Autor: Albert
Amazon como amenaza
Jeff Bezos siempre ha sido avezado y por ello siguió el camino inverso de otras empresas del sector de la comunicación: antaño de los periódicos daban el salto a la radiotelevisión y en algún caso a las telecomunicaciones. Ahora, de la venta de libros a la oposición desde The Washington Post al autócrata Trump con éxito económico, debemos pensar sus aventuras avezadas en términos de Economía Política de la Comunicación. Pues hoy, de facto, el acceso y control a las redes marca la disputa del poder. La pregunta es quién manda aquí. Doy algunos datos. La pandemia ha sido una plataforma de lanzamiento para AMAZON con cifras de más de 125.000 millones de dólares por trimestre y beneficios de más de 7.200 millones. La posición de virtual monopolio en la distribución sitúa a AMAZON y su división AWS como poder global real, sin que la Comisión Judicial de la Cámara de Representantes en EE.UU. y, menos aún, las autoridades de Bruselas actúen de oficio. Bezos sigue pues con su sueño de convertir Amazon en la tienda o ventanilla única de todo, y de todas, el absoluto. En 2026 se calcula que el volumen de negocio de la compañía será de más de 85.000 millones controlando las redes logísticas de distribución y comunicación.
Allí donde no llega el Estado (doy fe, que lo he visto en mi pueblo de los montes orientales de Granada: Gobernador) se encuentra Amazon o Facebook. Un monopolio sin escrutinio púbico, sin fiscalización y mayor músculo que el Estado que explota los datos personales y amenaza la economía local en España de en torno al 78% de la actividad: el verdadero tejido de la economía real, compuesto de pequeñas y medianas empresas. Amazonlandia es, como comenta Renata Ávila, una expresión del nuevo brutalismo tecnológico, el sueño húmedo de la corporación total, de los discípulos de Ford que anhelaban un ejército de simios amaestrados como trabajadores, hoy, paradójicamente, so pretexto de una nueva economía creativa. Amazon se ha convertido en el McJob de nuestro tiempo, el trabajo basura, la rapidez mutada en la muerte del trabajo digno. Pero el viejo topo de la historia avanza y la lucha de clases se activa.
El programa Joint Enterprise Defense Infrastructure (JEDI) del Pentágono para la creación en la nube de una red de inteligencia del Departamento de Defensa requiere el colaboracionismo de AMAZON, como ya hicieran antes con la CIA, pero en la lucha entre los oligopolios la contradicción es cómo competir con Microsoft. Problemas de la economía de guerra en el capitalismo de la falsa competencia que se agudizará con el 5G y que está en el trasfondo de la ciberguerra contra China.
LA UE, DEPENDIENTE DE SILICON VALLEY
Ahora pensando como pensamos desde el Sur de Europa, cabe dudar si la apuesta de la UE por el 6G vaticina otro futuro distinto o, visto lo sucedido en Ucrania, si avanzamos hacia la extinción como actor político y espacio de integración. Primero porque la postura de la Comisión Europea es irrisoria y no solo por los comisarios que lideran acciones contra los GAFAM -véase el caso de Thierry Breton, ex presidente de France Telecom- sino por la propia arquitectura del proyecto de integración. Más allá aún de la coyuntura política y el laberinto en el que está la UE, que ha renunciado a la soberanía tecnológica, es hora de cuestionarse, como hace Helmut Rose, el aceleracionismo tecnológico de la Smart city, la videovigilancia y programación total. Del teletrabajo y la pizarra electrónica al consumo telemático o el comercio electrónico, por no hablar de la agricultura high-tech, Europa ha comprado, en lo civil y militar, un modelo o matriz que termina por instalar como núcleo de desarrollo la total dependencia de Silicon Valley. Mientras, la CNMC amaga con multar a las compañías privadas restringiendo el margen de actuación de las plataformas que operan desde otros países sin tributar. Un gesto sin contenido real, porque la nueva Ley Audiovisual liberaliza aún más el campo de los medios para Atresmedia y MEDIASET permitiendo lo que ahora de hecho sancionan: vía libre para la publicidad irrestricta mientras llevan al Supremo la limitación de los anuncios del Ministerio de Consumo. No saben de salud pública, son un virus tóxico pues en su ADN no está la libertad, sino la recompensa. Pero nosotros sí sabemos que la patronal digital es tal por el dedo en el ojo que nos hace perder la vista.
En definitiva, si Jeff Bezos tuvo una visión, la Casa Blanca una cosmovisión. La UE dijo tener una Sociedad Europea de la Información, pero fue Al Gore y el Departamento de Comercio quien diseñó la agenda para la acción de Bruselas. La misma progresión lleva Elon Musk de TESLA y la Meta que nos mata. De nada servirán campañas navideñas de lavado de imagen. AMAZON es la muerte del comercio local, la liquidación de los derechos laborales, el monopolio que arruina la industria cultural local, el capital que no tiene memoria ni ética ni norma que cumplir: salvo la de convertirnos en esclavos de su PRIME, una suerte de SUPBRIME continuo y permanente. Paradojas de la historia.
HD(p)
En la era de las pantallas, están las normas HD, la alta definición, imprecisa y pixelada, a conveniencia de las telecos, los oligopolios del capitalismo de plataformas y los Hijos de Puta, que son los que gobiernan la red. En esta modernidad líquida, nuestra vida más que digital está gobernada por la curia de los HDP, una especie proliferante, que se multiplica como conejos, campando a sus anchas hasta descarrilarnos por el AVE de la velocidad controlada, que es tanto como el momento autómata programado y sin sentido.
Pero casos como GameStop anticipan la guerra que tenemos, y que no es la de Ucrania precisamente. La guerra de guerrillas ha llegado para quedarse. Y los fondos buitre tiemblan porque el miedo ha cambiado de bando en plataformas de intermediadores como Robinhood.
Primero empezó el espectáculo, luego la política y el periodismo y ahora toca las finanzas. O puede que haya sucedido al revés, no hagan mucho caso a este analista. El caso es que es notorio el descontento de los nadie. En foros como WallStreetBots lograron articular una respuesta coordinada contra los especuladores que da que pensar. Más aún cuando se da la paradoja DE que el caso fue sobre un negocio del juego y no vemos aun el videojuego en el que nos han metido los hijos de Wall Street, o de Reagan, que para el caso es lo mismo.
No en vano, este hiperrealismo hijo de perra es una suerte de neobarroquismo ya anticipado por Calabrese. Una cultura del exceso que prolifera por encima de nuestras posibilidades. En 2030, la Agenda ODS no sabemos si cumpllirá siquiera la mitad de sus objetivos pero, mientras, Amazon consumirá, previsiblemente, el 10 por ciento de la electricidad mundial como mínimo, mientras nos felicita las fiestas en Navidad con un mensaje sobre la empatía y la amistad, cuando quieren jodernos la vida.
Ya saben, los vendepatrias y traidores a la causa del pueblo siempre pueden prometer y prometen, para luego ejecutar lo contrario. Pero no me hagan mucho caso. Vivir entre pantallas es lo que tiene: que uno confunde los planos y termina hablando del franquismo sociológico, debe ser por exceso de información.
La neurosis de una iconofagia que no cesa como derroche de imágenes y bits o píldoras de información deriva por sistema en el colapso. Hay datos alarmantes ya. Los tratamientos por adicción al móvil han crecido un 300 por ciento, un trastorno ya diagnosticado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), otra pandemia de la que nunca hablamos.
Perdemos ciencia, conciencia y paciencia. Signos de un mundo a la deriva que puede y debe ser enrumbado. Quizás por ello debamos hablar de economía política del tiempo. La pérdida de la periodicidad, no sé si es la muerte del periodismo por la aniquilación del intervalo como imposición del ritmo frenético del capital.
En palabras de Martín Caparrós, “los medios quieren mandarte un flujo constante interminable porque su negocio consiste en mantenerte pinchado non stop”. Así que, parafraseando al gran Charly García, nos siguen pinchando abajo. Es hora de guillotinar tal mangoneo, aunque sea por puro cansancio o por mera salud pública.
Los retos de la Era Digital
La era de las redes sociales plantea nuevos escenarios políticos y económicos que deben repensarse, no solo ante la emergencia de la ciberguerra y los procesos de desestabilización política que experimentan América Latina y Europa, sino porque introducen nuevos retos estratégicos al sistema informativo mundial. Un primer punto de partida es que el actual modelo de mediación social ha cambiado sustancialmente.
En efecto, estamos ante un sistema descentralizado desde el punto de vista de la infraestructura; pero habría que recordar que el comando, el control de esa red de Internet, sigue siendo absolutamente monopólico, con el papel protagónico de los Estados Unidos, que tiene la hegemonía desde la creación de la COMSAT no solo en materia de distribución y circulación de información, sino también de hardware y software, lo cual constituye una posición de superioridad informativa que debiera poner en alerta a los llamados países periféricos ante la histórica dependencia tecnológica de este país.
Apunto este dato porque, en un panel y encuentro martiano como este, es preciso vindicar la memoria histórica y politizar la representación que nos han construido de la cultura digital. Esto es, debemos comenzar recordando que la estructura real de la información tiene una historia y continuidades más que rupturas fruto de la revolución tecnológica. Hay que tomar en cuenta que, en la disrupción digital, hay procesos acumulativos y magmáticos que explican el actual estado de la cuestión desde el inicio de la integración de la red de telecomunicaciones y la informática en red. Hablamos de la génesis, en fin, de la carrera aeroespacial en la era de la Guerra Fría que llega hasta nuestros días y que el crítico norteamericano Herbert I. Schiller describe perfectamente en su libro Comunicación de masas e imperialismo yanqui. En ese período se impone una estructura de comando y poder imperial en el que la Unión Internacional de Telecomunicaciones (OIT) y el propio espacio geoestacionario quedarían en manos, pese a la competencia de la Unión Soviética, de Estados Unidos.
Hoy ese control del espacio orbital y de las redes de comunicaciones, lo que llamamos la hipótesis Echelon, continúa en manos del Pentágono, que ejerce el control de las comunicaciones desde el punto de vista tecnológico y militar, aunque los GAFAM sean corporaciones privadas. Persiste, sin embargo, el relato y la narrativa Silicon Valley, sostenidos en los mitos de progreso, de la libertad y autonomía, y del renacimiento democrático en la era de la nueva Alejandría electrónica; además del mito de la transparencia cuando, paradójicamente, el secreto, como decía Guy Debord, es la norma en la sociedad del espectáculo.
En otras palabras, en la llamada sociedad digital o capitalismo de plataformas, tenemos un sistema de mediación oculto al escrutinio público basado en una lógica de organización concentracionista y un sistema de video vigilancia global en manos de los Estados Unidos y unas pocas empresas corporativas, cuyo presupuesto ordinario supera a la mayoría de los Estados nación del primer y tercer mundo. Ello explicaría la facilidad para habilitar procesos de restauración conservadora, así como las experiencias de los golpes mediáticos o la llamada guerra híbrida. Si me permiten una hipótesis de esta breve intervención, la verdadera caja negra de la supuesta democracia digital es justamente las operaciones encubiertas dirigidas, por ejemplo, a desestabilizar gobiernos de progreso. Por ello las operaciones del algoritmo no son de escrutinio y control público. Paradójicamente, en la era de la economía inteligente los sistemas expertos quedan al margen del escrutinio y evaluación democrática, al margen del debate, de la deliberación, del control de los poderes democráticos, del poder judicial y, evidentemente, de la ciudadanía que solo es considerada, en esta matriz ordoliberal, como simple usuaria o consumidora de la red, nunca como sujeto de derechos. Conviene en este sentido, ya que hablamos de memoria y de las redes hoy, hacer un análisis histórico. Podemos situar la ciberguerra en varias etapas.
La primera, aunque sorprenda, viene de hace más de dos décadas e inicia, fundamentalmente, con China. El conflicto más interesante o potente se ha venido dando entre Washington y Pekín, y a partir de ahí se han desarrollado numerosas experiencias no conocidas públicamente, salvo algunos papeles que Wikileaks hizo públicos con los resultados para Assange que ustedes conocen.
Después vino lo que algunos ven como ciclo de protestas o revoluciones 2.0, y que es exactamente su contrario. Hablo de la Primavera Árabe, del Brexit en la Unión Europea, de la actual guerra en Ucrania, de las estrategias de desinformación no solo de sectores de la extrema derecha, sino del poder fáctico del Pentágono, que ha dominado las telecomunicaciones y, aún hoy, domina a grandes compañías como Facebook, Google y Amazon, colaboradores necesarios de lo que hoy llamaríamos guerra irregular. En otras palabras, cuando hablamos de ciberguerra en la era de la información, en realidad estamos hablando de una doctrina política militar del Pentágono denominada, en los años 60, guerra irregular para enfrentar procesos revolucionarios como, por ejemplo, la experiencia de Cuba, las guerrillas en América Latina o los movimientos de liberación nacional en África y Asia. A partir de experiencias como las vividas con los movimientos insurgentes en Latinoamérica se desarrolló una doctrina en la Escuela de las Américas, donde se formaron los ejércitos golpistas para, de manera cruenta, reprimir a los movimientos populares de la región. Este marco conceptual o corpus militar doctrinario consiste básicamente en tres principios elementales definidos durante la era Reagan en el laboratorio centroamericano de Nicaragua en la llamada guerra de baja intensidad.
Primero, enfrentar los conflictos no en el ámbito militar, o estrictamente castrense, sino en el plano ideológico-cultural, por eso hablamos de guerras culturales (guerra ideológica, en la actualidad). En segundo lugar, un enfoque global del conflictoabordando incluso regionalmente las guerras sucias contra los procesos de transformación revolucionaria. Véase, por ejemplo, el caso de Nicaragua, la guerra sucia por la cual Estados Unidos, por primera vez en la historia, fue condenado por un tribunal penal internacional. Una guerra encubierta, elemento importante: frente a la transparencia, que orienta sus estrategias de operaciones psicológicas procurando el secreto como norma en conflictos calificados de no guerras, incluso “operaciones de paz”, para legitimar la intervención militar ante la opinión pública. La experiencia vivida llevó a Nixon a sentenciar una idea que retomó Reagan y que ha sido aplicada hasta nuestros días por sucesivos gobiernos de los Estados Unidos. La primera condición para ganar la guerra es contar con la unanimidad de la población y para ello es preciso tener un criterio u objetivo moral, es decir, ser inobjetable moralmente para la legitimar la intervención. Pero sabemos que las guerras imperialistas persiguen otros intereses, por ejemplo, si hablamos del intento de magnicidio de la vicepresidenta argentina, o si hablamos de Bolivia, otro tanto de lo mismo. Al final nos enfrentamos a la verdad de la paradójica situación por la que la propia transición digital necesita recursos minerales estratégicos que están en los llamados países periféricos, como sucedía antaño con la doctrina de Santa Fe, a partir de la cual se desarrolla una estrategia para América Latina en la que se establece el objetivo de conquistar, de manera activa, el frente ideológico, incluso con la cooptación de intelectuales, de pensadores de América Latina que militaban en el marxismo y sostenían posiciones progresistas y revolucionarias; además de controlar el parlamento, lo que suponía ocultar a la opinión de los representantes legales de la soberanía popular las operaciones encubiertas de contrainsurgencia que se desarrollaban en esos países y, evidentemente, ocultar a los medios de comunicación, la guerra cultural, la guerra híbrida de la que hablamos hoy y que arranca con la doctrina de Santa Fe como explicara en mi ensayo “La guerra de la información” (CIESPAL, Quito, 2016).
Es verdad que ha habido una modulación. Hoy hablamos de golpes blandos, de golpes mediáticos, pero algunos actores no han variado. La agencia de cooperación de los Estados Unidos sigue interviniendo en Bolivia, por ejemplo; la agencia de información sigue siendo activa en el fondo nacional por la democracia de los Estados Unidos, financiando procesos de golpe blando y, luego, nuevos actores como la Fundación Vargas Llosa, que colaboran con el expresidente Aznar, se han unido a clásicos agentes enemigos de la democracia como la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) o el grupo de diarios de América que constituyen el oligopolio, la patronal mediante la cual refuerzan en los medios lo que circula en las redes sociales.
No olvidemos que, igual que en la radio y en la televisión se replica lo que publican los periódicos, ahora los periódicos publican lo que las redes y los bots establecen como estrategia, de manera falsa. De ahí el éxito del Brexit y el éxito y ascenso de la extrema derecha en Europa y en América Latina.
Ciertamente existe un ciberactivismo que podríamos calificar como nueva economía moral de la multitud, nuevas prácticas de resistencia, de organización, de movilización, pero no solo desde posiciones transformadoras. Las estamos viendo también como procesos involucionistas de extrema derecha, mediante discursos de odio, como los que se ven hoy en Argentina y España.
Frente a ello, creo que en este momento hay que pensar en la historia, en la memoria, en los valores del pensamiento de José Martí, en lo que representan el Caribe y la experiencia revolucionaria en Cuba, en el levantamiento del pueblo haitiano. Hay que recordar las alternativas democráticas y, en materia de redes, frente a la ciberguerra que prolifera en nuestro ciberespacio, implementar alternativas democráticas necesarias, políticas de comunicación que pongan coto a este discurso del odio, a la violencia simbólica, al desarrollo de estrategias antidemocráticas desestabilizadoras de los gobiernos de progreso en los países del sur.
Necesitamos también regulación. Es falso que Internet no se pueda regular. Se pueden limitar y aplicar normas a los contenidos, establecer medidas contundentes en esta materia, porque nos estamos jugando la democracia. Y, evidentemente, cuando no hay regulación sabemos que se impone la ley del más fuerte.
Necesitamos también recuperar un discurso que surgió en la Unión Europea con la pandemia, y que desapareció inmediatamente de la agenda pública pese a la centralidad que hoy por hoy desempeña esta política: la soberanía tecnológica. No podemos hablar de libertad y democracia, no podemos poner en práctica una cultura de paz en estos tiempos de ciberguerra, sin autonomía tecnológica. Por tanto, necesitamos nuestros hardware y software, herramientas y tecnologías apropiadas e intermedias necesarias para el desarrollo autónomo. Frente al aceleracionismo tecnológico de los actores dominantes que implementan lógicas de obsolescencia planificada y políticas de adopción de las últimas tecnologías que generan dependencia económica y tecnológica, así como una pérdida de soberanía de nuestros países, es tiempo de pensar otras matrices distintas contrarias al actual capitalismo de plataformas. Aquí hablo desde España, desde la Unión Europea, donde, en esta materia, tenemos una total dependencia de Estados Unidos.
Dejo para el auditorio esta reflexión y concluyo señalando que, evidentemente, necesitamos más educación para la ciudadanía digital, no solo educación para la paz sino programas de fomenten el desarrollo de competencias para saber qué son los fake news, qué es la desinformación, cómo circulan las estrategias mediáticas en esta esfera digital que da lugar a una contraesfera narrativa, a una esfera pública oposicional, a un antagonismo desde las multitudes que defienden su derecho como es necesario y ha sucedido en otros momentos de la historia. Estamos en un proceso tan acelerado, tan radical de cambios, que los programas e iniciativas en esta materia se antojan no solo insuficientes sino prácticamente irrelevantes. Necesitamos no solo en las facultades universitarias, sino en la primaria y en la educación obligatoria, formar a la ciudadanía en el uso inmersivo de la cultura meta o virtual que viven a diario los jóvenes de manera significativa. Nos jugamos en ello el futuro de nuestra sociedad y la posibilidad de la convivencia democrática. Pero estos debates no son nuevos si revisan los textos en torno al Nomic que tuvieron lugar en la década de los setenta. Como he dicho, hay continuidades y rupturas, así que podemos hacer un llamado a recordar la memoria en esta cultura de la inteligencia artificial y del algoritmo que se nos impone. En la ciberguerra solo tenemos dos miradas que nos pueden ayudar a comprender qué está sucediendo: una mirada histórica, por tanto, memoria de las luchas y los frentes culturales, y una mirada estructural: ¿Quiénes mandan en las redes? ¿Quiénes son los propietarios de la tecnología? ¿Desde dónde circula la información? ¿Cuáles son los nodos que quedan ocultos al escrutinio público? Es este el campo de disputa a la hegemonía, el ámbito privilegiado de la lucha por el sentido común, donde las redes, en el actual escenario histórico, son un espacio de poder virtual determinante. Confío pues que les demos la importancia que merecen desde el punto de vista de la teoría crítica y la práctica transformadora a estas nuevas dinámicas de mediación que nos interpelan.
Conferencia virtual presentada en el panel “José Martí en la lucha ideológica actual”, Sala Bolívar del Centro de Estudios Martianos, 18 de octubre de 2022.
El campo de la comunicación
España es, hoy por hoy, un campo de golf. Un país dominado por golfos. Insostenible. Sin agua, sabemos que van a morir los caddies de inanición y más pronto que tarde perecerán también los jugadores de las bolas de lo ajeno, una especie en extinción, contrariamente a lo que piensa Moreno Bonilla, que por más que haga honor a su apellido, crece pero no se hace grande sino pendejo, o disimula ser sueco tomando el sol en Marbella, que para el caso es lo mismo. La cuestión es que, en este dislate y espiral del disimulo, la cuenta regresiva no cesa, y la amenaza a la vida nos sitúa ante una disyuntiva ineludible, aunque en la esfera catódica nos muestren lo contrario. Esperemos que, de algún modo, se imponga la razón. Hasta el búnker de la eurocracia cuestiona ya la necesidad de regular el mercado eléctrico. Pero, entre tanto, los medios siguen anclados en el anatema de TODO ES MENTIRA. Los tahúres y macarras de la moral a lo Risto Mejide basculan entre el negacionismo y el discurso cínico, entre la doble moral y la salutación de la estupidez como espectáculo para gloria de sus amos, responsables de la crisis energética que sufrimos. Conviene por ello empezar a exigir responsabilidades al campo de la comunicación que justifica esta golfería, a unos medios incendiarios que arrasan con la fauna y flora del territorio nacional. Tras la vergonzosa actuación durante la Cumbre del Clima de Madrid en el que la campaña de ENDESA dejó en evidencia el juego de espejos que nos quieren vender no ha lugar a más confianza a un sistema informativo tóxico y ambientalmente necropolítico. Las portadas de los diarios envueltas en el lavado de imagen de la compañía eléctrica ilustra quienes son los amos de la información y de algún modo llama la atención sobre la necesidad de una Ecología de la Comunicación o, más concretamente, la urgencia de una política radical contra el nefasto papel del capitalismo informativo, donde empresas como Iberdrola o el Banco de Santander recurren habitualmente a hackers de empresas externalizadas en campañas de promoción verde en pago diferido para conciencias tranquilas e inadecuadamente pudorosas al escrutinio público, como hace la consultora SOULSIGHT, en línea con las políticas de Responsabilidad Social Corporativa y la ética de la comunicación como venta de la mercancía. Puro marketing de ecologismo de reclamo. Mientras, de la lógica especulativa a la economía circular del crimen organizado y el lavado de dinero en paraísos fiscales a los cárteles de la droga o la industria del éxtasis y del entretenimiento, el sistema informativo hoy dominante contribuye a acelerar la destrucción del medio ambiente y de la voluntad de habitar en común y en paz. El algoritarismo de la cultura digital ha conseguido reforzar, en este proceso, la predisposición de la exposición individual a la cultura del trabajo vivo subsumido al servicio del juicio computerizado de la máquina de producción del consentimiento en la que lo primero es aceptar, antes que nada, que nos espíen, con la renuncia a la autonomía cognitiva y la entrega a los GAFAM primeros actores del expolio de los recursos para SIicon Valley. Vencidos y desarmados, toca ahora por ello una política de reconstrucción de la autonomía y las ecologías de vida contra los golfos del cocodrilo. Pensar la geopolítica y la geofísica de la comunicación que nos quieren ocultar.
Desde el 15M el ciberactivismo ha logrado poner en cuestión en la agenda pública no solo la realidad material del Estado como poder soberano, sino la propia representación y su proyección ideológica en medio el colapso tecnológico del capitalismo. Hoy la crisis de los semiconductores apunta a la necesidad de un cambio de modelo productivo ahora que la industria mundial se ralentiza y tiende a paralizarse por la falta de recursos con los medios de producción privatizados, de manera que la aceleración tecnológica y la digitalización intensiva de la economía puede terminar desconectando el oikos y la vida, apagando el circuito de intercambio y flujos de información y energía. Paradójica realidad ahora que tras la pandemia se exige mayor esfuerzo de mediación tecnológica y una transición de modelo productivo. En juego está la crítica de la deslocalización productiva, la sostenibilidad del sistema de producción material, la soberanía tecnológica y la obsolescencia planificada, la industria local y el proceso de producción mancomunada de lo social. Un nuevo plan u hoja de ruta, una nueva vía de acceso y desarrollo, un plan distinto al que nos han contado los medios charlatanes de lo peor que, pese al empeño de los Mejide de turno, termina por imponerse como una realidad letal. Por ello es hora de vindicar la Ceiba, una comunicación de raíz, que proyecte sombra que cobije, un árbol de la vida con el espíritu de la tierra, el ánfora de oro de la naturaleza que tanto han defendido guaraníes, tikunos, yanomamis y otras tribus indígenas como también el ecosocialismo y el movimiento obrero. Desde la campaña por la Amazonía que promoviéramos la JCM en Madrid, (año 1988, si no mal recuerdo) a nuestros días, la lucha sigue. Y ha de intensificarse en estos días, porque, somos conscientes, que pese a la caja tonta, no hay diversidad cultural posible sin biodiversidad y ello es una cuestión de medios y mediaciones saludables. Esa es toda la verdad de los que solo saben decir que todo es mentira.
La isla del famoseo
Robinson Crusoe ha muerto y la isla de los famosos, también. No se fíen de los resultados de audiencia. La postelevisión deriva el sistema audiovisual en otra dirección. Pues la era de la mascarilla es la del anonimato y la multitud en emboscada, no la del sistema mediático estelar.
Los cinco minutos de gloria, a lo Andy Warhol, ya fue. Bien es verdad que, como en las telenovelas, sigue siendo atractivo el reclamo del exotismo natural, la playa virgen y la virginal confesión de los muñecos parlantes, candidatos a una fama de saldo. Pero ya hasta resulta familiar.
La tele nos mira y proyecta un paisaje que es complementaria de la vida nómada de la turistificación, cuya imagen fija siempre es el fetichismo de la mercancía, la era del aburrimiento como principio de universal equivalencia, el sedentarismo de la reproducción de más de lo mismo.
En suma, la revolución de la comunicación es la colonización del tiempo libre como tiempo de consumo, la feria de vanidades del grand tour como reality show de la experiencia singular hipermediatizada sin más aventura que volver a mirar la pantalla cada semana.
En la era del teatro expandido, de la performance y de las artes escénicas digitales, la dieta de comunicación del reality show desborda así las capacidades creativas: sin improvisación, con escaleta, con la ley de hierro de la interpretación fingida y la anulación de toda sensibilidad y emoción posibles.
Malos tiempos para el goce, como cabía esperar en una economía sádica y oligarca dada al exceso de sus posibilidades aplicando el BDSM sobre nuestros cuerpos y deseos. Por eso da que pensar que muchos individuos, como diría el gran Antonio López Hidalgo, sigan aspirando a ser unos cipotones. Cosas veredes, amigo Sancho, que la imaginación nunca creería.
Capitalismo, democracia, medios y lawfare
Desinformación, manipulación, opinión travestida de información, lo verdadero puesto en duda o la mentira, lisa y llana, sin distinción. Es en ese marco que la era digital instaló, por su abrumadora abundancia, soportes para detectar noticias falsas (fake news).
La crisis del modelo capitalista, su mutación del capital productivo al capital financiero puso (y pone) en jaque los supuestos hasta ayer verdaderos, democráticos. La convivencia ciudadana se tornó hostil. Y esa crisis, que se remonta a la década del 80 con algunos mojones memorables (como la crisis de 2008), impacta de lleno en las prácticas políticas (y también en las partidarias). Los sujetos políticos con poder de decisión poco hablan de “bien común”, concepto polisémico si lo hay. Y los que hablan son acusados de “populistas” y en algunas geografías de “comunistas”.
Pero además hay que agregar al menos tres variables que en últimos años cobraron más vigor: La concentración mediática, con índices que alarman; el lawfare, una suerte de “guerra jurídica” desarrollada para atacar a oponentes políticos utilizando herramientas del derecho y fraguar “procedimientos legales”, lo cual es más que judialización de la práctica política y, más recientemente, los virulentos discursos de odio.
“Todos estos temas planteados son un real desafío no solo de los medios sino también de las democracias”, afirma el periodista y docente español de la Universidad de Sevilla, Francisco Sierra Caballero, quien días atrás visitó Rosario y dicto un seminario organizado por la Maestría en Comunicación Digital Interactiva de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), junto al Centro de Estudios en Derecho a la Comunicación (Facultad de Derecho).
“El fenómeno del lawfare no es nuevo. Encaja conceptualmente con la noción de «guerras de baja intensidad» de la década del 80 o «guerras irregulares», las cuales son abordadas con un entramado multidimensional e integral. No son soló la cuestión judicial en sintonía con el aparato mediático. También se incluyen variables económicas y la generación de corrientes de opinión. Muchas veces no preguntamos cómo son los «golpes blandos»; pues estos son. El capitalismo pasó de su fase productivista a la financiera y ahora estamos en lo que podríamos llamar el capitalismo de plataformas”, explicó Sierra Caballero.
Y agregó: “Hasta no hace mucho tiempo atrás era impensado ver a un periodista en público negando lo real, como es el caso del intento de magnicidio a la vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner. Incluso diría que es más grave que las fake news, es negar lo factico. En la actualidad hay que demostrar la inocencia. Estamos viviendo una etapa de oscurantismo, de desilustracion”.
La crisis en la credibilidad de los medios
En esta línea, Sierra Caballero señala que si bien hubo (y hay) un cambio en la industria de medios, lo que está en crisis –lo cual implica un cambio de paradigma– es el modelo capitalista.
“El sistema hace agua por todos lados, Desde la década del 80 el capitalismo se está redefiniendo y una de las claves es la destrucción de la razón. Lo mediático y judicial son actores políticos que vienen a sostener el sistema. Y construyen una paradoja: se sostienen sobre el mito de la objetivad”, afirma el docente español.
Y agrega: “Ya no alcanza con cuestionar el rol del Estado, que no son otra cosa los restos del estado benefectador, vienen a dinamitar el Estado, construyen en el imaginario colectivo un futuro distópico. Es más fácil imaginar el fin del mundo que una salida a la crisis actual”.
Según estudios recientes sobre el consumo de medios de las nuevas audiencias se observa que existe una merma en la confianza en los medios y también en el consumo de noticias.
Dice sierra Caballero: “Es una tendencia y no es nueva. Cuando empezó la explosión de internet se debatió en Europa la guerra de las pantallas, una guerra etaria o generacional. Es decir, los jóvenes estaban huyendo de los medios tradicionales y yendo directamente a internet para informarse. Hoy hay dos procesos: el más preocupante es el que tiene que ver con la credibilidad de los medios. Gran parte de las fake news y la desinformación viene por los medios, no viene por WhatsApp o por TikTok. Por lo tanto hay una responsabilidad indiscutible del periodismo. Después de la clase política los periodistas son los peores valorados en el rol público que desempeñan. El otro tema es más complejo, que es la desintermediación. Es decir, la crisis del papel que tenían los medios de ser puente entre las fuentes y la ciudadanía. Eso ha desaparecido y la gente lee más, pero no en la lógica de la Galaxia Gutenberg. No lee la noticia, lee cruzado, en pequeños fragmentos de información. Con lo cual, la cultura que tienen es una cultura de mosaico, muy fragmentaria, desconectada y desordenada”.
Observatorio del lawfare
El Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag), es una institución dedicada al análisis de los fenómenos políticos, económicos y sociales de los países de América Latina y el Caribe. Fue fundado en el año 2014, su director ejecutivo es el economista Alfredo Serrano Mancilla y posee un observatorio del lawfare en América Latina.
En unos de los últimos estudios señala que América Latina es hoy, más que nunca, un espacio en disputa.
“Parte de la conflictividad y de las tensiones políticas buscan ser dirimidas en el campo de lo jurídico. El lawfare, inicialmente asociado a una “guerra contra la corrupción”, se amplió hasta alcanzar procesos electorales y aparatos financieros, incluyendo por momentos el libreto de lucha contra el narcotráfico y el terrorismo. Se trata de un proceso de largo aliento que no se restringe a la instrumentalización del aparato judicial con fines políticos”.
A modo de definición el Celag afirma: “El lawfare es una guerra política por la vía judicial-mediática, con intereses económicos, políticos y geopolíticos ocultos a la opinión pública. Incorpora jueces, corporaciones de la comunicación, periodistas y líderes de opinión, policías, embajadas y agentes de inteligencia (local y extranjeros). Se caracteriza por el abuso de prisiones preventivas, delaciones premiadas y veredictos antes del debido proceso judicial, mediante acoso y desmoralización a través de medios de comunicación. Incluye allanamientos de locales políticos y hogares de militantes, persecución y amenaza a familiares, situaciones de exilio y refugio político, manipulación y propagación de miedo en los involucrados en determinados procesos políticos (lawfear). En los últimos años, estas tácticas han sido utilizadas contra varias decenas de líderes o ex funcionarios y funcionarias de gobiernos y de militantes en Argentina, Ecuador, Brasil, Bolivia, El Salvador, Venezuela, vinculados a gobiernos, programas o proyectos que cuestionan con mayor o menor alcance la ortodoxia neoliberal”.
Construir dominio público
El futuro no está escrito ni la suerte está echada. Si es cierto que vivimos una época de fuertes disputas políticas por el choque de frente de proyectos antagónicos, es el momento preciso de construir consensos públicos y explícitos en espacios públicos, en encuentro públicos. A la sociedad actual, definida como tecnofeudalismo por Sierra Caballero, hay que oponerle más presencia humana. Más presencia del Estado como regulador del entramado comunicacional.
“El debate sobre los medios no es solo de contenidos. De hecho tenemos una propensión a discutir sobre contenidos, como los que son violentos, racistas, sexistas o hasta clasistas. Pero no vamos a conseguir una ecología saludable y no tóxica de los medios si no discutimos las herramientas. Es decir, quién es el propietario de la infraestructura, quiénes son los que controlan el software. Y no se trata de ser tecnofóbico o contrario a las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), ni censurar que los jóvenes utilicen las TIC, sino construir dominio público”, remarca Sierra Caballero.
El espacio público es una las claves, entendiendo que las respuestas nacerán de un proceso de marchas y contramarchas. Y asumiendo que el principal derecho es el derecho a luchar para tener derechos.



