Medios del odio

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En la novela de Umberto Eco, Número Cero, los medios no informan sino que publican las noticias de mañana. La realidad puede superar la ficción.

Dejó escrito el gran Alberto Corazón que, en este tiempo de algarabía, ha habido silencios y también grandes voces que enrarecen los sentidos con un ruido atroz de gestos vacíos. El problema en momentos de crisis sistémica como la que vivimos es que, en lugar de la necesaria reflexión y deliberación pública, cuando no el silencio, se impone el ruido y furor mediático. Particularmente en España proliferan y mantienen la hegemonía informativa los personajes que, con buen tino, Rafael Correa llamaba odiadores, o sufridores profesionales, tipos deleznables cultivadores de la mezquindad que, por oficio, no hacen otra cosa que contribuir a obstaculizar el buen gobierno o, en general, las políticas del buen vivir. Se equivoca el lector si pensara, con una interpretación al uso divulgada entre otros por hispanistas y viajeros descubridores de lo exótico que retrataron escenas pintorescas de nuestra realidad, que estas actitudes altisonantes y de violencia simbólica son propias de la idiosincrasia nacional. Nada más alejado de la realidad. El fascismo patrio, como antaño en Alemania, se cultiva en los medios más que por odio al proletariado y sus representantes, o en virtud de razones ideológicas, por la cartera. Desde siempre, los medios mercantilistas para odiar son del orden de lo que Vázquez Montalbán tildaba como eurocarteristas, sujetos aficionados, en fin, a la cultura del estraperlo que necesitan del ruido como fórmula y de la algarabía como coartada para alimentar la ceremonia de la confusión y proceder, como en el mundo del hampa, a la operación, birlibirloque, de sustracción y dejarnos paralizados y enmudecidos. Pues, en realidad, estos capillitas de misa y sacristía que gustan de la bulla son, pese a las apariencias, de la hermandad del silencio. Representan la vuelta al tiempo gris, en blanco y negro, de novelas como la de Martín Santos. Y cual técnica de la gota malaya alimentan los vientos de guerra, como ATRESMEDIA, dedicando la mitad de sus espacios informativos a armamento, guerra y destrucción (no en Gaza, el Sáhara o la mitad del continente africano, que no interesa) sino sólo focalizado en Ucrania. Una constatación que demuestra que la realidad puede superar la ficción, pues como en la novela Número Cero, de Eco, los medios no informan sino que publican las noticias de mañana y proyectan, no hablan de Ucrania sino que proponen, ucronías ensayos, como el capital financiero, especulativos sobre lo necesario y posible a costa de nuestras vidas. Todo en orden. El capital siempre precisa de su marcha marcial para proseguir con la destrucción creativa. Por ello el discurso del odio es refractario a la deliberación. Antes bien precisa estar amparado por el monopolio de la palabra y la opacidad del algoritmo, de un espacio público privatizado que muta en un espacio manipulado con la consiguiente mediación sesgada del escándalo y la provocación. En este ecosistema informativamente tóxico la retórica hoy es el arte del arrojadizo improperio y la ocurrencia banal sin fondo ni trascendencia, con falta absoluta de creatividad y crítica, ajeno a lo real concreto, opaco al escrutinio público en la ceremonia de la confusión que hoy reviste la comunicación política de lo mismo por obra de sus gacetilleros de tertulia de bar y barrena.

En definitiva, los medios de distorsión masiva no nombran lo que deben y los que nombramos lo necesario y lo real o somos silenciados en el margen del espectro comunicacional o directamente perseguidos (lawfare). Pues hemos llegado al punto en el que el comando electrónico y el arte y técnica de escenificación de la fe sin escrutinio, solo la pura inventiva, solo se sostiene, como ilustrara Chomsky, con correctivos a los disidentes. También en las redes, donde el fenómeno se amplifica exponencialmente. El ocultismo del algoritmo encubre maniobras orquestales en la oscuridad que amenazan a diario la democracia. Más allá de Cambridge Analytica, los GAFAM, empresas como META o Google son colaboradores necesarios de los golpes en Brasil o actualmente en Perú. Y cuando poderes públicos como la Comisión Europea tratan de regular para evitar abusos contra las libertades públicas los lobbys como DOT Europe movilizan a los influencers y opinadores de la nada para advertir que restringir las campañas de publicidad política es ir contra la libertad de expresión. Nada nuevo bajo el sol. Todo intento de política democrática en información y comunicación siempre ha tenido en contra los gremios profesionales y otras ONGs subvencionadas por los profesionales de la ucronía como Georges Soros, y seguimos en ese marco, bloqueados por movilizaciones propiciadas por la misma agencia que ha de ser regulada por transparencia y garantías democráticas negando realidades ya contrastadas como el estudio publicado en Science (2018) que demostraba que las informaciones falsas en redes se difunden más rápido y llegan a más gente que los verdaderos, dispuestos y acostumbrados como estamos a ser seducidos por el fetichismo de la imagen y la mercancía. Tras el Brexit convendría tomar buena nota de lo que la nueva tecnopolítica representa como dominio de la tecnocracia por vía de la guerra psicológica como guerra de clases por todos los medios posibles, una forma de dominación que abunda en el espectáculo y la sentimentalidad de esclavos con la ayuda de un ejército de distorsionadores necesarios de la expropiación. Así que, visto lo visto, y oído lo oído, toca hacer propósito de enmienda. Frente a la velocidad de escape de unos medios descontrolados, toca mediar, jugar con las distancias, enlentecer derivas, aplicar la virtud republicana de la pa/ciencia, desplegar la crítica y construir futuros deseables interviniendo con inteligencia una realidad minada y cercada contra la multitud. Ser en suma más sabios y acumular resistencias. Sumar, cultivar el temple y la inteligencia colectiva conectando espacios, voces que tejen banderas con el principio esperanza, desde la fraternidad. Pues, como sabemos, sólo el amor puede vencer al odio. La historia así lo demuestra.