC y la Radio Pública Francesa, constituía el baluarte de la información veraz en medio de las cortinas de humo del NODO institucional con el que la población podía conocer la actualidad gracias al encomiable desempeño de numerosos militantes anónimos como Ramón Mendezona o Pilar Aragón, que creó en 1961, veinte años después de la primera emisión de La Pirenaica, Página de la mujer, un programa que reclamaba, en la tradición de Alexandra Kollontai, un feminismo de clase mientras Elena Francis difundía los preceptos de la sección femenina de la Falange. Está por reconstruir, explorando en los archivos del PCE, la historia íntegra, la trayectoria de una emisora con más de 100.000 emisiones, entre julio de 1941 y 1977, una memoria sentimental poblada de voces que alentaron la resistencia, en la que junto a la inconfundible audición de Pasionaria, se sucedían voces imprescindibles como las de Irene Falcón, Ángela Davis o Rafael Alberti, entre otros.

Hoy que en España se plantea la necesidad de un Plan de Acción Democrática, convendría empezar por hacer memoria y recordar quién estaba en el Ministerio de Información y Turismo, al frente de la censura, y quiénes lucharon por el retorno a la democracia en defensa de la República y la legalidad constitucional —fuera la propia Pirenaica o Radio Euskadi—, es hora en fin de honrar esa memoria, retomar el hilo rojo de la historia y haciendo un ejercicio virtuoso de la necesidad, en un tiempo en el que la información es una mercancía adulterada y la verdad un bien escaso excepcional, articular puentes de futuro extendiendo redes como Mundo Obrero Radio o, por qué no, aunque se nos acuse de habitar la utopía, poner en marcha de nuevo La Pirenaica, todo un símbolo de la cultura democrática y la lucha antifascista. ¿Sería posible una radio que, más allá de ampliar el pluralismo interno a nivel informativo o retransmitir sesiones de debate parlamentario, sea capaz de ofrecer un espacio para desmontar la narrativa escuadrista de los herederos de lo peor? Si el último programa de La Pirenaica fue emitido desde Madrid retransmitiendo la sesión de las Cortes constituyentes con el retorno de la democracia, hoy que los seguidores del franquismo sociológico alzan su voz altisonante, por qué no recuperar La Pirenaica para hablar con altura de miras, desde la robusta cordillera de un proyecto de libertad informativa para todos, una suerte de radio clandestina en tiempos de zozobra y desinformación. Los militantes de la comunicación alternativa somos conscientes que todo es posible con imaginación. Apaguen las pantallas y enciendan la luz de lo común. No hay otra forma no ya de soñar sino simplemente de vivir una vida digna de ser vivida, la misma que nos anima a cultivar los senderos abiertos y los surcos horadados durante años por infatigables luchadores sociales que sabían lo que hacían porque a su vez caminaron sobre los hombros de gigantes, o simplemente pensando contracorriente.

El vecino es Superbarrio

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Hace meses publicamos en Mundo Obrero un artículo titulado La Fiambrera Obrera, a propósito de la profusión de la cultura plebeya como estética emergente en el momento de crisis que vivimos, característica de la actual fase terminal del capitalismo. En este contexto de la difusa imagen de lo hortera, series como “El Vecino” ilustran, sintomáticamente, el retorno narrativo al realismo de la precariedad. La historia, filmada por Nacho Vigalondo, con guion de Miguel Esteban y Raúl Navarro, adapta para Netflix el cómic homónimo de Pepo Pérez y Santiago García, la historia de una suerte de Superlópez que vindica la ética del fracaso. La trama, no por sencilla, deja de ser sustanciosa. El protagonista, Quim Gutiérrez, es un tipo común, sin proyecto vital, que termina, por azar del destino, adquiriendo superpoderes, y adopta una nueva identidad, Titán, con la que resolver, desde el anonimato, situaciones comunes en la que se desenvuelve, siendo, y esto es lo novedoso, protagonistas los espacios, actores y relaciones de la vida cotidiana en los suburbios de la desesperanza entre lo cómico y, por supuesto, la ironía, principal mecanismo de resistencia de las clases subalternas. Bien lo sabemos desde el teatro épico de Brecht. El arte de la crítica de la representación consiste en poner de vuelta el mundo al revés a partir del recurso al humor, la vía más corrosiva para dejar en evidencia lo silente u obliterado, la espiral del silencio del disimulo. “Piratas del Caribe” no es un buen ejemplo de este proceso de identificación. Pero sí la literatura, del Quijote y las novelas de caballería al relato oral del bandolerismo en España. La idea aventurera de la banda o fratria contra el poder instituido como colectivismo demócrata por otros medios, al margen de la idea, es la historia cultural de la subalternidad como reclamo del consumo de masas. Hoy, en la era Netflix, El Vecino apunta en esta dirección, a partir de un guión que, en cierta forma, nos muestra la crisis que viven los treintañeros en una cultura posmoderna que acosa permanentemente su derecho a vivir en paz, cercados como están por las casas de apuestas y el subempleo. Narrativa audiovisual de la intemperie, la serie ilustra con humor, y un tanto de forma paródica, la lógica devastadora de un orden en el que el supervillano es el capitalismo, y su carta de navegación del naufragio de jóvenes sin futuro, en el escenario crudo y realista del malestar generacional proyectado entre redes, abuelos solitarios, opositores sin esperanza y bares, contrageografías, en fin, del desarraigo que nos recuerdan Villaverde, San Cristóbal y el extrarradio de grandes capitales como Madrid donde vivir es, sobre todo, y fundamentalmente, sobrevivir. Por ello el verdadero héroe de esta ficción es el vecino común. Como aprendimos en el I Congreso Internacional de Movimientos Sociales, el héroe siempre es Superbarrio, que bajo la máscara y el anonimato trata de luchar contra los desahucios y las injusticias en la gran megalópolis de la Ciudad de México. Una y la misma cosa: la máscara, en fin, como antaño la Mano Negra, nos muestra el orden oprobioso más que ocultar en los tiempos de la comunicación enmascarada. Cosas del mundo al revés y de las emboscadas de las clases populares que han de ocultar sus cartas para que la carta constitucional limpie y dé esplendor, ya que el hombre blanco habla siempre con lengua de serpiente. En fin, vean la serie y me cuentan. En los tiempos de las cuentas y el muro de Wall Street, hemos de contar cuentos para decir algo de verdad. Paradojas de un mundo programado en serie y en serio.