Información y dominio público

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Los medios masivos de comunicación, advertía Wright Mills, dicen al hombre quién es, le prestan una identidad, le dicen qué quieren ser proyectando sus aspiraciones vitales, para ello le muestran cómo lograrlo, por qué medios o recursos, y, finalmente, le dicen cómo han de sentirse, contribuyendo en el plano de la fantasía a resolver las contradicciones propias del modo de vida americano o, si prefiere el lector, del capitalismo puro y duro.

Esta dinámica que incide en la expropiación del dominio público es el principal obstáculo para la construcción de cultura republicana en países como España y no es nuevo. La deriva del periodismo en la producción del consentimiento y la lógica del autoritarismo premoderno se viene dando invariablemente desde el siglo XIX.

Se afirma, con frecuencia, que el efecto burbuja de incomunicación es un producto de las redes sociales propio de la era Internet, pero esta lógica de la repetición y la indiferencia es consustancial a la cultura de masas, a la pulsión de muerte que, como denunciara el situacionismo, define la lógica escópica del espectáculo en nuestro tiempo. Como advierte Daniel Blanchard, nada tan mórbido como un telediario. El mejor medio de impedir a la gente pensar y expresarse de modo autónomo es ahogarles en el flujo prefabricado de la emisión en línea, de acuerdo al modelo de edición de las industrias culturales por el que otros definen las palabras con las que imaginar y representarnos lo real. El lazo social directo – escribe Blanchard – el tejido social que se teje hilo a hilo, entre cercanías, es reemplazado por un lazo tele-social, por decirlo así (a distancia), que mediatiza la relación, sondea nuestros sueños y calcula nuestras opiniones en un continuo proceso de expropiación y extrañamiento.

El resultado de duopolios como el que sufrimos en España ya saben cuál es. En palabras del afinado Gore Vidal, tenemos un régimen socialista para los ricos y de libre empresa para los pobres que es presentado como un gran teatro de las ilusiones, y a veces un circo acrobático a lo Sálvame o el programa de Ana Rosa, que para el caso no hay diferencia sustancial. No olvidemos que la industria del espectáculo proviene, como Cantinflas, de la barraca de feria y en ese escenario seguimos.

Ejemplo sintomático de ello es la cobertura del conflicto en Cataluña o los sucesivos montajes recientes del imperio de los sentidos que domina en el orden reinante de los medios como arietes contra Unidos Podemos y el gobierno de coalición. La experiencia acumulada de ataques a las posiciones progresistas es amplia. Recuérdese la campaña de acoso y derribo sufrida por Julio Anguita, que ejecutara el periodista Rodolfo Serrano y su jefe, Ciudadano Cebrián, ejemplos de mala práctica profesional pensada para evitar el gobierno del demos. Llama por ello la atención que, en esta perversa dialéctica del periodismo contra lo público, el medio de referencia dominante, El País, haga una hagiografía de su fundador, con motivo de su retirada de la primera línea de actuación del grupo PRISA, poniendo en valor su contribución a un oficio que siempre menospreció en su empeño por incluso evitar la creación de las Facultades de Comunicación para la acreditación profesional que él, como Mariló Montero, no estaba dispuesto a certificar. Permita el lector unos breves apuntes a este respecto porque la nota, por antológica escritura del disparate, es un ejemplo contrafáctico de lo que debería ser, en verdad, el periodismo. Según el diario de los fondos buitre, el fundador de El País es un punto de referencia, una fuente de inspiración, de brillante trayectoria, “un éxito de referencia ejemplar”, según Antonio Caño, que dudo lo compartan la mayoría de redactores, columnistas y público en general que han asistido perplejos a la decadencia e historia de un fracaso anunciado liderado por el factótum del Colegio del Pilar, en este caso, no sabemos si por falta de criterio, probablemente, o por nula formación como periodista. Convendría saber, por cierto, si el autor de la nota estudió Ética y Deontología Informativa, dado que, vistos los antecedentes, es razonable dudar que en su currículo figure la licenciatura en Ciencias de la Información. Si fue a clase ese día, a diferencia de Pablo Casado, no le cundió para nada. Pues lo que ha sufrido El País es un desprendimiento de RETINA en toda regla que le ha dejado ciego, no mudo, pero sí sordo ante las tropelías que ha vivido, en términos de derechos y libertades civiles, la ciudadanía en España. Lo más divertido, no obstante, de este despropósito de despedida a toda página del fundador del grupo PRISA resultó ser que la nota fue publicada tras el titular que rezaba “Una docena de lobbies acapara el poder en España”. Pues eso. Larga vida al César. Mientras tanto, como reza un principio de la Internacional Situacionista, otros somos conscientes que la comprensión de este mundo no puede fundarse más que en la contestación y esa contestación no posee verdad ni realismo sino en cuanto contestación de la totalidad. Una práctica en las antípodas del modo de concebir y ejercer el periodismo en este reino de España.

Se presentó el libro de Francisco Sierra “Marxismo y Comunicación”

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La Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP, la editorial Siglo XXI de España, la Universidad de La Frontera (Chile) y la Red de Carreras de Comunicación Social y Periodismo (RedCom) presentaron vía Zoom el libro “Marxismo y Comunicación. Teoría crítica de la mediación cultural”, escrito por el catedrático español Francisco Sierra Caballero. La actividad contó con la participación de la decana de nuestra Facultad Andrea Varela, del referente del Centro de investigación de la Frontera (UFRO) Carlos Del Valle y del presidente de RedCom Diego de Charras. La moderación estuvo a cargo de la profesora e investigadora Patricia Vialey.

Al abrir la presentación del libro, Francisco Sierra explicó: “Tratamos de hacer pensar a la academia desde otra perspectiva. Cuestionamos la práctica teórica. Eso hace que rompamos algunas reglas tradicionales”. El autor de la obra agregó que “En las últimas décadas estamos viviendo un proceso de privatización en las academias y esto se agudiza con la pandemia. Están creciendo las universidades privadas y especialmente las corporativistas, esto por ahí se ve más claro en Europa”.

Sierra también habló de las fakes news y dijo que “se piensan como una invención de las redes sociales y no es así, los responsables son los medios de comunicación desde hace muchos años”. Además añadió que “la izquierda ha pensado poco y mal desde el campo de la comunicación. Pero en los últimos años ha empezado a pensar y a tener más creatividad. En América Latina la izquierda ha estado a la vanguardia y ojalá que en Europa pase lo mismo”.

Durante el encuentro Varela indicó que “es una obra imprescindible e ineludible para quienes trabajamos el campo de la comunicación académica. Es una obra excelente para trabajar en nuestras aulas”. La decana agregó que el autor propone que toda intervención debe analizarse desde una perspectiva política y cultural y, en ese sentido, expresó: “Hay que retomar las memorias colectivas de las que estamos hechos y la obra de Sierra nos ayuda para hacerlo”.

Por su parte, Diego de Charras señaló que “Sierra es un referente en el campo de la comunicación y teorías. También tiene un rol muy activo como productor de textos. Es un ejemplo como académico de la comunicación y como militante en Europa y América Latina”.

En tanto, Carlos Del Valle Rojas manifestó: “Del libro quisiera destacar tres ideas, una es la que plantea Francisco como una recuperación de principio, pensar de otro modo. Una especie de cosmovisión material”. El investigador agregó que otra de las idea es la del sujeto que debe ser liberado de las cadenas opresivas que lo mantienen alienado. Por último, abordó la idea de que” la textualidad permite pensar de otro modo”.

Durante el encuentro participaron también los/as/es comentaristas Claudia Rojas (RedCom), Emiliano Sánchez Narvante (Instituto Aníbal Ford FPyCS) y Gabriel  Negri (Ciceop).

El libro aborda la teoría crítica, que explicó el fundamento materialista de la sociedad y sus estrategias para transformarla como un nuevo desafío. El autor propone comprender la sociedad del siglo XXI repensando cuestiones esenciales de la teoría del valor, la semiótica y la reproducción del sistema social situando la comunicación como una cuestión central.

Francisco Sierra propone una lectura marxista de la mediación social a partir de un análisis sintomático que hace emerger lo real, proyectando nuevas prácticas instituyentes, un nuevo pensamiento y praxis social para pasar de la cultura de la resistencia a la comunicación transformadora.

La banalidad informativa

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La información de actualidad (hic et nunc) ha perdido su sentido como, en parte, dicho sea de paso, los periodistas han olvidado la razón de ser de su oficio. En la era del Net Mercator viven, de hecho, en medio de una crisis irremediable, sin conciencia de los problemas reales que han de enfrentar los nuevos procesos de mediación, ni asumir la autocrítica necesaria, inmersos como están en el fetichismo tecnológico y en las fantasías electrónicas que han alimentado como fábrica de sueños la profesión y la propia cultura de masas.

De modo que parece inevitable que se imponga la máxima de «más información igual a menos cultura», con el riesgo añadido, del todo real a juzgar por cómo consideran la profesión los sondeos del CIS, de terminar eliminando al mensajero, básicamente por defecto u omisión.
Y esta no deja de ser una paradoja de la mediación informativa en un momento en el que los medios y la información son centrales en la dialéctica de representación y proyección performativa de producción de la diferencia de nuestra modernidad líquida o, depende cómo se mire, más bien licuada. En definitiva, vivimos una irremediable crisis de confianza en los medios y en los informadores: junto a responsables públicos, uno de los oficios más denostados y desnortados del país.
No ha de sorprendernos, por tanto, existiendo como existen personajes como Mariló Montero, que se vuelva a discutir por qué estamos como estamos cuando hay quien afirma, no sin razón, que los únicos medios serios de este universo del estercolero son El Jueves o Mongolia, medios adecuados al mundo invertido del Universo Monger, como diría mi amigo Alfonso Ortega.
El resultado es que la desinformación se ha convertido en el talón de Aquiles de la democracia liberal. Por ello, la verdad es revolucionaria. Pero, ¿cómo conseguiremos avanzar en un ecosistema informativo tan tóxico y nocivo? Sabemos que hay iniciativas pioneras como Slashdot, Wikinews u OhMyNews, que tratan de revolucionar el oficio, ilustrando que el futuro del periodismo será como Periscope –un medio interfaz de 360 grados– o, sencillamente, no será.
Ello exigiría, como consecuencia, asumir la movilidad radical, la convergencia y la multimedialidad. Pero la deriva del oficio no parece percibir que el viejo periodismo haya muerto. La espiral del simulacro y del silencio o, en verdad, la estrategia del disimulo, actúa por una suerte de mímesis estéril, medias verdades, infundadas prudencias y estereotipia decadentista de un orden que ya no reina ni logra conectar con los públicos que huyen hastiados de tanta banalidad e irrelevancia.
Basta con analizar la escaleta de Canal Sur para confirmar que el oficio ha perdido el rumbo y, en el caso de los seguidores de Urdaci, hasta la vergüenza. Mientras esto sucede a diario, llama la atención que los dirigentes de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) se manifiesten contra la propuesta del Gobierno de monitorizar las desinformaciones en redes y periódicos digitales a lo OK Diario –más ordinario que ok–, pese a que está demostrado que la calidad del sistema informativo español es la peor de la UE, siendo como es la pauta dominante en el oficio entre tertulianos sin criterio, editores sin deontología y ejecutivos sumisos al IBEX 35 y a la mentira, la propaganda y la desinformación sistemática.
Esta unanimidad sin rigor de los representantes del gremio es sintomática de una deriva de la negación o del negacionismo, a lo Trump. Así, el presidente de la FAPE repite un mantra falso instalado en facultades y redacciones: la mejor norma en material de libertad informativa es la que no existe. Y lo que existe no da para ley alguna, salvo la banalización del mal.
Empiezo a pensar que el efecto burbuja no es de los usuarios de las redes, sino de los periodistas desconectados del mundo en el que viven. Sabemos que todo sujeto, en especial el actor-red, puede pertenecer al mismo tiempo –y de hecho participa– a varias comunidades y redes, formando parte de varios públicos.
La multitud, con el efecto burbuja, tiende a imponer su intolerancia al dominar su espíritu la afirmación de las ideas propias sin fuerza ni contrapeso. En este horizonte del desperdicio de la experiencia, la falta de ilusión reinante entre los profesionales de la información es la negación de la libertad, el reverso de la noticia como ausencia de pedagogía democrática, el réquiem del ágora como esfera pública, en el sentido de Castoriadis.
Y ya sabemos que sin isegoría no hay justificación alguna para escuchar el parte de guerra. Salvo como simulacro, algo ya reiterativo en los medios de referencia dominante. El problema de la lógica espectral es que terminaremos todos siendo medio zombis. Como rezaba una viñeta de El Roto, «tanta actividad virtual terminará por convertirnos en fantasmas». Seremos lo que ya somos, espectros de una vida no digna de ser vivida, gracias en buena medida a una información basura de tan baja calidad que hasta las fake news resultan más entretenidas y creíbles.

Entrevista en Unes Colombia

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Entrevista con el cientista social y catedrático universitario español, Francisco Sierra Caballero, con motivo del lanzamiento de su nuevo libro Marxismo y comunicación. Teoría crítica de la mediación social (Siglo XXI de España Editores, septiembre 2020).

El capitalismo de plataformas y la revolución digital que ha impactado de manera superlativa la cultura y viene generando nuevos antagonismos sociales es una de las características de nuestro tiempo, junto por supuesto, con la desigual distribución de la riqueza a nivel planetario.

Sobre este interesante tópico y  a partir de la teoría crítica, el profesor Sierra Caballero nos ofrece un sugerente análisis sobre los desafíos para enfrentar la tendencia hegemónica de manipulación mediática en un mundo sustentado en el expoliador sistema capitalista que ha generado la más grave crisis civilizatoria que amenaza con la existencia de la especie humana.

Prologado por el prestigioso intelectual belga Armand Mattelart, referente de la Economía Política de la Comunicación,  esta obra ofrece para la reflexión “líneas maestras de fuerza” que sistematizan algunos de los principales aportes de la visión materialista para, posteriormente, ir sentando las bases de desarrollo del pensamiento emancipador en comunicación desde la tradición marxista.

Corroída por un sistema depredador como el capitalista, la sociedad enfrenta tiempos de gran incertidumbre, en los que la incomprensión o aislamiento de la crítica es la tendencia hegemónica. De ahí que el autor señala cómo la capacidad de interrogación está en la base de cualquier voluntad emancipadora y cómo se aplica el marxismo en el análisis de la mediación social para denunciar los presupuestos teóricos e ideológicos del sistema de relaciones dominante en el campo de la información y la comunicación. Para ello echa mano del legado del filósofo italiano Antonio Gramsci; del dramaturgo alemán Bertolt Brecht y de la corriente de los Estudios Culturales, surgida en Inglaterra en los años 60 del siglo pasado, así como desarrolla un profundo análisis sobre la Teoría del valor.

Destacado experto en comunicación

Nacido en la localidad de Gobernador, en los montes orientales de Granada (Andalucía, España), Sierra Caballero sostiene que vive para dos de sus pasiones: la Comunicología y América Latina.

Catedrático de Teoría de la Comunicación de la Universidad de Sevilla, donde dirige además el Departamento de Periodismo I y columnista de varios medios digitales, este aplicado investigador es un referente intelectual en el ámbito del área social en que trabaja por la importancia y alcance de sus aportes.

Investigador del Instituto Andaluz de Investigación en Comunicación y Cultura, es fundador de la Asociación Española de Investigación de la Comunicación, en la actualidad, preside la Unión Latina de Economía Política de la Información, la Comunicación y la Cultura, así como es directivo de la Asamblea de la Confederación Iberoamericana de Asociaciones Científicas en Comunicación.

Autor de relevantes ensayos sobre comunicación, política, cambio social y emancipación, Sierra Caballero ha coordinado equipos internacionales de investigación para la Comisión Europea y para el Plan Nacional de Investigación y Desarrollo de España. En enero de 2019, a instancias de la Asociación Cultural y Científica Iberoamericana, presentó Introducción a la Comunicología, una obra en la que aborda, de manera crítica y panorámica, el ámbito de la mediación social y el papel que juega la comunicación en la propia conformación de la sociedad.

En el primer semestre de 2019 coordinó la edición del libro Teoría del valor, comunicación y territorio (Siglo XXI España).

El reto de una revolución cultural a partir de un trabajo de pedagogía activa

Con el propósito de ahondar sobre el alcance de los tópicos que desarrolla este inquieto intelectual español y acucioso investigador en su nuevo trabajo bibliográfico, el Observatorio Sociopolítico Latinoamericano www.cronicon.net realizó la siguiente entrevista.

Uno de los cruciales temas que desarrolla muy atinadamente y de manera oportuna el libro es el relacionado con el capitalismo de plataformas y las incidencias que viene teniendo la revolución digital con sus algoritmos en la sociedad mundial y los entornos culturales.  ¿Se podría afirmar que la humanidad está enfrentando una ‘cibercracia’?

Digamos para ser precisos que estamos experimentando una transformación geopolítica y cultural en torno a la revolución digital que implica varios desplazamientos: del Estado, inclusive el poderoso imperio de Estados Unidos, a las grandes corporaciones GAFAM, en especial Google y Amazon, y del eje Atlántico, dominante en ciencia, tecnología y comunicación a lo largo del siglo XX, al eje asiático bajo liderazgo de China. En este contexto, discutir el papel de las tecnologías en red, o en general la información y el conocimiento, se torna central para comprender el capitalismo y las nuevas contradicciones de nuestro tiempo. Pero llama la atención que, incluso desde la izquierda, se asuma acríticamente, como es lógico sin el debido análisis materialista, qué significa la llamada sociedad de la información, qué dispositivos y formas de poder y control tienen lugar en la era Internet, y cuáles son las alternativas liberadoras para una democratización del nuevo ecosistema mediático. Antes bien, buena parte de la literatura especializada en la materia reproduce el discurso de Silicon Valley sobre el poder transformador de la tecnología en una suerte de nuevo reduccionismo o determinismo tecnológico, al tiempo que imaginan que la primavera árabe fue un proceso revolucionario y de liberación social. Nada dicen quienes asumen esta lógica de razonamiento que los GAFAM son también el muro de Wall Street y que en la economía uberizada asistimos a formas de lucha de clases más propias del siglo XIX que del siglo XXI, como podemos observar si vamos más allá de los eslóganes al uso de los grandes emporios punto.com. En definitiva, el poder simbólico de la cultura ciber es el poder del gran capital financiero internacional y de nuevos actores transnacionales como Facebook que, coaligados con poderes tradicionales como el ejército, conforman la base de la hegemonía y el poder con los que se derroca gobiernos, véase el caso de Brasil, o se instauran ejecutivos neofascistas como el de Trump, en el avance de los intereses del complejo industrial y militar del Pentágono y los amos de las finanzas.

“Discutir el papel de las tecnologías en red, o en general la información y el conocimiento, se torna central para comprender el capitalismo y las nuevas contradicciones de nuestro tiempo”

Al analizar algunas contribuciones de la corriente de los Estudios Culturales a través de sus referentes Raymond Williams, Edward Thompson,  Stuart Hall y Richard Hoggart,  resaltas uno de sus propósitos investigativos cual es el de explorar el potencial de los receptores para la resistencia y la rebelión frente a las fuerzas reales del poder ideológico dominante. ¿Qué elementos esenciales, en tu opinión, se requieren en un sistema capitalista que permea todo, para lograr pasar de la cultura de la resistencia a una comunicación transformadora?

Sin duda, en primer lugar, es preciso una revolución cultural, un trabajo de pedagogía activa, en un sentido gramsciano, para modificar la concepción al uso sobre el papel de la comunicación en nuestra vida cotidiana. La mayoría de la población sigue imaginando los medios y mediaciones culturales como un problema de ocio y tiempo libre, como una suerte de consumo inocuo que corresponde al ámbito privado, cuando, en realidad, es en este ámbito donde se conforma la ciudadanía, donde se fragua la subjetividad, los imaginarios que inciden en las formas dominantes de control y alienación ideológica. Sin conciencia de la dimensión política de la comunicación, sin este trabajo de pedagogía activa no podremos avanzar en el derecho a la comunicación y por tanto en una mediación emancipadora. Bien lo sabía Raymond Williams que inició sus intereses sobre el papel de la televisión problematizando proyectos como Open University en la BBC para la educación de los adultos que no habían podido acceder a la educación superior. Desde entonces, los Estudios Culturales empezaron a explorar la inserción de los medios y la cultura de masas en el espacio social de la cultura subalterna a fin de horadar los espacios de la economía moral de las multitudes, de las clases populares, en torno al discurso informativo y las industrias culturales. Pero hoy se ha impuesto el sentido común en contra de los comunes que piensa la tecnología o la cultura Internet como un espacio autónomo y libre. Es hora, creo, de empezar a disputar esta idea para politizar la comunicación y, desde luego, elaborar alternativas. Hay otros factores determinantes para construir una comunicación transformadora, pero la conciencia de lo que está en juego a este respecto me parece crucial.

Con la crisis profunda del sistema capitalista y de la democracia liberal que lo sustenta, como se ha podido evidenciar en la actual coyuntura con el bochornoso proceso electoral estadounidense, ¿cómo se puede aprovechar esta circunstancia para repensar la agenda ideológica y de acción de los sectores alternativos y antiglobalización (entiéndase antineoliberales)? ¿No constituye un momento crucial para ello? ¿Qué podría hacerse?

Creo, en efecto, que este es un tiempo encrucijada, un momento de crisis que puede resolverse con más democracia o, como observamos en Europa y algunos países de América Latina, con más autoritarismo, con fascismo de baja intensidad. Ahora, en el campo de la comunicación seguimos observando graves retrocesos: desde periodistas convertidos en publicistas de las grandes corporaciones y voceros del capital financiero a dinámicas de concentración como nunca antes se ha vivido en la historia. El deterioro además del ecosistema informativo es alarmante y no solo por las llamadas fake news sino por la poca diversidad de la oferta, por la pésima calidad de los contenidos y la infoxicación y alienación absoluta de amplios conjuntos de usuarios de la comunicación. Un primer paso para avanzar en otra dirección es retomar la estrategia del Foro Social Mundial de Porto Alegre. La crisis de la pandemia nos sitúa ante la necesidad de un nuevo internacionalismo a partir, lógicamente, de la crítica antiimperialista poniendo, como se hizo hace décadas, en el centro la disputa ideológica en el campo de la comunicación. El movimiento indígena, a partir de los encuentros Abya Ayala en Oaxaca, avanza en Latinoamérica en esta dirección, y deberíamos aprender de ellos porque, sin duda, hoy más que nunca, es preciso que se conformen grandes plataformas supranacionales de comunicación popular y alternativa, al modo como Telesur se convirtió en un medio de referencia en la disputa de la agenda informativa. Esta articulación, en un sentido político, es complicada porque supone coordinar tiempos, territorialidades, actores y procesos muy distintos, complejo empeño cuando nos jugamos no solo el futuro de la democracia y los Derechos Humanos, sino la propia vida del planeta. Pero hay que persistir, insistir y re-existir, más allá de las luchas y frentes culturales de ámbito local.

“La mayoría de la población sigue imaginando los medios y mediaciones culturales como un problema de ocio y tiempo libre, como una suerte de consumo inocuo que corresponde al ámbito privado, cuando, en realidad, es en este ámbito donde se conforma la ciudadanía, donde se fragua la subjetividad, los imaginarios que inciden en las formas dominantes de control y alienación ideológica”

Dentro de este contexto, Armand Mattelart en el prólogo del libro hace énfasis en la necesidad de reinventar la política como “ideación y acción social”, en un momento marcado “por un proceso de evidente desertización”, como diría Habermas, refiriéndose a la crisis de la Unión Europea (UE). Si política es comunicación, ¿están dadas las condiciones para cambiar el paradigma político-comunicacional dominante en el mundo cuando es evidente que el poder financiero de la ‘cibercracia’ que domina las GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft) haría prácticamente imposible lograrlo? ¿Hay salida? ¿O deberíamos esperar un ‘milagro’, como por ejemplo, el derrumbe de la bolsa de valores electrónica automatizada Nasdaq?

Sí que están dadas las condiciones, al menos en un doble sentido: primero porque la revolución digital está transformando, como anteriores revoluciones industriales, las lógicas de organización y producción social y, en segundo lugar, porque ello nos obliga a pensar la relación entre sistema informativo y contexto social, en términos de ecología de vida, de construcción colectiva del hábitat. Lo primero pone el acento en las bases materiales y económico-políticas del llamado capitalismo de plataformas, de ahí debates como el de la UE sobre la tasa Google (que va más allá, como explicamos, de la justicia fiscal) o las propias contradicciones entre las élites del sistema dominante, caso de Trump contra algunas de las grandes corporaciones GAFAM. Y esto es apenas la punta del iceberg, porque las contradicciones latentes que se despliegan son numerosas: entre la industria de contenidos local y los intermediarios globales, entre la política cultural del Estado y los nuevos aparatos ideológicos transnacionales, entre sujeto de derecho y extractivismo de datos que amenaza las libertades públicas individuales, entre dominio público y mercado…, en fin, al ser un proceso de crisis tenemos abiertas varias hipótesis una de ellas, en efecto, es el propio colapso del capitalismo financiero por las lógicas automatizantes de valorización, pero también es cada día más evidente el colapso tecnológico que limita la sostenibilidad del actual modo de producción informativa, y no solo por la obsolescencia tecnológica.

“En el campo de la comunicación seguimos observando graves retrocesos: desde periodistas convertidos en publicistas de las grandes corporaciones y voceros del capital financiero a dinámicas de concentración como nunca antes se ha vivido en la historia”

Lo cierto es que en este colapso social, ecológico y climático originado por un sistema criminal y depredador como el capitalista se hace imperiosa la necesidad de una comunicación para una transición civilizatoria que contribuya a generar sentido común y una nueva hegemonía política en sentido gramsicano. ¿Por qué el marxismo puede servir de caja de herramientas para lograr los cambios que clama la humanidad y materializar esa transición civilizatoria que se requiere con urgencia para evitar el marchitamiento a pasos agigantados del planeta?

Más allá de las lecturas contemporáneas de los Gründrisse que nos ayudan a pensar la función vectorial de la ciencia y la tecnología en el proceso de desarrollo del capitalismo, el marxismo nos aporta tres elementos fundamentales para la comprensión de este tiempo de mudanzas. Primero, al ser una práctica teórica crítica, propia del pensamiento relacional, nos explica e ilustra las tendencias de desarrollo histórico desde una perspectiva real y concreta. En un mundo interconectado, el marxismo aporta elementos para pensar ligando realidades y procesos contradictorios aparentemente inconexos e incluso irracionales o sin sentido, considerando la dinámica de transformación acelerada del turbocapitalismo. Este, en el fondo, es el gran aporte para la comunicación: pensar las mediaciones. Por otra parte, además, su lectura económico-política arroja luz sobre los procesos materiales de composición de la cultura de silicio o digital, cuestionando su sostenibilidad, a sangre y fuego, como parte del proceso de expansión imperialista que arrasa continentes enteros como África o el conjunto del planeta, tal y como nos enseñara Manuel Sacristán. El marxismo logra, por último, en tercer lugar, situar en el centro de las cuestiones epistemológicas y políticas el problema de la praxis y, por extensión, el antagonismo como núcleo de disputa y proyección del cambio histórico, aunque algunos sesudos ensayistas sigan insistiendo (un discurso por otra parte recurrente desde el siglo XIX) que ya no tiene lugar la lucha de clases. Los grandes tiburones de la bolsa saben que no es así y reconocen que la lucha de clases, cada día más presente, la están ganando. Ahora, los conflictos en Amazon, la movilización de los riders por un trabajo digno, y las disputas por la regulación de grandes plataformas como Google demuestran que la lucha de clases sigue muy viva y que, como es lógico, no se manifiesta ya en la dinámica fabril sino en un conjunto amplio de actividades y problemas que deben ser teorizados y objeto de intervención para desbloquear los procesos sociales de liberación, por más que nos traten de contar que la economía se ha desmaterializado en la era de la realidad virtual.

En el libro calificas a los movimientos sociales como “comunidades inteligentes dispuestas para la acción y el cambio”, pero al mismo tiempo alertas sobre el riesgo de que la economía política de la comunicación no asuma un posicionamiento de compromiso social y de praxis, con lo cual se estaría reeditando el fracaso del Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación (NOMIC). ¿Es posible en las actuales circunstancias articular la praxis social y el sustento teórico para generar una alternativa de cambio civilizatorio? ¿La teoría marxista si alcanza para lograrlo?

En un libro que editamos el profesor Quirós bajo el título El espíritu McBride (Ciespal, Quito, 2016) insistíamos en esta hipótesis. El fracaso del NOMIC fue debido en buena medida a la falta de articulación de las propuestas del frente diplomático y académico con la profesión y los movimientos sociales. Toda transformación, como todo cambio histórico, requiere de la amplia voluntad y movilización ciudadana. El asalto neoliberal a las universidades ha colonizado la práctica teórica pero también es cierto que nunca como hoy hay una generación de investigadores, algunos retornando a Marx, que imaginan su labor intelectual comprometidos con las demandas de los movimientos sociales. Quizás el problema, y aquí vindico el pensamiento materialista, es que, desde una suerte de idealismo como es común en los estudios culturales americanos, se vindica a Marx, Gramsci, y la Escuela de Birmingham desconectando por abajo la actividad del pensamiento de la intervención real en una suerte de academicismo estéril de improductivas consecuencias desde el punto de vista de la liberación social. En algunos casos, pienso en los movimientos que vindican lo común en la lucha por el código, los discursos de la autodenominada escuela crítica resultan profundamente antimarxistas y liberales, por más que se autorreconocen como libertarios, pero, al final, en tesis como la no intervención del Estado en la regulación de Internet, replican las mismas tesis de las GAFAM. Paradójica situación por cierto que llama cuando menos la atención en un momento de desmontaje del Estado moderno, empezando por sus sistemas de información pública. En ULEPICC, no obstante, hemos venido abriendo una agenda de debates sobre Geopolítica y Nuevas Tecnologías, y Teoría Marxista de la Comunicación que esperamos contribuya a tender puentes entre práctica teórica y compromiso político y social porque en la actual coyuntura política, en la encrucijada de crisis sistémica que vivimos no ha lugar a visiones acomodaticias o funcionales como las que observamos en torno al papel de las nuevas tecnologías.

“La crisis de la pandemia nos sitúa ante la necesidad de un nuevo internacionalismo a partir de la crítica antiimperialista poniendo, como se hizo hace décadas, en el centro la disputa ideológica en el campo de la comunicación”

Ideología, formación social, praxis, hegemonía sentido común, son elementos importantes de la contribución de Antonio Gramsci que analizas en detalle en el libro y que hay que tener en cuenta en este debate. ¿Cómo articular todos ellos en la intervención del sistema de mediación social que contribuya a la construcción de democracia?

Hablaba antes de la importancia de la pedagogía. El filósofo sardo siempre puso el acento en la importancia para la cultura popular y el proceso de cambio de la educación, sea informal, la literatura de folletín, por ejemplo, o formal, lo habitual en el sistema educativo.

De Gramsci creo que hemos de sacar una primera conclusión sobre la centralidad del sentido común y la disputa de la ideología dominante como un proceso de contagio, de contacto, de inmersión, en el sentido de lucha por la hegemonía, como al tiempo poner el acento en la dimensión praxeológica de la lectura de Marx, a mi modo de ver, como apuntara Sánchez Vázquez en vida, plenamente actual y vigente. Su apropiación de hecho por los estudios culturales nos ha permitido descubrir los matices de la cultura dominante y alumbrar al tiempo posibilidades de intervención e impugnación contrahegemónica. En otras palabras, no es posible un proyecto radical sin democratizar la deconstrucción de las representaciones ideológicas, sin trabajar sobre el sentido común con el común de la gente y este es un reto, sin duda estratégico, de pedagogía de la comunicación.

“El reto de la Comunicología en la era del capitalismo de plataformas es pensar el marxismo como un nuevo lenguaje contra la alienación cultural al tiempo que como pulsión vital y voluntad de ser y luchar, desde el antagonismo”

No podemos terminar esta entrevista sin referirnos al gran Bertolt Brecht y la filosofía de la praxis. En el empeño de una comunicación para la transición civilizatoria, ¿por qué el aporte del dramaturgo alemán respecto de la mediación social está vigente? ¿Qué nos dice hoy el pensamiento brechtiano en cuanto a las experiencias de contrainformación y la estética de la resistencia?

Este es uno de los aportes, creo que muy original, del libro. Normalmente, toda la literatura marxista en comunicación retoma las reflexiones del dramaturgo alemán sobre la radio como sistema de comunicación, pero lo verdaderamente revolucionario en su obra es la aportación de un método, el efecto V de distanciamiento, que nos puede ser útil a la hora de deconstruir y develar las representaciones ideológicas dominantes. Solo Jameson y Juan Carlos Rodríguez han sabido apreciar el alcance de su propuesta para este tiempo a este respecto. En nuestro ensayo, reinterpretamos sus ideas estéticas en el campo de la comunicación retomando elementos fundamentales como la importancia del goce por ejemplo con la música para la agitación cultural y la concienciación del espectador. Esta lectura suele ser poco habitual en la izquierda, acostumbrada a pensar lo ideológico, no sé si por un exceso de platonismo, como un problema estrictamente de contenido y no tanto de forma de representación. Pero, ¿la contrainformación es un solo una cuestión de ideas o de formas de relación? Mi hipótesis es que no es posible una ética y estética de la resistencia sin una poética que cuestione las formas naturalizadas de lo social y esto solo es posible integrando contenido con formas apropiadas a la sensibilidad del sujeto en cada época. En otras palabras, no podemos revolucionar la cultura cotidiana con estrategias de agitprop de principios del siglo pasado, como no podemos obviar que hay una serie de manifestaciones culturales que deben ser, como ensayó Brecht en su tiempo, el punto de partida con el que dar forma al lenguaje de interlocución para cambiar el mundo que vivimos. Ello implica, en palabras de Juan Carlos Rodríguez, pensar el marxismo como un nuevo lenguaje contra la alienación cultural al tiempo que como pulsión vital y voluntad de ser y luchar, desde el antagonismo, además de método de representación y análisis de la realidad. Este es el reto de la Comunicología en la era del capitalismo de plataformas y es la apuesta que hemos tratado de esbozar, al menos de forma exploratoria en el libro. Esperemos que al menos abra un debate en esta dirección porque resulta además de urgente necesario.

Entrevista en Cronicón

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Entrevista con el cientista social y catedrático universitario español, Francisco Sierra Caballero, con motivo del lanzamiento de su nuevo libro Marxismo y comunicación. Teoría crítica de la mediación social (Siglo XXI de España Editores, septiembre 2020).

El capitalismo de plataformas y la revolución digital que ha impactado de manera superlativa la cultura y viene generando nuevos antagonismos sociales es una de las características de nuestro tiempo, junto por supuesto, con la desigual distribución de la riqueza a nivel planetario.

Sobre este interesante tópico y  a partir de la teoría crítica, el profesor Sierra Caballero nos ofrece un sugerente análisis sobre los desafíos para enfrentar la tendencia hegemónica de manipulación mediática en un mundo sustentado en el expoliador sistema capitalista que ha generado la más grave crisis civilizatoria que amenaza con la existencia de la especie humana.

Prologado por el prestigioso intelectual belga Armand Mattelart, referente de la Economía Política de la Comunicación,  esta obra ofrece para la reflexión “líneas maestras de fuerza” que sistematizan algunos de los principales aportes de la visión materialista para, posteriormente, ir sentando las bases de desarrollo del pensamiento emancipador en comunicación desde la tradición marxista.

Corroída por un sistema depredador como el capitalista, la sociedad enfrenta tiempos de gran incertidumbre, en los que la incomprensión o aislamiento de la crítica es la tendencia hegemónica. De ahí que el autor señala cómo la capacidad de interrogación está en la base de cualquier voluntad emancipadora y cómo se aplica el marxismo en el análisis de la mediación social para denunciar los presupuestos teóricos e ideológicos del sistema de relaciones dominante en el campo de la información y la comunicación. Para ello echa mano del legado del filósofo italiano Antonio Gramsci; del dramaturgo alemán Bertolt Brecht y de la corriente de los Estudios Culturales, surgida en Inglaterra en los años 60 del siglo pasado, así como desarrolla un profundo análisis sobre la Teoría del valor.

Destacado experto en comunicación

Nacido en la localidad de Gobernador, en los montes orientales de Granada (Andalucía, España), Sierra Caballero sostiene que vive para dos de sus pasiones: la Comunicología y América Latina.

Catedrático de Teoría de la Comunicación de la Universidad de Sevilla, donde dirige además el Departamento de Periodismo I y columnista de varios medios digitales, este aplicado investigador es un referente intelectual en el ámbito del área social en que trabaja por la importancia y alcance de sus aportes.

Investigador del Instituto Andaluz de Investigación en Comunicación y Cultura, es fundador de la Asociación Española de Investigación de la Comunicación, en la actualidad, preside la Unión Latina de Economía Política de la Información, la Comunicación y la Cultura, así como es directivo de la Asamblea de la Confederación Iberoamericana de Asociaciones Científicas en Comunicación.

Autor de relevantes ensayos sobre comunicación, política, cambio social y emancipación, Sierra Caballero ha coordinado equipos internacionales de investigación para la Comisión Europea y para el Plan Nacional de Investigación y Desarrollo de España. En enero de 2019, a instancias de la Asociación Cultural y Científica Iberoamericana, presentó Introducción a la Comunicología, una obra en la que aborda, de manera crítica y panorámica, el ámbito de la mediación social y el papel que juega la comunicación en la propia conformación de la sociedad.

En el primer semestre de 2019 coordinó la edición del libro Teoría del valor, comunicación y territorio (Siglo XXI España).

El reto de una revolución cultural a partir de un trabajo de pedagogía activa

Con el propósito de ahondar sobre el alcance de los tópicos que desarrolla este inquieto intelectual español y acucioso investigador en su nuevo trabajo bibliográfico, el Observatorio Sociopolítico Latinoamericano www.cronicon.net realizó la siguiente entrevista.

Uno de los cruciales temas que desarrolla muy atinadamente y de manera oportuna el libro es el relacionado con el capitalismo de plataformas y las incidencias que viene teniendo la revolución digital con sus algoritmos en la sociedad mundial y los entornos culturales.  ¿Se podría afirmar que la humanidad está enfrentando una ‘cibercracia’?

Digamos para ser precisos que estamos experimentando una transformación geopolítica y cultural en torno a la revolución digital que implica varios desplazamientos: del Estado, inclusive el poderoso imperio de Estados Unidos, a las grandes corporaciones GAFAM, en especial Google y Amazon, y del eje Atlántico, dominante en ciencia, tecnología y comunicación a lo largo del siglo XX, al eje asiático bajo liderazgo de China. En este contexto, discutir el papel de las tecnologías en red, o en general la información y el conocimiento, se torna central para comprender el capitalismo y las nuevas contradicciones de nuestro tiempo. Pero llama la atención que, incluso desde la izquierda, se asuma acríticamente, como es lógico sin el debido análisis materialista, qué significa la llamada sociedad de la información, qué dispositivos y formas de poder y control tienen lugar en la era Internet, y cuáles son las alternativas liberadoras para una democratización del nuevo ecosistema mediático. Antes bien, buena parte de la literatura especializada en la materia reproduce el discurso de Silicon Valley sobre el poder transformador de la tecnología en una suerte de nuevo reduccionismo o determinismo tecnológico, al tiempo que imaginan que la primavera árabe fue un proceso revolucionario y de liberación social. Nada dicen quienes asumen esta lógica de razonamiento que los GAFAM son también el muro de Wall Street y que en la economía uberizada asistimos a formas de lucha de clases más propias del siglo XIX que del siglo XXI, como podemos observar si vamos más allá de los eslóganes al uso de los grandes emporios punto.com. En definitiva, el poder simbólico de la cultura ciber es el poder del gran capital financiero internacional y de nuevos actores transnacionales como Facebook que, coaligados con poderes tradicionales como el ejército, conforman la base de la hegemonía y el poder con los que se derroca gobiernos, véase el caso de Brasil, o se instauran ejecutivos neofascistas como el de Trump, en el avance de los intereses del complejo industrial y militar del Pentágono y los amos de las finanzas.

“Discutir el papel de las tecnologías en red, o en general la información y el conocimiento, se torna central para comprender el capitalismo y las nuevas contradicciones de nuestro tiempo”

Al analizar algunas contribuciones de la corriente de los Estudios Culturales a través de sus referentes Raymond Williams, Edward Thompson,  Stuart Hall y Richard Hoggart,  resaltas uno de sus propósitos investigativos cual es el de explorar el potencial de los receptores para la resistencia y la rebelión frente a las fuerzas reales del poder ideológico dominante. ¿Qué elementos esenciales, en tu opinión, se requieren en un sistema capitalista que permea todo, para lograr pasar de la cultura de la resistencia a una comunicación transformadora?

Sin duda, en primer lugar, es preciso una revolución cultural, un trabajo de pedagogía activa, en un sentido gramsciano, para modificar la concepción al uso sobre el papel de la comunicación en nuestra vida cotidiana. La mayoría de la población sigue imaginando los medios y mediaciones culturales como un problema de ocio y tiempo libre, como una suerte de consumo inocuo que corresponde al ámbito privado, cuando, en realidad, es en este ámbito donde se conforma la ciudadanía, donde se fragua la subjetividad, los imaginarios que inciden en las formas dominantes de control y alienación ideológica. Sin conciencia de la dimensión política de la comunicación, sin este trabajo de pedagogía activa no podremos avanzar en el derecho a la comunicación y por tanto en una mediación emancipadora. Bien lo sabía Raymond Williams que inició sus intereses sobre el papel de la televisión problematizando proyectos como Open University en la BBC para la educación de los adultos que no habían podido acceder a la educación superior. Desde entonces, los Estudios Culturales empezaron a explorar la inserción de los medios y la cultura de masas en el espacio social de la cultura subalterna a fin de horadar los espacios de la economía moral de las multitudes, de las clases populares, en torno al discurso informativo y las industrias culturales. Pero hoy se ha impuesto el sentido común en contra de los comunes que piensa la tecnología o la cultura Internet como un espacio autónomo y libre. Es hora, creo, de empezar a disputar esta idea para politizar la comunicación y, desde luego, elaborar alternativas. Hay otros factores determinantes para construir una comunicación transformadora, pero la conciencia de lo que está en juego a este respecto me parece crucial.

Con la crisis profunda del sistema capitalista y de la democracia liberal que lo sustenta, como se ha podido evidenciar en la actual coyuntura con el bochornoso proceso electoral estadounidense, ¿cómo se puede aprovechar esta circunstancia para repensar la agenda ideológica y de acción de los sectores alternativos y antiglobalización (entiéndase antineoliberales)? ¿No constituye un momento crucial para ello? ¿Qué podría hacerse?

Creo, en efecto, que este es un tiempo encrucijada, un momento de crisis que puede resolverse con más democracia o, como observamos en Europa y algunos países de América Latina, con más autoritarismo, con fascismo de baja intensidad. Ahora, en el campo de la comunicación seguimos observando graves retrocesos: desde periodistas convertidos en publicistas de las grandes corporaciones y voceros del capital financiero a dinámicas de concentración como nunca antes se ha vivido en la historia. El deterioro además del ecosistema informativo es alarmante y no solo por las llamadas fake news sino por la poca diversidad de la oferta, por la pésima calidad de los contenidos y la infoxicación y alienación absoluta de amplios conjuntos de usuarios de la comunicación. Un primer paso para avanzar en otra dirección es retomar la estrategia del Foro Social Mundial de Porto Alegre. La crisis de la pandemia nos sitúa ante la necesidad de un nuevo internacionalismo a partir, lógicamente, de la crítica antiimperialista poniendo, como se hizo hace décadas, en el centro la disputa ideológica en el campo de la comunicación. El movimiento indígena, a partir de los encuentros Abya Ayala en Oaxaca, avanza en Latinoamérica en esta dirección, y deberíamos aprender de ellos porque, sin duda, hoy más que nunca, es preciso que se conformen grandes plataformas supranacionales de comunicación popular y alternativa, al modo como Telesur se convirtió en un medio de referencia en la disputa de la agenda informativa. Esta articulación, en un sentido político, es complicada porque supone coordinar tiempos, territorialidades, actores y procesos muy distintos, complejo empeño cuando nos jugamos no solo el futuro de la democracia y los Derechos Humanos, sino la propia vida del planeta. Pero hay que persistir, insistir y re-existir, más allá de las luchas y frentes culturales de ámbito local.

“La mayoría de la población sigue imaginando los medios y mediaciones culturales como un problema de ocio y tiempo libre, como una suerte de consumo inocuo que corresponde al ámbito privado, cuando, en realidad, es en este ámbito donde se conforma la ciudadanía, donde se fragua la subjetividad, los imaginarios que inciden en las formas dominantes de control y alienación ideológica”

Dentro de este contexto, Armand Mattelart en el prólogo del libro hace énfasis en la necesidad de reinventar la política como “ideación y acción social”, en un momento marcado “por un proceso de evidente desertización”, como diría Habermas, refiriéndose a la crisis de la Unión Europea (UE). Si política es comunicación, ¿están dadas las condiciones para cambiar el paradigma político-comunicacional dominante en el mundo cuando es evidente que el poder financiero de la ‘cibercracia’ que domina las GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft) haría prácticamente imposible lograrlo? ¿Hay salida? ¿O deberíamos esperar un ‘milagro’, como por ejemplo, el derrumbe de la bolsa de valores electrónica automatizada Nasdaq?

Sí que están dadas las condiciones, al menos en un doble sentido: primero porque la revolución digital está transformando, como anteriores revoluciones industriales, las lógicas de organización y producción social y, en segundo lugar, porque ello nos obliga a pensar la relación entre sistema informativo y contexto social, en términos de ecología de vida, de construcción colectiva del hábitat. Lo primero pone el acento en las bases materiales y económico-políticas del llamado capitalismo de plataformas, de ahí debates como el de la UE sobre la tasa Google (que va más allá, como explicamos, de la justicia fiscal) o las propias contradicciones entre las élites del sistema dominante, caso de Trump contra algunas de las grandes corporaciones GAFAM. Y esto es apenas la punta del iceberg, porque las contradicciones latentes que se despliegan son numerosas: entre la industria de contenidos local y los intermediarios globales, entre la política cultural del Estado y los nuevos aparatos ideológicos transnacionales, entre sujeto de derecho y extractivismo de datos que amenaza las libertades públicas individuales, entre dominio público y mercado…, en fin, al ser un proceso de crisis tenemos abiertas varias hipótesis una de ellas, en efecto, es el propio colapso del capitalismo financiero por las lógicas automatizantes de valorización, pero también es cada día más evidente el colapso tecnológico que limita la sostenibilidad del actual modo de producción informativa, y no solo por la obsolescencia tecnológica.

“En el campo de la comunicación seguimos observando graves retrocesos: desde periodistas convertidos en publicistas de las grandes corporaciones y voceros del capital financiero a dinámicas de concentración como nunca antes se ha vivido en la historia”

Lo cierto es que en este colapso social, ecológico y climático originado por un sistema criminal y depredador como el capitalista se hace imperiosa la necesidad de una comunicación para una transición civilizatoria que contribuya a generar sentido común y una nueva hegemonía política en sentido gramsicano. ¿Por qué el marxismo puede servir de caja de herramientas para lograr los cambios que clama la humanidad y materializar esa transición civilizatoria que se requiere con urgencia para evitar el marchitamiento a pasos agigantados del planeta?

Más allá de las lecturas contemporáneas de los Gründrisse que nos ayudan a pensar la función vectorial de la ciencia y la tecnología en el proceso de desarrollo del capitalismo, el marxismo nos aporta tres elementos fundamentales para la comprensión de este tiempo de mudanzas. Primero, al ser una práctica teórica crítica, propia del pensamiento relacional, nos explica e ilustra las tendencias de desarrollo histórico desde una perspectiva real y concreta. En un mundo interconectado, el marxismo aporta elementos para pensar ligando realidades y procesos contradictorios aparentemente inconexos e incluso irracionales o sin sentido, considerando la dinámica de transformación acelerada del turbocapitalismo. Este, en el fondo, es el gran aporte para la comunicación: pensar las mediaciones. Por otra parte, además, su lectura económico-política arroja luz sobre los procesos materiales de composición de la cultura de silicio o digital, cuestionando su sostenibilidad, a sangre y fuego, como parte del proceso de expansión imperialista que arrasa continentes enteros como África o el conjunto del planeta, tal y como nos enseñara Manuel Sacristán. El marxismo logra, por último, en tercer lugar, situar en el centro de las cuestiones epistemológicas y políticas el problema de la praxis y, por extensión, el antagonismo como núcleo de disputa y proyección del cambio histórico, aunque algunos sesudos ensayistas sigan insistiendo (un discurso por otra parte recurrente desde el siglo XIX) que ya no tiene lugar la lucha de clases. Los grandes tiburones de la bolsa saben que no es así y reconocen que la lucha de clases, cada día más presente, la están ganando. Ahora, los conflictos en Amazon, la movilización de los riders por un trabajo digno, y las disputas por la regulación de grandes plataformas como Google demuestran que la lucha de clases sigue muy viva y que, como es lógico, no se manifiesta ya en la dinámica fabril sino en un conjunto amplio de actividades y problemas que deben ser teorizados y objeto de intervención para desbloquear los procesos sociales de liberación, por más que nos traten de contar que la economía se ha desmaterializado en la era de la realidad virtual.

En el libro calificas a los movimientos sociales como “comunidades inteligentes dispuestas para la acción y el cambio”, pero al mismo tiempo alertas sobre el riesgo de que la economía política de la comunicación no asuma un posicionamiento de compromiso social y de praxis, con lo cual se estaría reeditando el fracaso del Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación (NOMIC). ¿Es posible en las actuales circunstancias articular la praxis social y el sustento teórico para generar una alternativa de cambio civilizatorio? ¿La teoría marxista si alcanza para lograrlo?

En un libro que editamos el profesor Quirós bajo el título El espíritu McBride (Ciespal, Quito, 2016) insistíamos en esta hipótesis. El fracaso del NOMIC fue debido en buena medida a la falta de articulación de las propuestas del frente diplomático y académico con la profesión y los movimientos sociales. Toda transformación, como todo cambio histórico, requiere de la amplia voluntad y movilización ciudadana. El asalto neoliberal a las universidades ha colonizado la práctica teórica pero también es cierto que nunca como hoy hay una generación de investigadores, algunos retornando a Marx, que imaginan su labor intelectual comprometidos con las demandas de los movimientos sociales. Quizás el problema, y aquí vindico el pensamiento materialista, es que, desde una suerte de idealismo como es común en los estudios culturales americanos, se vindica a Marx, Gramsci, y la Escuela de Birmingham desconectando por abajo la actividad del pensamiento de la intervención real en una suerte de academicismo estéril de improductivas consecuencias desde el punto de vista de la liberación social. En algunos casos, pienso en los movimientos que vindican lo común en la lucha por el código, los discursos de la autodenominada escuela crítica resultan profundamente antimarxistas y liberales, por más que se autorreconocen como libertarios, pero, al final, en tesis como la no intervención del Estado en la regulación de Internet, replican las mismas tesis de las GAFAM. Paradójica situación por cierto que llama cuando menos la atención en un momento de desmontaje del Estado moderno, empezando por sus sistemas de información pública. En ULEPICC, no obstante, hemos venido abriendo una agenda de debates sobre Geopolítica y Nuevas Tecnologías, y Teoría Marxista de la Comunicación que esperamos contribuya a tender puentes entre práctica teórica y compromiso político y social porque en la actual coyuntura política, en la encrucijada de crisis sistémica que vivimos no ha lugar a visiones acomodaticias o funcionales como las que observamos en torno al papel de las nuevas tecnologías.

“La crisis de la pandemia nos sitúa ante la necesidad de un nuevo internacionalismo a partir de la crítica antiimperialista poniendo, como se hizo hace décadas, en el centro la disputa ideológica en el campo de la comunicación”

Ideología, formación social, praxis, hegemonía sentido común, son elementos importantes de la contribución de Antonio Gramsci que analizas en detalle en el libro y que hay que tener en cuenta en este debate. ¿Cómo articular todos ellos en la intervención del sistema de mediación social que contribuya a la construcción de democracia?

Hablaba antes de la importancia de la pedagogía. El filósofo sardo siempre puso el acento en la importancia para la cultura popular y el proceso de cambio de la educación, sea informal, la literatura de folletín, por ejemplo, o formal, lo habitual en el sistema educativo.

De Gramsci creo que hemos de sacar una primera conclusión sobre la centralidad del sentido común y la disputa de la ideología dominante como un proceso de contagio, de contacto, de inmersión, en el sentido de lucha por la hegemonía, como al tiempo poner el acento en la dimensión praxeológica de la lectura de Marx, a mi modo de ver, como apuntara Sánchez Vázquez en vida, plenamente actual y vigente. Su apropiación de hecho por los estudios culturales nos ha permitido descubrir los matices de la cultura dominante y alumbrar al tiempo posibilidades de intervención e impugnación contrahegemónica. En otras palabras, no es posible un proyecto radical sin democratizar la deconstrucción de las representaciones ideológicas, sin trabajar sobre el sentido común con el común de la gente y este es un reto, sin duda estratégico, de pedagogía de la comunicación.

“El reto de la Comunicología en la era del capitalismo de plataformas es pensar el marxismo como un nuevo lenguaje contra la alienación cultural al tiempo que como pulsión vital y voluntad de ser y luchar, desde el antagonismo”

No podemos terminar esta entrevista sin referirnos al gran Bertolt Brecht y la filosofía de la praxis. En el empeño de una comunicación para la transición civilizatoria, ¿por qué el aporte del dramaturgo alemán respecto de la mediación social está vigente? ¿Qué nos dice hoy el pensamiento brechtiano en cuanto a las experiencias de contrainformación y la estética de la resistencia?

Este es uno de los aportes, creo que muy original, del libro. Normalmente, toda la literatura marxista en comunicación retoma las reflexiones del dramaturgo alemán sobre la radio como sistema de comunicación, pero lo verdaderamente revolucionario en su obra es la aportación de un método, el efecto V de distanciamiento, que nos puede ser útil a la hora de deconstruir y develar las representaciones ideológicas dominantes. Solo Jameson y Juan Carlos Rodríguez han sabido apreciar el alcance de su propuesta para este tiempo a este respecto. En nuestro ensayo, reinterpretamos sus ideas estéticas en el campo de la comunicación retomando elementos fundamentales como la importancia del goce por ejemplo con la música para la agitación cultural y la concienciación del espectador. Esta lectura suele ser poco habitual en la izquierda, acostumbrada a pensar lo ideológico, no sé si por un exceso de platonismo, como un problema estrictamente de contenido y no tanto de forma de representación. Pero, ¿la contrainformación es un solo una cuestión de ideas o de formas de relación? Mi hipótesis es que no es posible una ética y estética de la resistencia sin una poética que cuestione las formas naturalizadas de lo social y esto solo es posible integrando contenido con formas apropiadas a la sensibilidad del sujeto en cada época. En otras palabras, no podemos revolucionar la cultura cotidiana con estrategias de agitprop de principios del siglo pasado, como no podemos obviar que hay una serie de manifestaciones culturales que deben ser, como ensayó Brecht en su tiempo, el punto de partida con el que dar forma al lenguaje de interlocución para cambiar el mundo que vivimos. Ello implica, en palabras de Juan Carlos Rodríguez, pensar el marxismo como un nuevo lenguaje contra la alienación cultural al tiempo que como pulsión vital y voluntad de ser y luchar, desde el antagonismo, además de método de representación y análisis de la realidad. Este es el reto de la Comunicología en la era del capitalismo de plataformas y es la apuesta que hemos tratado de esbozar, al menos de forma exploratoria en el libro. Esperemos que al menos abra un debate en esta dirección porque resulta además de urgente necesario.