Ciberseguridad y geopolítica de la comunicación

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Las tecnologías disruptivas han revolucionado el arte de la guerra, las políticas de defensa y los modelos de gobernanza militar. En la actual legislatura, la Subcomisión de Ciberseguridad del Congreso va elevar un informe al Ejecutivo sobre la estrategia estatal de ciberseguridad. En las comparecencias y debates se constatan, cuando menos, cinco conclusiones compartidas por las fuerzas parlamentarias:

  1. El modelo tradicional de ciberseguridad sostenido a lo largo de las dos últimas décadas no es adecuado a los retos de los nuevos tiempos. La recomposición de los actores y grupos hegemónicos está acelerando los conflictos, tensiones y problemas de estabilidad y control del sistema-mundo.
  • Un incremento del coste de ciberseguridad en las grandes organizaciones en torno a cinco millones de euros plantea un reto de sostenibilidad de esta economía de guerra.
  • El aceleracionismo tecnológico de la IA generativa facilita ataques a gran escala con mayor precisión e impacto exigiendo respuestas casi en tiempo real.
  • La administración pública está respondiendo tarde y mal a esta problemática sin reforzar la cadena de suministro del software y la nube donde se estanca la memoria institucional.
  • El aumento exponencial de técnicas de ingeniería social como el phishing está extendiéndose socialmente al tiempo que casos cono el de Moldavia o Irán ilustran cómo la guerra híbrida, el uso de deepfakes, y los lobbies, socavan la soberanía popular.

En esta contexto, desde IU, hemos apostado por avanzar hacia un modelo de ciberseguridad basado en el principio de autonomía estratégica vindicando la soberanía digital. Un proyecto de Estado no puede depender de Estados Unidos e Israel. Necesitamos una política pública de ciencia y tecnología sostenible en el tiempo, evitando el modelo OMC de inversión pública y privatización del conocimiento patentado en manos de las grandes compañías de seguridad. Luego es preciso una política industrial más ambiciosa y consistente. Al tiempo, la Administración Pública debe acometer la ciberseguridad desde una visión integral, con evaluación y configuración participada por la sociedad civil. Más que nada porque la ciberseguridad es un negocio altamente lucrativo con ausencia de regulación. La caja negra del discurso cibernético es la economía política de la apropiación privada de la riqueza social. La historia del complejo-industrial militar del Pentágono es ilustrativa a este respecto. Y hoy es un poder que  protagoniza la agenda de rearme en todo el mundo. La disputa por las llamadas tierras raras forma parte del guion de Trump para garantizar su ventaja competitiva en la llamada cuarta revolución industrial. En otras palabras, el conflicto de los aranceles no oculta ya el reto de reorganización de la distribución geográfica de los recursos geológicos necesarios para la transformación de la economía. El mercado de minerales y la nueva geopolítica imperialista están teniendo de hecho un alto impacto en la economía y desde luego afectarán los ecosistemas y sostenibilidad medioambiental. Hablamos de un reto transversal que afecta al desarrollo y al ejercicio de las libertades públicas en términos de ecologías de vida. La necesaria extracción de materias primas y minerales para el 5G y el desarrollo de sistemas expertos obliga por lo mismo a la UE y a España a definir una política propia para la transición digital, la carrera aeroespacial e incluso las políticas de defensa. Pero ha optado por la subordinación a la hoja de ruta de Washington cuando resulta que EE.UU. ha perdido la batalla en la ciberguerra ante la planificación del sistema de ciencia y tecnología china. Pekín está muy por delante de EE.UU. La robótica, drones y satélites de China, aunque cuantitativamente menor en tamaño respecto a Estados Unidos, se ha mostrado más que competitiva, tal y como ilustra el desarrollo de Deepseek, considerado por un alto cargo de INCIBE como un arma de destrucción masiva. Un despropósito, sin duda, una prueba de la general incomprensión del bipartidismo que sigue anclado en la visión otanista cuando tras el informe ECHELON sabemos que el gran aliado, Estados Unidos, nunca fue un socio fiable. Hoy ha quedado además en evidencia no solo con declaraciones de altos funcionarios de la administración republicana, sino con la abierta amenaza de ocupar tierras enriquecidas de níquel, litio, cobre y otros minerales necesarios para la producción de componentes básicos de la ciberseguridad.

Exigir, en fin, un golpe de timón en esta materia no es solo demandar una política de transparencia. Se trata de vindicar sobre todo el diseño de ecosistemas autónomos y la plataformización pública a escala europea, integrando con nuestros propios medios una seguridad compartida en red con software e infraestructura propias, no de Israel o Estados Unidos que están enrareciendo el medioambiente y las relaciones internacionales para imponer unilateralmente sus intereses en la economía y la seguridad global, como puede verse, a sangre y fuego. La humanidad no se lo puede permitir. Sería el fin de los Derechos Humanos, y de toda seguridad para la vida en el planeta.

Soberanía digital

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Decía Neil Postman que los medios son metáforas de la cultura, y el bueno de Mark Zuckerberg lo confirma: su META, la fantasía virtual de la era robótica, es una propuesta de episteme para determinar el espíritu de nuestro tiempo, un tiempo pensado sin narrativa ni horizonte político posible salvo el del consumo compulsivo de la pantalla total. El metaverso es la negación de la poesía, es la narrativa 3D del capital, un espacio tóxico contra la democracia y la autonomía que debiera ser objeto de disputa, pero la soberanía digital no está en la agenda estratégica de Bruselas. Hay quien afirma, y no le falta razón, que el encuentro o cumbre de Versalles no solo es un avance, tardío e improbable, hacia la unidad e integración política del espacio común, sino quizás el canto del cisne de la propia existencia de la UE, que hace pocos años, tras el colapso de la pandemia, renunció a la ventana de oportunidad de acometer radicalmente lo evidenciado por el covid: la dependencia tecnológica. Como en la crisis financiera de 2008, la voluntad de refundar el modelo de desarrollo científico-técnico de la UE fue apenas un tímido escorzo difundido para unos cuantos titulares de la prensa y poco más. Y ello a pesar de la evidencia de lo inapropiado de la política de no intervención en el sector constatada con la crisis sociosanitaria. La falta de voluntad política y la posición subalterna de la Comisión Europea respecto al lobby Silicon Valley abonaron la nula imaginación creativa de los responsables de Bruselas en la materia, aun contando con ejemplos de buenas prácticas próximos y conocidos. Analizar y aprender no son divisas comunes en el espacio de libre comercio.

Occidente sigue con la asignatura pendiente de aprender de los cambios del gigante asiático a la vanguardia tecnológica en la larga transición de chinatown a chinatech, más allá del cambio del eje Atlántico al Pacífico El objetivo chino de liderar en 2030 la innovación en IA es ya un hecho, por planificación política y la eficiencia del gobierno de Pekín. Xi Jiping invertirá además casi un billón y medio en sectores estratégicos de la revolución digital. La cultura tecnológica desplegada en el país está siendo ampliada a velocidad de crucero con más de 800 millones de usuarios de smartphones y empresas líderes de referencia como Tencent, Alibaba o Huawei a la cabeza del cambio tecnológico. Y qué hablar de la ciberseguridad. Con Bairang, Dahua, Transinfo y Hikvision, China demuestra no ya ser la potencia emergente que ha de marcar el curso de la historia este siglo, sino además con ello se constata que es capaz de proyectar un modelo alternativo de gobernanza tecnológica. Tiene ciertamente el problema de la amenaza de guerra comercial de EE. UU. y la fuga de cerebros, además de la escasez de semiconductores en manos de los aliados de Washington, empezando por el gobierno de Milei en Argentina. Este poder y el de la arquitectura de la infraestructura son todavía determinantes para el proceso de transición digital y exige de nuestra parte una crítica actualizada del imperialismo cultural ahora que sabemos o más bien que hemos observado que existe una geopolítica de los cables submarinos que nos conectan. Conviene por lo mismo empezar a explorar las infraestructuras y procesos de organización subterráneas que nos limitan y condicionan los accesos para empezar a entender que ni somos tan libres ni Internet es autónomo y que el futuro de nuestra vida depende del modelo de implantación de la economía de silicio. Un proceso que está acelerando la modernización y automatización de la producción, reestructurando los modelos de mediación social y alterando radicalmente la experiencia vicaria de todos, en una suerte de cóctel explosivo que puede hacer implosionar toda forma de reproducción mientras asistimos impasible a la imposición de la ciencia de las redes pensando como mucho en la estética de las pantallas y las máquinas de sincronización cuando es vital disputar el sentido de la autonomía y más allá aún las ecologías de vida. Los desechos tecnológicos, de lo que nos acordamos no como ruina sino cuando en situaciones críticas como la ausencia de chips electrónicos apunta la necesidad de cuestionar la obsolescencia planificada y las dificultades de acoplamiento y de ensamblaje que la empresa-red y la política META/FISICA de los dueños de la psicoesfera nos abocan a definir, son un síntoma de la encrucijada histórica en la que nos encontramos, cuya lógica de innovación ni tiene fin, al menos social, o meta pertinente, ni permite la supervivencia de la propia especie, físicamente. Esta es la disputa y la cuestión a debatir: de la escuela a la vida, del trabajo a la cultura, y de la sociedad al gobierno de la polis, si aspiramos a que la telépolis tenga encaje futuro, ensamblando la sociedad real con la formal o figurada.

La conexión Huawei

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Que la guerra comercial es el arma, con la intervención armada, del imperialismo estadounidense para afirmar su dominio económico y militar es por todos sabido. El caso Huawei así lo demuestra. Intervenciones como el acoso y derribo de la principal operadora china en modo alguno debe ser analizada como una salida de tono de Trump, una bravuconada o política de unilateralismo propia del presidente republicano. Revisen la historia del sistema Galileo y podrán corroborar lo afirmado, cuando el Pentágono considera a la UE un adversario más que aliado. Por ello en la carrera del 5G la Casa Blanca presiona a Bruselas tratando, vanamente, de impedir el evidente desplazamiento del eje de relaciones internacionales del Atlántico al Pacífico, de Washington a Pekín en el que todo se juega en torno a la superioridad informativa y la capacidad estratégica que hoy por hoy ofrecen las nuevas tecnologías de la información. Así, la reciente imputación de la Casa Blanca contra el gigante tecnológico chino tiene pocos visos de prosperar aunque, sin duda, puede incidir en el desarrollo del 5G, como antes lograra Washington en la carrera por la televisión de alta definición y el estándar europeo (gracias, ni perdón ni olvido, a Inglaterra). El disparate del proceso en curso impulsado por el gobierno estadounidense no deja de ser por insólito ilustrativo del modo de proceder de un Imperio en decadencia: crimen organizado, robo de secretos comerciales, propiedad intelectual, violación de sanciones contra Irán o Corea del Norte, fraude bancario o conspiración como acusaciones contra la principal corporación china elevan el grado de tensión que Pekín y Washington mantienen en el marco de la ciberguerra. Ahora no piense el lector que con la elección de Biden todo volverá a su cauce. Aquí demócratas y republicanos son unánimes en defender el complejo industrial militar del Pentágono frente a lo que califican de autocracia digital. Como si EE.UU. defendiera el libre flujo de la información en tiempos de Bolsonaro y de persecución de ciudadanos universales como Assange. No he visto por cierto sesudos manifiestos sobre el ataque de la administración Trump a la libertad de información mientras se replicaba en las pantallas de los big media angloamericanos la declaración de espías de los periodistas chinos en una prueba más, irrefutable, de colonialismo, racismo y unilateralidad en las relaciones internacionales. Nada nuevo bajo el sol.

Desde 2018, la National Cyber Strategy despliega desde la Casa Blanca una política sistemática contra Rusia y China que se ha traducido en la campaña de guerra comercial contra Huawei con la anuencia de Australia, Chequia y Nueva Zelanda, so pretexto de espionaje tecnológico que, en el fondo, revela la disputa por la hegemonía que introducirá el cambio de la telefonía de quinta generación. Sin embargo, desde las revelaciones del Parlamento Europeo sobre Echelon, sabemos que Estados Unidos lleva décadas interceptando llamadas y correos de forma ilegal y no precisamente contra grupos terroristas, sino más bien a empresas como Thompson y a los propios dirigentes comunitarios a la par que reparte certificaciones de países aliados como Colombia o Israel, al tiempo que condena como parte del eje del mal a Cuba o Venezuela. En conclusión, con los GAFAM, el imperio siempre ha operado con una lógica fingida y dispar mientras la NSA monitorea datos personales y mantiene en Utah el centro de vigilancia más grande del mundo.

El futuro es de China

Con el control satelital y de centralización de información, la era de la cibernética es la guerra por el conocimiento, la información y la tecnología. El Make America Great Again no ha sido otra cosa que la guerra de un imperio en decadencia que se mantiene por la fuerza mientras el gobierno chino despliega la estrategia Made in China 2025 con la mayor inversión, más de 150.000 millones de dólares en sectores clave como IA, Big Data, seguridad cibernética y telefonía. Así las cosas, en un contexto en el que las grandes potencias se disputan la hegemonía económica y militar en la lucha por la IV Revolución Industrial, por la superioridad informativa y cognitiva, el futuro es claramente de Huawei y China. El éxito de más de un 30% de cuota de mercado de smartphone así lo confirma. Ahora que Bruselas descubre que la ciberguerra se juega en el campo de las telecomunicaciones y la geopolítica es una cuestión de algoritmo pretende regular un campo entregado por décadas a los GAFAM sin alternativa ni visión de futuro salvo alinearse con la OTAN y su falso aliado gringo. Si el futuro de la guerra en la era 5G depende de la superioridad informativa, la UE será en este caso un perdedor por activa o pasiva, por alineamiento y falta de criterio. Panorama trágico en un momento en el que la nueva guerra híbrida no augura un futuro esplendoroso de EEUU ante el avance de Huawei y ZTE. Ni NEC (Japón) o Nokia (Finlandia), y la creciente dependencia tecnológica de la UE. Si potencias emergentes como Rusia o China están a la vanguardia es en parte por los más de 20.000 millones de inversión en regiones como América Latina o África mientras la Comisión Europea juega a la alianza atlántica o al sueño esplendoroso de viejas metrópolis imperiales. No han entendido nada. Por no comprender siguen pensando en la economía creativa como un problema econométrico cuando sabemos que Internet no es un problema técnico, la Sociedad de la Información siempre ha sido una cuestión política y geoestratégica. El futuro de nuestra democracia y prosperidad, la propia seguridad nacional y de la UE depende del control de los dispositivos móviles y las redes. El 5G vaticina movimientos tectónicos, cambios telúricos, un nuevo ecosistema cultural y un telos que violentará la comunicación como dominio. La crítica de Joan Rabascall a los aparatos represivos de los aparatos ideológicos del Estado cobra en este escenario viva actualidad estando como estamos en la era neobarroca del capitalismo excedentario de la información de actualidad como eterno retorno. Cosas de la inconmensurabilidad de las pantallas y el deseo incandescente de la gente por vivir una vida digna de ser vivida, aunque Bruselas siga sin entender qué hacen los chalecos amarillos con sus dispositivos móviles. Ya lo entenderán, esperamos que no cuando cobre forma el colapso tecnológico.