Entrevista en Cronicón

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Entrevista con el cientista social y catedrático universitario español, Francisco Sierra Caballero, con motivo del lanzamiento de su nuevo libro Marxismo y comunicación. Teoría crítica de la mediación social (Siglo XXI de España Editores, septiembre 2020).

El capitalismo de plataformas y la revolución digital que ha impactado de manera superlativa la cultura y viene generando nuevos antagonismos sociales es una de las características de nuestro tiempo, junto por supuesto, con la desigual distribución de la riqueza a nivel planetario.

Sobre este interesante tópico y  a partir de la teoría crítica, el profesor Sierra Caballero nos ofrece un sugerente análisis sobre los desafíos para enfrentar la tendencia hegemónica de manipulación mediática en un mundo sustentado en el expoliador sistema capitalista que ha generado la más grave crisis civilizatoria que amenaza con la existencia de la especie humana.

Prologado por el prestigioso intelectual belga Armand Mattelart, referente de la Economía Política de la Comunicación,  esta obra ofrece para la reflexión “líneas maestras de fuerza” que sistematizan algunos de los principales aportes de la visión materialista para, posteriormente, ir sentando las bases de desarrollo del pensamiento emancipador en comunicación desde la tradición marxista.

Corroída por un sistema depredador como el capitalista, la sociedad enfrenta tiempos de gran incertidumbre, en los que la incomprensión o aislamiento de la crítica es la tendencia hegemónica. De ahí que el autor señala cómo la capacidad de interrogación está en la base de cualquier voluntad emancipadora y cómo se aplica el marxismo en el análisis de la mediación social para denunciar los presupuestos teóricos e ideológicos del sistema de relaciones dominante en el campo de la información y la comunicación. Para ello echa mano del legado del filósofo italiano Antonio Gramsci; del dramaturgo alemán Bertolt Brecht y de la corriente de los Estudios Culturales, surgida en Inglaterra en los años 60 del siglo pasado, así como desarrolla un profundo análisis sobre la Teoría del valor.

Destacado experto en comunicación

Nacido en la localidad de Gobernador, en los montes orientales de Granada (Andalucía, España), Sierra Caballero sostiene que vive para dos de sus pasiones: la Comunicología y América Latina.

Catedrático de Teoría de la Comunicación de la Universidad de Sevilla, donde dirige además el Departamento de Periodismo I y columnista de varios medios digitales, este aplicado investigador es un referente intelectual en el ámbito del área social en que trabaja por la importancia y alcance de sus aportes.

Investigador del Instituto Andaluz de Investigación en Comunicación y Cultura, es fundador de la Asociación Española de Investigación de la Comunicación, en la actualidad, preside la Unión Latina de Economía Política de la Información, la Comunicación y la Cultura, así como es directivo de la Asamblea de la Confederación Iberoamericana de Asociaciones Científicas en Comunicación.

Autor de relevantes ensayos sobre comunicación, política, cambio social y emancipación, Sierra Caballero ha coordinado equipos internacionales de investigación para la Comisión Europea y para el Plan Nacional de Investigación y Desarrollo de España. En enero de 2019, a instancias de la Asociación Cultural y Científica Iberoamericana, presentó Introducción a la Comunicología, una obra en la que aborda, de manera crítica y panorámica, el ámbito de la mediación social y el papel que juega la comunicación en la propia conformación de la sociedad.

En el primer semestre de 2019 coordinó la edición del libro Teoría del valor, comunicación y territorio (Siglo XXI España).

El reto de una revolución cultural a partir de un trabajo de pedagogía activa

Con el propósito de ahondar sobre el alcance de los tópicos que desarrolla este inquieto intelectual español y acucioso investigador en su nuevo trabajo bibliográfico, el Observatorio Sociopolítico Latinoamericano www.cronicon.net realizó la siguiente entrevista.

Uno de los cruciales temas que desarrolla muy atinadamente y de manera oportuna el libro es el relacionado con el capitalismo de plataformas y las incidencias que viene teniendo la revolución digital con sus algoritmos en la sociedad mundial y los entornos culturales.  ¿Se podría afirmar que la humanidad está enfrentando una ‘cibercracia’?

Digamos para ser precisos que estamos experimentando una transformación geopolítica y cultural en torno a la revolución digital que implica varios desplazamientos: del Estado, inclusive el poderoso imperio de Estados Unidos, a las grandes corporaciones GAFAM, en especial Google y Amazon, y del eje Atlántico, dominante en ciencia, tecnología y comunicación a lo largo del siglo XX, al eje asiático bajo liderazgo de China. En este contexto, discutir el papel de las tecnologías en red, o en general la información y el conocimiento, se torna central para comprender el capitalismo y las nuevas contradicciones de nuestro tiempo. Pero llama la atención que, incluso desde la izquierda, se asuma acríticamente, como es lógico sin el debido análisis materialista, qué significa la llamada sociedad de la información, qué dispositivos y formas de poder y control tienen lugar en la era Internet, y cuáles son las alternativas liberadoras para una democratización del nuevo ecosistema mediático. Antes bien, buena parte de la literatura especializada en la materia reproduce el discurso de Silicon Valley sobre el poder transformador de la tecnología en una suerte de nuevo reduccionismo o determinismo tecnológico, al tiempo que imaginan que la primavera árabe fue un proceso revolucionario y de liberación social. Nada dicen quienes asumen esta lógica de razonamiento que los GAFAM son también el muro de Wall Street y que en la economía uberizada asistimos a formas de lucha de clases más propias del siglo XIX que del siglo XXI, como podemos observar si vamos más allá de los eslóganes al uso de los grandes emporios punto.com. En definitiva, el poder simbólico de la cultura ciber es el poder del gran capital financiero internacional y de nuevos actores transnacionales como Facebook que, coaligados con poderes tradicionales como el ejército, conforman la base de la hegemonía y el poder con los que se derroca gobiernos, véase el caso de Brasil, o se instauran ejecutivos neofascistas como el de Trump, en el avance de los intereses del complejo industrial y militar del Pentágono y los amos de las finanzas.

“Discutir el papel de las tecnologías en red, o en general la información y el conocimiento, se torna central para comprender el capitalismo y las nuevas contradicciones de nuestro tiempo”

Al analizar algunas contribuciones de la corriente de los Estudios Culturales a través de sus referentes Raymond Williams, Edward Thompson,  Stuart Hall y Richard Hoggart,  resaltas uno de sus propósitos investigativos cual es el de explorar el potencial de los receptores para la resistencia y la rebelión frente a las fuerzas reales del poder ideológico dominante. ¿Qué elementos esenciales, en tu opinión, se requieren en un sistema capitalista que permea todo, para lograr pasar de la cultura de la resistencia a una comunicación transformadora?

Sin duda, en primer lugar, es preciso una revolución cultural, un trabajo de pedagogía activa, en un sentido gramsciano, para modificar la concepción al uso sobre el papel de la comunicación en nuestra vida cotidiana. La mayoría de la población sigue imaginando los medios y mediaciones culturales como un problema de ocio y tiempo libre, como una suerte de consumo inocuo que corresponde al ámbito privado, cuando, en realidad, es en este ámbito donde se conforma la ciudadanía, donde se fragua la subjetividad, los imaginarios que inciden en las formas dominantes de control y alienación ideológica. Sin conciencia de la dimensión política de la comunicación, sin este trabajo de pedagogía activa no podremos avanzar en el derecho a la comunicación y por tanto en una mediación emancipadora. Bien lo sabía Raymond Williams que inició sus intereses sobre el papel de la televisión problematizando proyectos como Open University en la BBC para la educación de los adultos que no habían podido acceder a la educación superior. Desde entonces, los Estudios Culturales empezaron a explorar la inserción de los medios y la cultura de masas en el espacio social de la cultura subalterna a fin de horadar los espacios de la economía moral de las multitudes, de las clases populares, en torno al discurso informativo y las industrias culturales. Pero hoy se ha impuesto el sentido común en contra de los comunes que piensa la tecnología o la cultura Internet como un espacio autónomo y libre. Es hora, creo, de empezar a disputar esta idea para politizar la comunicación y, desde luego, elaborar alternativas. Hay otros factores determinantes para construir una comunicación transformadora, pero la conciencia de lo que está en juego a este respecto me parece crucial.

Con la crisis profunda del sistema capitalista y de la democracia liberal que lo sustenta, como se ha podido evidenciar en la actual coyuntura con el bochornoso proceso electoral estadounidense, ¿cómo se puede aprovechar esta circunstancia para repensar la agenda ideológica y de acción de los sectores alternativos y antiglobalización (entiéndase antineoliberales)? ¿No constituye un momento crucial para ello? ¿Qué podría hacerse?

Creo, en efecto, que este es un tiempo encrucijada, un momento de crisis que puede resolverse con más democracia o, como observamos en Europa y algunos países de América Latina, con más autoritarismo, con fascismo de baja intensidad. Ahora, en el campo de la comunicación seguimos observando graves retrocesos: desde periodistas convertidos en publicistas de las grandes corporaciones y voceros del capital financiero a dinámicas de concentración como nunca antes se ha vivido en la historia. El deterioro además del ecosistema informativo es alarmante y no solo por las llamadas fake news sino por la poca diversidad de la oferta, por la pésima calidad de los contenidos y la infoxicación y alienación absoluta de amplios conjuntos de usuarios de la comunicación. Un primer paso para avanzar en otra dirección es retomar la estrategia del Foro Social Mundial de Porto Alegre. La crisis de la pandemia nos sitúa ante la necesidad de un nuevo internacionalismo a partir, lógicamente, de la crítica antiimperialista poniendo, como se hizo hace décadas, en el centro la disputa ideológica en el campo de la comunicación. El movimiento indígena, a partir de los encuentros Abya Ayala en Oaxaca, avanza en Latinoamérica en esta dirección, y deberíamos aprender de ellos porque, sin duda, hoy más que nunca, es preciso que se conformen grandes plataformas supranacionales de comunicación popular y alternativa, al modo como Telesur se convirtió en un medio de referencia en la disputa de la agenda informativa. Esta articulación, en un sentido político, es complicada porque supone coordinar tiempos, territorialidades, actores y procesos muy distintos, complejo empeño cuando nos jugamos no solo el futuro de la democracia y los Derechos Humanos, sino la propia vida del planeta. Pero hay que persistir, insistir y re-existir, más allá de las luchas y frentes culturales de ámbito local.

“La mayoría de la población sigue imaginando los medios y mediaciones culturales como un problema de ocio y tiempo libre, como una suerte de consumo inocuo que corresponde al ámbito privado, cuando, en realidad, es en este ámbito donde se conforma la ciudadanía, donde se fragua la subjetividad, los imaginarios que inciden en las formas dominantes de control y alienación ideológica”

Dentro de este contexto, Armand Mattelart en el prólogo del libro hace énfasis en la necesidad de reinventar la política como “ideación y acción social”, en un momento marcado “por un proceso de evidente desertización”, como diría Habermas, refiriéndose a la crisis de la Unión Europea (UE). Si política es comunicación, ¿están dadas las condiciones para cambiar el paradigma político-comunicacional dominante en el mundo cuando es evidente que el poder financiero de la ‘cibercracia’ que domina las GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft) haría prácticamente imposible lograrlo? ¿Hay salida? ¿O deberíamos esperar un ‘milagro’, como por ejemplo, el derrumbe de la bolsa de valores electrónica automatizada Nasdaq?

Sí que están dadas las condiciones, al menos en un doble sentido: primero porque la revolución digital está transformando, como anteriores revoluciones industriales, las lógicas de organización y producción social y, en segundo lugar, porque ello nos obliga a pensar la relación entre sistema informativo y contexto social, en términos de ecología de vida, de construcción colectiva del hábitat. Lo primero pone el acento en las bases materiales y económico-políticas del llamado capitalismo de plataformas, de ahí debates como el de la UE sobre la tasa Google (que va más allá, como explicamos, de la justicia fiscal) o las propias contradicciones entre las élites del sistema dominante, caso de Trump contra algunas de las grandes corporaciones GAFAM. Y esto es apenas la punta del iceberg, porque las contradicciones latentes que se despliegan son numerosas: entre la industria de contenidos local y los intermediarios globales, entre la política cultural del Estado y los nuevos aparatos ideológicos transnacionales, entre sujeto de derecho y extractivismo de datos que amenaza las libertades públicas individuales, entre dominio público y mercado…, en fin, al ser un proceso de crisis tenemos abiertas varias hipótesis una de ellas, en efecto, es el propio colapso del capitalismo financiero por las lógicas automatizantes de valorización, pero también es cada día más evidente el colapso tecnológico que limita la sostenibilidad del actual modo de producción informativa, y no solo por la obsolescencia tecnológica.

“En el campo de la comunicación seguimos observando graves retrocesos: desde periodistas convertidos en publicistas de las grandes corporaciones y voceros del capital financiero a dinámicas de concentración como nunca antes se ha vivido en la historia”

Lo cierto es que en este colapso social, ecológico y climático originado por un sistema criminal y depredador como el capitalista se hace imperiosa la necesidad de una comunicación para una transición civilizatoria que contribuya a generar sentido común y una nueva hegemonía política en sentido gramsicano. ¿Por qué el marxismo puede servir de caja de herramientas para lograr los cambios que clama la humanidad y materializar esa transición civilizatoria que se requiere con urgencia para evitar el marchitamiento a pasos agigantados del planeta?

Más allá de las lecturas contemporáneas de los Gründrisse que nos ayudan a pensar la función vectorial de la ciencia y la tecnología en el proceso de desarrollo del capitalismo, el marxismo nos aporta tres elementos fundamentales para la comprensión de este tiempo de mudanzas. Primero, al ser una práctica teórica crítica, propia del pensamiento relacional, nos explica e ilustra las tendencias de desarrollo histórico desde una perspectiva real y concreta. En un mundo interconectado, el marxismo aporta elementos para pensar ligando realidades y procesos contradictorios aparentemente inconexos e incluso irracionales o sin sentido, considerando la dinámica de transformación acelerada del turbocapitalismo. Este, en el fondo, es el gran aporte para la comunicación: pensar las mediaciones. Por otra parte, además, su lectura económico-política arroja luz sobre los procesos materiales de composición de la cultura de silicio o digital, cuestionando su sostenibilidad, a sangre y fuego, como parte del proceso de expansión imperialista que arrasa continentes enteros como África o el conjunto del planeta, tal y como nos enseñara Manuel Sacristán. El marxismo logra, por último, en tercer lugar, situar en el centro de las cuestiones epistemológicas y políticas el problema de la praxis y, por extensión, el antagonismo como núcleo de disputa y proyección del cambio histórico, aunque algunos sesudos ensayistas sigan insistiendo (un discurso por otra parte recurrente desde el siglo XIX) que ya no tiene lugar la lucha de clases. Los grandes tiburones de la bolsa saben que no es así y reconocen que la lucha de clases, cada día más presente, la están ganando. Ahora, los conflictos en Amazon, la movilización de los riders por un trabajo digno, y las disputas por la regulación de grandes plataformas como Google demuestran que la lucha de clases sigue muy viva y que, como es lógico, no se manifiesta ya en la dinámica fabril sino en un conjunto amplio de actividades y problemas que deben ser teorizados y objeto de intervención para desbloquear los procesos sociales de liberación, por más que nos traten de contar que la economía se ha desmaterializado en la era de la realidad virtual.

En el libro calificas a los movimientos sociales como “comunidades inteligentes dispuestas para la acción y el cambio”, pero al mismo tiempo alertas sobre el riesgo de que la economía política de la comunicación no asuma un posicionamiento de compromiso social y de praxis, con lo cual se estaría reeditando el fracaso del Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación (NOMIC). ¿Es posible en las actuales circunstancias articular la praxis social y el sustento teórico para generar una alternativa de cambio civilizatorio? ¿La teoría marxista si alcanza para lograrlo?

En un libro que editamos el profesor Quirós bajo el título El espíritu McBride (Ciespal, Quito, 2016) insistíamos en esta hipótesis. El fracaso del NOMIC fue debido en buena medida a la falta de articulación de las propuestas del frente diplomático y académico con la profesión y los movimientos sociales. Toda transformación, como todo cambio histórico, requiere de la amplia voluntad y movilización ciudadana. El asalto neoliberal a las universidades ha colonizado la práctica teórica pero también es cierto que nunca como hoy hay una generación de investigadores, algunos retornando a Marx, que imaginan su labor intelectual comprometidos con las demandas de los movimientos sociales. Quizás el problema, y aquí vindico el pensamiento materialista, es que, desde una suerte de idealismo como es común en los estudios culturales americanos, se vindica a Marx, Gramsci, y la Escuela de Birmingham desconectando por abajo la actividad del pensamiento de la intervención real en una suerte de academicismo estéril de improductivas consecuencias desde el punto de vista de la liberación social. En algunos casos, pienso en los movimientos que vindican lo común en la lucha por el código, los discursos de la autodenominada escuela crítica resultan profundamente antimarxistas y liberales, por más que se autorreconocen como libertarios, pero, al final, en tesis como la no intervención del Estado en la regulación de Internet, replican las mismas tesis de las GAFAM. Paradójica situación por cierto que llama cuando menos la atención en un momento de desmontaje del Estado moderno, empezando por sus sistemas de información pública. En ULEPICC, no obstante, hemos venido abriendo una agenda de debates sobre Geopolítica y Nuevas Tecnologías, y Teoría Marxista de la Comunicación que esperamos contribuya a tender puentes entre práctica teórica y compromiso político y social porque en la actual coyuntura política, en la encrucijada de crisis sistémica que vivimos no ha lugar a visiones acomodaticias o funcionales como las que observamos en torno al papel de las nuevas tecnologías.

“La crisis de la pandemia nos sitúa ante la necesidad de un nuevo internacionalismo a partir de la crítica antiimperialista poniendo, como se hizo hace décadas, en el centro la disputa ideológica en el campo de la comunicación”

Ideología, formación social, praxis, hegemonía sentido común, son elementos importantes de la contribución de Antonio Gramsci que analizas en detalle en el libro y que hay que tener en cuenta en este debate. ¿Cómo articular todos ellos en la intervención del sistema de mediación social que contribuya a la construcción de democracia?

Hablaba antes de la importancia de la pedagogía. El filósofo sardo siempre puso el acento en la importancia para la cultura popular y el proceso de cambio de la educación, sea informal, la literatura de folletín, por ejemplo, o formal, lo habitual en el sistema educativo.

De Gramsci creo que hemos de sacar una primera conclusión sobre la centralidad del sentido común y la disputa de la ideología dominante como un proceso de contagio, de contacto, de inmersión, en el sentido de lucha por la hegemonía, como al tiempo poner el acento en la dimensión praxeológica de la lectura de Marx, a mi modo de ver, como apuntara Sánchez Vázquez en vida, plenamente actual y vigente. Su apropiación de hecho por los estudios culturales nos ha permitido descubrir los matices de la cultura dominante y alumbrar al tiempo posibilidades de intervención e impugnación contrahegemónica. En otras palabras, no es posible un proyecto radical sin democratizar la deconstrucción de las representaciones ideológicas, sin trabajar sobre el sentido común con el común de la gente y este es un reto, sin duda estratégico, de pedagogía de la comunicación.

“El reto de la Comunicología en la era del capitalismo de plataformas es pensar el marxismo como un nuevo lenguaje contra la alienación cultural al tiempo que como pulsión vital y voluntad de ser y luchar, desde el antagonismo”

No podemos terminar esta entrevista sin referirnos al gran Bertolt Brecht y la filosofía de la praxis. En el empeño de una comunicación para la transición civilizatoria, ¿por qué el aporte del dramaturgo alemán respecto de la mediación social está vigente? ¿Qué nos dice hoy el pensamiento brechtiano en cuanto a las experiencias de contrainformación y la estética de la resistencia?

Este es uno de los aportes, creo que muy original, del libro. Normalmente, toda la literatura marxista en comunicación retoma las reflexiones del dramaturgo alemán sobre la radio como sistema de comunicación, pero lo verdaderamente revolucionario en su obra es la aportación de un método, el efecto V de distanciamiento, que nos puede ser útil a la hora de deconstruir y develar las representaciones ideológicas dominantes. Solo Jameson y Juan Carlos Rodríguez han sabido apreciar el alcance de su propuesta para este tiempo a este respecto. En nuestro ensayo, reinterpretamos sus ideas estéticas en el campo de la comunicación retomando elementos fundamentales como la importancia del goce por ejemplo con la música para la agitación cultural y la concienciación del espectador. Esta lectura suele ser poco habitual en la izquierda, acostumbrada a pensar lo ideológico, no sé si por un exceso de platonismo, como un problema estrictamente de contenido y no tanto de forma de representación. Pero, ¿la contrainformación es un solo una cuestión de ideas o de formas de relación? Mi hipótesis es que no es posible una ética y estética de la resistencia sin una poética que cuestione las formas naturalizadas de lo social y esto solo es posible integrando contenido con formas apropiadas a la sensibilidad del sujeto en cada época. En otras palabras, no podemos revolucionar la cultura cotidiana con estrategias de agitprop de principios del siglo pasado, como no podemos obviar que hay una serie de manifestaciones culturales que deben ser, como ensayó Brecht en su tiempo, el punto de partida con el que dar forma al lenguaje de interlocución para cambiar el mundo que vivimos. Ello implica, en palabras de Juan Carlos Rodríguez, pensar el marxismo como un nuevo lenguaje contra la alienación cultural al tiempo que como pulsión vital y voluntad de ser y luchar, desde el antagonismo, además de método de representación y análisis de la realidad. Este es el reto de la Comunicología en la era del capitalismo de plataformas y es la apuesta que hemos tratado de esbozar, al menos de forma exploratoria en el libro. Esperemos que al menos abra un debate en esta dirección porque resulta además de urgente necesario.

La economía política de la cultura, la comunicación y el conocimiento

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Francisco Sierra: “La monumental construcción de la filosofía materialista de Marx no hubiera tenido lugar sin su experiencia como periodista”.

Como los fumadores apasionados se citan a la intemperie para darse el gusto sin ceder ante el acoso de la intimidación, de una manera muy parecida tenemos este libro para agruparnos a su alrededor, en la lectura y el debate, los que creemos que sin el conocimiento sobre la comunicación no se puede avanzar en la política y la cultura.

Marxismo y comunicación [1], de Francisco Sierra Caballero, se lee en algunos tramos como una novela de la filosofía y a continuación como una crónica periodística pero me parece que en realidad es un reconstituyente para la anemia del desconocimiento sobre la comunicación que debilita a la izquierda. El catedrático de Teoría de la Comunicación de la Universidad de Sevilla, que forma parte del Consejo de Redacción de Mundo Obrero, nos propone “repensar los principales aportes marxistas en comunicación para pasar de la cultura de la resistencia a la razón emancipadora en movimiento”.

Desde Marx y Lenin hasta la “plusvalía ideológica” en la economía política de la comunicación, pasando por Gramsci y Brecht.

“Pensar hoy con Marx -advierte Sierra- exige una relectura de la teoría del valor y una actualización de cuestiones sustantivas sobre la mediación que tradicionalmente han constituido el agujero negro del marxismo”. Y propone “una teoría social de la mediación materialista y una lectura marxista de la comunicación y la cultura [2] que contribuya a interpretar los procesos de la revolución digital”. Nos hace pensar desde el principio, al asegurar que “la monumental construcción de la filosofía materialista de Marx no hubiera tenido lugar sin su experiencia como periodista”.

Capitalismo cognitivo

El libro que comentamos reclama a la izquierda que considere en profundidad la radical importancia estratégica del pensamiento en comunicación porque la información siempre ha sido determinante en la reproducción del capitalismo y la lógica del valor del actual capitalismo cognitivo se basa precisamente en la difusión del saber y la producción del conocimiento: “La comunicación contribuye a la desigual distribución de la riqueza, la información y el conocimiento en las sociedades contemporáneas, como parte de la estructura clasista de reproducción social, siendo los medios una parte estructural importante del ejercicio del poder”. “En España -añade Sierra- la investigación marxista sobre información y comunicación ha sido marginal incluso en las décadas de los sesenta y los setenta, cuando más activas y socializadas estuvieron las ideas socialistas y comunistas entre los trabajadores intelectuales”. Recomienda establecer dos elementos prioritarios en la agenda de las investigaciones: “El papel del Estado y de los servicios públicos y la explotación del trabajo creativo, cuestiones neurálgicas para el capitalismo cognitivo en su proceso de acumulación mediante la colonización de la sociedad entera por el capital”.

La investigación sobre la economía política de la comunicación “debe dar prioridad al estudio de los vínculos estructurales entre el sistema cultural y el desarrollo económico y al proceso de convergencia del sector de la comunicación con el sistema financiero internacional para un mayor conocimiento sobre los escenarios globales: la vinculación entre el Estado, el mercado, las corporaciones multimedia, los procesos de concentración industrial, las políticas públicas y el desarrollo económico”.

La información y el conocimiento como bienes comunes

La economía política de la comunicación “como punto de partida de una cultura común, reflexiva y crítica, vinculada a las redes sociales antiimperiales, para alternativas democráticas a la sociedad global de la información, recuperando el conocimiento como un bien común cuando en las contradicciones del nuevo orden imperial se abren brechas para las posibilidades del cambio mediante la movilización colectiva”.

Entre las muchas e imprescindibles aportaciones de este libro de Francisco Sierra me parece muy interesante la formidable documentación sobre la importancia de Antonio Gramsci y Bertolt Brecht como referentes para una teoría marxista de la comunicación y la cultura en la era digital. Sobre todo en “la alfabetización audiovisual como educación para la recepción crítica de los medios que ahora debe estar en el centro de las cuestiones políticas y sociales más importantes de nuestro tiempo”.

Con la advertencia de que “la comunicación transformadora y la estética revolucionaria dependen de los medios y de las expresiones y no sólo de los contenidos”, esta incitación al debate sobre el marxismo y la comunicación nos deja más interrogantes que certezas: “¿Desde qué bases y perspectivas puede activar el poder de la crítica sus dispositivos emancipadores? ¿Qué alternativas tenemos para la acción transformadora? ¿Cómo pueden ser reorientados los medios y las tecnologías de la información en un sentido democrático? ¿Qué líneas y ámbitos de actuación son prioritarios en el diseño alternativo de una sociedad de la información realmente para todos?”.

NOTAS:

1. MARXISMO Y COMUNICACIÓN. Siglo XXI. Su autor, Francisco Sierra Caballero, es catedrático de Teoría de la Comunicación de la Universidad de Sevilla. Dirige la Sección de Comunicación y Cultura de la Fundación de Investigaciones Marxistas y preside la Unión Latina de Economía Política de la Información, la Comunicación y la Cultura.

2. Nos recomienda “los dos volúmenes de Comunicación y Lucha de Clases que editamos en el Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina (CIESPAL)”.

El catedrático de la US Francisco Sierra publica el libro «Marxismo y Comunicación»

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El Catedrático de la Facultad de Comunicación, Francisco Sierra, acaba de publicar MARXISMO Y COMUNICACIÓN. Teoría Crítica de la Mediación Social en la colección Pensamiento de la editorial Siglo XXI. El libro, prologado por el prestigioso intelectual Armand Mattelart, ofrece al público las líneas maestras de fuerza que sistematizan algunos de los principales aportes de la visión materialista para ir sentando las bases de desarrollo del pensamiento emancipador en comunicación desde la tradición marxista.

Una necesaria crítica materialista de la mediación social que alumbra una evidencia inexcusable en tiempos de libre comercio: la dimensión política de toda mediación cognitiva.

MARXISMO Y COMUNICACIÓN. Teoría Crítica de la Mediación Social ofrece al público las líneas maestras de fuerza que sistematizan algunos de los principales aportes de la visión materialista para ir sentando las bases de desarrollo del pensamiento emancipador en comunicación desde la tradición marxista.

La presente obra constituye un acto político y de naturaleza reflexiva, en la medida que trata de situar los aportes fundamentales de la tradición crítica en el nuevo marco de relaciones que se deben pensar contra corriente, dando sentido a la realidad más allá de la razón sedentaria.

El autor persigue la idea matriz y original de deconstruir las formas contemporáneas de dominio del poder simbólico desde la recuperación de una tradición negada que debe y puede ser leída en nuestro tiempo a contrapelo de la historia.

Francisco Sierra es catedrático de Teoría de la Comunicación e Investigador del Instituto Andaluz de Investigación en Comunicación y Cultura (INACOM) en la Universidad de Sevilla. Director del Grupo Interdisciplinario de Estudios en Comunicación, Política y Cambio Social (www.compoliticas.org), Director del Departamento de Periodismo I y Editor de la Revista de Estudios para el Desarrollo Social de la Comunicación (REDES.COM) (www.revista-redes.com), ha trabajado como experto en políticas de comunicación, nuevas tecnologías y participación ciudadana en la Comisión Europea y otros organismos internacionales como la UNESCO y UNASUR. Presidente de la Unión Latina de Economía Política de la Información, la Comunicación y la Cultura (www.ulepicc.org), en la actualidad es Director de la Sección de Comunicación y Cultura de la Fundación de Investigaciones Marxistas (FIM).

«Del presente libro del profesor Sierra emana una fuerza epistemológica que redefine la comunicación, la restituye en su dimensión material, rompiendo con el mediacentrsimo, el tropocentrismo y el presentismo cultural.»

ARMAND MATTELART

«Un largo viaje por esa comunidad electiva que es el pensamiento marxista vis-à-vis de la comunicación, con paradas singulares en autores, períodos, desvíos, conexiones y propuestas críticas, hasta rozar con los dedos el aparato ideológico del capitalismo cognitivo.»

MARGARITA LLEDO

«Marxismo y comunicación es una obra profunda y rigurosa que interviene en el terreno teórico proclive a dejarse llevar por las modas académicas. Por encima de todo, ofrece una caja de herramientas materialistas indispensable para cuestionar los dogmas del neoidealismo contemporáneo y la sociedad de la información.»

CÉSAR RENDUELES

Marxismo y comunicación. Teoría crítica de la mediación social.

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La teoría crítica, que nos había explicado el fundamento materialista de nuestra sociedad y ofrecido estrategias para transformarla, tiene un nuevo desafío. Nuestro tiempo ya no se caracteriza solo por las contradicciones que la desigual distribución de la riqueza entraña, sino que también se ve determinado por un nuevo escenario: el capitalismo de plataformas y la revolución digital que han hipermediatizado la cultura y generado nuevos antagonismos sociales. Para poder comprender la sociedad del siglo XXI tenemos que repensar cuestiones esenciales de la teoría del valor, la semiótica y la reproducción del sistema social situando la comunicación como una cuestión central.

Para enfrentarnos a este reto, Francisco Sierra nos propone una lectura marxista de la mediación social a partir de un análisis sintomático que hace emerger lo real, proyectando nuevas prácticas instituyentes, un nuevo pensamiento y praxis social para pasar de la cultura de la resistencia a la comunicación transformadora.

Información y pandemia. Apuntes marxistas para una comunicología posible y necesaria

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Todo avatar del pensamiento está sujeto al plano de la inmanencia y a las vicisitudes propias del acontecer social. En particular, la crisis de confinamiento y lucha contra el coronavirus me alcanzó terminando de corregir las galeradas de mi último libro MARXISMO Y COMUNICACIÓN. Teoría Crítica de la Mediación Social, un esfuerzo teórico por ofrecer al lector las líneas maestras de desarrollo de la teoría marxista sistematizando algunos de los principales aportes de la visión materialista que han contribuido al pensamiento emancipador en comunicación. El ensayo, además de rendir tributo al sabio de Tréveris, fue escrito con la intención de aportar elementos básicos para una necesaria crítica materialista de la mediación social y alumbrar una evidencia inexcusable en tiempos de libre comercio: la dimensión política de toda mediación cognitiva. En palabras de Douglas Kellner, la Política y la Economía, como matriz de abordaje de la Comunicación, significa que la producción y distribución de la cultura tiene lugar en un sistema económico particular, en una forma de producción y reproducción social específica que no puede ni debe ser eludida si algún sentido tiene la ciencia desde el punto de vista social. Y he aquí que en la corrección de pruebas de imprenta uno ha de confrontar la dimensión pública de la actual crisis de salud y económica que amenaza el futuro del capitalismo y de la propia civilización. En este marco, una vez más es ineludible aprender a pensar de otro modo la comunicación. La conexión entre los aspectos culturales y comunicativos, los tecnológicos y económicos, y los político-informativos y tecno-estéticos que están en la base del modelo de análisis marxista nos puede ayudar a pensar las alternativas democráticas en un horizonte de progreso amenazado por las distopías y el discurso de la cultura zombie.

Frente a la marginalidad de la teoría crítica, situaciones como esta nos sitúan ante el reto de aprender a pensar, reflexivamente, retomando la capacidad de interrogación para denunciar los presupuestos del sistema de relaciones dominantes en el campo de la información y la comunicación, una suerte, en fin, de análisis sintomático que hace emerger lo real, proyectando nuevas prácticas instituyentes, un nuevo pensamiento y praxis social para pasar de la cultura de la resistencia a la razón emancipadora que ha de acompañar toda práctica transformadora en momentos de crisis como el que vivimos con la pandemia.

Considerando los diferentes niveles de acción, en este marco resulta revelador tanto los problemas de orden práctico, como la lógica desinformativa de la posverdad, que los medios oficiales vienen desplegando por su adherencia a los modelos de representación ideológica presentes también en la práctica teórica hegemónica en la Comunicología. Más allá y más acá de Marx, la revisión de las lecturas preponderantes sobre la crisis de salud pública es una oportunidad en este sentido para tratar, desde nuevos prismas, la crisis de gestión del Estado y en general del capitalismo en la protección de los sectores más vulnerables. Por ejemplo, es posible, desde una visión marxista, despejar cierto desdibujamiento que sobre la teoría crítica han querido proyectar culturalistas o funcionalistas reciclados desde la posmodernidad, al identificar toda lectura materialista con el modelo economicista de la vulgata al uso sobre las teorías del control social frente a la compleja lectura propia de un pensamiento relacional que tiende a pensar la realización de la lógica del valor y el fetichismo de la mercancía desde una definición materialista consustancial a toda mediación social. Así, por ejemplo, si acometemos una interpretación más amplia del fenómeno global del coronavirus desde el punto de vista de la inmovilización de la población ante procesos de movilización de población, como las migraciones, o la acción colectiva que en países como España se han venido articulando, como la Marea Blanca, en defensa de la sanidad pública, las conclusiones difieren notablemente. Vaya por delante que la propia Comunicología apenas ha cultivado el conocimiento en ambos fenómenos de relevancia para ilustrar el proceso de reproducción social ampliado en el capitalismo.

Hablamos de dos líneas bien distintas de trabajo, aunque ambas, qué duda cabe, comparten la lógica de desborde que ilustra, sintomáticamente, la actual crisis del capitalismo. Pero el desarrollo de ambas líneas ha sido dispar. En los estudios sobre movimientos sociales, ha habido un resurgimiento tras décadas de olvido y marginalidad en el campo académico, pero cabe observar, paradójicamente, que en la Comunicología la atención sobre las diversas dimensiones de la acción colectiva ha sido considerablemente menor si pensamos, comparativamente, en otras ciencias sociales como la Sociología o la Antropología. Y ello incluso en contextos como el nuestro, pese a la centralidad que tiene, desde el punto de vista del cambio social, el nuevo ciclo de protestas para explicar los procesos históricos que estamos viviendo. Ello se debe, creo, a un doble condicionamiento: el mediocentrismo que elude o ha dejado de lado históricamente otras prácticas culturales al margen del proceso informativo, y como es notorio el desplazamiento de la agenda de investigación de una perspectiva crítica a un enfoque neofuncional de corte culturalista. Recuerdo un editorial de mi colega argentino Carlos Mangone en la Revista de Comunicación y Cultura de la UBA sobre la evolución del campo iberoamericano y la renuncia al compromiso intelectual de los académicos por un prurito de supuesta cientificidad. Y ratifico lo dicho o resumido en su ensayo. De hecho, lo poco que cabe leer en nuestro ámbito tiende a reproducir la lógica del espíritu positivo de este tiempo: un acendrado empirismo de descripción de experiencias y procesos de participación en movimientos sociales y, por otra parte, la fragmentación o aislamiento de los distintos movimientos, abordados cuando se interesa la investigación por ellos de manera particular (ecologista, feminista, campesino) con una nula voluntad de articulación y teorización sobre el interfaz nuevos medios y procesos de transformación social. Y ello pese a la importancia que tiene la necesaria conceptualización de la cultura digital en las formas y procesos de activismo que se pueden observar a este respecto. Y que, por cierto, podrían ayudar a ilustrar, desde el campo de la comunicación, lo que Williams denominaba estructura de sentimiento. En el caso de los estudios de migración, estas limitaciones son si cabe más gravosas. Primero por ser como es la cultura latina un ecosistema hibridado y, al tiempo, por reproducir la división del trabajo intelectual: estudiando desde el Norte los procesos de mestizaje y movimiento de población como meras culturas receptoras sin que se cuestione la matriz colonial que esta geopolítica del conocimiento implica. Bien es cierto, que los Estudios Culturales han puesto en valor la diversidad y riqueza de las matrices culturales en América Latina, pero falta avanzar, con el giro decolonial, un trabajo de reformulación de la modernidad capitalista desde lo que Bolívar Echeverría denomina la lógica del ethos barroco. Esta lectura, del pensamiento de la liberación, que anticipa Enrique Dussel, está por hacer en comunicación y significaría repensar la migración desde una visión histórica y política de los procesos trasterrados de movimientos de población, empezando por la resistencia de las culturas indígenas y las figuras denostadas en la narrativa dominante como el mestizo de cara a imaginar una suerte de episteme de la frontera que analice las redes de intercambio y apropiación de los códigos culturales considerando la dimensión geopolítica e instituyente de la creatividad que entraña en las culturas populares las formas de vida resultantes de la mezcla, del contagio, de la síntesis y proceso constituyente de las identidades descentradas y periféricas que habitan el universo de la subalternidad. Frente a esta exigencia teórica y política, en congruencia con lo que somos y nuestra cultura e historia en común, tenemos una investigación comunicacional que, lejos de asumir esta dimensión transformadora, y pese a los avances del movimiento indígena y sus aportes para pensar radicalmente la comunicación, aplaude y respalda el golpismo mediático y la cultura racista del neofascismo evangélico, tal y como hemos visto en Bolivia o Brasil. La cuestión por tanto ahora, en este horizonte histórico, sería preguntarnos qué ha hecho la academia, qué posición epistemológica ha adoptado la inteligencia comunicacional y por qué se ha plegado a una lectura, digamos, administrativa de matriz colonial que en momentos de ciris como el actual dejan de tener razón de ser, pierden, en fin toda la legitimidad. Sirva como ilustración de esta deriva la irrelevancia que vienen teniendo en la academia los estudios sobre Comunicación Indígena. Y ello pese a la importancia que han adquirido en las últimas décadas. En Bolivia, Chile o Ecuador, como antaño en México, el movimiento indígena viene desbordando los marcos tradicionales de representación y gobierno. Puede decirse que, desde los años noventa, ha habido un proceso de articulación y organización social que ha revolucionado la región. Los procesos progresistas en América Latina no son comprensibles sin el movimiento indígena. Y este protagonismo político también ha tenido traslación en la comunicación popular. Desde el I Encuentro Intergaláctico, convocado por el EZLN en Chiapas, la articulación de redes de información y comunicación comunitaria del movimiento indígena ha sido además de creativo un espacio autónomo para pensar la comunicación. Y ello ha marcado la agenda de nuevos debates en las Congresos de Abya Yala en este siglo XXI del Cauca a La Paz, de Oaxaca a la Amazonía brasileña, dando forma a un nuevo pensamiento comunicacional, como hace tiempo ya propuso en vida priorizar Luis Ramiro Beltrán, estudioso de las formas precolombinas de comunicación y auténtico impulsor de los estudios en la materia tanto en la teoría como en la práctica. En resumen, de un tiempo a esta parte, las condiciones son óptimas para construir un nuevo paradigma. Hoy por ejemplo tenemos las universidades de la tierra y la academia, aunque tímidamente, empieza a ocuparse en serio del diálogo de saberes, ya lo lleva haciendo desde unos años, aprendiendo de la comunicación del pueblo mapuche, de las experiencias de las comunidades quechuas y aymaras, de las formas de ser y representar de las culturas indígenas. Pienso en colegas de la Universidad Andina, de UNIMINUTO, de la UFRO en Chile, de la UnB en Brasil, de compañeros de Salta, además de la valiosa labor histórica de SIGNIS, ALAI, ALER, FARCO y tantas otras organizaciones de radio y medios comunitarios que vienen interviniendo sobre el terreno desde una filosofía de la praxis. En este empeño, hicimos un intenso trabajo en CIESPAL. Y hemos venido insistiendo antes y después en la necesidad de una Comunicologia del Sur pensada desde la experiencia de la comunicación indígena en la que hay ya trabajos de relevancia para avanzar otra agenda de investigación en comunicación. Creo, sinceramente, que en este sendero conviene seguir avanzando, más ahora que se impone la agenda restauradora y reaccionaria de una comunicación racista, segregacionada y cosmopaleta, por más que se nos hable de la modernidad líquida, la sociedad red o la comunicación inteligente y móvil, en un tiempo, paradójicamente, de confinamiento.

En este escenario, vindicar la comunicación popular indígena pareciera una lectura a contrapelo de la historia, como dijera Benjamin, pero, a nuestro juicio, más bien puede ayudarnos a contextualizar adecuadamente los retos de la revolución digital de ejercicio de ciudadanía en la era de la videovigilancia global, aun por razones de salud pública. Si el problema de la comunicación y la cultura en nuestro tiempo es la lucha por el código, por la apropiación de lo inmaterial, objeto a su vez de un intensivo intercambio, el reconocimiento y valoración de las diversas formas de autoproducción (de las favelas y el sector terciario informal a los jóvenes conectados para ejercer la libertad de intercambio) que hoy reivindican y practican los nuevos actores políticos en la red, exige, a nuestro entender, que problematicemos estos procesos para garantizar una esfera pública autónoma que reconozca las dimensiones productivas de la ciudadanía frente al modelo tradicional de centralización y apropiación de los bienes comunes, empezando por la propia comunicación. En este sentido, es preciso reconocer la emergencia de lo que el profesor Galindo denominó la primera erupción visible, la proyección de nuevas prácticas o culturas políticas. De Obama a Trump, de Facebook a Twitter, de la cultura underground situacionista al movimiento Yo Soy132 o la guerrilla semiótica de la cibercultura en el 15M, en España, las nuevas tecnologías de la información han modificado, estructuralmente, las formas de organización y acción política. Algunos sitúan el punto de inflexión en el levantamiento zapatista de 1994, pero sabemos que existe una amplia experiencia acumulada, desde la década de los sesenta, en materia de comunicación popular y alternativa. Las experiencias que hoy proliferan en la era digital no hacen sino actualizar las formas de interlocución que los grupos subalternos han procurado articular a lo largo de la historia para favorecer procesos de empoderamiento y resistencia. Existen por tanto líneas de continuidad, tanto como discontinuidades, considerando la dimensión disruptiva de la tecnología, en la producción de la mediación social contemporánea. Desde el punto de vista de las lógicas propias de la cultura digital y la pertinencia por consiguiente de una perspectiva materialista, ello implica, hoy más que nunca, la necesidad de perfilar nuevas matrices y un pensamiento propio a partir de un enfoque productivo capaz de romper con la racionalidad binaria y externa del mediactivismo como un simple proceso de oportunidad política. En Latinoamérica, venimos además constatando, a este respecto, que existen diferentes prácticas políticas inéditas y singulares, poco o nada consideradas por las fuerzas tradicionales de la izquierda, y menos aún por la academia, pese a las evidencias que muestran que este tipo de formas de intervención proyectan la producción de otra narrativa y modelo de organización de la comunicación. Por ello, constituimos desde COMPOLITICAS (www.compoliticas.org) el Grupo de Trabajo sobre Tecnopolítica, cultura digital y ciudadanía (CLACSO), y la red de pensamiento y activismo social TECNOPOLITICAS (http://www.tecnopoliticas.org/) sabedores que toda política alternativa pasa, en términos gramscianos, por un esfuerzo de pedagogía democrática y articulación. En el proyecto CIBERMOV (www.cibermov.net) proponemos, en esta línea, un retorno a Atenas, parafraseando el ensayo sobre democracia participativa del filósofo José Luis Moreno Pestaña (2019), a la hora de definir un abordaje y perspectiva transformadora del nuevo ecosistema informativo desde el punto de vista de las políticas públicas y la participación social. La hipótesis de partida es la pertinencia de una actualización de los mecanismos de la democracia antioligárquica conectando experiencias históricas existentes, de Pericles a nuestro tiempo, con las formas emergentes de interacción en torno a los nuevos dispositivos de codificación social. En otras palabras, necesitamos problematizar las nociones al uso de producción del espacio público y el ágora, considerando las posibilidades y limitaciones de la lógica de reproducción social, justo ahora que paradójicamente estamos encerrados en casa y con miedo a construir lo común. La revolución digital no solo ha cambiado el modo de consumir y proyectar nuestras identidades. El campo político ha sido radicalmente alterado por las redes sociales, transformando las formas de interlocución y la propaganda. El problema es que estas transformaciones no han ido acompañadas de un marco normativo que regule y proteja los derechos ciudadanos. Prevalece, antes bien, una suerte de lógica de No Man’s land, un vacío o territorio de nadie en el que se impone la disputa sin reglas replicándose una peligrosa dinámica de confrontación. Pensemos en la ultraderecha, a lo Steve Bannon, o en la lógica Bolsonaro de bulos y desinformación. Es sabido que allí donde no existe protección legal, donde no quedan claramente definidos derechos y obligaciones, impera la ley del más fuerte, la de aquellos que disponen de bots y recursos para imponer su voz en lo que el filósofo alemán Jürgen Habermas hace tiempo definió como privatización del espacio por la que se confunde la opinión pública con la publicación sobrerrepresentada de quienes tienen el poder de imponer su discurso: como decimos en Andalucía, se está imponiendo una cultura de palmeros, una opinión pública por aclamación. Tómese en cuenta además que la cultura de la era Instagram ha modificado sustancialmente los imaginarios y experiencia de los actores sociales. En este marco, hemos de pensar necesariamente los cambios en la cultura política que introduce la revolución digital. Y en este empeño estamos con el proyecto de investigación. Podríamos en este sentido ver cómo las relaciones de intercambio, con el confinamiento, han generado redes de solidaridad y compromiso, formas de comunicarse y compartir inéditas, e incluso coberturas periodísticas no imaginadas antes por razones de seguridad y protección de los trabajadores de los medios.

Sería largo y prolijo destacar todos y cada uno de los cambios que la crisis estructural que vive el sistema ha proyectado, así como los aportes que el campo académico viene formulando a este respecto. Como estos apenas son unos apuntes, escritos sobre lo ya pensado, permita el lector al menos destacar dos: la recuperación de la dimensión inmanente de la comunicación, consustancial a la revolución de la vida cotidiana que introduce la galaxia internet y, sobremanera, la vigencia de una Comunicología de la Praxis. Si me permite el lector, voy a centrarme en este punto que para mí es el principal hito de la ola de protestas y activismo digital que vivimos antes y durante la crisis del coronavirus. Quienes siempre hemos defendido que la Comunicología debe pensar para transformar y comunicar para cambiar la vida nos enfrentamos hoy a pensar el Capitalismo Selfie como un problema de construcción social y transformación histórica en virtud de nuevos imaginarios instituyentes: del 15M a la lucha constituyente en Chile, de Occupy a las nuevas estéticas del carnaval del movimiento feminista, de la marea blanca a la solidaridad con el personal sociosanitario y la clase trabajadora que ha hecho posible el mantenimiento de la vida en momentos de parálisis y confinamiento. En todas y cada una de estas experiencias se observa que, al menos embrionariamente, se conforma un nuevo sensorium, una nueva forma de la mediación social con las que comprender las lógicas y códigos culturales de la ciudadanía. Esta nueva sensibilidad y cultura política se distingue por una elevada plasticidad manierista, una tendencia neobarroquista marcada por la predominancia de la lógica de las máscaras, la elocuencia y proyección espectacular de los cuerpos y los signos propios de un capitalismo excedentario. La forma de representación carnavalizada de los movimientos sociales y ciberactivistas remite, en este sentido, a una nueva economía moral de la multitud que tiende a recodificar, como en el siglo de oro, las contradicciones entre lo posible y lo necesario, entre la lógica del vil metal y el espíritu. Así, la importancia del flash-back en la cultura mediática, ya analizada por Adorno y Horkheimer, da cuenta hoy de la importancia de la memoria y las políticas de representación que no tanto son un retorno a lo identitario sino más bien procesos de adaptación creativa y resistencia que problematizan la relación del sujeto con su tiempo y con la cultura dominante. No olvidemos que, como explica Deleuze, la imagen-tiempo sustituye en el cine moderno a la imagen-movimiento de la memoria clásica. La mediación de la nueva cultura informativa afecta al eje perceptivo, al eje afectivo y, claro está, a la función proactiva del sujeto. El tiempo – dejó escrito Eugenio Trías – siempre se alza en la modernidad, en el cine nuevo, por ejemplo, reteniendo el movimiento, en función de lo que Moles denominaba cultura conservadora o registro, de una acción rota, una oquedad que permite la emergencia de la memoria involuntaria, o de capas dispersas de ésta, o una conversión del actor y del espectador en auténticos videntes a fuerza de la dinámica de la plusvalía semántica o la semiosis ilimitada. Descubrir y situar en su contexto esta potencialidad creativa, como enseñara Castoriadis, se nos antoja vital y algunos trabajos en el campo nos aportan elementos de juicio para avanzar en esta dirección.

Las formas emergentes de socialización y acción colectiva del mediactivismo, la tecnopolítica, los movimientos en red o el activismo digital (Occupy Wall Street, Nuit Debout, el 15M, Yo Soy 132, la Revolución de los Pingüinos) perfilan hoy nuevos procesos distintivos de participación y autonomía de la cultura en los modos contemporáneos de ejercicio de la ciudadanía que deben ser repensados desde una perspectiva materialista, empezando por renunciar a una concepción anquilosada o estática de espacio público. Hoy vivimos un momento de apertura histórica marcada por la incertidumbre y la aceleración del cambio social que requiere de marcos teóricos y un aparataje categorial robusto y consistente. En este marco, la propuesta de Oskar Negt, a propósito de la noción de Espacio Público Oposicional, constituye una alternativa teórica desde la subalternidad y los espacios públicos proletarios que nos puede ayudar a comprender los nuevos movimientos ciberactivistas desde la autonomía de lo social. Si consideramos la constatación de experiencias de largo recorrido como el 15 M en España o el movimiento Occupy Wall Street, observamos que ambas experiencias tienen en común que implicaron una alteración radical de las condiciones de enunciación y representación del espacio público, tanto en el plano virtual como desde luego físicamente. La problematización de la relación entre espacio público (físicamente) y esfera pública (plano virtual, simbólico) está en la base del objeto de discusión de la tradición materialista desde Marx. Sabemos que toda tecnología, como producto cultural, es fruto de una mediación objetivadora y una voluntad subjetiva. Esta articulación interna no es escindible, salvo analíticamente. Desde una lectura estructural, y considerando el contexto histórico, como Marx explicara a propósito del fetichismo de la mercancía, la lógica de valorización es la causa explicativa que ilustra la tendencial proyección o imagen ilusoria (en nuestro tiempo las fantasías electrónicas de cierto clickactivismo), como dinámica objetiva de realización. La lógica mercantil, en otras palabras, opera en el plano subjetivo y en la forma material de reproducción. Podemos definir así la alienación como aquella mediación social que segrega, que separa representación y experiencia real, en parte en virtud de varias lógicas de captura que Negt explica en su crítica del Espacio Público Dominante y que en crisis como la del coronavirus pone en cuestión por exigencias de confinamiento, por la inmovilización del sujeto político: sea migrante, proletario o indígena. Así, lo primero que pone en evidencia esta crisis es la inversión entre mercancías que circulan, ahora con dificultades, como el capital, y sujetos confinados: el actor social es inmovilizado como un stock, mientras el objeto mercancía circula como con vida propia. En este sentido, la pandemia pone en cuarentena la propia idea clásica de espacio público y sobre todo la función informativa, no solo por la alarma social que ha generado, sino por las veleidades interpretativas de opinadores y gacetilleros de dudosa fiabilidad que ahora reclaman la intervención del Estado en un tour de force muy propia, como demuestra la historia, del pánico neoliberal. Es lo que podemos calificar como la mediatización y dialéctica del botín y la salud pública que tiene lugar normalmente en momentos de crisis extrema y aguda inestabilidad social.  Ahora bien, con la situación de alerta y emergencia sociosanitaria cabe hacer otras lecturas pensando a largo plazo y en profundidad el acontecer. Desde que Ulrich Beck advirtiera que en las sociedades complejas, en la era de la globalización y la conectividad total, hemos de aprender a gestionar lo que denominara la sociedad de riesgo, un incremento de la incertidumbre y las amenazas planetarias que trascienden las tradicionales fronteras y espacios territoriales viene marcando la agenda pública, sin que la teoría y práctica de la acción política haya madurado en sus lógicas de reflexividad y proyección, constatada esta nueva dinámica de reproducción. En este escenario, los medios de comunicación cumplen un papel crucial en las formas de gobierno y articulación social, pues pueden contribuir a representar adecuadamente los riesgos y amenazas reales y concretas, además de identificar las alternativas y soluciones para un control social democrático de pandemias como la que vivimos. Si, como analizara el sociólogo alemán, las constantes de una sociedad sometida a fuertes riesgos y a procesos de individualización radical debilitan las formas de equilibrio y reproducción de la vida en común, el papel difusor de pánico moral o salud pública de las noticias de las catástrofes ecológicas, las crisis financieras, el terrorismo o los conflictos bélicos son factores determinantes en la construcción de los horizontes de progreso y exigen, por lo mismo, una decidida intervención política en consecuencia. Así, si analizamos la crisis del coronavirus en términos de Cultura Pública y Democracia Social, observamos que, en países como España, con déficits notorios en la construcción del Estado, marcada por una historia de absolutismo y negación del dominio público, la crisis epidemiológica cuestiona aspectos sustanciales del modelo de gobierno que conviene considerar en detalle. O pensemos en Chile, cuna o laboratorio del neoliberalismo. Esta situación actualiza la doctrina del shock, en este caso para su impugnación. Por ello, cabe pensar que la gestión de la crisis de la pandemia representa el fin de los límites y regulación del Estado social y democrático de derecho ante la exigencia de expansión del espacio vital de reproducción y acumulación del capital financiero internacional imponiendo, como sostenemos a modo de hipótesis, el estado de excepción como regla, frente a toda contractualidad o legitimación democrática, lo que ya viven por cierto los migrantes en situación no regularizada. Entre la forma y la fuerza, entre la regla y la excepción, entre la cooperación y la desconfianza, entre la transparencia y la ocultación, la sociedad de vigilancia, tal y como la piensa Mattelart, nos sitúa pues poco a poco a la multitud como potencialmente sospechosa, convertidos en intocables, criminales, potenciales terroristas o apátridas de un régimen que, conforme a su racionalidad, tiende a excluir a toda la ciudadanía universal.

En este sentido, desde una perspectiva crítica, con las crisis de emergencia por catástrofes o repuntes epidemiológicos debemos reformular la doctrina dominante de seguridad pública, comenzando por trascender la visión estadounidense de la seguridad como el arte de la guerra por un concepto de seguridad como red de apoyo mutuo ante las amenazas, en virtud de la necesaria solidaridad ante epidemias como la soledad y el abandono de los sectores vulnerables, los primeros en sufrir las catástrofes como se pudo comprobar con el huracán Katrina en Nueva Orleans. La amenaza de la guerra bacteriológica, a todas luces más que inminente, y las tensiones de guerra económica y ciberguerra entre Washington y Pekín dibujan además un escenario poco o nada proclive a la cultura de paz, máxime cuando coincidiendo con el coronavirus se ejecutan maniobras como Defender Europa 20, con una clara voluntad militar de alcanzar los objetivos políticos estratégicos de la Casa Blanca por otros medios. Por otra parte, el recurso a armas biológicas y la doctrina de guerra total no es nada nuevo. Recordemos las acciones imperialistas del Departamento de Estado contra Cuba (dengue, fiebre porcina, sabotaje de cultivos) o la exportación de armamento con la construcción de la red de terrorismo internacional más amplia en la historia del mundo por parte del complejo industrial-militar del Pentágono, tal y como revelara en sus investigaciones Edward Herman. Considerando la filosofía de la OTAN, que la UE asume acríticamente, todo análisis de las políticas públicas en nuestro tiempo debe cuestionar por tanto, desde una perspectiva democrática, las tesis que impugnan la biopolítica contemporánea por la criminalización de las formas de resistencia de la ciudadanía que vienen desplegándose con especial intensidad desde la década de los ochenta a lo largo y ancho del mundo. De ello me he ocupado ampliamente, para el caso de América Latina, en “Golpes Mediáticos” (CIESPAL, Quito, 2016) y “La guerra de la información” (CIESPAL, Quito, 2017). Ahora, lo que estamos viviendo no solo es la vulnerabilidad de la vida humana, ni el alcance global de toda situación de emergencia o catástrofe por venir, sino singularmente la fragilidad del sistema económico internacional. De hecho, esta crisis nos muestra una forma ya habitual de producción de valor. Cuando hablamos de la acumulación por desposesión no es solo una lógica que evidencia el recurso a los bonos basura para mantener o ampliar la tasa de ganancia, o procesos como la supresión del derecho a la ciudad con las intensivas dinámicas de gentrificación y segregación espacial, sino, sobre todo, la artificial dinámica de producción de procesos especulativos con las guerras o las crisis humanitarias que hacen posible las operaciones de Wall Street, por el que se suspenden los derechos fundamentales, imperando la lógica darwinista de selección natural, conforme a la lectura del liberalismo radical, más allá o al margen de la ley, en un proceso que empezó con la información confidencial y las filtraciones interesadas en la era Reagan y hoy ha evolucionado hacia la planificación de macroeventos mediáticos con los consabidos efectos sobre cotización, deuda pública y desarrollo de sustanciosos beneficios de los amos del mundo financiero y de la información.

Una de las conclusiones más evidentes de los estudios sobre las formas de hegemonía en la comunicación contemporánea es la imperiosa necesidad del sistema de comando integrado de imponer y propiciar la devastadora lógica de dominio, o seguridad total, colonizando la esfera pública y extendiendo la política de la información de las “bellas mentiras” como relato único y verdadero de los acontecimientos históricos para reproducir la lógica darwinista del ordoliberalismo. Y ello, incluso, a condición de planificar y producir masivamente programas de terror mediático y militar para cubrir los objetivos imperiales, anulando todo resquicio de crítica y pluralismo informativo en la comprensión de los problemas fundamentales de nuestra sociedad. De aquí la necesidad de una mirada sediciosa sobre la política informativa que guía y proyecta los intereses creados del Imperio con la extensión tecnológica del algoritarismo. Sólo si subvertimos nuestra posición de observadores y hacemos un sereno y agudo análisis sobre las formas de producción del consenso en las democracias occidentales, tal y como lo hace en su libro “Un mundo vigilado” Armand Mattelart, podremos entender cómo en la reciente historia existe una delgada línea roja, un hilo histórico que vincula las formas de gestión de la opinión pública del modelo angloamericano con el sistema de propaganda de Goebbels, una lógica instrumental que liga el régimen fascista con la voluntad de poder del gobierno imperial, a Dovifat y la dirección de la opinión pública con Lippmann y la producción del consentimiento, y la política de terrorismo y delaciones nazi con la red de inteligencia y videovigilancia global que extiende el complejo industrial-militar del Pentágono. Tras la lectura atenta del nuevo volumen de Ignacio Ramonet sobre La sociedad vigilada o el trabajo de André Vitalis y Armand Mattelart De Orwell al cibercontrol, el campo académico de la comunicación debería replantearse seriamente la función que desempeña en este escenario la cultura BIG DATA. Más aún, ¿qué consecuencias tienen los conflictos latentes entre la UE y EE.UU. por el dominio de los flujos de información y el gobierno de Internet? O ¿en qué sentido podemos hablar de un modelo global de Sociedad de la Información si los principales actores transnacionales de la industria telemática están participados por los intereses estratégicos de la industria estadounidense y el complejo militar del Pentágono?. Sabemos que las redes telemáticas están subvirtiendo la democracia, siempre lo han hecho. Ahora, las redes electrónicas y los nuevos sistemas de comunicación son manifiestamente incompatibles con el diálogo político; la fragmentación y dispersión del espacio público es hoy la norma; el control de las redes a través de programas como Echelon amplía los sistemas de vigilancia y dominio del espacio privado de la comunicación; mientras que la instrumentación mercadológica de la democracia digital en los procesos de elección vacía de contenido público la participación ciudadana. Para resumir, y a modo de conclusión, como en otros momentos de crisis y bifurcación histórica, la pregunta, por impertinente, que conviene formular, siempre intempestivamente, como corresponde a una visión materialista, es quiénes se benefician del control de la opinión pública ante crisis como la pandemia. El neoliberalismo sabemos que fue impuesto con terrorismo de Estado: de Pinochet a Piñera. Y también somos conscientes que la viralidad de las noticias engrasan la cuenta de resultados de los medios mercantilistas. He ahí la prueba de Trump y el Washington Post. Por otra parte, la explotación total requiere hoy de la guerra híbrida por las dificultades del capital acumulado de realizarse en esta fase especulativa y rentista. Ya conocemos las lecciones de Thomas Hobbes. Esto es, este tiempo de emergencia es propio de la doctrina de seguridad total por encima de toda veleidad informativa. Añadamos a este razonamiento que hace tiempo, quizás desde la primera Guerra del Golfo, que sabemos que la superioridad informativa es prescriptiva del orden y lógica del control social. Y que terror y valor son del mismo campo semántico en el capitalismo zombie que vivimos. La lógica vampírica del capital, como bien ilustrara Marx en El Capital, no para de acumular cadáveres, al tiempo que despliega una calculada política de terrorismo informativo para que, por encima de todo, nadie mire a Wall Street. Paradojas de la toxicidad de nuestro tiempo. Todo, en suma, es una cuestión de botín. Pero, hoy, como ayer, atentos al contagio, y al arte de la imitación, una lección está clara en esta crisis, como en otras experiencias anteriores, la deriva del contagio, natural o virtual, no es solo programable por la industria cultural. Es también una cultura de la emboscada de las multitudes. La historia así lo demuestra. En definitiva, la instauración de este sistema hegemónico de dominación espectacular ha supuesto un cambio social tan profundo que, lógicamente, ha transformado el arte del gobierno. Hoy la banalización de la guerra como instrumento ético de las viejas naciones imperiales es reactualizada desde una cultura mediática diferente, en la que la “pantalla total” que coloniza los medios de vida adquiere una relevancia insospechada: la de representar la fuerza del poder hegemónico, la de reproducir la potencia de la soberanía, sobrecodificando la capacidad del Imperio de garantizar policialmente el orden al servicio del derecho y la paz, alterando así radicalmente las condiciones de organización y planeación de la acción política. Si Clausewitz hizo célebre la distinción entre táctica, como empleo de la fuerza en combate para alcanzar la victoria, y estrategia, como el empleo de las victorias a fin de alcanzar los objetivos de la guerra, hoy la solución de continuidad entre una y otra es prácticamente indiscernible en la definición de la escalada de intensidad, baja o alta, de los conflictos, al punto que toda la vida social aparece como un problema estratégico de seguridad pública, en una concepción de la guerra, representada en los medios, total y prolongada, pensada incluso como la anticipación calculada de previsibles puntos de intervención conforme a lo que Debord denomina “lo espectacular integrado” en la llamada guerra preventiva. Así, la sofisticación tecnológica y la pregnancia de una retórica de escenificación militar espectacularizada, característica de los sistemas imperiales, envuelven hoy los discursos informacionales de la aldea global. En esta operación, el discurso espectacular es un discurso terrorista. De manera que la construcción noticiosa del pánico moral de las multitudes impulsada por la prensa valida la hipótesis de Klein sobre la doctrina del shock como pérdida de sensibilidad y conciencia de la situación real vivida. Del Chile de Pinochet a la guerra de Irak, pasando por los conflictos de los profesionales del silencio, las ideas de Milton Friedman pueden así llevarse a efecto en una situación de estado de emergencia en el que, como critica Agamben, la excepción es la norma y la mediación informativa una comunicación del pavor orientada a reproducir la narrativa estática del neoliberalismo, esto es, el aislamiento físico, psicológico y, claro está, político contra las medidas impuestas de expropiación. Frente a esta lógica devastadora del capital rentista, es precisa la lucha democrática por la información. Comenzando por las redes digitales. De acuerdo con Pierre Lévy, la transparencia financiera ciberdemocrática exige luchar contra la corrupción impulsando medidas y soluciones de control presupuestario por la función pública, inspirar la confianza de los ciudadano e implicar a la ciudadanía en la administración de la prosperidad, definiendo otra comunicación del riesgo y la dinámica económica en lo que debería ser una política que pase de lo reactivo a lo proactivo, especialmente pensando en los agentes implicados en la mediación de los abusos especulativos. Estas son algunas de las pocas certezas que cabe defender en la actual coyuntura histórica. De algunas de ellas me ocupo en Marxismo y Comunicación, en especial en lo concerniente a la revolución digital y sus implicaciones. A mi juicio, la primera y principal tarea que es preciso acometer es recuperar la potencia de la perspectiva materialista en el estudio de la comunicación contemporánea. Aprendimos con Benjamin que la curiosidad intelectual es una de las pocas cosas que eleva la vida humana por encima del nivel de la farsa. Obedece al principio de autosuperación, como nos enseña Castoriadis a propósito de la creatividad constitutiva del homo loquens y del homo faber. Pero hoy requiere nuevos métodos de intervención asumiendo que la nueva economía cultural subjetiviza los objetos y mercantiliza los sujetos. Crece, como argumenta Verdú, la subjetividad del objeto y la objetividad del sujeto proyectando a futuro, con la robótica, el poshumanismo de los SOBJETOS. La constatación de esta imposición del universo del fetichismo de la mercancía valida la pertinencia anticipada por la Escuela de Frankfurt de deconstruir la desublimación represiva y la falsa libertad, hoy constatables en la cibercultura, para explicar las formas complejas de dominación en favor de un abordaje psicoanalítico de control y gubernamentalidad de los deseos, de producción, como pensó Herbert Marcuse antaño, de la conciencia y la necesidad. Hemos escrito en Ciudadanía Digital y Desarrollo Local (Bibilioteca Nueva, Madrid, 2019) que la banalización de lo privado que acompaña el auge de las redes es uno de los efectos colaterales de nuestra falta de control sobre algo que nos ha pertenecido en exclusiva durante siglos. Pero empiezan a observarse movimientos transgresores que desbordan, de forma creativa, la administración comunicativa. El reto que tenemos, desde la práctica teórica, es contribuir, de acuerdo con Hernández Busto, al paso de un mundo donde recordar era la excepción (y olvidar era lo natural) a un orbe digitalizado donde la tecnología invierte esos términos. Reconociendo el cambio en las formas de relación entre público, medios y canales de información, la vindicación del softpower elude pensar este necesario compromiso intelectual, complementario de las demandas de la UNESCO sobre diversidad, pero que apunta al núcleo constitutivo del poder de los GAFAM: la organización oligopólica de la estructura comunicacional, de la memoria y la representación. En otras palabras, frente a la banalización de la lógica de la comunicación como dominio, el retorno a Atenas es afirmar la Phronesis y la sabiduría práctica de la economía moral de las multitudes conectadas, problematizando los dispositivos, políticas y lógicas dominantes de representación. Pero también la cultura académica contraria a una filosofía de la praxis por una mala entendida concepción del conocimiento basada en la división social del trabajo, cuando más factible es y accesible resulta el saber socialmente necesario. No se trata, en fin, dada la deriva actual, pensar la cibercultura como un permanente proceso de innovación y mejora del bienestar público, sino antes bien, como plantea Subirats, se trata de posicionarse desde la democracia radical participativa ante los dilemas de la mediación digital que acompañan al nuevo espíritu del capitalismo. En este marco contradictorio, la intensificación de las formas participativas de gestión local que vienen extendiéndose parece un proyecto y realidad inevitable. De los núcleos de intervención participativa y consejos ciudadanos, a las Iniciativas Legislativas Populares, de los referéndums o foros ciudadanos frente al extrañamiento del paradigma representacional a las asambleas de zonas, tales experiencias afirman la VIVENCIA PARTICIPATIVA que apunta a la necesaria construcción de una nueva COMUNICACIÓN para el BUEN VIVIR. El grado de radicalidad democrática de estas iniciativas, por lo general aisladas y episódicas, depende de la conciencia y voluntad política. En este marco, la teoría crítica de la mediación se ve impelida a definir nuevos anclajes conceptuales y una ecología del saber comunicacional pensada desde el Sur y desde abajo, considerando la centralidad que, hoy por hoy, adquiere el trabajo inmaterial y, más concretamente, las nuevas tecnologías digitales, en los procesos de intercambio y reproducción social ampliada que anteceden y atraviesan toda posibilidad o forma de convivencia. Pues con tal proceso no sólo han entrado en crisis las formas de gubernamentalidad y las lógicas de concepción del desarrollo herederas del difusionismo iluminista. Las redes y el lenguaje de los vínculos definen nuevos cronotopos y puntos de condensación de la experiencia del sujeto moderno que deben ser repensadas desde una cultura de investigación dialógica y una concepción abierta del acontecimiento, dada la ruptura o discontinuidad histórica experimentada en la producción mediática contemporánea. En otras palabras, en el nuevo horizonte cognitivo, la política de la ciberdemocracia debe plantearse como una Economía Política del Archivo, como una crítica metacognitiva de la captura de la experiencia vivencial, comenzando con los indicadores de inclusión digital y concluyendo con los modos de compartir y socializar el saber sobre lo social donde emergen tensiones y aperturas, contradicciones y problemas como el perfilado y la videovigilancia, la mercantilización y biopolítica de lo común, la crisis de los modelos tradicionales de organización, la heterotopía y explosión de la diversidad en el ágora virtual y la normalización, la remediación y el crowsourced en la generación de los datos ciudadanos, la individuación y la incultura o falta de competencias ciudadanas en el uso inteligente de la información, la infoxicación y apropiación corporativa de los datos públicos o la colonización de la memoria externa, o exomemoria, por los criterios de clasificación de Google. En suma, en la era de Cosmópolis, de David Cronenberg, en la era de Cosmocapital, la pregunta por capciosa, y no menos relevante, de un escenario complejo e intrincado como el que hemos descrito es QUÉ HACER. La reflexividad sobre el nuevo horizonte cognitivo del marco histórico-cultural exige repensar, primero, aportes fundamentales para la crítica. Esto es, pensar el papel de la crítica, los contornos y perfiles de la sociedad posmoderna liberal y la articulación de la acción y la razón en tiempos de libre comercio a la hora de comprender el proceso de configuración del trabajo abstracto y la función estructurante de la mediación social con las redes digitales.En este empeño, la crítica necesita deconstruir con capacidad de asombro y atención por lo auténtico las formas autónomas de participación en la cultura digital para denunciar, tal y como advierte Zizek, que la verdadera utopía es la creencia de que el sistema mundial de la comunicación como dominio puede reproducirse de forma indefinida. Si algo dejó claro hace más de 150 años Marx, en su primer volumen de El Capital, a todos los lectores de su época es, justamente, que la única forma de ser verdaderamente realistas es prever lo que, en las coordenadas de este sistema, no tiene más remedio que parecer imposible y hoy, en la galaxia Internet, sabemos que, como los universos virtuales, aquello que era materialmente imposible, hoy resulta del todo factible y realizable en cualquier momento. Está por ver cómo lo construiremos juntos y qué trabajo será capaz de desplegar la academia en esta dirección.

Castoriadis: la revolución de los imaginarios

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Publicado en: Zero Grados

Por: Ester Fernández y Alba Romero

Con motivo del 20 aniversario de la muerte del filósofo greco-francés Cornelius Castoriadis, los investigadores y comunicadores Francisco Sierra y Daniel Cabrera participaron en el Seminario ‘Imágenes, imaginarios y crítica político-cultural’ de la Universidad de Zaragoza. Alumnos de periodismo y filosofía se reunieron en la Facultad de Filosofía y Letras el pasado 21 de febrero para recordar al filósofo y dialogar sobre la crisis de los modelos de representación, la importancia de la praxis y la necesidad de crear nuevos imaginarios. Continue reading «Castoriadis: la revolución de los imaginarios»