Matonismo periodístico

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El pasado mes tuve el honor de defender como diputado la posición favorable a la Proposición No de Ley, presentada por el Grupo Parlamentario Popular, de apoyo a los actos conmemorativos del centenario de la Exposición Hispanoamericana de 1929, un hito histórico que expresa la voluntad de hermanamiento con lo que hoy es la Comunidad Iberoamericana de Naciones.

Las exposiciones universales, como la feria barroca de Sevilla, tienen su trascendencia histórica, más que evidente, y su complejidad, culturalmente contradictoria. Pues hablamos, en términos de Walter Benjamin, a propósito de la feria de París, de una función publicitaria, un escaparate en el que las multitudes se convierten también en protagonistas y objeto de captura de una mediación cuyo principal culto es el progreso de los medios de producción.

Hoy vivimos, claro está, otro tiempo, y por lo mismo conviene reflexionar el qué y para qué de la conmemoración del 29. Tras una primera etapa donde la industrialización era la base de las exposiciones universales, de Londres a París, se pasó a otra lógica celebratoria en la que las ferias centraban su esfuerzo en el intercambio cultural y, ya entrado el siglo XX, en lo que se denomina «marca-nación», siguiendo una lógica mercantil o meramente publicitaria.

Esta variante no estaba exenta de una lógica de reproducción del poder simbólico. Piensen en el modelo de París de Hausmann. El objetivo que se perseguía era la necesaria reforma urbanística de la ciudad, el fomento del turismo, la creación de puestos de trabajo y el desarrollo económico desde el impulso de las relaciones con países próximos.

Pero también conseguir una ciudad ordenada a escuadra y cartabón para facilitar la represión de los levantamientos obreros y mantener el orden público, como cita con criterio Anibal Quijano. Léase, por ejemplo, el ensayo de David Harvey publicado en Akal.

Esta lógica fue una constante de París a Barcelona o Sevilla. Es cierto que, además, en el caso de la Exposición Iberoamericana, se pretendía dar muestra del hermanamiento entre España y América Latina, en una convocatoria que podría entenderse como continuación del esfuerzo español por la conformación de la Comunidad Iberoamericana de Naciones, concebida desde el Congreso Social y Económico Hispanoamericano de 1900. Esta visión no estaba exenta de una nostalgia o melancolía colonial que debe ser cuestionada en pleno siglo XXI.

Celebrar el centenario de la Exposición del 29 pasa, en otras palabras, por actualizar la visión del espacio geopolítico iberoamericano desde una mirada contemporánea, crítica, de hibridación y transformación cultural, empezando por recuperar el patrimonio cultural de figuras como Anibal González y el regionalismo arquitectónico de Andalucía, históricamente negados pero, poco a poco, reconocido y recuperado en los últimos años gracias a la labor de periodistas, cineastas y creadores culturales que, en clave andalucista, supieron ver el valor cultural de la magna obra de espacios como la Plaza de España

En esta línea, conviene comenzar a preguntarnos para qué celebrar un centenario como este, con qué fin se plantea un megaevento mediático si no es para avanzar un horizonte de futuro repensando el sentido de un proyecto en común. La celebración de la Exposición Iberoamericana no puede ser ni por turismo, ni por marca ciudad, que no es necesario en Sevilla.

Tampoco debe ser por la lógica económico-industrial que dio origen a la Exposición, sino más bien para impulsar las relaciones culturales no desde la colonialidad de los tiempos de Alfonso XIII, sino desde la necesaria decolonialidad que exigen los tiempos de mudanza y libertad a la que aspiramos, para crear, fraternalmente, comunidad, lazos, vínculos, no en el sentido de Milei, que habla desde la subalternidad, sino en el sentido de Lula da Silva y su política cultural que ha sabido recuperar otros repertorios simbólicos, otros imaginarios obliterados en la historia, con los que es posible construir proyectos de futuro en común.

En el actual contexto histórico, en un tiempo de vindicación de la diversidad cultural y la multipolaridad, es importante asumir una mirada –otra–, superadora del discurso y cierto afán por recrear o reconstruir un nuevo imperio deudor de las soflamas «espirituales» y la antigua imagen del imperio ultramarino español, tan vindicado por la extrema derecha y la derecha extrema en nuestro país.

Como advierte el historiador Luis Ángel Sánchez Gómez en su artículo África en Sevilla: la exhibición colonial de la Exposición Iberoamericana, podemos concluir que, por lo que puede contemplarse en Sevilla en 1929, ese nuevo imperio hispano-africano imaginado por determinados personajes y grupos dominantes durante el primer cuarto del siglo XX está muy lejos no sólo de ser una realidad. Desde luego, prácticamente nada hay que recuerde antiguas «glorias imperiales» y tampoco existen cauces que puedan reconducir la presencia de España hacia algo parecido, en el Caribe o, incluso, en el Pacífico.

Por ello en mi exposición en las Cortes concluí señalando que «no repitamos la historia como farsa, construyamos más bien comunidad, dialogo y fraternidad desde el principio esperanza», contando con organizaciones de integración regional como UNASUR, ALBA, CAN o CELAC, además de los movimientos sociales indígenas, campesinos y populares de la región.

Pero he aquí que las enmiendas propuestas y aprobadas por PP y PSOE dieron lugar a poner en marcha lo que algunos denominan La máquina del fango y que no es otra cosa que el mediafare. La campaña de difamación, esto es, la guerra cultural contra quien piensa desde la tradición emancipadora es una constante en nuestro país.

Un supuesto periodista, Javier Macías –no Javi, ni Javito, ni Javiere: Javier Macías–, a la sazón quintacolumnista de ABC, me ha dedicado, probablemente por encargo, una columna con dolo y un rosario de falsedades que atentan a la propia imagen y es punible, con el Código Penal en la mano, por su manifiesta voluntad de difamación.

Si hace poco Ortega Smith quiso descalificar a mi colega, el profesor Pisarello, llamándole «tucumano», el supuesto periodista de ABC hizo de patriota de la oligarquía descalificándome como «decano indígena», a modo de sambenito, desprestigio, denigración, o insulto, lo que ya califica de por sí al personaje militante de la moda del matonismo periodístico que campa a sus anchas últimamente.

No hay peor necio que el que no quiere oir. Y, por lo general, aquel que no escucha activamente poco o nada puede escribir o pensar de valor. El oficio de periodista no es tanto preguntar como informarse y, para ello, escuchar atentamente. Si así lo hubiera hecho, que no lo hizo –no se documentó en forma alguna pues la intención era difamar–, sabría el supuesto periodista que soy orgullosamente un decano indígena, zapatista para más señas, que conozco y admiro las culturas originarias de toda América Latina, que he colaborado con sus causas justas y en cooperación cultural con las comunidades mayas, quechua, aymara y con el pueblo mapuche.

Sabría que orgullosamente atesoro una larga historia de amistad y encuentros con los pueblos amerindios y que desde CIESPAL, ULEPICC y otras organizaciones académicas internacionales que he presidido siempre tuve a bien trabajar en pro de sus culturas, cultivando con respeto y conocimiento la fraternidad y el diálogo cultural en la estela de sabios como Bartolomé de las Casas, Pipo Clavero, Rodolfo Stavenhagen o François Houtart.

En fin, que erró el tiro porque no ofende quien quiere sino quien puede y uno se reconoce decano orgullosamente indígena por este legado cultural que he tenido la suerte de cultivar. Es normal que piense un sujeto así que desbarro pues, en el sentido de Jesús Ibáñez, salgo de las barras de la normalidad de los señoritos del ABC, al que el pobre firmante se adscribe y por eso escribe, no al dictado, sino de forma dictatorial, ofendiendo lo que puede, con imprecisiones impropias de un profesional.

Claro que el firmante reconoce que no estudió mucho en la Facultad. Por eso quizás es incorrecto, que es el primer precepto de la redacción periodística. Ni acierta en escribir bien mi nombre, ni cita correctamente las teorías, ni entiende para el caso el sentido de la Espiral del Silencio, ni son verdad muchas de las afirmaciones que asevera sobre mi labor académica. Lo normal, vamos, en los adoradores de Inda. Nada nuevo bajo el sol.

Pero ya que la mala praxis es lo habitual en el periodismo hoy día, y no van a rectificar, probablemente el supuesto periodista no fue a las clases de Deontología Informativa por excesivamente teórico y normativo, permita el lector intervenir para dejar sentado públicamente el sentido de las ocurrencias, por tratar de ser elegantes ante las tropelías cometidas por el autor, que habla de oficio, y niega la función de la educación superior, que califica la Facultad de Comunicación en la que se formó como un espacio teórico con apenas dos profesores que sabían qué era el Periodismo: López Hidalgo –amigo personal– y Ramos Espejo.

Debería informarse bien antes de hacer afirmaciones gratuitas. El objeto de su estrategia de deshonra no solo tiene carnet de periodista: desde los 18 años he trabajado en prensa local, periódicos culturales especializados, radios municipales, en la cadena SER, en producciones audiovisuales y como jefe de prensa de organizaciones sociales. Aún hoy ejerzo en varios medios el oficio, como esta columna de Andalucía Digital.

Pero pareciera para una mentalidad obtusa que la teoría es lo contrario de la práctica y que un teórico de la comunicación nada ha de saber de la práctica informativa. No es el caso. Tampoco se aprende más sirviendo cafés en el ABC o dentro de los medios, donde no hay tanto magisterio como se presume y, lo que es peor, falta concepto y visión general, que es lo que aporta la universidad, por ejemplo, para no incurrir en vulneración del Código Deontológico de la FAPE.

Debería saber que hay normas y, en la teoría de los géneros, el profesor López Hidalgo seguro que le explicaría –conozco bien su obra– que los artículos de opinión no son para decir lo que a uno le venga en gana o para descargar opiniones infundadas. Hay un arte de la retórica y de la argumentación que falta en su artículo, como se falta a la verdad.

Empieza hablando de persecución a ABC de Sevilla. Si hubiera visto el video de la intervención, que no lo hizo, por escribir de oídas, sin escuchar atentamente, comprobaría que literalmente afirmé que Anibal González fue muy maltratado por los amigos del ABC –se entiende que por la oligarquía económica y política local, lea la historia–.

Por cierto, el ABC sí existía antes que la edición local. Otra mentira: nunca hablamos de ABC de Sevilla. Y para rematar la batería de inexactitudes en su campaña de desprestigio abunda en la idea central de un ataque a ABC de Sevilla. En el mundo al revés, los verdugos se presentan como víctimas sin pudor.

Si se hubiera informado bien, podría comprobar en las propias páginas de su periódico que, como decano, colaboré activamente con ABC de Sevilla, como con todos los medios, sin distinción ideológica o línea editorial; que recibí a autoridades religiosas, aun siendo partidario del laicismo.

En los cinco años al frente de la Facultad de Comunicación organicé varias actividades y exposiciones de ABC y sus directivos fueron invitados en todo momento; incluso organizamos un panel de aniversario del diario con Antonio Miguel Bernal y el por entonces director Álvaro Ybarra, el mismo que empezó una causa contra mi persona simplemente por acoger un acto del teniente de alcalde Antonio Rodrigo Torrijos, víctima del lawfare, para denunciar las manipulaciones del medio.

Nunca en público, siendo decano o no, ataqué al ABC. Y mire que hay razones sobradas para ser crítico con un medio que colaboró en los crímenes de lesa humanidad del franquismo, que ocultó la corrupción de la Casa Real, que hizo apología del nazismo y del fascismo con campañas de ensalzamiento de Hitler y Mussolini en sus portadas y páginas interiores.

Pero sí que fui víctima del diario, mucho antes, cuando, como simple académico, cobré del Ayuntamiento –como otros destacados intelectuales– 200 euros por un taller de capacitación. El diario nunca contó que fuimos muchos de los citados, como Joaquín Herrera y yo, quienes trabajamos gratis en los Presupuestos Participativos de Sevilla sin recibir honorario alguno.

Tampoco se esmeraron mucho cuando, en plena campaña electoral, titularon a toda página: Marxista, chavista e investigado en Ecuador por mal uso de fondos públicos. Todo cierto, a decir verdad, pero digo yo que por respeto al proceso de elección no es lo más apropiado, salvo que la intención de la noticia no sea otra que favorecer en la disputa el segundo escaño de VOX y, por tanto, el gobierno de la nación.

No se explica de otro modo el perfil que hizo Mercedes Benítez en el que no le quedó más remedio que reconocer los méritos y prestigio internacional que como académico he tenido a lo largo de mi dilatada trayectoria para, acto seguido, descalificar como docente mi trabajo por hablar de cosas incomprensibles para el ABC como la Teoría de la Aguja Hipodérmica –que vuelve a recordar el supuesto columnista, que no sabe aplicar las reglas del género de opinión– o por abordar debates contemporáneos de la revolución digital, como el Capitalismo Cognitivo, todo ello documentado en una web de dudosa fiabilidad. En fin, sin comentarios.

Para un medio que hace bandera de la falta de ilustración, cualquier excusa es válida. Y el supuesto periodista hace gala de ello: con errores de bulto, con numerosas falsedades e inexactitudes, para difamar con dolo, con incorrección de forma y fondo en el registro de lo que debe ser un artículo de opinión, y lo que es más revelador: con la propia negación de su cualificación cuando, por desprestigiarme y ensalzar al ABC, termina por echar piedras sobre su propia titulación y formación académica. Y es que no hay peor necio que el que no quiere aprender.

Si al presunto periodista le parecen absurdas las clases, podemos comprobar que, desde luego, estudiar no estudió mucho, porque ni sabe de lo que habla, ni tiene sólida formación científica y parece ser que las clases de Redacción Periodística tampoco las siguió con mucha aplicación. La de Códigos y Valores Profesionales sabemos que no. Pero no saber escribir una columna de opinión respetando las reglas del oficio ya dice mucho del personaje. Lo dicho, malos tiempos para la profesión cuando la ignorancia es norma de referencia y la impunidad, rutina.

 

La Era de los Cipotones

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Uno no está para seguir a los trolls, las redes y las cadenas ultramontanas de la extrema derecha y sus variaciones cromáticas (verde flex, naranja o azul). Tengo prohibido, por prescripción médica –como también debiera hacerlo Noam Chomsky–, seguir los medios de referencia informativa a fin de evitar sufrir y rechinar los dientes con las lecturas de la actualidad que hace el periodismo empotrado cada jornada.

Ya bastante tiene uno en su vida con el ABC, el diario matutino de humor no deseado, que vitupera, embiste y censura a diestro y siniestro, nunca mejor dicho. Y eso que, hoy por hoy, es una cabecera que pierde fuelle y lectores y que, últimamente, ni miedo da, y menos aún respeto infunde.

Ha colocado incluso a su director, Álvaro Ybarra, en el cementerio de elefantes del Consejo Audiovisual de Andalucía, con un presidente de arte dramático y ex altos cargos de la Junta cuyo único mérito es ser obedientes a la disciplina de partido. De vergüenza, considerando las soflamas del interesado contra lo público y contra toda regulación del Derecho a la Comunicación.

Claro que, como en el mandato anterior, para qué vindicar la participación cualificada en este órgano del Parlamento andaluz, si el aporte de la academia da grima. De un presidente jubilado, Antonio Checa, cuyo aporte no es otro que medrar y no hacer, por verónicas, a lo Rajoy, hemos pasado a su sucesora en el cargo académico, que dice que ha sido decana de la Facultad de Comunicación, pero que de política audiovisual y de las competencias del Consejo anda como liebre sin papeles: indocumentada.

Mientras, Canal Sur y los medios de representación actúan como el ariete de la expropiación de lo común. La única esperanza que nos queda es saber que ni Telecinco, ni en general los medios del duopolio audiovisual son vistos por la nueva generación, inmersa en el universo Meta de otros medios más proyectivos, ni la propaganda de Telemoreno la sigue ya nadie.

Si se trata de engañar, mejor usar uno mismo los filtros de Instagram. El virus de la pandemia que nos sacude es el de la simulación y el engaño, la cultura del filibusterismo. El problema es que el discurso cínico termina mutando en autoritarismo. La historia así lo demuestra.

Por ello conviene afirmar la virtud republicana frente a la emergencia de los cipotones y tontopollas que proliferan a nuestro alrededor y en las instituciones, de las que no se salva, por cierto, la Universidad, menos aún los altos cargos del Estado y los líderes políticos.

El problema, como siempre, es qué hacer para emprender una misión regeneracionista. No es que esté uno apático, pero la deriva de la estulticia como normalidad social es desalentadora, y no cabe hablar de cambio generacional como mera explicación lógica.

La gravedad de lo que ocurre en nuestro país no es equiparable, en ningún rubro, a otros países de nuestro contexto europeo. Cierto es que la crisis sistémica es global. Como ilustra el informe World Protests, hablamos de más de 1.500 movilizaciones contra los desajustes del sistema político y su captura por la máquina ordoliberal. Si sumamos a ello las casi 2.000 protestas por justicia social, el panorama es claro y revelador de la tendencia en curso que da cuenta de la crisis de representación.

De todas estas luchas y frentes culturales, el paradigma ilustrativo de cuestionamiento de la estupidez neoliberal es Chile, inmerso en un proceso constituyente, lento, contradictorio, paradójico, expuesto a las dinámicas retardatarias de la clase media, tratando de reconstruir y tejer el dominio público, como el actual Gobierno de la nación en España, mientras lo común sigue en manos de los GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft), en particular de la plataforma Amazon, con cifras de más de 125.000 millones de dólares por trimestre.

En este contexto, toda política democrática pasa por impugnar las estructuras que hacen posible el reinado de cipotones como Elon Musk, una suerte de señores del aire que imponen la ficción neofeudalista de nuestro vasallaje.

Pero esto solo es posible, con ilustración e inteligencia colectiva; con voluntad de unión y emancipación social; con disciplina y autoorganización colectiva en un frente de todos, los nadie, contra los jeques que nos dan jaqueca y nos imponen una vida de jaque mate.

De otro modo es seguir jugando al Cluedo o al Estratego, en el salón de casa. Así que advertidos estamos. Mientras, a la espera de esta toma de conciencia y regeneración democrática, no perdamos la sonrisa de santos inocentes, aprovechando que se celebró ayer.

Ya ha dicho el Papa que no existe el infierno: que el infierno es ya el reino de los cipotones. Así que a gozar y reír, como hago yo cada semana con la lectura de El Jueves, el único medio impreso serio del país. Cosas del mundo al revés.

Una última cosa, y no les ocupo más tiempo, que es un bien escaso: no dejen de cultivar los mejores deseos para 2023. Va a ser necesario, porque serán posibles. Me lo ha confirmado mi tarotista de cabecera, la Fer. Así que no se achicopalen, que soñar es vivir.