Política florentina

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En España no domina la política florentina sino la de Florentino, una cultura política obscena, muy del universo del estraperlo, submundo del que proceden nuestros grandes prohombres de la patria, hechos a sí mismos de los despojos del esclavismo y el genocidio de Paquita la Culona.

Hablamos de personajes dickensianos, feudales, con puro en la mano, y olor a lejía o Barón Dandy, una escenografía cuyo hedor y toxicidad hace cada día más irrespirable el entorno, incluso imposible el disfrute del opio de las masas de un deporte tan popular y maravilloso como es el fútbol.

Los recientes escándalos sobre compra de arbitrajes por el Fútbol Club Barcelona inaugura un capítulo más en la serie de terror protagonizada por el cucañista Pérez en sus sueños imperiales de la Superliga, una suerte de trasunto del absolutismo monárquico con el proscenio del régimen del 78 de por medio.

Así las cosas, da grima pensar en lo que el fútbol se ha convertido como espectáculo de masas, alimentado por los juegos de barrio en campos de tierra, en clubes de amigos y espacios de fraternidad, ahora que solo quedan restos del naufragio en manos del capital y de los mercaderes de las ilusiones vanas que, por querer, no quieren ni jugar, salvo al Monopoly.

A nadie hasta ahora se le ha ocurrido, por cierto, un juego de mesa similar con los clubes de la Liga y los cromos, tipo ficha policial, en el que además de los jugadores aparezcan los presidentes de club y otros interlocutores del presidente del Madrid, como los del monarca huido, los jeques autócratas, los oligarcas rusos (antaño muy apreciados por el camaleónico crupier de la bolsa y la construcción) y otra ralea que vive por encima de nuestras posibilidades urbi et orbi. Sería un éxito en el mercado.

Ahora que todo se compra y se vende, hasta la maternidad, no está de más poner al día los entretenimientos del personal. Es el espíritu de nuestro tiempo, más aún en un país en manos de Producciones Hijos de Puta, como el divertido sketch que hizo célebre el gran Peter Capusotto. Véanlo, para entender el camelo que nos proyectan en la Smartv.

Aquí no tenemos humoristas tan finos políticamente hablando y, los que hemos tenido, han sido perseguidos hasta la extenuación. Bien lo sabía el gran Gila. Pero bueno, no nos dispersemos. Veníamos aquí a hablar de Florentino y de la televisión que sufrimos, como El Chiringuito de Jugones (título premonitorio de los que nos venden la moto).

Y en tiempo de la polémica con el Barça, nos parece que conviene advertir a los lectores de un aviso para navegantes: las corruptelas del fútbol, empezando por su opacidad fiscal y la especulación de los derechos de imagen, es la misma que echamos en falta como norma de debida transparencia en la publicidad institucional, de la que se benefician los medios del duopolio y los chiringuitos de la Iglesia catódica, además de otros tenderetes mediáticos de la extrema derecha, herederos del atado y bien atado.

De ello poco o nada se habla en la prensa deportiva, siempre surfeando por la actualidad y la estéril polémica sin sentido, mientras pasan las cosas de verdad importantes. Por ejemplo, la pérdida de más de 2.000 millones de los clubes de Money League, según la consultora Deloitte, y la crisis estructural de la mayoría de los equipos de Segunda y Primera en nuestro país, lo que da cuenta de una tendencia que cambiará este deporte-espectáculo, esperemos que para volver a lo que fueron los clubes: asociaciones deportivas y no sociedades anónimas.

Si lo que importan son los colores del equipo de nuestros amores, sobra el verde dólar y los traficantes de sueños; están de más los usureros de la pasión y los portamaletines del Santiago Bernabéu. No necesitamos los monaguillos de tertulia y misa diaria, ni los macarras de la moral.

Sobran los García Ferreras y la santa compaña, que es la alianza de la inquisición del capital, cuando tanto precisamos de pasiones alegres, tardes de transistor y tertulias tabernarias sobre el partido del domingo, hoy diario. Nos sobra, en fin, lo que hay cuando falta lo que quiere la gente común: básicamente, que no la engañen, jugar y vivir. Y que nos dejen en paz. Justo lo contrario a lo que hoy es noticia a voz en grito en espacios como los de Pedrerol.

En la cultura del chiringuito, la conexión Villarejo con Ana Rosa Quintana es nuestra final de la democracia diaria, nuestro Partido de las Estrellas que, al contrario que la Champions, nunca lo veremos en los canales en vivo y en directo, porque siempre es en diferido.

Cosas de nuestra política de baja intensidad, muy proclive al modo barroco de la teatrocracia en el que el exhibicionismo y el espectáculo –del palco del Santiago Bernabéu a la Sexta– en el fondo no es otra cosa que el reinado del discurso cínico y la ausencia de la crítica postpolítica, esto es, la falta de la mediación, la ausencia de distancia y reflexividad y, en definitiva, la privatización del dominio público y el imperio de la violencia simbólica, incluido el linchamiento mediático contra dirigentes de Unidas Podemos o las campañas en redes de perfiles anónimos a fin de fomentar la agresividad y el amedrentamiento de quienes representan una amenaza al orden impuesto desde el confort impune de los amos de la información, con el señor Pérez a la cabeza, que asiste complaciente, desde el Olimpo, a los avatares del destino que ha prefigurado para los mortales.

Pobre aspirante tonto a Luis XVI. No sabe que la revolución nunca se ve venir desde Versalles, ni por televisión, y rara vez se logra avizorar. No sabemos dónde y cuándo tendrá lugar, pero con seguridad será en abierto, sin pago por visión, porque existe el porn riot y la pornografía de los disturbios. Y las multitudes enfurecidas ya se ha extendido, de París a Madrid, esperamos que en clave verde esperanza. Porque ya de los grises de los palcos y del estraperlo tenemos empacho hace años.

Medios del odio

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En la novela de Umberto Eco, Número Cero, los medios no informan sino que publican las noticias de mañana. La realidad puede superar la ficción.

Dejó escrito el gran Alberto Corazón que, en este tiempo de algarabía, ha habido silencios y también grandes voces que enrarecen los sentidos con un ruido atroz de gestos vacíos. El problema en momentos de crisis sistémica como la que vivimos es que, en lugar de la necesaria reflexión y deliberación pública, cuando no el silencio, se impone el ruido y furor mediático. Particularmente en España proliferan y mantienen la hegemonía informativa los personajes que, con buen tino, Rafael Correa llamaba odiadores, o sufridores profesionales, tipos deleznables cultivadores de la mezquindad que, por oficio, no hacen otra cosa que contribuir a obstaculizar el buen gobierno o, en general, las políticas del buen vivir. Se equivoca el lector si pensara, con una interpretación al uso divulgada entre otros por hispanistas y viajeros descubridores de lo exótico que retrataron escenas pintorescas de nuestra realidad, que estas actitudes altisonantes y de violencia simbólica son propias de la idiosincrasia nacional. Nada más alejado de la realidad. El fascismo patrio, como antaño en Alemania, se cultiva en los medios más que por odio al proletariado y sus representantes, o en virtud de razones ideológicas, por la cartera. Desde siempre, los medios mercantilistas para odiar son del orden de lo que Vázquez Montalbán tildaba como eurocarteristas, sujetos aficionados, en fin, a la cultura del estraperlo que necesitan del ruido como fórmula y de la algarabía como coartada para alimentar la ceremonia de la confusión y proceder, como en el mundo del hampa, a la operación, birlibirloque, de sustracción y dejarnos paralizados y enmudecidos. Pues, en realidad, estos capillitas de misa y sacristía que gustan de la bulla son, pese a las apariencias, de la hermandad del silencio. Representan la vuelta al tiempo gris, en blanco y negro, de novelas como la de Martín Santos. Y cual técnica de la gota malaya alimentan los vientos de guerra, como ATRESMEDIA, dedicando la mitad de sus espacios informativos a armamento, guerra y destrucción (no en Gaza, el Sáhara o la mitad del continente africano, que no interesa) sino sólo focalizado en Ucrania. Una constatación que demuestra que la realidad puede superar la ficción, pues como en la novela Número Cero, de Eco, los medios no informan sino que publican las noticias de mañana y proyectan, no hablan de Ucrania sino que proponen, ucronías ensayos, como el capital financiero, especulativos sobre lo necesario y posible a costa de nuestras vidas. Todo en orden. El capital siempre precisa de su marcha marcial para proseguir con la destrucción creativa. Por ello el discurso del odio es refractario a la deliberación. Antes bien precisa estar amparado por el monopolio de la palabra y la opacidad del algoritmo, de un espacio público privatizado que muta en un espacio manipulado con la consiguiente mediación sesgada del escándalo y la provocación. En este ecosistema informativamente tóxico la retórica hoy es el arte del arrojadizo improperio y la ocurrencia banal sin fondo ni trascendencia, con falta absoluta de creatividad y crítica, ajeno a lo real concreto, opaco al escrutinio público en la ceremonia de la confusión que hoy reviste la comunicación política de lo mismo por obra de sus gacetilleros de tertulia de bar y barrena.

En definitiva, los medios de distorsión masiva no nombran lo que deben y los que nombramos lo necesario y lo real o somos silenciados en el margen del espectro comunicacional o directamente perseguidos (lawfare). Pues hemos llegado al punto en el que el comando electrónico y el arte y técnica de escenificación de la fe sin escrutinio, solo la pura inventiva, solo se sostiene, como ilustrara Chomsky, con correctivos a los disidentes. También en las redes, donde el fenómeno se amplifica exponencialmente. El ocultismo del algoritmo encubre maniobras orquestales en la oscuridad que amenazan a diario la democracia. Más allá de Cambridge Analytica, los GAFAM, empresas como META o Google son colaboradores necesarios de los golpes en Brasil o actualmente en Perú. Y cuando poderes públicos como la Comisión Europea tratan de regular para evitar abusos contra las libertades públicas los lobbys como DOT Europe movilizan a los influencers y opinadores de la nada para advertir que restringir las campañas de publicidad política es ir contra la libertad de expresión. Nada nuevo bajo el sol. Todo intento de política democrática en información y comunicación siempre ha tenido en contra los gremios profesionales y otras ONGs subvencionadas por los profesionales de la ucronía como Georges Soros, y seguimos en ese marco, bloqueados por movilizaciones propiciadas por la misma agencia que ha de ser regulada por transparencia y garantías democráticas negando realidades ya contrastadas como el estudio publicado en Science (2018) que demostraba que las informaciones falsas en redes se difunden más rápido y llegan a más gente que los verdaderos, dispuestos y acostumbrados como estamos a ser seducidos por el fetichismo de la imagen y la mercancía. Tras el Brexit convendría tomar buena nota de lo que la nueva tecnopolítica representa como dominio de la tecnocracia por vía de la guerra psicológica como guerra de clases por todos los medios posibles, una forma de dominación que abunda en el espectáculo y la sentimentalidad de esclavos con la ayuda de un ejército de distorsionadores necesarios de la expropiación. Así que, visto lo visto, y oído lo oído, toca hacer propósito de enmienda. Frente a la velocidad de escape de unos medios descontrolados, toca mediar, jugar con las distancias, enlentecer derivas, aplicar la virtud republicana de la pa/ciencia, desplegar la crítica y construir futuros deseables interviniendo con inteligencia una realidad minada y cercada contra la multitud. Ser en suma más sabios y acumular resistencias. Sumar, cultivar el temple y la inteligencia colectiva conectando espacios, voces que tejen banderas con el principio esperanza, desde la fraternidad. Pues, como sabemos, sólo el amor puede vencer al odio. La historia así lo demuestra.

Generación Silver

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Todo cambio epocal implica una transformación de las formas de vida y la experiencia, cambios en la subjetividad y en la vivencia de eso que Raymond Williams denominaba «estructura del sentimiento». La de nuestro tiempo, la del amor líquido, afecta en especial a la generación Silver, la llamada baby boom o, para algunos, la Generación Meetic

El nombre, como es lógico, es lo de menos. No somos del gremio académico nominalista. Líbreme yo, además, de defender toda marca o compañía de las big tech en la era del capitalismo de plataformas. Ponga, en fin, el lector el nombre que tenga a bien convenir.

Lo que importa, a todos los efectos, para el caso que nos ocupa, en este tiempo de zozobra o de sexo fluido, es cómo hacer posible lo social, de qué forma se sostienen los vínculos, si es que este deseo es razonablemente viable en las turbulencias impuestas por el turbocapitalismo de la era digital.

Dice la letra de una samba que «la vida es el arte del encuentro» y he aquí que el personal anda en los últimos tiempos disperso y disgregado, con el deseo sin brújula, orientación ni sentido. En su último libro traducido al español, el filósofo italiano Diego Fusaro plantea en El nuevo orden erótico las disfunciones sentimentales de un capitalismo depredador que amenaza toda convivencia.

La propia idea de fratria, de solidaridad y cooperación, por exigencias de una circulación acelerada de mercancías, símbolos y sujetos intercambiables se torna cuasi imposible. Pues la lógica de valorización por desposesión nos despoja de nuestro propio entorno familiar, de la propia idea de intimidad, necesitado por su naturaleza de amores fugaces, sujetos libertinos, nómadas, migrantes, acelerados, sin habitus, deshabituados, sin raíces, encadenados al movimiento perpetuo, como una cinta porno interminable, siempre en acción.

Más allá de las simples críticas de rojipardismo que se suelen atribuir al autor desde la llamada izquierda wok, una lectura de este ensayo exige cuando menos una reflexión serena sobre el erotismo, la disputa del sentido común sobre el amor y la familia, a modo de vindicación, en tiempos de libre comercio.

Más aún cuando la Generación Z asume acríticamente, a veces de forma antagónicamente inconsciente, la imposibilidad de toda relación estable, condicionado como está por un mercado laboral que proyecta narrativas y vidas precarias, formas intermitentes de subsistencia que limitan una visión a medio y largo plazo de las trayectorias personales.

La naturaleza volátil, nómada de los amores y placeres por vivir son, en cierto modo, un trasunto de las condiciones de producción. El problema de ello es que afecta de forma determinante la reproducción misma, incluida la educación, con la imposibilidad de ecologías de vida diseñadas en común.

Cabría plantear en este sentido un contrapunto o una mirada más integral cuando se critica el amor romántico en función de una suerte de algofobia, que en el fondo no es otra cosa que el rechazo pragmático de todo compromiso, la asunción del presente infinito, inmersos como estamos en los avatares de un capitalismo a la deriva en el que no cabe la épica, mucho menos el duelo, la entrega o la pena, de acuerdo al guión prescrito de la disneylandización de las emociones, el amor de consumo rápido e indeleble, en forma de serie o capítulos de corta duración.

Ahora, esta lógica cultural, como podrá colegir el lector, no está exenta de consecuencias nefastas y dolorosas para el sujeto, empezando por la epifanía del propio duelo que se quiere eludir. Una de ellas, diríase que la principal, es la falta de equilibrio, o el desorden y crisis afectiva que se extienden en nuestro tiempo como epidemia social.

En la era de la posdemocracia, los tratamientos psicológicos se multiplican y la salud mental se convierte en un problema de estado en tiempos de silencio y soledad. Al tiempo el mercado del amor tiende, como sector económico, a cotizar al alza: sea en forma de libro de autoayuda, de redes sociales de contacto, incluidas las antiguas agencias matrimoniales, o en los modelos premodernos de las caravanas, los speed dating y cruceros de relación.

Todo vale para cubrir el agujero negro o el vacío existencial del modo de producción dominante que acompañan las relaciones efímeras que se disuelven en el aire como parte de las formas extensivas de la fábrica social característica de un capitalismo depredador que mercantiliza hasta las fantasías de lo íntimo o privado a condición, claro está, de pasar primero por caja, que es tanto como aceptar la conculcación del principio de autonomía, la vulneración de los propios derechos, y asumir, por activa, como con las cookies, la renuncia a todo compromiso con la primera persona del plural.

Así anda el personal, extraviado. Normal en un mundo en el que todo es «pos», pero sin trama ni relato creíble; una vida hipotecada en forma de discurso de la resiliencia que no es sino el envase de una marca de pornofarmacopolítica porque, en este mundo happy, no cabe la tristeza ni la melancolía, no es bien recibida la trascendencia ni la heroica entrega.

Nuestra era es un tiempo sin Antígona. Solo comedia y relaciones esporádicas. Cosas de la vida eventual que impone una forma de eugenesia, productiva y reproductiva, convertidos como estamos en una máquina eficiente siempre, dispuesta a acumular el máximo capital erótico, en tanto que objetos disponibles no para sí sino ensimismados, en función del momento del intercambio.

De modo que, paradójicamente, el placer convierte la complacencia en autoindulgencia, el deseo y la pasión en pura visión, y la experiencia del erotismo en un tipo de narcisismo 2.0 sin futuro, esperanza, ni proyección, más allá de la efímera promesa de un match, de un encuentro que, en realidad, es puro desencuentro como corresponde a una sociabilidad envanecida propia de la cultura de la vanidad banal o vulgar de pasiones tristes más que alegres.

Amor empaquetado de nulos o superficiales sentimientos, amor líquido, en palabras de Bauman, que en la era de Meetic o Tinder reemplaza el azar por el cálculo del algoritmo y el materialismo del encuentro por la programación calculada de los indicadores de compatibilidad: una suerte, según Badiou, de domesticación del amor.

Así que a fuerza de vida artificial y artificiosa nos hemos transformado en mascotas virtuales, una figura patizamba que nos retrotrae a la gloriosa década neoliberal sin tanto brillo ni oropel, sin voluntad ni espíritu, solo simples tamagotchis o complementos de ocasión, a la espera de un uso fugaz y reactivo de nuestros cuerpos y nuestro deseo en función del circuito de retroalimentación y la infinita cadena de intercambios.

Bienvenidos, en fin, al desierto de lo real, al imperio del individualismo posesivo en el que el amor libre es pura figuración imaginaria, un encadenamiento sin sabor a ti ni pasión, reducido a la burda forma mercantil del eterno retorno y el libre flujo.

Nada que ver con la libertad sexual pues, en la raíz de estas lógicas o manifestaciones del eros, no se encuentra el deseo sino la renuncia a toda entrega libidinal radical, el miedo en el fondo al amor y el compromiso que es otra cosa bien distinta a la forma burguesa de la racionalidad instrumental, hoy prácticamente universalizada por exigencias de la producción.

La cuestión es si es posible amar sin pasión o vivir sin voluntad de vincularnos con alguien más allá del presente perpetuo de la pura contingencia. Los rockeros románticos de la Generación Silver pensamos que no. Somos conscientes de que no hay futuro posible sin fraternidad ni cooperación, pero los relatos dominantes cuentan una historia que, básicamente, afirman lo contrario y anulan toda narrativa en común.

Lo hacen, hasta la saciedad y el hartazgo, desde una visión no libertaria sino básicamente liberal y reaccionaria, por feminista que parezca tal vindicación, pues como toda democracia la libertad es correlacional, implica una cuestión de límites y acuerdos, de autodeterminación colectiva, no de ficcionalización a lo Robinson Crusoe. Es hora, pues, de pensar y definir cómo podemos construir otra forma de relacionarnos, sin enredos ni plataformas. La vida nos va en ello. Créanme

Presentación del libro Cultura y Política de Raymond Williams. Librería La Fuga. Jueves, 9 de Marzo de 2023.

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El jueves 9 de marzo, a las 20h en la fuga, hablaremos con Manuel Romero y Francisco Sierra de Raymond Williams a partir de la edición de Cultura y política en Lengua de Trapo.

Raymond Williams fue uno de los intelectuales más importantes del siglo XX. Fundador de la New Left Review, renovador del marxismo y del lugar de la acción y la subjetividad en una teoría materialista de la cultura, fue el padre de los Estudios Culturales y uno de los más lúcidos intérpretes de la cultura contemporánea y las relaciones sociales capitalistas.

En este libro se recogen ensayos hasta ahora inéditos en su mayor parte —tanto en inglés como, claro, en castellano— que recorren la evolución del pensamiento de Williams desde finales de los años 50 hasta pocos años antes de su muerte, a mediados de los 80. Textos imprescindibles que analizan la relación entre la psicología, el psicoanálisis y los estudios materialistas del arte; el sentido del trabajo, el futuro del marxismo; la relación entre la escritura, la narrativa y la pertenencia de clase; la historia de la literatura obrera y la cultura de posguerra; también sobre la obra de Pierre Bourdieu y su importancia para los estudios culturales, o una de las más profundas reflexiones que se hayan hecho nunca sobre el sentido del modernismo y de la modernidad misma.

«La influencia intelectual más decisiva en mi vida»

Stuart Hall

«Nuestro mejor hombre»

E.P. Thompson

Medios excéntricos

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En la era de la hipermediatización intensiva, propia del capitalismo informativo, es tiempo de confrontar el reto de la Inteligencia Artificial y en España el problema mediático de la estupidez artificiosa. Uno, que no atesora la virtud ni mucho menos el ingenio del bueno de Sánchez Ferlosio, se ve tentado de hacer una genealogía de lo excéntrico y sus usos sociales, más allá de la palabra, por ser tal deriva, para el caso que nos ocupa, y en la era de la postelevisión, una patología letal del ecosistema mediático patrio, atrapado como está el periodismo entre la lógica del exceso, en función de la concepción de la noticia como señuelo circense, y la pura redundancia. Lo primero lo justifican los periodistas por perchas que yerran al tratar de dar sentido al disparate de la escaleta y la imposición del rating, y lo segundo es la deriva natural de la mercantilización extrema que incrementa el tiempo de la autopromoción institucional hasta el límite legal, con el consiguiente cansancio del público expuesto, solo e indefenso, al carrusel de los sucesivos anuncios de telenovelas o reality show en los espacios destinados a informar de la actualidad, que siempre es más de lo mismo: la mueca del entre/tenimiento, expropiado ya su tiempo de vivir y soñar. De manera que puede decirse que el sistema mediático nacional es, básicamente, obsceno, y refuerza la mediación espectacular característica de la industria cultural que, en su fase superior, solo obedece a la exigencia especulativa del capitalismo financiero, a la forma deriva excedentaria de cultivo de la desmesura, el exceso, y la excentricidad, todo aquello que va contra la escena y una política común de la representación, negando por sistema lo apropiado y necesario. Esta lógica está en el origen de la cultura masiva. El fútbol y los espectáculos de masas fueron de hecho la base de expansión de los grandes medios comerciales. A través de ellos se construyeron héroes y nuevos arquetipos de referencia a escala incluso planetaria, y hasta diríase que estratosférica, por la prevalencia o el gusto por lo extremoso o fuera de ordinario. La propia teoría de la noticia fue así permeada de inmediato por esta política del exceso tan del gusto de las masas en la era quiz show. Y en contextos como el nuestro, de cultura barroca, la vindicación de lo grotesco alcanza ya cotas inimaginables. Ya quisiéramos tener programas como De zurda, con Víctor Hugo Morales. En el modelo oligárquico rentista solo ha lugar para El chiringuito, un trasunto para el periodismo deportivo del actual Tribunal Constitucional. Si yo fuera, como reza la canción, Maradona, el último icono global, probablemente, Messi mediante, les mandaría a todos al carajo. Pero como solo soy un futbolista fracasado, no queda otra que regatear a mi sobrino Leo, felicitar a la albiceleste, amar como nunca antes la cultura “nacandpop” argentina, y pensar que un Frente de Todos es posible en España, justamente por el ethos barroco. Cuando la televisión no nos deja ver y el móvil ni pensar, en un tiempo en el que la telestesia es anestesia sin información ni periodistas, con una democracia de baja intensidad, bajo la tutela de un imperio en decadencia y el latrocinio que la disrupción digital favorece, es hora de centrarse frente a los medios de representación excéntrica.

Vamos a tener que ganar nuestro particular mundial introduciendo, en su justa medida, el necesario equilibrio y mesura que los medios que circulan no cultivan. Algo así como cierta actitud senequista, haciendo de Anguita en medio del ruido mediático de la caverna que no cesa. No es poca cosa, créanme, y la gente común bien lo sabe. Por eso son todistas, no se les puede engañar con las sombras chinescas de la versión oficial única a base de mentiras repetidas hasta la saciedad. Tienen memoria y experiencia: el saber popular de lo que fueron, de lo que son y de lo que quieren hasta que los sueños sean la realidad.

Más de 200 personas apoyan un manifiesto para “impulsar la unidad de la izquierda” en Andalucía

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La autonomía alcanzada el 28 de febrero de 1980 en Andalucía fue un “triunfo” del pueblo andaluz. Así lo defiende y recuerda un grupo de andaluces “comprometidos con el cambio progresista” que se han unido en el marco de esta efemérides para tratar de “reactivar la fuerza” que manifestó la ciudadanía hace 43 años. Todo desde la convicción de que la región necesita de un movimiento social fuerte capaz de hacer prosperar los gobiernos de izquierda que, a su juicio, son los únicos que pueden afrontar los retos que demanda Andalucía en un año eminentemente electoral.

La iniciativa “Manifiesto 28F: impulsando la unidad de la izquierda andaluza” se ha presentado este lunes en Sevilla, en vísperas del día de Andalucía y como paso previo a que se celebre en Málaga un encuentro previsto para el 4 de marzo. Allí se darán cita las 200 personas que, hasta la fecha, se han adherido a este movimiento ciudadano que nace con la vocación de “construir juntas un nuevo proyecto de país”, que sirva de alternativa a las políticas “caducas” de la derecha, con Andalucía “en el centro” y “la justicia social como eje vertebrador”, según expresan los organizadores del encuentro.

Entre los firmantes, se encuentran Aurora León (abogada laboralista), María Márquez (profesora universitaria), Francisco Sierra (profesor universitario) y Rafael Rodríguez (fundador de Paralelo36Andalucía), quienes se han encargado de dar a conocer públicamente la iniciativa desde la capital andaluza. Junto a ellos, otros docentes destacados en la región como Carlos Arenas, así como dirigentes y activistas políticos como Sebastián Martín Recio, Sergio Pascual, José Antonio Jiménez, Toni Valero, Ernesto Alba, José Antonio Pino, Mar González o Blas Rueda entienden que “la unidad de la izquierda” ha de asumir, a tres meses de las elecciones municipales, “el compromiso de movilizar a una mayoría social para conformar gobiernos municipales de progreso”. En este sentido, apuestan por “consolidar el proyecto Sumar” que presentó hace unos meses Yolanda Díaz, por considerarlo “la mejor herramienta” de la que dispone la izquierda para promover “la transformación” que, a sus ojos, necesita Andalucía.

Cumplir con una “necesidad histórica”

“Frente al fracasado proyecto de la derecha, en este 28 de febrero manifestamos la necesidad de un nuevo tiempo para Andalucía. Un tiempo de alternativas en el que nuestro pueblo lidere el cambio de época que se vislumbra, construyendo otro modelo de desarrollo económico, social y ecológico, basado en las potencialidades y riqueza material e inmaterial de nuestra tierra”, reza el manifiesto. De ahí que Aurora León defienda como una “necesidad histórica” el objetivo de promover “una confluencia en el espacio de la izquierda para conseguir alcanzar gobiernos progresistas” que velen por garantizar unos servicios públicos de calidad y lancen políticas basadas en “la justicia social y climática o el desarrollo de nuestro autogobierno” para revertir las carencias estructurales que atraviesan todavía a la comunidad.

Como contrapunto a este proyecto “regeneracionista”, los firmantes critican la “involución que el gobierno del PP en la Junta de Andalucía está provocando en la sociedad andaluza, con un programa caduco de neoliberalismo centrado en la privatización de los servicios públicos a los que, día a día, deteriora, mientras baja los impuestos a los grandes patrimonios”. A tenor de lo expuesto en el manifiesto, el profesor Francisco Sierra ha calificado al Ejecutivo de Moreno Bonilla de “ultramoderado” y ha dedicado su intervención a argumentarlo con “datos y pruebas”, que evidencian, a su parecer, el “patriotismo de bandera”, falta de transparencia y “deterioro” intencionado de “lo común” que representa su Gobierno, al que acusa de hacer un “incumplimiento sistemático del Estatuto de Autonomía”.

Al hilo, Rafael Rodríguez ha manifestado que quienes conforman el movimiento por la unidad de la izquierda andaluza están “convencidos de que Andalucía no ha puesto aún en todo su valor la autonomía conquistada hace 43 años”. Por ello, apuestan por la “esperanza” que arrojan las confluencias desde los niveles más bajos de la política y se amparan en Sumar como “fuerza estratégica” capaz de liderar el cambio que quieren para Andalucía. “Los andaluces no nos queremos quedar atrás nunca más”, ha afirmado María Márquez, apuntando que “estamos a tiempo” de que la izquierda recorra unida y reforzada el camino hacia las elecciones municipales. Y, desde ahí, a las generales que se prevén para final de año.

En definitiva, el encuentro convocado en Málaga el próximo sábado se concibe como punto de partida de un movimiento que aspira a incorporar “a todas las personas progresistas comprometidas con Andalucía para reactivar la vida política” en la región, desde la “participación ciudadana” como “motor del cambio”.