El sombrero de Melania

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Toda crítica de la razón cínica pasa por dar la vuelta al relato empaquetado que adulteran los medios de infoxicación a lo Fox News. Tal empeño empieza a resultar urgente, cuando no una tarea de mortal necesidad. Nunca mejor dicho. Los cuentos que nos cuentan ocultan como accidente la acumulación de cadáveres en el paso de la desposesión al despojo, de la modernidad imperial al tecnofeudalismo bárbaro y depredador. Y no nos referimos al polémico saludo del discípulo de Ford, por nombre Elon Musk. Hablamos más bien de la restauración conservadora que se proyecta y naturaliza en el espacio público con el torrente de imágenes, titulares y representaciones simbólicas que a diario permean nuestro imaginario con el fin de hacer deseable la dominación autoritaria. Un ejemplo de la eficacia neofascista en la escenificación del relato de terror que nos inoculan es el caso del sombrero de Melania. Toda la prensa internacional interpretó la vestimenta de la primera dama estadounidense como un ejemplo de elegancia, sofisticación y formalidad, o en los medios más frívolos como una forma de distanciamiento del presidente Trump. Hubo incluso memes y una proliferación de numerosos comentarios en las redes sociales vindicando, desde el feminismo, una narrativa sobre los afectos no deseados y las relaciones íntimas del presidente ultra y su esposa en contra de la norma conyugal y el patriarcado, en una suerte de interpretación del mundo al revés. En medio de una declarada guerra ideológica, la lectura de la estética del sombrero de Javits que portó Melania Trump en clave marital, y no política, eludiendo el contexto histórico de la restauración conservadora cuando la imagen evocaba claramente la vuelta al tradicionalismo y el repliegue en los valores del fundamentalismo religioso en torno a la familia, la tradición y la propiedad, es una prueba más del despiste de la izquierda en la disputa del sentido común. Más aún cuando un simple análisis crítico del discurso mostraría, con todas las evidencias del contexto y la coyuntura en curso, que, en concreto, el polémico sombrero no es otra cosa que la vindicación de la cultura cuáquera. La«Sociedad Religiosa de los Amigos» que dio origen a las comunidades puritanas de colonos en Estados Unidos, los llamados «Amigos de la Luz» y «Amigos de la Verdad», representan no solo el quietismo y el temor a Dios, sino la ortodoxia ultra y la adoración de la riqueza cuya cultura tradicionalista ya fue decisiva en la estrategia de roll-back de Reagan con el boom de los telepredicadores y hoy vuelve de nuevo a primera plana con esta política de gestos y simbolismo que se despliegan por doquier a fin de incidir en la narrativa del Far-west versión 2.0. De hecho, las sectas evangélicas, el frente cultural religioso, desempeñan una función crucial en los planes de la Casa Blanca y en toda América Latina, e incluso empiezan a asomar la cabeza en nuestro país entre formaciones como el PP. Aunque el discurso de Donald Trump y su proyecto político dejan meridianamente claro que su administración se va a centrar en la “restauración completa de la hegemonía imperial de Estados Unidos” y una “revolución del sentido común”, resulta por lo mismo cuando menos paradójico que a este lado del Atlántico sigamos haciéndonos los suizos mientras se ha dado aviso de derruir el proyecto de la UE, empezando por Alemania, y antes con el Brexit de la mano de Steve Bannon. Llama igualmente la atención que nadie en la prensa de referencia haya hablado de la fundación parafascista Heritage Foundation y el “Proyecto 2025”, la propuesta programática de Trump para desmontar el Estado-corporación, en la misma línea de Milei. Quizás no quiera el periodismo nacional-catolicista imperante por estos lares poner en evidencia las concomitancias entre el proyecto de la derecha ultramontana patria y el régimen tecnofeudal que se ensaya en el imperio en decadencia en forma de cruzada para recristianizar la sociedad impulsando el robustecido protagonismo político y cultural de las elites económicas con el fin último de pasar de la acumulación por desposesión a la acumulación por despojo: sea en Gaza, en forma de genocidio, o en Europa vía incremento de compra de armamento a Estados Unidos por exigencias de la OTAN o, lo que es peor, con la actuación de los fondos buitres del muro de Wall Street que especulan por encima de nuestras posibilidades, imponiendo las clases rentistas su interés sobre el derecho a techo constitucional.

Quizás cuando algunos periodistas y medios vean perder su libertad, ya lo empiezan a percibir, convertidos en meros siervos de los lugartenientes de turno del gran capital financiero, logren al fin comprender que de Reagan a Trump, de los cuáqueros a Silicon Valley, de Pat Robertson a Elon Musk, la comunicación o la llamada ideopolítica es la guerra de clases por otros medios. Y cuando la cultura que nos rodea con la americanización se impone en forma de barbarie programada, sea con la celebración de Halloween y el desayuno con cereales de estética cuáquera, sea por la emulación de los medios ultravoxiferantes a lo Murdoch con la pródiga estupidez supina del comentario tertuliano sin sentido, salvo repetir lo consentido por la familia Botín y el bunker de Zarzuela, parece llegada la hora de volver a definir con inteligencia la disyuntiva de Rosa Luxemburgo. En otras palabras, si no avanzamos una estrategia contrahegemónica frente a esta batalla de las ideas terminaremos como en El cuento de la criada. Así que conviene ir tomando nota y pensar e ir en serio, tal y como vindicaba Sacristán. O con esperanza, como recomienda Lakoff, que en sus reflexiones sobre cómo combatir el neofascismo plantea unos criterios mínimos de actuación para revertir el régimen autoritario en defensa de la democracia. Nos referimos a la empatía, la cooperación social, el optimismo, el lenguaje de los vínculos frente a la separación, el aislamiento y disyunción de los discursos del odio. Una poética y política de lo común que ante la incertidumbre y desorientación del negacionismo milite por la afirmación de la verdad revolucionaria, la ciencia en común, la conexión y organización social, la comunidad a lo comunista del film El 47, la vuelta a la calle y la barricada, a los barrios y los bares, a las conexiones sinápticas no mediatizadas por Silicon Valley, a la pedagogía democrática del diálogo y el consenso, a la política de la articulación y la educación republicana, a la resistencia del persistir y luchar con alegría de vivir, al no callarse y romper el cerco del silencio que los del sombrero de Melania nos quieren imponer, simplemente por ser los y las sin sombrero. Los nadie de Galeano que hace tiempo sabemos que no nos vale milonga alguna y, que como dice en estas páginas Felipe Alcaraz, o caminamos juntos o nos van a ahorcar por separado.

Aprendamos las lecciones de la historia, y leamos las cenizas de Gramsci. Por muy ancho de ala que sea el sombrero de Melania, nunca podrá ocupar toda la pantalla, ni el espacio público. Siempre hay margen suficiente para construir el materialismo del encuentro.

Mileistas

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Hoy que vivimos rodeados de medios zombis que disimulan que nada acontece mientras discurre el colapso del sistema y se acumulan los cadáveres, en una suerte de remake de la matanza de Tejas en forma de genocidio en Gaza santificado por los cuatreros de la internacional televangelista, la lectura de Monstruos del mercado, de David McNally, se torna del todo pertinente. No sólo aporta claves para entender este capitalismo vampírico de la globalización neoliberal y tecnofeudalista que, con sus excrecencias y figuras terroríficas, nos consume y devora sin mediación posible. Aporta además una cartografía para deconstruir la anatomía política del mielismo o la barbarie de la espectralidad fantasmática de lo monstruoso, y no porque Milei sea, como se dice coloquialmente, un fantasma, más bien un personaje del Mago de Oz, sino porque su política de terror, con motosierra de Viernes 13, es en realidad, como designa la palabra, una advertencia de la aporofobia y la criminalización de la protesta que Bauman ya describió como lógica consustancial al neoliberalismo y que, añadiríamos nosotros, marca el origen de la modernidad capitalista. Estos días de descanso con la familia en Argentina hemos corroborado estas tesis sobre el horror, la política del miedo y la proyección espectral de los herederos de Reagan, viendo cómo se reprimía duramente a los pensionistas al tiempo que se calificaba a los diputados del Congreso de degenerados por aprobar medidas de subida de las prestaciones jubilatorias. La teatralización de Milei no es casual, como las escenas altisonantes de Vox y el PP en el Congreso. Son siempre escenificaciones perversas de la política de lo peor. Una representación de la disciplina de clases, de la guerra contra los pobres, de la estética punitiva, de la dominación como norma.

En este marco cabe comprender la matriz primigenia del discurso de la monstruosidad como la forma secular de la creación de un marco naturalizado de dominación de unas relaciones sociales degeneradas, codificando, por una suerte de inversión semiótica, todo derecho de la mayoría como corrupción, como una cosa deforme y siniestra. Lo más sorprendente es la fascinación, de fascio, que esta lógica discursiva tiene en la mayoría, no tanto por su dimensión nacional-popular de lo tragicómico-grotesco como la efectiva proyección abismal de lo terrorífico. Es la forma de mediar, en el lenguaje y los medios, las tensiones del capitalismo tecnofeudal contra la plebe, la morralla, el perral, los bárbaros o la manada, sea esta MENAS o los okupas. La misma racionalidad perturbadora tiene el discurso de Trump en campaña sobre migrantes que comen mascotas apelando a un difuso espíritu maligno, un espectro informe, bestial y amenazador, una turba caníbal que proyecta la potencial y fantasmática ola destructiva de la turba inmunda. Más allá de la disonancia cognitiva y el evidente desplazamiento sistemático de la realidad por la retórica de góticos relatos, ambos actores políticos, y en general la ultraderecha voxiferante, recuperan la voz de Burke y su discurso contrarrevolucionario, de clara violencia simbólica, contra las clases subalternas para ocultar el pogromo del capital financiero con sombras funestas. Soterrado persiste una economía política de la explotación intensiva sin contención, precapitalista, tecnofeudal diríase, que recupera tropos del desmembramiento y la anatomía política del cuerpo con formas autoritarias de disciplinamiento. Ahora, no todo es relato. Para que estos discursos resulten efectivos siempre es preciso, bien lo saben los Mileistas, el liberticidio. No hay proceso de restauración conservadora sin teratología informativa. En los últimos meses, Milei (no hablamos de España para no cansar) ha desplegado una batería de medidas para acallar voces. Una de ellas ha sido la intervención de la Defensoría del Público, una institución creada por la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. La medida en contra de los derechos de la ciudadanía y las libertades públicas con procedimientos irregulares y al margen del marco normativo y del propio espíritu de la ley que regula la creación y funcionamiento de toda institución de dominio público ilustra bien lo que representa un claro retroceso democrático y una anomalía desde el punto de vista del derecho. La anatomía política del despotismo y la excrecencia de lo monstruoso en el discurso de lo degenerado a lo Milei no admite anomalía democrática alguna, por definición esto, paradoja doble del bucle recursivo, es propio de castas y bestias insaciables. De ahí el estado de excepción como norma. Suspensión del derecho, supresión de instituciones garantistas, vulneración del principio de autonomía institucional, intervención arbitraria de organismos fiscalizadores y, para reforzar el bucle despótico, una estrategia de amedrentamiento de las organizaciones gremiales, académicas y culturales de la sociedad civil del sistema nacional de comunicación.

De paso el presidente de Argentina, por decir algo, ha aprobado una norma restrictiva de acceso a la información pública de la Casa Rosada, vulnerando el principio de transparencia. Pues de ello se trata, no hay novela gótica de terror sin penumbra que enrarezca y oscurezca el escenario. En la cultura del oculocentrismo contra la ilustración, esta poética del horror y del cerco informativo, junto al discurso del odio patológico, forma parte de la guerra de clases, que además de nublar el juicio e inhabilitar toda posibilidad de conocimiento, proyecta sobre el otro formas abyectas de dominación, de confusión de lo público en manos de lo privado, de privatización de la opinión pública por la dinámica de la separación del desquiciado proceso de fractura del cuerpo político, siguiendo con las metáforas de la anatomía. Toca pues producir una suerte de Scary Movie, reírnos de la retórica terrorista como una mala película de serie B, apenas una mala pesadilla, sobre la que podremos recordar y resistir, abonar la alegría del inframundo, mostrando los cuerpos de lo que el orden de Milei considera deforme y degenerado, proyectar públicamente, en fin, la ética del sufrimiento con canto sin cuentos fúnebres. La ironía y el humor son, ciertamente, el más poderoso dispositivo, junto al amor, para una pedagogía de la esperanza. Así que frente a Milei, más Gila o Capusotto, que no somos gilipollas, ni pelotudos, y cuando nos hinchan las bolas, salimos a la calle de carnaval, con batucadas, para hacer vibrar, con otra forma de temblor, los tambores de guerra anunciando que estamos locas del coño y vamos a por ellos, la verdadera casta, para que el miedo cambie de bando. En el cementerio de lo real, de las luces y sombras conocemos bien todo tipo de deformaciones e inversiones semióticas, sabemos cómo son las cosas, y ya no nos da miedo cantar ni contar lo que duele.