Medios excéntricos

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En la era de la hipermediatización intensiva, propia del capitalismo informativo, es tiempo de confrontar el reto de la Inteligencia Artificial y en España el problema mediático de la estupidez artificiosa. Uno, que no atesora la virtud ni mucho menos el ingenio del bueno de Sánchez Ferlosio, se ve tentado de hacer una genealogía de lo excéntrico y sus usos sociales, más allá de la palabra, por ser tal deriva, para el caso que nos ocupa, y en la era de la postelevisión, una patología letal del ecosistema mediático patrio, atrapado como está el periodismo entre la lógica del exceso, en función de la concepción de la noticia como señuelo circense, y la pura redundancia. Lo primero lo justifican los periodistas por perchas que yerran al tratar de dar sentido al disparate de la escaleta y la imposición del rating, y lo segundo es la deriva natural de la mercantilización extrema que incrementa el tiempo de la autopromoción institucional hasta el límite legal, con el consiguiente cansancio del público expuesto, solo e indefenso, al carrusel de los sucesivos anuncios de telenovelas o reality show en los espacios destinados a informar de la actualidad, que siempre es más de lo mismo: la mueca del entre/tenimiento, expropiado ya su tiempo de vivir y soñar. De manera que puede decirse que el sistema mediático nacional es, básicamente, obsceno, y refuerza la mediación espectacular característica de la industria cultural que, en su fase superior, solo obedece a la exigencia especulativa del capitalismo financiero, a la forma deriva excedentaria de cultivo de la desmesura, el exceso, y la excentricidad, todo aquello que va contra la escena y una política común de la representación, negando por sistema lo apropiado y necesario. Esta lógica está en el origen de la cultura masiva. El fútbol y los espectáculos de masas fueron de hecho la base de expansión de los grandes medios comerciales. A través de ellos se construyeron héroes y nuevos arquetipos de referencia a escala incluso planetaria, y hasta diríase que estratosférica, por la prevalencia o el gusto por lo extremoso o fuera de ordinario. La propia teoría de la noticia fue así permeada de inmediato por esta política del exceso tan del gusto de las masas en la era quiz show. Y en contextos como el nuestro, de cultura barroca, la vindicación de lo grotesco alcanza ya cotas inimaginables. Ya quisiéramos tener programas como De zurda, con Víctor Hugo Morales. En el modelo oligárquico rentista solo ha lugar para El chiringuito, un trasunto para el periodismo deportivo del actual Tribunal Constitucional. Si yo fuera, como reza la canción, Maradona, el último icono global, probablemente, Messi mediante, les mandaría a todos al carajo. Pero como solo soy un futbolista fracasado, no queda otra que regatear a mi sobrino Leo, felicitar a la albiceleste, amar como nunca antes la cultura “nacandpop” argentina, y pensar que un Frente de Todos es posible en España, justamente por el ethos barroco. Cuando la televisión no nos deja ver y el móvil ni pensar, en un tiempo en el que la telestesia es anestesia sin información ni periodistas, con una democracia de baja intensidad, bajo la tutela de un imperio en decadencia y el latrocinio que la disrupción digital favorece, es hora de centrarse frente a los medios de representación excéntrica.

Vamos a tener que ganar nuestro particular mundial introduciendo, en su justa medida, el necesario equilibrio y mesura que los medios que circulan no cultivan. Algo así como cierta actitud senequista, haciendo de Anguita en medio del ruido mediático de la caverna que no cesa. No es poca cosa, créanme, y la gente común bien lo sabe. Por eso son todistas, no se les puede engañar con las sombras chinescas de la versión oficial única a base de mentiras repetidas hasta la saciedad. Tienen memoria y experiencia: el saber popular de lo que fueron, de lo que son y de lo que quieren hasta que los sueños sean la realidad.

HD(p)

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En la era de las pantallas, están las normas HD, la alta definición, imprecisa y pixelada, a conveniencia de las telecos, los oligopolios del capitalismo de plataformas y los Hijos de Puta, que son los que gobiernan la red. En esta modernidad líquida, nuestra vida más que digital está gobernada por la curia de los HDP, una especie proliferante, que se multiplica como conejos, campando a sus anchas hasta descarrilarnos por el AVE de la velocidad controlada, que es tanto como el momento autómata programado y sin sentido.

Pero casos como GameStop anticipan la guerra que tenemos, y que no es la de Ucrania precisamente. La guerra de guerrillas ha llegado para quedarse. Y los fondos buitre tiemblan porque el miedo ha cambiado de bando en plataformas de intermediadores como Robinhood.

Primero empezó el espectáculo, luego la política y el periodismo y ahora toca las finanzas. O puede que haya sucedido al revés, no hagan mucho caso a este analista. El caso es que es notorio el descontento de los nadie. En foros como WallStreetBots lograron articular una respuesta coordinada contra los especuladores que da que pensar. Más aún cuando se da la paradoja DE que el caso fue sobre un negocio del juego y no vemos aun el videojuego en el que nos han metido los hijos de Wall Street, o de Reagan, que para el caso es lo mismo.

No en vano, este hiperrealismo hijo de perra es una suerte de neobarroquismo ya anticipado por Calabrese. Una cultura del exceso que prolifera por encima de nuestras posibilidades. En 2030, la Agenda ODS no sabemos si cumpllirá siquiera la mitad de sus objetivos pero, mientras, Amazon consumirá, previsiblemente, el 10 por ciento de la electricidad mundial como mínimo, mientras nos felicita las fiestas en Navidad con un mensaje sobre la empatía y la amistad, cuando quieren jodernos la vida.

Ya saben, los vendepatrias y traidores a la causa del pueblo siempre pueden prometer y prometen, para luego ejecutar lo contrario. Pero no me hagan mucho caso. Vivir entre pantallas es lo que tiene: que uno confunde los planos y termina hablando del franquismo sociológico, debe ser por exceso de información.

La neurosis de una iconofagia que no cesa como derroche de imágenes y bits o píldoras de información deriva por sistema en el colapso. Hay datos alarmantes ya. Los tratamientos por adicción al móvil han crecido un 300 por ciento, un trastorno ya diagnosticado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), otra pandemia de la que nunca hablamos.

Perdemos ciencia, conciencia y paciencia. Signos de un mundo a la deriva que puede y debe ser enrumbado. Quizás por ello debamos hablar de economía política del tiempo. La pérdida de la periodicidad, no sé si es la muerte del periodismo por la aniquilación del intervalo como imposición del ritmo frenético del capital.

En palabras de Martín Caparrós, “los medios quieren mandarte un flujo constante interminable porque su negocio consiste en mantenerte pinchado non stop”. Así que, parafraseando al gran Charly García, nos siguen pinchando abajo. Es hora de guillotinar tal mangoneo, aunque sea por puro cansancio o por mera salud pública.

El fin del periodismo

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Los medios median pero, en España, parece que no tienen remedio alguno por falta de reflexividad, que es tanto como decir que han perdido toda vergüenza al renunciar a la necesaria autoobservación y crítica de su mala praxis. La cobertura de la campaña electoral en Andalucía, sesgada en contra de la opción transformadora del frente amplio Por Andalucía, es reveladora de la razón de ser del sistema mediático, orientado, como el Grupo Joly, a defender los intereses creados: del Ibex35 a las cloacas del Estado, de los herederos de Franco a los neonazis cosmopaletos, de la oligarquía económica de Bruselas a la OTAN, en un carrusel sin fin de infamias y acoso, que impone el cerco mediático a toda disidencia, crítica o mero cuestionamiento sobre la deriva del sistema-mundo. Añádase a ello el silencio administrativo del sector y la profesión cuando se procede a la extradición de Julian Assange. La libertad de expresión es, para ellos, un simple señuelo para enarbolar en el mejor de los casos la filosofía Ayuso (la libertad de hacer lo que a uno le dé la real gana, entiéndase lo de real en plan borbónico, sin prestar rendición de cuentas, salvo a los accionistas, como Dios manda). Lo cómico es que estos siervos de la gleba siguen tratando de dar credibilidad al relato ficticio sobre los medios como cancerberos de la democracia. Divertida metáfora perruna, muy doméstica por cierto en estos tiempos de mascotas humanizadas en los que la lógica del mundo invertido tiende a encubrir las fechorías del oficio, simulando no dejar rastro, aunque el crimen contra la democracia queda siempre, además de impune, en evidencia incluso en los panegíricos sobre el rol de la prensa. Así, decía hace unos meses, Alfonso Armada que el periodismo no puede renunciar a la precisión, exactitud y brevedad cuando la realidad diaria es justo la contraria, empezando por Sálvame y la contaminación de los informativos convertidos en versión Hola de la actualidad. Ahora, la deriva mercantil del periodismo no es nueva. Recordemos la sátira de Evelyn Waugh “Scoop” (1938) sobre su experiencia en el Daily Mail. La diferencia de este tiempo a nuestros días es que la comedia del arte de informar ya ni siquiera disimula su verdadera función pues vive exclusivamente del sensacionalismo, las falsas noticias o la manipulación que Billy Wilder retratara magistralmente en “Primera Plana”. Llama por ello la atención que columnistas como Juan Manuel de Prada hablen de la muerte del periodismo como cuarto poder desde un diario como ABC que ha encubierto la corrupción del Rey y del PP sistemáticamente, abriendo a su vez macrocausas contra líderes de la izquierda en forma de lawfare. Hoy sabemos que el objetivo de la connivencia de la jueza Ayala y el diario de Torcuato Luca de Tena no era otro que eliminar a Torrijos y allanar el camino de Zoido a la alcaldía de Sevilla: lo consiguieron. La cuestión ahora es cómo se restituyen los derechos conculcados, cómo podemos exigir responsabilidades a los medios y periodistas que a día de hoy siguen el guión prescrito en los despachos de la oligarquía. Desde luego, pese a la imaginación idealista de algunos conversos, no será en las redes, pues lo que hoy predomina es más bien el imperio del cretinismo digital. Por ello convendría empezar a proyectar políticas democráticas de comunicación contra los abusos de los dueños de los medios. Cada vez es más evidente que la regulación no es un problema de protección del anonimato y la intimidad, sino antes bien el reto de garantizar un ecosistema de confianza y equilibro. La política de la mentira, el cálculo programado de la difamación en la era de las fake news es el caldo de cultivo del autoritarismo de las clases dominantes que, como advirtiera el filófoso Jurgen Habermas, presentan como opinión pública lo que no es sino la producción premeditada de la opinión publicada de sus intereses. Resultado, la crisis de confianza y credibilidad de los medios. Un estudio de GAD3 para el Foro Periodismo 2030 señala por lo mismo que los andaluces, por ejemplo, requieren más información local y de servicio. Aunque el informe tiene por objeto justificar el pago por la información en favor de medios como ABC, su lectura a contrapelo nos confirma una verdad incontrovertible: la cultura de la difamación y las injurias campa en el periodismo mercantilista por doquier, alimentando la bestia de lo que mi colega de la Universidad de Valencia, Antonio Méndez Rubio, denomina fascismo de baja intensidad. En suma, la caverna mediática no nos deja ver la luz y pierde foco. Lo que llaman periodismo no lo es, salvo en revistas serias como El Jueves o Mongolia. Como en otros periodos oscuros de la historia, el humor nos hará libres. Bienvenidos al desierto de lo real del tecnofeudalismo, en el que solo como bufón uno puedo contar la verdad. Así que no pierdan la risa, detrás de las pantallas siempre florece la vida y la esperanza. Es hora de convertir la mueca del dolor y la indignación en carcajada, en alegría de resistir y cambiar el mundo que nos cuentan.

Voxeadores de opinión

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El mundo del boxeo siempre ha tenido un especial encanto, diríase que el aura romántica del espíritu de los perdedores, y no solo en la narrativa cinematográfica, también en toda manifestación cultural subalterna. Más aún en países como España, donde el imaginario o posibilidad de ascenso y movilidad social ha dependido normalmente de la alternativa marginal del mundo del toreo, el fútbol o la disciplina pugilística. Nunca por estudios y trabajo, empeño imposible en un sistema semifeudal de castas y podredumbre. Quizás por lo mismo el boxeo ha sido, como gustaba a Brecht, una metáfora de la lucha de clases. Pero hoy el ring tiene forma catódica o mediática y es ocupado por voxeadores sonados, que han perdido reflejos, que tienen alteradas sus capacidades cognitivas y se mueven lanzando el puño al vacío, sin gancho ni movimientos coordinados. Como el contrincante no está entre las cuatro cuerdas, sino en el patio de espectadores, la cosa está clara. Besarán la lona agotados a fuerza de dar golpes al aire, sin visión, obcecados en lo insostenible, con una forma de pelea antigua, obsoleta, ciega y muda, por más altisonantes que resulten las proclamas de los imbéciles de la subnormalidad borbónica, una cuadrilla de estómagos agradecidos nacidos para ser esclavos o mayordomos del imperio, en una suerte de impostura que no parece hecha para este tiempo, por más que lo pretendan. Especialmente cuando existe la maldita hemeroteca y los Marhuenda de turno, en su momento seguidores de Putin, hoy afirman que es un peligro, pero ahí tenemos los registros de cuando silenciaron la represión anticomunista en Moscú y Ucrania. Nada nuevo en un sistema informativo de sainete, considerando además que la historia de la comunicación ha sido básicamente la historia de la propaganda de guerra.

Que el pacifismo no es un ideario del periodismo de la realpolitik bien se sabe desde los tiempos de Hemingway. Las dos grandes conflagraciones mundiales confirmaron que la crónica es sobre todo un género o relato bélico. Lo que mudó es que hoy los informadores, de instrumentos de propaganda se han convertido en publicitarios de la muerte. Así, además de medios golpistas, diarios como El País no han parado de promover el frente contra Rusia y a publicitar la guerra como el personaje de Ciudadano Kane, mintiendo a como dé lugar sobre las ocupaciones militares imaginarias, de forma similar a como hicieran en la primera guerra del Golfo. Luego se sorprenden que las cuentas no salen y los cuentos no venden porque dejan de ser leídos, que para el caso es como con la UE, la historia de un suicidio inducido desde la Casa Blanca, una dialéctica que está llevando a los medios de referencia autorreferenciales a una larga y agonizante decadencia inmersos como están en la espiral del disimulo mientras imaginan que aún cumplen una función social y ya no engañan a nadie, por más que traten de identificar diplomacia o pacifismo con una imposible defensa de Putin. Al respecto conviene recordar que la crítica no es posible de perfil y decir la verdad casa mal con posiciones de calculada confusión con las que se procura terminar justificando la guerra como natural e inevitable. Por ello el aviso a navegantes tras la era Trump ha llevado a empresas como Twitter, que están que trinan, a organizar, en guerra y elecciones, la información y evitar, en su modelo de negocio, la crisis de credibilidad que amenaza el futuro del periodismo en los canales convencionales. Mientras tanto en el reino de España, los medios de calumnia en racimo no miden las consecuencias, y mucho menos se atienen al código deontológico. Empeñados en el error, dilapidan la confianza del personal con el consiguiente daño, público y notorio, a la sociedad y la democracia, al tiempo que hipotecan el oficio en una aventura que les saldrá caro y nunca podrán pagar. Conclusión: quizás, visto lo visto, haya que dejar que pierdan por ko técnico. Que sigan así, que no saben lo que hacen, y siguen cavando su propia tumba. Es el mejor servicio que pueden hacer al futuro de la humanidad, extinguirse.

El periodismo que cuenta

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A lo largo de una productiva vida creativa, uno puede tener el privilegio de compartir conversación y conocimiento con prodigiosos intelectuales, académicos brillantes, talentosos y dedicados docentes, fascinantes escritores y, en ocasiones, a veces, en excepcionales ocasiones, si tienes suerte, uno puede encontrarse, más allá, en el Olimpo de Sócrates, maestros excepcionales. Aquellos que, de forma natural, a lo Curro Romero, por verónicas, comparten el saber sobre la praxis, dando pases a la vida, sin miedo torero, iluminando los recovecos de lo cotidiano entre letras heridas.

Este es el caso de mi amigo y sin embargo colega Antonio López Hidalgo, un referente que ha formado legiones de periodistas, dentro y fuera de las aulas de la Facultad de Comunicación de Sevilla. Magisterio que se fragua, como todo aprendizaje socrático, a fuego lento, leyendo y aprendiendo de los grandes, como el gran Gabo, doblemente protagonista de Acerca del mundo, editado por Fénix Editora (Sevilla, 2021).

En palabras de la profesora Luisa Aramburu, que hace un exhaustivo análisis de la vida y obra del autor, estamos ante “un virtuoso de la escritura que ha hecho de la pluma un instrumento fabuloso para contar buenas historias, tanto como para recrear la vida”. Y en ello, como reconoce María Jesús Casals, catedrática de Periodismo, López Hidalgo es bueno, excelente, tanto en lo que hace, como en lo que escribe, pregunta o dice.

Aunque no quiera reconocerlo, no sería buen narrador sin su capacidad de relato oral, de miles de anécdotas que los amigos compartimos a diario. Ello solo es posible por la disciplina, la misma que le llevó a mantener el blog El Radar, escribiendo con un método y rigor espartanos, combinando el placer de contar con el gusto inagotable de la lectura. No sé en qué orden podríamos clasificar ambas pasiones. Intuyo que más la segunda, aunque en verdad nadie que ame leer, puede dejar de escribir, contar o pensar en relatos. Es como respirar: una función natural, o naturalizada.

Y López Hidalgo bien sabe de eso. Por eso logra aproximarnos el mundo que late, una suerte de cuaderno de bitácora de España, una radiografía, con registro versátil, escrito con el arte curtido de lector voraz y creatividad desbordante, fruto de una imaginación fecunda, alimentada entre líneas de los mejores escritores del mundo, y por la atenta escucha en bares, barrios y tabernas, al cabo de la calle que diríamos. Pues, bien lo sabemos, sin escucha activa nadie puede ser un buen periodista.

Sin el principio humanista de que nada de lo humano me es ajeno, un articulista no puede ejercer bien el oficio. Antonio López los ha cultivado desde joven, con su tata, y ya como académico releyendo a José María Carretero o arriesgando la pluma al filo de la vida en El Correo de Andalucía. De Diario Córdoba y Antena 3 Radio en la capital de El Califa a El Correo de Andalucía o estos artículos, el periodista y escritor talentoso que es no cesa y ha ido depurando su poética o estilo fraguado en la belleza de la vida.

Ejemplo de creatividad es el dominio de la titulación, tema sobre el que escribiera un ensayo de referencia. En esta compilación de artículos, repasando el índice, podemos encontrar titulares como “España se ha quedado sin bragas”; “¿Atracamos o fundamos un banco?”; “La policía no escucha” o “Cada rabo con su cereza”.

Tanto en El Radar como en la serie Diario de un periodista cansado escrita para Andalucía Digital, el volumen es un rico ramillete de ingeniosos aportes, aceradas críticas y contundentes descripciones de la vida y de sus avatares. Del oxímoron a tropos del juego y del exceso, el maestro López Hidalgo logra que el lector ría, se conmueva, tienda a encabronarse o navegar por los ríos de la memoria y la melancolía, mostrando el envés de la vida del revés, del mundo invertido.

Un tiempo en el que, cito al autor, “los matrimonios se están modernizando a marchas forzadas”, y proliferan “epidemias que se contagian sin remisión posible, una de ellas la del pesimismo”, mientras en España la banca siempre gana gracias a un sistema hipotecario propio de Fernando VII a la espera de confiar en El Guerrero del Antifaz para luchar contra el rescate de Bankia cuando la infamia es el orden del dominio o, paradoja de las paradojas, el Sumo Pontífice nos descubre que los Reyes Magos vienen de Huelva confirmando, nos guiña el autor, que “la historia de las Sagradas Escrituras se parece a las investigaciones llevadas a cabo sobre el bandolerismo en Andalucía, que hablan de una banda que trabajaba en la sartén de Andalucía conocida como Los Siete Niños de Écija, que ni eran siete, ni eran niños, ni eran de Écija”. Hablamos, claro está, de un libro, en fin, contra incautos.

Un texto que recupera en forma de libro el pulso de la historia, lo que nos ha pasado, lo que el acertado analista observa y lo que hemos de pensar o suspender en el tiempo de forma reflexiva y con distancia para aprender de la experiencia acerca del mundo.

En sus páginas, si se sumergen, van a encontrar personalidades, personajes, paisajes de costumbres por escrutar o ver desde nuevos ángulos de visión, cultivando el arte del Periodismo y la Literatura, todo ello con una exquisita riqueza léxica y diversidad semántica fruto de la escritura de frontera y desborde que caracteriza su estilo para el quiebre del lector, toda una poética en la que siempre se dibuja una sonrisa de ternura, porque, como sabemos, es revolucionaria.

Por sus páginas pueden encontrar a Brecht, John Lennon y George Harrison, Dylan y Antonio Machín; Iñaki Gabilondo, Paco Roca y El Roto; Juan Goytisolo, el Papa Benedicto XVI, Cospedal, Al Capone, el PP y la monarquía, no necesariamente juntos, aunque se les supone; escritores de fuste como Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez o Sándor Marái; cantantes como Georges Moustaki, Ozzy Osbourne o Janis Joplin, entre Cicerón, Sábato, Trostky e, inevitablemente, Ramón Mercader, Leila Guerreiro, Elena Poniatowska y el gran Gabo, además de Juan Cruz o Vargas Llosa; líderes políticos como Mandela, Gadafi o Gandhi.

En fin, la lista es interminable, como sus amigos, que aparecen en sus páginas, desde Serrato a su fiel escudero de aventuras periodísticas, Miguel Ángel León, sin olvidar a Jes Jiménez Segura, María José Ufarte o el propio editor de Andalucía Digital, Juan Pablo Bellido.

Y paisajes, con sus paisanos figurados, de Montilla a Isla Mayor, de Sierra Morena a Pichincha, del Cotopaxi al Coto de Doñana. Espacios, curiosamente, no colonizados, reminiscencia de su querencia por el campo. Quizás porque López, como alguna de las autoras de su preferencia, sea un periodista salvaje, un lector pertinaz de la realidad, un articulista crítico, entre socarrón, irónico y melancólico. Pero no alejado de las preocupaciones profesionales.

En Acerca del mundo pueden encontrar agudas reflexiones, en términos de metaperiodismo, como cuando afirma que uno podría seguir una lista interminable de consideraciones, a propósito de Rajoy, aunque el espacio de Internet es un universo infinito y la capacidad lectora de los internautas, limitada.

“Así que, para que nadie lea y molestar con argumentos tan obvios y cifras tan claras en estos tiempos, tan turbios, mejor nos preguntamos qué hubiera pasado si el presidente del Gobierno hubiera evitado de otro modo el supuesto naufragio” mientras se ocultaba tras una pantalla de plasma.

O cuando defiende el oficio recordando que los periodistas, aunque parecieran una especie en extinción, colaboraron con su tinta y su sangre, con su compromiso y sus pleitos, como el que viviera el protagonista en la investigación de El sindicato clandestino de la Guardia Civil, a que este país fuese mejor, contra la lógica de todo Manual Inútil de Comunicación propia de los asesores del expresidente popular, empeñado en convocar “a los periodistas a ruedas de prensa sin preguntas; a ruedas de prensa sin respuestas; a ruedas de prensa sin preguntas y sin respuestas; a ruedas de prensa con pantalla de plasma (…); a ruedas de prensa de él pero sin él; a vetar las cámaras de televisión en los mítines electorales; a difundir videocomunicados y a transmitir discursos por circuitos cerrados de televisión”.

Un tiempo, en fin, de cerco al periodismo que el autor no deja de denunciar vindicando, desde el compromiso, como en su ensayo contra la precariedad de los informadores, el derecho a la información y la autonomía periodística.

No podía ser de otra manera. A lo largo de su obra, Antonio López Hidalgo ha sido constante, como en este libro de artículos. Su voluntad de desplegar una escritura irónica hilvanada con la potencia de la imaginación para reír, para soñar, para gozar y deleitarse, para vivir, en suma, porque el periodismo como la literatura, no es una metáfora, es pura vida: principio, esperanza…

Y Antonio López nos lo recuerda en su retrato de las entretelas de la experiencia vital. Al fin y al cabo, es lo que corresponde a un senequista, a un humanista cordobés de Montilla. Lean el libro y verán. O, en caso contrario –consejo de López–, busquen un amante que les despiste por un instante de la realidad.

Información y dominio público

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Los medios masivos de comunicación, advertía Wright Mills, dicen al hombre quién es, le prestan una identidad, le dicen qué quieren ser proyectando sus aspiraciones vitales, para ello le muestran cómo lograrlo, por qué medios o recursos, y, finalmente, le dicen cómo han de sentirse, contribuyendo en el plano de la fantasía a resolver las contradicciones propias del modo de vida americano o, si prefiere el lector, del capitalismo puro y duro.

Esta dinámica que incide en la expropiación del dominio público es el principal obstáculo para la construcción de cultura republicana en países como España y no es nuevo. La deriva del periodismo en la producción del consentimiento y la lógica del autoritarismo premoderno se viene dando invariablemente desde el siglo XIX.

Se afirma, con frecuencia, que el efecto burbuja de incomunicación es un producto de las redes sociales propio de la era Internet, pero esta lógica de la repetición y la indiferencia es consustancial a la cultura de masas, a la pulsión de muerte que, como denunciara el situacionismo, define la lógica escópica del espectáculo en nuestro tiempo. Como advierte Daniel Blanchard, nada tan mórbido como un telediario. El mejor medio de impedir a la gente pensar y expresarse de modo autónomo es ahogarles en el flujo prefabricado de la emisión en línea, de acuerdo al modelo de edición de las industrias culturales por el que otros definen las palabras con las que imaginar y representarnos lo real. El lazo social directo – escribe Blanchard – el tejido social que se teje hilo a hilo, entre cercanías, es reemplazado por un lazo tele-social, por decirlo así (a distancia), que mediatiza la relación, sondea nuestros sueños y calcula nuestras opiniones en un continuo proceso de expropiación y extrañamiento.

El resultado de duopolios como el que sufrimos en España ya saben cuál es. En palabras del afinado Gore Vidal, tenemos un régimen socialista para los ricos y de libre empresa para los pobres que es presentado como un gran teatro de las ilusiones, y a veces un circo acrobático a lo Sálvame o el programa de Ana Rosa, que para el caso no hay diferencia sustancial. No olvidemos que la industria del espectáculo proviene, como Cantinflas, de la barraca de feria y en ese escenario seguimos.

Ejemplo sintomático de ello es la cobertura del conflicto en Cataluña o los sucesivos montajes recientes del imperio de los sentidos que domina en el orden reinante de los medios como arietes contra Unidos Podemos y el gobierno de coalición. La experiencia acumulada de ataques a las posiciones progresistas es amplia. Recuérdese la campaña de acoso y derribo sufrida por Julio Anguita, que ejecutara el periodista Rodolfo Serrano y su jefe, Ciudadano Cebrián, ejemplos de mala práctica profesional pensada para evitar el gobierno del demos. Llama por ello la atención que, en esta perversa dialéctica del periodismo contra lo público, el medio de referencia dominante, El País, haga una hagiografía de su fundador, con motivo de su retirada de la primera línea de actuación del grupo PRISA, poniendo en valor su contribución a un oficio que siempre menospreció en su empeño por incluso evitar la creación de las Facultades de Comunicación para la acreditación profesional que él, como Mariló Montero, no estaba dispuesto a certificar. Permita el lector unos breves apuntes a este respecto porque la nota, por antológica escritura del disparate, es un ejemplo contrafáctico de lo que debería ser, en verdad, el periodismo. Según el diario de los fondos buitre, el fundador de El País es un punto de referencia, una fuente de inspiración, de brillante trayectoria, “un éxito de referencia ejemplar”, según Antonio Caño, que dudo lo compartan la mayoría de redactores, columnistas y público en general que han asistido perplejos a la decadencia e historia de un fracaso anunciado liderado por el factótum del Colegio del Pilar, en este caso, no sabemos si por falta de criterio, probablemente, o por nula formación como periodista. Convendría saber, por cierto, si el autor de la nota estudió Ética y Deontología Informativa, dado que, vistos los antecedentes, es razonable dudar que en su currículo figure la licenciatura en Ciencias de la Información. Si fue a clase ese día, a diferencia de Pablo Casado, no le cundió para nada. Pues lo que ha sufrido El País es un desprendimiento de RETINA en toda regla que le ha dejado ciego, no mudo, pero sí sordo ante las tropelías que ha vivido, en términos de derechos y libertades civiles, la ciudadanía en España. Lo más divertido, no obstante, de este despropósito de despedida a toda página del fundador del grupo PRISA resultó ser que la nota fue publicada tras el titular que rezaba “Una docena de lobbies acapara el poder en España”. Pues eso. Larga vida al César. Mientras tanto, como reza un principio de la Internacional Situacionista, otros somos conscientes que la comprensión de este mundo no puede fundarse más que en la contestación y esa contestación no posee verdad ni realismo sino en cuanto contestación de la totalidad. Una práctica en las antípodas del modo de concebir y ejercer el periodismo en este reino de España.

Un país de taxidermistas

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El mejor oficio del mundo, pobre Gabo, no es el periodismo. Este es el tiempo de los taxidermistas. Un futuro laboral garantizado en la era de la imagen congelada. Y es una pena, sobre todo por los defensores de los derechos de los animales, pero hay en este país una querencia por las mascotas disecadas que ralla el fetichismo perverso del tributo o culto a la muerte. De la censura de El Jueves por la parodia de la cópula real a la necrofilia hay solo un paso en un país en el que la desviación es la norma y lo normal resulta una anomalía histórica, al menos en el contexto europeo. Así. el arreglo o colocación (taxis) que nos indujeron a golpe (nunca mejor dicho, 23F mediante) de titular en la epidermis social (dermis) define un oficio propio de la necropolítica, por no decir de la coprofilia, de la pura sinrazón cuando tratan de revivir como eterno presente, dando apariencia de legitimidad, animando una figura obsoleta, formalizando, en fin, la exposición, visibilidad y conservación de una institución, la monarquía, que ya no merece más concesiones ni licencias históricas, si consideramos el latrocinio de los borbones a lo largo de la vida de la corona en la piel de toro. Llama la atención, eso sí, resulta más que hilarante, ver cómo los gacetilleros a sueldo del IBEX35 descubren hoy lo ya sabido en la Corte. Con el oficio propio del arte de la fijación, extraen todo el agua retenida en la figura y salan la piel para evitar la descomposición a fuerza de repetir que Juan Carlos I tiene un legado, una piel que bien merece ser rehidratada y conservada, según opinan, poniendo en remojo, con una hemeroteca ya trucada por el conocido silencio del cerco mediático sobre las corruptelas del régimen – llámese Casa Real o Botín – los servicios a la patria del Borbón. Así, una vez en remojo, fija y dada esplendor, como la RAE, empiezan a ejecutar el piquelado mientras la piel se desnaturaliza mediante salado y acidulado para, finalmente, curtir, engrasar y mantener firme una figura, una máscara, como si se congelara la imagen en el tiempo, como la técnica de liofilización, si bien me parece que, en la era de la cultura zombie, se tiende más a la cripto-taxidermia, proyectando en la arena pública por los medios una suerte de criatura mitológica de seres, Felipe VI incluido, inexistentes y de nula o escasa proyección como fantasía para consumo de los súbditos. Mientras, en los medios, proliferan adoradores de la imagen que siguen con el culto a los muñecos del museo de cera, sin saber que tan pronto ardan las calles quedarán sin imagen a la que adorar. Lleva razón el Vicepresidente Segundo, Pablo Iglesias. La nueva generación de ciudadanos españoles hace tiempo que piensa en modo republicano, por tiempo y justicia plebeya. Ellos harán la política de la vida, animalistas que son, frente al culto a los muertos y la política zombie. Lo demás es puro entretenimiento, más propio de coleccionistas de objetos inservibles, o perdidos, y de ufólogos del periodismo que nos informan del avistamiento de objetos volantes no identificados mientras sigue el flujo de capitales de Ginebra a los Emiratos, de Panamá al Caribe, de Holanda a Londres, en esta zozobra de hundimiento del régimen más propia de la literatura de terror. El miedo, sin duda, está cambiando de bando. Lean si no en las calles lo que acontece. Como bien reza en la pizarra de la taberna La Paka de Huelva, las paredes son la imprenta de los pueblos. Aviso para navegantes en el noventa aniversario de Mundo Obrero, el medio más vivo y vivificador frente a los exquisitos cadáveres que habitan en el espacio mediático de este reino del vasallaje y la taxidermia.