Francisco Sierra en el debate sobre el futuro de RTVE

Share

Francisco Sierra, catedrático de la Universidad de Sevilla y miembro de la Comisión de Expertos nombrada para la renovación del Consejo de Administración de RTVE, ha pronunciado una conferencia en la sede de Radio Nacional de España en Prado del Rey titulada “Concurso público y autonomía en RTVE”. El acto ha inaugurado la reunión del Consejo Estatal de delegados del Sector de Medios de Comunicación de Comisiones Obreras.

Junto a Francisco Sierra, en el coloquio que se ha celebrado en torno a los medios públicos de comunicación y a la renovación del Consejo de Administración de RTVE, han participado: Ángel García Castillejo, profesor de la Universidad Carlos III de Madrid; Alicia Gómez Montano, directiva de RTVE; y Roberto Mendes, Maite Martín y Roberto Lakidain. En su intervención, Francisco Sierra ha resaltado que “la comunicación es una cuestión de salud pública y de Estado”.

Según una nota de CCOO, “en estos momentos de incertidumbre, y con las urnas del 10 de noviembre en el horizonte, es importante que los partidos sepan que el procedimiento del Concurso Público no va a tener marcha atrás. El trabajo hecho por el Comité de Expertos debe tener continuación porque es una obligación democrática”. CCOO ha considerado el acto como “el que, hasta la fecha, ha sido el debate de más fondo de los celebrados desde que se conoció la lista de los 20 candidatos para formar el Consejo de Administración de CRTVE”

Tecnopolítica y nuevo ‘sensorium’. Notas para una Teoría de la Cibercultura y la Acción Colectiva

Share

Resumen: En la tecnopolítica contemporánea se definen nuevos procesos de construcción de la experiencia individual y colectiva que trascienden las formas convencionales de intercambio, al tiempo que cuestionan las prácticas e imaginarios al uso de la ciudadanía. El alcance de las transformaciones y la complejidad de la crisis civilizatoria que vivimos impugna de hecho las bases del pensamiento comunicacional sobre lo público, apuntando la necesidad de nuevas lógicas con las que representar y comprender el mundo digital, alterando de raíz las históricas relaciones establecidas en el mundo moderno entre cultura, economía y democracia. Las fracturas e incertidumbres que acompañan al cambio tecnológico representan una oportunidad para la construcción de otro mundo y comunicación posible, considerando la apertura de espacios y procesos para repensarnos y dar voz a culturas, minorías y actores sociales históricamente sometidos a la exclusión. En el presente artículo se plantea una revisión de la literatura especializada en la materia sobre Ciberdemocracia y se apuntan las bases teórico-metodológicas de la investigación en curso para cuestionar los principales retos de la investigación sobre los movimientos sociales y el activismo digital a partir de una lectura de la Comunicología coherente con el giro decolonial de los dispositivos tecnológicos.

El relato

Share

En tiempos de relatores fallidos, ensayar la primera columna, y comprometerse a pensar desde el sur y desde abajo para un espacio como Andalucía Digital, hoy que priman los quintacolumnistas de toda laya, es cuando menos una temeridad. Pero uno siempre ha estado abonado a tentar la suerte, por esquiva que resulte. Hecha la invitación de mi colega Juan Pablo Bellido, aquí estamos, encontrando nuestra voz.

Dudamos como expresara Ibáñez con la imagen del ciempiés qué pata mover antes, con qué estilo escribir, para qué lectores, con qué agenda de temas y problemas interpelar al lector, nómada itinerante de los dispositivos móviles. Si emular a maestros de la columna como Vázquez Montalbán o retomar el clasicismo de Corpus Barga, o, más bien, quizás, por qué no, pegarnos más a la viva actualidad como el bueno de Francisco Umbral.

La política del estilo, como es sabido, es la política por otros medios. Cambia la forma, ha de cambiar la escritura, no tanto el mensaje. Y pensar en nuestro tiempo cómo pensarnos es, en buena medida, un problema de formas. Pero no tema el lector que nos vayamos por una deriva o disquisición más propia del periodismo y la literatura, que poco conviene a la política, y no hablamos precisamente de la realpolitik, sino de distinguir relato y realidad, el viejo dilema maquiavélico entre ser y apariencia.

Hoy que nuestros responsables públicos basculan, a golpe de encuesta, en la espiral del disimulo discutir de la palabra del verano, y probablemente el año –el relato– es algo más que cuestionar la comunicación política. Se trata, realmente, de comprender un síntoma de nuestro tiempo.

Etimológicamente, relatar significa volver a, llevar unos hechos al conocimiento de alguien, narrar vívidamente un suceso histórico y/o social. Lo curioso del término es que procede del verbo latino refero (volver a llevar). Sobran aquí las palabras, a propósito del inicio de la legislatura y la negociación de un gobierno de progreso. Pues el prefijo fero en la palabra que da origen en latín a relato indica transferir y trasladar o diferir y dilatar.

Y en ello estamos, en procesos psicoanalíticos, narcisistas, de transferencia y de diferimiento, pese a que la raíz latina indica también, en lo correspondiente al verbo fero, las acciones de legislar o producer leyes. Doble paradoja del estado de la nación. Previsible por otra parte, más allá de los actores en escena.

Dice Jacques Rancière que la ficción es la condición para que lo real pueda ser pensado, el problema es cuando lo real deja inane la ficción. Experiencias como el desastre de Macri en Argentina ilustran hasta qué punto la apelación al relato del cambio amenazan con la ruina y producen un hartazgo de incalculables efectos electorales.

De Salvini a Lenín Moreno, de Trump a Bolsonaro, de Sánchez a Iván Duque, vemos cómo las mentiras tienen poco recorrido y alcance, pese a su efectividad en la política del regate corto. En tiempos de grandes turbulencias e incertidumbres, sobran pues los asesores de marketing y estrategias de la imagen electrónica que nos chorrean, como dirían en el país austral, con un discurso de la vacuidad, en el que domina, parafraseando a Marx, pasiones sin verdad; verdades sin pasión; relatos de una historia sin acontecimientos; un proceso cuya única fuerza propulsora parece ser el calendario, y la caducidad, fatigosa, como vemos en España con la ingobernabilidad y las reiteradas convocatorias electorales, por la sempiterna repetición de tensiones y relajamientos; antagonismos que sólo parecen exaltarse periódicamente a efectos de inventario y justificación proselitista y partidaria, lo que termina por embotar y decaer el compromiso cívico, tejiendo como están desde Moncloa y las altas instancias del IBEX 35 las más mezquinas intrigas y comedias de mala calidad sobre el sentido de la Constitución y la Democracia.

El imperio de la retórica sin oficio ni beneficio, salvo el siguiente episodio de más de lo mismo, un melodrama, en definitiva, o telefilm de serie B con destino a rellenar minutos en la parrilla de programación a mayor Gloria de la cotización en bolsa va a tener un mal final, vaticinamos.

Pues el mundo de los cuentos y de las cuentas, los universos paralelos, comunicados y complementarios del entre-tenimiento, solo se sostiene si la gente tiene. La pausa del entre presupone más cosas. Si lo que se dice va por un lado mientras lo que ocurre va por otro y la realidad termina por desbordarse en los contornos del relato con toda la crudeza de lo vivido por la gente, que no es precisamente un melodrama, la representación deja de tener valor.

Llegado a este punto, lo que denominan la batalla por el relato no deja de ser otra cosa, en fin, que el cutre sainete del reino del filibusterismo. La asunción de una política de bellas palabras, consistente como costumbre en no hacer lo que se dice ni decir lo que se hace, deja de ser funcional.

Y los sofistas perniciosos de la política de lo peor se convierten en todo un peligro: no tanto por lo que dicen si no porque escamotean el contenido en el fragor de la frase y la espuma de la gestualidad malinterpretada de una suerte de culebrón que entretiene mientras nos tienen atentos a la pantalla.

Muchos profesionales de la opinión gratuita han acusado a Pedro Sánchez de ser el Ken de la política, un sinsustancia, un político fatuo de ínfulas incontenibles Pero el problema, como decimos, no es el actor, o los actores, ni el juego narcisista propio de toda representación.

El problema es la política del escamoteo, la prevalencia de un sistema de comunicación política creado para errar, una administración comunicativa hiperinflacionista, absorta en una suerte de autismo, empeñada en que olvidemos la historia y la vida de perversos efectos, como probablemente veamos.

Como suele ser habitual en este tipo de situaciones, esperamos equivocarnos, queda la traca final de la desafección: los jefes se regodearán, empezando por Sánchez, en la satisfacción agridulce de poder acusar a su pueblo de deserción y falta de apoyo, de ser responsables de la restauración neofranquista, y el pueblo replicará que fueron engañados en su manifestación en las urnas.

En definitiva, si bien no hay campo de acción sin discurso, la práctica política como storytelling, ni genera escucha ni tiene eficacia a largo plazo. Antes bien, contribuye al pensamiento cínico, y todos sabemos que tras la razón cínica anida el fascismo: en Estados Unidos, con las fake news, y en España con VOX. Todo consiste en lo mismo: la negación de la realidad para anular la voz de los de abajo, simple y llanamente.

En estas estamos, y en esta disputa el sentido común que es el común del derecho de gentes pasa por pensar las palabras y la comunicación de acuerdo al principio del clinamen. Lo demás es pura tontería. La cuestión es, hasta cuándo soportará la población esta secuela o mala película de una democracia de baja intensidad. ¿Renunciaremos a dejar en manos de asesores de imagen el presente y futuro de nuestra vida en común ? Espero que no, aunque dejen de leernos.

La política andaluza de comunicación

Share

La evolución de Andalucía en materia de comunicación ni es imparable, como rezaba la campaña de la Junta, ni progresa adecuadamente, como la educación. La imagen apropiada para describir el estado de la nación es la del tiovivo. Y no es este un juicio apresurado, sino la constatación de una lógica política, obcecada en liquidar toda forma de autonomía cultural. De hecho, hay profesionales de Canal Sur que viven el supuesto cambio regenerador como el pálido reflejo de lo ya vivido. Y no tanto por la competencia de quienes han de pilotar la nueva legislatura como la constatación que la promesa de mejoras es hoy más de lo mismo. Apenas variaciones superficiales en la programación, decisiones cosméticas de gestión del personal y nulas transformaciones estructurales en la política pública, como ya anticipara en estas mismas páginas Francisco Andrés Gallardo. De hecho, pareciera prevalecer la idea de que la mejor política de comunicación es la que no existe. El problema es que ello se traduce en una mayor dependencia cultural. Por ello cabe reconocer en esta posición inmovilista una quiebra de nuestra autonomía. Al margen de los principios fijados por el nuevo Estatuto, el Gobierno de la Junta ha renunciado a toda voluntad real de cambio. No se han acometido los retos fundamentales de la RTVA, la financiación no garantiza el cumplimiento de los fines que le son propios, la modificación de la composición de órganos vitales como el Consejo Audiovisual o el Consejo de Administración de la RTVA no han significado más que la reducción de gasto público sin proyectar una nueva visión estratégica ni definir programas de colaboración de instituciones como la Fundación Audiovisual o la Cineteca, mientras el tejido productivo continúa a expensas de los vaivenes del mercado. La designación por otra parte de algunos representantes, claramente sin la idoneidad necesaria, ha impedido el necesario debate sobre las funciones de ambos órganos y el papel de las políticas autonómicas en medio de una creciente debilidad de los medios tradicionales, enfrentados a una bajada de ingresos y cierta desafección de las audiencias, por no mencionar las diatribas de responsables del nuevo gobierno contra sindicatos y trabajadores de Canal Sur que poco o nada pueden contribuir a la motivación de una plantilla que viene padeciendo una larga parálisis institucional desde el gobierno de Susana Díaz. Mientras tanto, asistimos perplejos a la insistencia en los índices de audiencia, como si todo el problema de comunicación pase por mejorar resultados, cuando es conocido que el verdadero reto de las televisiones autonómicas es definir un nuevo modelo de servicio público renovando equipos y procesos de organización en un ecosistema cultural que requiere nuevas respuestas y, desde luego, otras preguntas y objetivos institucionales. En otras palabras, hoy más que nunca, es preciso salir del círculo vicioso de la política realista a corto plazo para contribuir a un nuevo escenario acorde con las necesidades de la ciudadanía. Definir una política industrial activa, mejorar la articulación con las políticas de educación y cultura, generar semilleros y cuencas de cooperación, avanzar estrategias integrales en materia de modernización de la economía digital y, sobre todo, liderar desde el sector público tecnopolos que promuevan el empleo y formación en sectores estratégicos como el videojuego, la animación o el desarrollo de aplicaciones avanzadas en los dispositivos móviles.

En este empeño, no todo está perdido. En tiempos de involución, y ante un escenario francamente adverso, hemos logrado sumar voluntades y crear, tres universidades públicas, el Instituto Andaluz de Investigación en Comunicación y Cultura, una herramienta para generar conocimiento de vanguardia para las industrias culturales con la que confiamos poder contribuir a cambiar el curso de una comunidad que no puede apostar todo a la dependencia de la construcción y el turismo. Tenemos conocimiento, cultura y talento. Pero faltan políticas activas. Sabemos que el campo de la comunicación es central en la nueva era digital: y no solo para reconocernos y proyectar otra imagen de Andalucía, sino para desarrollar la llamada economía creativa, la industria de la comunicación y la cultura locales. Sin ella, no es posible la autonomía, ni el desarrollo social de la región.

La política andaluza de comunicación

Share

La evolución de Andalucía en materia de comunicación ni es imparable, como rezaba la campaña de la Junta, ni progresa adecuadamente, como la educación. La imagen apropiada para describir el estado de la nación es la del tiovivo. Y no es este un juicio apresurado, sino la constatación del sentido de las medidas del nuevo gobierno, obcecado en liquidar toda forma de autonomía cultural. De hecho, hay profesionales de Canal Sur que viven el supuesto cambio regenerador como el pálido reflejo de lo ya vivido. Y no tanto por la competencia de quienes han de pilotar la nueva legislatura como por la constatación que la promesa de mejoras es hoy la reedición de lo mismo, una suerte de déjà vu, actualizada en forma de farsa. Apenas variaciones superficiales en la programación, decisiones cosméticas de gestión del personal y nulas transformaciones estructurales en la definición de la política pública, como ya anticipara en estas mismas páginas Francisco Andrés Gallardo. De hecho, pareciera prevalecer la idea de que la mejor política de comunicación es la que no existe. El problema es que ello se traduce en una mayor dependencia cultural. La ausencia de voluntad política, en fin, afecta sobremanera a nuestra región. Por ello cabe reconocer en esta posición inmovilista una quiebra de nuestra autonomía. Al margen de los principios fijados por el nuevo Estatuto, el Gobierno de la Junta ha renunciado a toda voluntad real de cambio. No se han acometido los retos fundamentales de la RTVA en la era Netflix, la financiación no garantiza el cumplimiento de los fines que le son propios, la modificación de la composición de órganos vitales de la política pública no han significado más que la reducción de gasto público sin proyectar una nueva visión estratégica ni definir programas de colaboración de instituciones como la Fundación Audiovisual o la Cineteca con iniciativas como la Comisión Fílmica y otros agentes del sector, mientras el tejido productivo continúa a expensas de los vaivenes aleatorios del mercado. La designación por otra parte de algunos representantes, claramente sin la idoneidad necesaria, tanto en el Consejo Audiovisual como en RTVA han impedido el necesario debate sobre las funciones de ambos órganos y el papel de las políticas autonómicas en medio de una creciente debilidad por la crisis tanto de las productoras de contenidos como de los medios tradicionales, enfrentados a una bajada de ingresos y cierta desafección de las audiencias, por no mencionar las diatribas de responsables del nuevo gobierno contra sindicatos y trabajadores de Canal Sur que poco o nada pueden contribuir a la motivación de una plantilla que viene padeciendo una larga parálisis institucional fruto de la dilación impuesta por el gobierno de Susana Díaz. Mientras tanto, asistimos perplejos a la insistencia en los índices de audiencia, como si todo el problema de comunicación en Andalucía pase por mejorar resultados, cuando es conocido que el verdadero reto de las televisiones autonómicas es definir un nuevo modelo de servicio público renovando, para afrontar la cuarta revolución industrial, equipos y procesos de organización en un ecosistema cultural que requiere nuevas respuestas y, desde luego, otras preguntas y objetivos institucionales. En otras palabras, es preciso salir del círculo vicioso de la política realista a corto plazo para contribuir a un nuevo escenario acorde con las necesidades tanto del sector como de la ciudadanía. Definir una política industrial activa, mejorar la articulación con las políticas de educación y cultura, generar semilleros y cuencas de cooperación, avanzar estrategias integrales en materia de modernización de la economía digital y, sobre todo, liderar desde el sector público tecnopolos que promuevan el empleo y formación en sectores estratégicos como el videojuego, la animación y el desarrollo de servicios y aplicaciones avanzadas de los dispositivos móviles.

En este empeño, no todo está perdido. En tiempos de involución, y ante un escenario francamente adverso, hemos logrado sumar voluntades y crear, entre tres universidades públicas, el Instituto Andaluz de Investigación en Comunicación y Cultura, una herramienta para generar conocimiento de vanguardia, saber aplicado para las industrias culturales con la que confiamos poder contribuir a cambiar el curso de una comunidad que no puede apostar todo a la dependencia de la construcción y el turismo. Tenemos conocimiento, cultura y talento. Pero faltan políticas públicas activas. Sabemos que el campo de la comunicación es central en la nueva era digital: y no solo para reconocernos y proyectar otra imagen de Andalucía, sino para desarrollar la llamada economía creativa, la industria de la comunicación y la cultura locales. Sin ella, no es posible la autonomía, ni el desarrollo social de la región.

«La universidad, y particularmente la academia española, es históricamente antimarxista»

Share

Su nombre se hizo especialmente popular el pasado verano, tras ser incluido en el exclusivo comité de expertos que habría de evaluar a los aspirantes a dirigir RTVE. Pero Francisco Sierra Caballero ya era, desde mucho antes, uno de los investigadores más respetados en el ámbito de la Comunicación contemporánea. Nacido hace 50 años en Gobernador, un municipio de poco más de 200 habitantes situado en la comarca granadina de Los Montes, muy cerca de Jaén, Francisco Sierra es catedrático de Teoría de la Comunicación de la Universidad de Sevilla, donde dirige el Departamento de Periodismo I.

Investigador del Instituto Andaluz de Investigación en Comunicación y Cultura y nuevo columnista de Andalucía Digital, es fundador de la Asociación Española de Investigación de la Comunicación y, en la actualidad, preside la Unión Latina de Economía Política de la Información, la Comunicación y la Cultura, así como la Asamblea de la Confederación Iberoamericana de Asociaciones Científicas en Comunicación.

Autor de relevantes ensayos sobre Comunicación, Política y Cambio Social, Francisco Sierra ha coordinado equipos internacionales de investigación para la Comisión Europea o para el Plan Nacional de Investigación y Desarrollo de España. Ahora, de la mano del sello editorial Siglo XXI de España, presenta Teoría del valor, comunicación y territorio, una obra que reúne aportes originales de autores de referencia como David Harvey, Toni Negri y Carlo Vercellone sobre Teoría del Valor y Revolución Digital, analiza las discusiones de aportes como las tesis sobre Capitalismo Cognitivo.

—Hace unos meses reclamaba en ‘Introducción a la Comunicología’ un enfoque materialista de la comunicación. Este libro avanza en la misma dirección, supongo.

—En efecto. La ausencia de una perspectiva crítica en Comunicación es notoria. Por influencia de la escuela funcionalista estadounidense, nuestros estudios han cultivado una visión instrumental, práctica, aunque paradójicamente poco útil. Si uno visita cualquier biblioteca o librería y se para a revisar el fondo bibliográfico, rápidamente salta la ausencia de referencias marxistas, materialistas o, en un sentido amplio, críticas de la comunicación.

Hay títulos episódicos, como el del exdirector de El Mundo sobre el poder en los medios, pero poca teoría y elaboración científica que apunte en una dirección distinta para entender por qué nos pasa lo que nos pasa con la comunicación pública. Este volumen, aunque colectivo, tiene un capitulo en el que avanzo cuestiones sustanciales sobre acceso, control e ideología en los medios, pensando no tanto en el periodismo, que suele ser lo habitual, como en las propias redes y en la cultura digital.

—¿Hay intelectuales marxistas en estos tiempos posmodernos de faltas noticias?

—Empiezo a pensar que no, al menos en España. Cuando tuve la defensa de mi Cátedra de Teoría de la Comunicación me pregunté en la exposición cómo es posible que un hijo de la clase obrera llegue a la universidad, se titule, termine siendo profesor e, incluso, alcance la máxima distinción en la carrera académica. Lo normal hubiera sido el desclasamiento o, directamente, no alcanzar tal honor. Añádase además que la universidad, y particularmente la academia española, es históricamente antimarxista.

A diferencia de otros ámbitos de nuestro entorno, pienso en Francia o Gran Bretaña, la investigación en España es poco crítica y no lo digo yo desde una posición contraria. Hay ya estudios de colegas de la Universidad Rey Juan Carlos y de la Complutense sobre el campo académico de la comunicación y ratifica dichas tesis.

No olvidemos además que en instituciones como la Universidad de Sevilla hubo purgas de ilustres profesores republicanos. Proliferaron catedráticos afines al Opus y el régimen. En mi propia Facultad de Ciencias de la Información en la Universidad Complutense eran conocidos los falangistas reconvertidos en profesores sin más bagaje intelectual que haber servido a la dictadura franquista.

En este escenario, hablar de intelectuales marxistas como una suerte de especie en extinción por la posmodernidad no sería cierto al hacer abstracción de la historia. Pensemos en grandes intelectuales como Manuel Sacristán, que fue expulsado de la carrera académica aunque reconocido como uno de los mejores filósofos y expertos en Lógica. En fin, haberlos los hay aunque expuestos a censura como en el acto que nos suspendieron desde Rectorado cuando íbamos a celebrar en el Paraninfo el Bicentenario de Marx.

Estamos, además, en un momento de emergencia del pensamiento materialista. El libro es solo una semilla, pero hay mucho trabajo articulado que venimos desarrollando en espacios como la Fundación de Investigaciones Marxistas y, desde luego, en la propia Universidad, sin apenas recursos pero con rigor y método para dar respuestas al tiempo de mudanzas que vivimos.

—En su libro analiza el llamado «Capitalismo de Plataformas Digitales» como Uber o Amazon. ¿Por qué es tan relevante para la teoría el valor?

—Al menos por tres razones, pues implica un cambio en las formas de generación de valor con figuras como los llamados «prosumidores», esto es, productores que voluntaria y gratuitamente, por el entusiasmo –como diría Remedios Zafra– de construir en común, aportan trabajo y riqueza a grandes plataformas que suelen ser monopólicas.

En segundo lugar, porque desde Marx, el concepto de inteligencia social general, se actualiza hoy con la centralidad de la red distribuida de Internet. La tesis del Capitalismo Cognitivo que sostienen algunos autores como Yann Moulier Boutang señalan que el valor depende hoy del código, de la información y del conocimiento y, ésta a su vez, depende de la tecnología.

Pensar estas plataformas, por tanto, es discutir quién domina la infraestructura y quién acumula valor explotando la creatividad social colectiva. Por último además, en torno a estas plataformas surgen nuevos conflictos y lucha de clases que explican en buena medida las contradicciones del capitalismo entre un trabajo y recursos de producción socializados y una privatización de la riqueza.

Debates como en España la Tasa Google son retos parciales a un problema de fondo que es observable en el mundo que se está configurando. Piense en los trabajadores de Amazon o en los juicios que en San Francisco mantienen los trabajadores precarizados de Uber. No solo asistimos a condiciones de trabajo de semiesclavitud: es que ésta es la condición de la acumulación del capitalismo informacional. Trabajo gratis.

En suma, el capitalismo de plataformas es central y, en torno a ellas, convergen el capital financiero (innovación y desarrollo), las disputas geopolíticas de poder internacional (el caso por ejemplo Huawei y el 5G) y los procesos que amenazan la diversidad cultural y las propias libertades públicas. Sin esta reflexión no podemos entender fenómenos como Trump o la ciberguerra.

—Nos dirigimos entonces al modelo ‘Gran Hermano’ que sugiere Google. ¿Qué implicaciones económicas tiene?

—No vamos, ya estamos instalados. Desde la denuncia por el Parlamento Europeo del caso Echelon, hemos seguido avanzando. La Unión Europea sanciona a Facebook por la venta de nuestros datos a Cambridge Analytic pero sigue delinquiendo. El caso Alexa, Smart Tv Samsung y otros dispositivos como el monitoreo en redes es la forma de colonización del siglo XXI.

Ahora, la explotación intensiva y extractivista no es sobre la naturaleza sino sobre nosotros mismos con la minería de datos. Pero se hace en condiciones de exclusividad, cuasi monopólica, y en la que la guerra de Huawei anticipa una disputa geopolítica por hacer real lo que los teóricos de la dependencia definían como la ventaja competitiva de la renta tecnológica.

Amazon, por ejemplo, desarrolla su propia infraestructura y la siguiente fase es que estas redes sean ya no política pública sino redes privadas. El debate sobre la neutralidad de Internet es secundario en la apropiación privada del espacio público. Y lo lamentable es que organismos internacionales como la Unión Internacional de Telecomunicaciones está en manos de Estados Unidos y siguen las directrices de las grandes corporaciones como los GAFAM.

Evidentemente, esta deriva beneficia a quien está ya instalado y domina la red (el circuito de distribución y gestión de datos para la comercialización) y nos sitúa en posiciones subalternas a países y culturas como España, donde no somos productores sino consumidores de estas plataformas, sus tecnologías y software propietario.

—En su libro hay aportes importantes de autores como David Harvey y Toni Negri y analizan procesos como la acumulación por desposesión. ¿Puede explicar a nuestros lectores de qué estamos hablando?

—La tesis de acumulación por desposesión es de David Harvey. De hecho, el seminario sobre teoría del valor que ha dado lugar al libro es iniciativa de él. Fue un honor para mí poder compartir debates con él y con su equipo en el marco del Seminario Internacional Milton Santos de Comunicación y Cultura Urbana que lidera mi grupo, Compolíticas.

Uno de los temas tratados es, justamente como plantea David Harvey a propósito de las ciudades, cómo el proceso de socialización y acceso a recursos difusos, cómo el patrimonio inmaterial y los bienes comunes, son hoy la principal fuente de acumulación por la captura que hacen, por ejemplo, corporaciones que registran, como hace Google Maps, las imágenes de nuestras calles, monumentos y formas de vida como recursos y externalidades positivas que, al tiempo que se comparten, son capturadas por el capital.

Ello da lugar a fenómenos como el turismo, que terminan por expropiar a la gente de sus espacios, recursos acuíferos, imágenes, rituales o imaginarios conforme a la necesidad del capital de rentabilizar las nuevas fuentes de riqueza. Estos procesos, lejos de ser amables, como pareciera con la minería de datos, suelen ser violentos como sucede a diario en el Sur global o con los desplazamientos de población.

—¿El Socialismo del siglo XXI será postmarxista?

—Si por postmarxista entendemos que precisamos una nueva teoría y práctica que no pensó Marx, desde luego. Pero los fundamentos de la crítica, del pensamiento materialista, siguen de plena vigencia. Esto es, toda propuesta emancipadora frente a la destrucción capitalista debe partir de Marx e ir más allá, desde luego. No podemos vivir anclados en el pasado pero no podemos avanzar desde la izquierda sin pensar la historia y aprender de las luchas y derrotas que el movimiento obrero ha tenido.

—¿Qué retos del mundo del trabajo identifica en su crítica de la economía política?

—Primero, el vindicar derechos que están poniendo en cuestión las nuevas formas de producción social. Antes hablaba de las plataformas digitales. En ellas no solo usuarios ven socavados sus derechos y libertades públicas. Trabajadores de empresas como Glovo no solo están en situaciones de extrema precariedad, sino incluso expuestos a graves condiciones de exposición contra su seguridad, como hemos visto.

En este escenario, las organizaciones sindicales tienen que plantear nuevas formas de lucha para la dignidad del nuevo proletariado. Y los poderes públicos empezar a regular porque asumen el neoliberalismo radicalmente en términos de oferta y demanda sin pensar, por ejemplo, los efectos en el pequeño comercio, la destrucción del tejido social o la vulneración de los derechos contemplados en el Estatuto de los Trabajadores.

—¿La comunicación puede ser un espacio de transformación de las desigualdades económicas?

—Ciertamente, si la concebimos como Ciencia de lo Común. Hemos aprendido que compartir en la teoría del valor en redes no empobrece. El problema es cuando se captura por corporaciones que no comparten ni su tecnología, ni el software ni la riqueza generada. Antes bien, se apropian de las externalidades positivas que genera el intercambio.

La comunicación, por ello, debe disputar el sentido del cambio tecnológico para dotarle de corazón, como en las redacciones: sobra marketing y falta inteligencia colectiva para compartir los bienes comunes, más aún en la era de Internet.

—En su presentación en Madrid, en la Librería Traficantes de Sueños, informó de un proyecto editorial sobre Marxismo y Comunicación. ¿No resulta inadecuado en la era de Internet?

—En modo alguno. Creo, antes bien, que es un proyecto necesario, radicalmente urgente en el tiempo que vivimos. Por ello, llevo cinco años revisando los clásicos y recuperando lecturas no hechas en Comunicación para una nueva teoría de los medios desde la tradición materialista. Si todo va bien, el próximo año será publicado en Siglo XXI.

Confío y tengo la esperanza de aportar herramientas de análisis y abrir un debate en el campo de la comunicación desde una perspectiva crítica. En este empeño estamos, desde la minoría y radical voluntad de pensar intempestivamente. Por fortuna, como aprendimos de Neruda, en esta tarea nunca estaremos solos: ni en la teoría ni en la práctica.

Entrevista en Cronicón y reseña del libro «Teoría del valor, comunicación y territorio.»

Share

Los liberales y apologistas del capitalismo a mediados del siglo XIX pronosticaban que gracias a este sistema económico en el mundo la riqueza iría a ser distribuida más o menos armoniosamente entre todas las naciones y, dentro de cada una de ellas, entre todas las clases sociales. Marx y Engels, en contraste, avizoraron que la dinámica del capitalismo inexorablemente conduciría a la polarización económica y social tanto en lo nacional como en lo internacional. La evidencia empírica, histórica, cuantitativa y cualitativa, demuestra que el mundo actual se adecua perfectamente bien a las especificaciones y previsiones de Marx y no tiene nada que ver, en cambio, con las predicciones que hacían autores contemporáneos suyos sobre el futuro de lo que llamaban la “sociedad industrial”, la cual creían que iba a ser una sociedad de clases medias en donde los sectores trabajadores estarían muy bien remunerados y las desigualdades de clase iban a desaparecer. ¿Pero qué ha sucedido? Exactamente lo contrario, y hoy el planeta con fenómenos que debe enfrentar como la crisis climática originada por un sistema depredador y contaminante como el capitalista, está al borde del colapso poniendo en riesgo la sobrevivencia de la especie humana.

El dominante sistema capitalista revela además la total incapacidad de resolver los problemas de la humanidad, por cuanto su sustentación se deriva de la explotación, la depredación, el despojo, la codicia, factores que provocan al mismo tiempo múltiples crisis: de sobreproducción, ecológicas, sociales, desigualdades, exclusiones, guerra, miseria y exterminios.

Repensar la agenda para la crítica materialista de la sociedad capitalista constituye tarea urgente y necesaria. Por ello, el doctor en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid e investigador social español Francisco Sierra Caballero, acaba de editar el libro Teoría del valor, comunicación y territorio (Siglo XXI de España Editores, 2019), cuyo propósito es el de contribuir a enriquecer el debate respecto de las transformaciones del capitalismo. Sobre todo, haciendo énfasis en las formas como se ha transformado el proceso de valorización del capital en nuestros tiempos.

Esta obra no solo busca brindar respuestas sino aportar en el empeño de algunos sectores intelectuales, sociales y académicos de comprender las vicisitudes del injusto sistema imperante que hace cada vez más pesada la sobrevivencia humana, para tratar de transformar la realidad.

Actualmente, “en la era de las plataformas digitales, donde la figura protagonista es la del trabajador precario que las alimenta, el capitalismo opera desde la abstracción de un proceso de acumulación por desposesión procurando limitar el alcance de la lucha de clases como un problema del pasado merced a la dependencia del capital financiero”. Con el objetivo de “comprender las contradicciones y procesos de transformación de nuestro tiempo, los intelectuales y críticos sociales que se reúnen en este libro reformulan y amplían el horizonte de comprensión de la clave fundamental de cualquier reflexión que quiera enfrentar la actualidad del capitalismo: la teoría del valor”.

Participan como coautores de este sugerente trabajo bibliográfico, destacados investigadores sociales de dilatada trayectoria académica como: Francisco Sierra (editor), David Harvey, Yann Moulier-Boutang, Antonio Negri, George Caffentzis, Jeremy Rayner, Carlo Vercellone, Andrés León Araya y Mina Lorena Navarro Trujillo.

Actualizar debate sobre teoría del valor para repensar el capitalismo

Con el propósito de analizar los alcances de esta obra, el Observatorio Sociopolítico Latinoamericano www.cronicon.net, entrevistó a su editor, el comunicólogo Francisco Sierra Caballero, actualmente catedrático de la Universidad de Sevilla e integrante del Instituto Andaluz de Investigación en Comunicación y Cultura, así como director del Grupo Interdisciplinario de Estudios en Comunicación, Política y Cambio Social (COMPOLÍTICAS) y de la Sección de Comunicación y Cultura de la Fundación de Investigaciones Marxistas.

Cuando pareciera que estamos atrapados sin salida en la lógica del capitalismo, ¿qué sentido tiene retomar y reflexionar sobre un complejo tema como la teoría del valor?

Decía Marx que lo importante no son tanto las respuestas como las preguntas. Comprender nuestro tiempo pasa por formular adecuadamente las cuestiones sustanciales que explican fenómenos como la crisis de Lheman Brothers, por ello hoy más que nunca resulta pertinente retomar los aportes del materialismo histórico y tratar de avanzar nuevas miradas, desde una perspectiva crítica, en un momento, el de la cuarta revolución industrial, que no solo está transformando las formas de producción y la generación de riqueza social, sino dando lugar a contradicciones y conflictos que solo alcanzamos a vislumbrar en esta línea cuando es evidente que se anticipan, como por ejemplo con la robótica, nuevos horizontes de progreso y amenazas globales que, como diría Marx, afectan al ser genérico y a la humanidad como especie. Por ello hemos tratado de actualizar el debate sobre la teoría valor cuyo aporte sigue siendo central para pensar el capitalismo.

¿Cuál es el sentido de abordar aspectos de esta teoría como el valor de uso y el valor de cambio cuando asistimos a la emergencia del capitalismo cognitivo en medio del modelo neoliberal que además ha precarizado el trabajo?

Justamente, explicar las razones de esta flagrante contradicción entre el crecimiento de la riqueza social general y la paulatina degradación o, como definen algunos economistas, la progresiva uberización del trabajo que, en algunos casos extremos, nos retrotraen a situaciones de semiesclavitud. Y las respuestas que se formulan desde la izquierda reeditan formulaciones periclitadas que no nos permiten alumbrar escenarios emancipadores según el principio esperanza. Así por ejemplo algunos intelectuales y movimientos sociopolíticos plantean una suerte de comunismo digital en defensa de los bienes comunes cuando nunca como hoy la infraestructura y medios de producción de información han estado tan concentrados. Una relectura de “Miseria de la Filosofía” pone en evidencia, a propósito de Proudhon, criticado por Dardot y Laval, que ciertas lecturas de las máquinas de producción y la tecnología resultan paralogismos que desvían y ponen el acento en el poder demiúrgico por ejemplo de Internet cuando en verdad la producción de valor intensifica la explotación y, como analizara Marx en la primera revolución industrial, tiene por objeto abaratar la fuerza de trabajo. El relato del neoliberalismo lo que hace no es otra cosa que imponer un discurso de la servidumbre con la diferencia de que en nuestro tiempo no quedan márgenes apenas para la contestación y el antagonismo, desde el punto de vista de la estructura de la información. Pensemos en los golpes mediáticos en América Latina que, más allá de una lectura reduccionista del papel de Bolsonaro, Lenín Moreno o Macri, en términos políticos, explican una reorganización geopolítica neocolonial dirigido a revertir todas las formas de soberanía y respuesta de las clases populares. Igualmente, podemos analizar el ascenso de la extrema derecha en la Unión Europea (UE) en el marco del proceso de acumulación por desposesión y de financiarización de la economía, con una clara estructuración del mercado común entre el Norte (Alemania) y el Sur – los llamados PIGS -. Cuando se constata la tendencial baja de la tasa de ganancia, la salida a la crisis, en el plano de la superestructura, vuelve a recuperar así respuestas, como antaño, autoritarias de una suerte de feudalismo en un sistema casi por completo desregulado en el que el capital financiero opera a escala global y viene condicionado por una lógica excedentaria que se traduce en los excesos de sobreexplotación de los trabajadores. En este escenario, la confrontación entre Pekín y Washington es inevitable como estamos viendo en la disputa por el 5G y el ataque a Huawei.

La “acumulación por desposesión”, parafraseando al profesor David Harvey, se ha profundizado en el mundo en las últimas décadas gracias al modelo capitalista neoliberal. ¿Cómo este fenómeno de despojo se vincula con la teoría del valor?   

Se da como un proceso de apropiación privada de las externalidades positivas. Pensemos por ejemplo en el turismo o en el sector de la construcción que, en países como España, son determinantes económicamente. En los famosos Grundrisse, Marx anticipa la noción de General Intellect: conforme el capitalismo y la compleja división del trabajo avanza, la socialización de competencias, el saber social general, se convierte en el factor motriz de acumulación, el problema es que ese saber, la inteligencia colectiva, es del común de la gente. Los investigadores caminamos siempre sobre hombros de gigantes y contribuimos al progreso sobre los avances que la propia comunidad científica logra definir a partir de dinámicas de cooperación, pero el sistema de patentes, la lógica copyright, termina por imponer la captura y apropiación privada de ese saber para incrementar la productividad y garantizar el proceso de acumulación. Del mismo modo, en nuestros núcleos urbanos gentrificados las tradiciones, costumbres, formas y estilos de vida se convierten en factores de valorización que atraen el capital especulativo y rentista favoreciendo la inversión en negocios, apartamentos turísticos y grandes megaeventos y construcciones monumentales con el único fin de dar salida, como analizara Jameson en la city londinense, al capital financiero acumulado. Ello da lugar a conflictos por el espacio, por el derecho a la ciudad, por la calle que es de todos dando lugar a procesos de movilización como analiza David Harvey en “Ciudades rebeldes”. Véase en Turquia las movilizaciones de Plaza Tahir, o en Sao Paulo el movimiento Passe Livre. Ahora justamente con nuestro equipo de investigación (www.cibermov.net) andamos analizando el ciberactivismo de los nuevos movimientos urbanos que son una respuesta articulada de resistencia y lucha por el espacio público en un capitalismo que necesita colonizar todos los espacios y mundos de vida para seguir con su lógica vampírica de acumulación. Lo grave es que este proceso de desposesión no es posible sin violencia, y no me refiero solo a la que ejercen los medios oligopólicos de desinformación.

El capitalismo ha alienado mentalmente a través de sus dispositivos comunicacionales a buena parte de la humanidad, generando la “economía del deseo”, hasta el punto que asistimos, como bien denominas, a un “imperialismo cultural”. ¿Frente a esa “plusvalía ideológica”, definitivamente resulta más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, como en la recurrida frase de Fredric Jameson?

Ciertamente, pero como sentencia Slavoj Žižek, la verdadera utopía es pensar que este capitalismo depredador es sostenible. Ahora, me planteas un tema interesante para los estudios en comunicación: la proliferación del discurso de la catástrofe. En las series y la ficción cinematográfica proliferan las narrativas de la distopía del fin del mundo. Suele suceder cuando se acentúa la contradicción entre lo antiguo y lo nuevo que emerge. Igual que no es posible entender El Capital sin Frankenstein, la literatura romántica y los fantasmas que poblaban la imaginación de Marx para ilustrar algo que no se puede ver pero que está presente cual espectro para explicar la plusvalía con metáforas y recursos que iluminaran lo que está oculto, lo que no se observa a simple vista pero que determina lo que yo llamo el capitalismo zombie. Gran parte de nuestro imaginario cultural, de las imágenes mediáticas del gran desastre derivan de esta tensión entre lo vivo y lo muerto, entre valor de uso y valor de cambio, entre clase vampírica y rentista y trabajadores de las llamadas clases creativas que solo logran seguir encadenados en la noria de retroalimentación de la lógica del valor por el relato del entusiasmo o por miedo, como sabemos desde Maquiavelo y Hobbes, una poderosa herramienta de disciplinamiento. Daría pues para analizar en qué medida la narrativa del fin del mundo incide en la producción del valor, vía control de la fuerza de trabajo. Sabemos que la narrativa Disney es necesaria para grandes megaproyectos especulativos del capital financiero como ya analizara Jameson en el caso de Londres o, como podemos observar en megaeventos mediáticos como las Olimpiadas, en el caso de Brasil. Hablamos de un discurso ilusionista, exento de contradicciones, fraguado en las falsas esperanzas de progreso y libertad en medio del devastador efecto de la destrucción creativa, los desplazamientos de población y el sobreendeudamiento del que se alimenta el capital financiero por los que luego se justifican las medidas de ajuste del Consenso de Washington, pero en menor medida se ha analizado desde la economía política y la crítica ideológica el discurso del terror que alimenta la producción de las industrias culturales hoy día: de The Walking Dead a Resident Evil, de Nation Z a Les Revenants. Convendría en fin estudiar esta lógica o imaginario del apocalipsis. Me ha dado que pensar. Realmente en el libro si se habla de la plusvalía ideológica – no olvidemos que Marx era un gran lector de esta literatura romántica y que se ganó la vida siempre como periodista – pero sí de la influencia que tiene para la teoría del valor la dimensión espectral que proyecta el proceso de producción de plusvalía. Un enfoque poco explorado, a nivel de la teoría de la forma, en los procesos de explotación capitalista como vindicara Ludovico Silva hace décadas.

¿La crisis del capitalismo mundial cuasi terminal, posibilitará a la luz de la teoría marxista, encontrar un nuevo paradigma económico que transforme la forma de vida, cuando culturalmente el sistema está sustentado hegemónicamente sobre bases ideológicas que defienden el individualismo, la codicia, el despojo y la explotación?

Indudablemente. Es necesario, es posible y, más aún, podemos verlo en procesos emergentes de organización y autonomía mancomunada de los movimientos sociales: de Chiapas a la Araucanía, del 15M a la solidaridad en el Estrecho con los inmigrantes, de los chalecos amarillos en París al MST en Brasil. El problema quizás es que hemos de articular desde la izquierda más debates, más espacios de reflexividad en común, construir laboratorios de ideas con los movimientos de protesta. El pensamiento conservador, de Reagan a Trump, ha venido organizando a través de fundaciones de extrema derecha como Heritage Foundation factorías de producción ideológica que hoy por hoy condicionan el debate y deliberación ciudadana en nuestros países, escorando incluso a las fuerzas de progreso hacia el progromo liberal y ultraconservador de familia, tradición y propiedad mientras que la izquierda se ha replegado y renuncia a su capacidad de interpelación. En más de cinco décadas de la gloriosa política de roll-back el pensamiento emancipador ha permanecido recluido en las universidades desconectado de las luchas por la dignidad, como sucede con los estudios culturales en Estados Unidos, o como vemos en la academia y vida intelectual de la mayoría de países de América Latina. Por ello es vital recuperar la iniciativa y abrir espacios de interlocución actualizando el espíritu gramsciano del principio de pesimismo de la razón y optimismo de la voluntad. Los pocos centros de pensamiento, en una deriva profundamente antimarxista, que existen en nuestros países resultan, a mi juicio, claramente insuficientes, cooperan poco entre sí y no generan semilleros de ideas, cuadros e intelectuales conectados para un programa común como hoy por ejemplo demuestra la derecha que ha llegado a articular, con Steve Bannon, en la UE propuestas como The Movement. En definitiva, para formular nuevas políticas y un programa común de disputa de la hegemonía, precisamos crear las condiciones propicias para ello y de momento, aunque muchas fuerzas de la izquierda emancipadora insisten en el discurso de la lucha ideológica, en la práctica no es una prioridad. No obstante, he de reconocer que la crisis de 2008 ha retomado el interés por Marx. El congreso del Bicentenario que organizamos desde la Fundación de Investigaciones Marxistas, en la Universidad Complutense de Madrid contó con centenares de investigadores jóvenes interesados en Marx para pensar nuestro tiempo en diversas disciplinas con aportes novedosos y lecturas originales. Igualmente, plataformas como ULEPICC vienen agrupando, dando espacio a una nueva generación de investigadores comprometidos con la comunicación y la práctica teórica para la emancipación. Creo que, poco a poco, se están produciendo avances y abriendo puertas y ventanas para ir más allá en medio de las transformaciones estructurales que impulsa el nuevo espíritu del capitalismo. En nuestro libro, hemos tratado de hacer un modesto aporte con colegas de Europa y América que vienen trabajando en esta línea: del neomarxismo italiano y los teóricos del Capitalismo Cognitivo a compañeros como David Harvey que nos ayudan a leer a Marx en este tiempo tan convulso y poco dado a la reflexión serena.

El capitalismo en su fase neoliberal terminó por horadar la democracia en aras del dios mercado. El coronel y geoestratega español Pedro Baños Bajo afirma que en un mundo en que los poderes económicos se apropiaron de la política (como en España que manda el Ibex 35 y en la Unión Europea la Troika), ¿por qué este tipo caricaturesco de “democracia” tiene que ser el mejor sistema? A lo mejor un ciudadano no necesite votar cada cuatro años para que persista este mercadeo y el hastío que produce la corrupción en la sociedad generada por la codicia capitalista. En muchos lugares se están planteando otras fórmulas —seguridad, desarrollo económico…— que a lo mejor no van ligados necesariamente a un “sistema democrático” (entre comillas) como el que actualmente padecemos. ¿Qué opinas?

Sin duda alguna. Uno de los signos característicos de este tiempo es lo que en Colombia denominan “seguridad democrática” que, francamente, parece un oxímoron. De hecho, por razones de seguridad se ha perseguido a Julian Assange, por cultivar la paz se justifica la guerra preventiva y por razones de Estado se ataca y vulnera la libertad de expresión y no precisamente en los medios periodísticos sino sobre todo en las redes sociales. Así, terminamos, como diría Marx, haciendo real el principio de inversión, el mundo al revés, que decía Galeano. Esto es, los mercenarios y apologetas de la guerra terminan extendiendo la barbarie en la que nos encontramos, justificando su lógica autoritaria por luchar contra los enemigos de la democracia identificados, por lo general, con los populistas, partidos de izquierda, sindicatos y movimientos sociales. Por ello los discursos de atajar toda forma de alteración del orden son peligrosos y suponen, como en España con la ley mordaza, una respuesta autoritaria, de fascismo amable, una suerte de vía o forma de dictablanda para salir de la crisis eliminando las contradicciones del capitalismo por la fórmula ya conocida de liquidación o anulación del adversario. Otra política que me preocupa particularmente es el discurso cínico de lucha contra la corrupción. Por lo general, este tipo de estrategia política, como ilustra el caso Trump, pero mucho antes Hitler o el fascismo italiano, ha sido la antesala del excepcionalismo jurídico, del estado de excepción, esto es, la política de desinstitucionalización del Estado social y de derecho que es lo que hoy vemos no solo en países sujetos a un régimen colonial, propio del extractivismo, como es el caso de Colombia con la aniquilación de líderes sociales, sino también de la persecución judicial en Europa y Estados Unidos, siguiendo la estrategia de lawfare contra líderes contestatarios, librepensadores y todo sujeto que ose  revelar que el rey está desnudo y que además sabemos por qué. En este horizonte, es vital desplegar toda una batería de estrategias de pedagogía democrática para poner en evidencia que Assange somos todos, que la democracia debe protegerse de los negacionistas, que la amenaza a las libertades públicas empieza cuando la búsqueda de certidumbres y la promesa de flexiseguridad es el anuncio de nuestra futura pérdida de autonomía, el primer paso para la asfixiante clausura de un orden inhabitable que, como sentenciara Brecht en su célebre poema, terminará por capturarnos a todos. En este escenario, lo discutía hace poco tiempo con la presidenta Dilma, el problema de la izquierda no es tanto no tener respuestas en materia de políticas de seguridad, como saber articular un discurso que revierta o frene el avance del imaginario restaurador. Seamos sinceros. Esto es difícil porque se trata, como decía Chomsky de enfrentar la posverdad. Hoy la gente no cree en los hechos y se impone la pura irracionalidad, el asalto a la razón. Cómo podemos combatir esta deriva social. Sinceramente, no lo tengo claro. Podemos aprender de otros períodos, por comparación, ya repetidos como tragedia, sino como farsa anteriormente. Pues esta situación no es nueva en la historia. Desde las revoluciones liberales de 1848 son recurrentes las fantasías de retorno al origen, de vuelta a los fundamentos del orden que suelen anticipar nuevos estallidos y contradicciones propias del avance de la civilización capitalista. Lo preocupante hoy es la virulencia de la nueva barbarie que anuncian los pregoneros mediáticos al advertir del peligro de que vengan los bárbaros: sean migrantes, trabajadores sin papeles, roedores marxistas – como los califica la patronal y el lobby publicitario en la UE – o simplemente las mujeres feministas que luchan por sus derechos. La forma y contenido del discurso restaurador es, si cabe, mucho más perverso, perfeccionado, y agresivo que el vivido en los años treinta del pasado siglo. Y me preocupa que desde la izquierda se desplacen las posiciones consustanciales a la razón de ser de un proyecto que ha de ser liberador por la hegemonía ideológica que tienen centros de pensamiento como Moral Majority o la fundación FAES en España, simplemente porque se han instalado en el sentido común de la gente. Nuestro reto, el compromiso histórico de intelectuales, trabajadores de la cultura, educadores, periodistas y movimientos autónomos que procuran el bien común no es asumir el marco cognitivo de estos discursos de la seguridad y estabilidad, sino antes bien poner el acento en la necesidad de otro marco, de otro sistema y para ello hemos de trabajar mejor no solo el relato sino el acontecimiento. En eso estamos y por ello la razón de este libro que espero sirva para abrir espacios de reconstrucción democrática.