Seminario «La Televisión y sus Desafíos»: presidente del CNTV propone avanzar hacia una regulación más robusta en lo digital para la protección de las audiencias e infancia

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El Consejo Nacional de Televisión, en colaboración con universidades públicas y privadas, y con el apoyo de la oficina regional de la UNESCO, inauguró esta mañana un seminario para analizar los retos y transformaciones de la televisión en la era digital.
“La televisión no va a desaparecer y en Europa ya se están planteando marcos regulatorios en este nuevo orden de múltiples plataformas”, señaló Francisco Sierra, académico y diputado español.
La directora ejecutiva de TVN, Susana García, hizo hincapié en la importancia de la televisión en el tiempo porque representa la identidad local y porque sus contenidos ya se pueden ver en todas las plataformas.

Miércoles 28 de agosto de 2024 – Esta mañana, el presidente del Consejo Nacional de Televisión, Mauricio Muñoz, inauguró el seminario “La Televisión y sus Desafíos”, junto a la rectora de la Universidad de Chile, Rosa Devés y el jefe de educación de la Oficina Regional de Unesco para América Latina y el Caribe, Valtencir M.Méndez. Las tres autoridades resaltaron la importancia de la televisión como medio de información confiable.

La Rectora Devés destacó el ánimo de cooperación interinstitucional en la organización del seminario, “en un contexto educativo donde muchas veces parecen primar las diferencias en un marco de competencia”. En sus palabras, señaló que “la responsabilidad social de la televisión debe seguir siendo un tema de debate relevante, pues sus contenidos tienen efectos individuales y también efectos sociales”. En ese sentido, la Rectora indicó que “para la Universidad de Chile, representada en este encuentro por académicos y académicas de la Facultad de Comunicación e Imagen, la televisión es un medio fundamental de vinculación con la sociedad. Por eso nos hemos esforzado para poner en marcha nuestra señal abierta digital, Uchile TV, que abarca todo el territorio nacional y, por tanto, representa una gran responsabilidad”.

“La televisión no va a desaparecer solo sufre un proceso de transformación debido a la disminución de audiencias y de avisaje por la irrupción de las plataformas. El desafío es la sinergía con las OTT para la emisión de sus contenidos”, recalcó el presidente del CNTV.

La primera charla del seminario estuvo a cargo del destacado catedrático y diputado español, Francisco Sierra, quien se refirió a los dilemas y alternativas del audiovisual en la cuarta revolución industrial. “La alternativa de la tele de pago y en abierto más que ser proveedores de ficción y programas de entretenimiento han de apostar por la innovación como proveedores de servicios integrados. De soluciones tecnológicas, de aplicaciones, de recursos. Un desplazamiento que avance de la smartv a la dialigtv, del HD al internet de las cosas, de la distribución de oferta audiovisual a la generación de procesos creativos”.

Una regulación más fortalecida

Durante la jornada, una de las principales reflexiones se dio en torno a la regulación en este nuevo escenario digital y a los avances de la Unión Europea, donde los países miembros tienen una normativa regulatoria en todos los frentes del internet.

Referente a este tema expuso el consultor del Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones de Colombia, Gabriel Levy. “Hoy si un hijo coge el celular, entra a la red de X de Elon Musk, puede ver cualquier tipo de pornografía simplemente con usar la palabra de la pornografía que quiere ver a las 10 de la mañana, a las 5 de la tarde, a las 6 de la mañana, a cualquier hora del día sin que existan los mínimos controles de protección parental. Y lo mismo puede ocurrir con contenido sensible, xenofóbico, racista en TikTok. Eso no ocurre con la televisión chilena. La televisión chilena protege a las audiencias de eso. La televisión chilena garantiza la inclusión de las personas”

Los asistentes tuvieron la oportunidad de participar en cinco mesas de discusión y cuatro charlas magistrales impartidas por académicos y académicas y representantes de la industria.

En las mesas destacó la participación de representantes de la industria como la presidenta del Directorio de Canal 13, Carolina Altschwager; la directora ejecutiva de TVN, Susana García; el VP, GM Paramount Chile y el CEO Chilevisión, Iñaki Vicente; y la Presidenta de la Asociación Regional de Canales de Televisión (ARCATEL), Natalia Araya. Además de académicos y académicas provenientes de las universidades organizadoras.

Y en las charlas magistrales, además del catedrático y diputado español, Francisco Sierra Caballero, con la charla internacional, “El futuro de la televisión: Derivas, dilemas y alternativas del audiovisual en la cuarta revolución industrial”; del periodista Juan Carlos Valdivia, y su charla “35 Años de TV: Pasado y Futuro”; de la cineasta Alicia Scherson con “La universidad como motor creativo de la televisión: del Canal 9 a UCHILE TV”; y del influencer y generador de contenidos, Marcelo Von Gierke, más conocido cómo Barón Von Vonstar.

Francisco Sierra y regulación de medios: “Si no hay política de Estado no hay garantías”

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El destacado académico de la Universidad de Sevilla y actual diputado por el Partido Sumar en España, participó hace pocos días en un congreso en Santiago y conversó con El Desconcierto sobre el panorama respecto a la regulación de medios en el continente. “Cuando hablamos de derecho a la comunicación hablamos de derechos sociales que deben ser regulados”, dice.

Hace 20 años atrás, más o menos en esta misma fecha, el académico de la Universidad de Sevilla Francisco Sierra se encontraba en Chile participando en un congreso latinoamericano de comunicación realizado en la Universidad Diego Portales.

Recuerda una época marcada por los tratados de libre comercio, la formación de la Unión Europea y el Mercosur. Pese a los abundantes acuerdos, los investigadores concluyeron que existían pocos estudios comparativos sobre industrias culturales.

“Ahí surgió la idea de aglutinar el pensamiento crítico en comunicación con una perspectiva iberoamericana”, dice Sierra dos décadas más tarde en el lobby de un hotel en Providencia.

Formó parte hace pocos días del congreso bianual que celebra la ULEPICC, la Unión Latina de Economía Política de la Información, la Comunicación y la Cultura, donde abrió el evento con una clase sobre lo que lo ha apasionado todos estos años: políticas de comunicación, nuevas tecnologías y participación ciudadana.

-En los sesenta se acuñó el concepto de derecho a la comunicación desde Latinoamérica. ¿Cómo has visto su evolución todos estos años?

Yo diría que hay tres etapas importantes. Una primera etapa en la que América Latina lideró la Comisión MacBride, que se fraguó por teóricos como Fernando Reyes Matta y académicos como Luis Ramiro Beltrán, vinculados al pensamiento crítico latinoamericano. Sin ese empuje, no hubiera existido el Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación (NOMIC). Y, en ese sentido, el informe MacBride marcó un antes y un después.

-¿De qué manera?

Era primera vez que se teorizaba sobre las políticas de comunicación y la UNESCO era el organismo internacional para democratizar las comunicaciones en el mundo. La segunda es la proscripción del NOMIC en la UNESCO y otros organismos internacionales. Y la tercera se inicia con los llamados gobiernos posneoliberales o de progreso, o populistas, cuya agenda democrática para las reformas estructurales de sus economías y desarrollos será en el espacio público. Y ese espacio público es un espacio mediático. Un espacio llamado a ser democratizado.

 -Varios países de América Latina compartieron políticas regulatorias como en Uruguay, Argentina, Venezuela y Ecuador.

Por primera vez tenemos estados que regulan integralmente el derecho a la comunicación, que en algunos casos incluso reconocen constitucionalmente. Todos suelen mirar al norte, Europa, Estados Unidos, pero esta última etapa en América Latina ha sido la vanguardia de los procesos regulatorios y del derecho a la comunicación.

-Cuando se habla de derecho a la comunicación, ¿qué es lo que se propone, en el fondo?

Pasar de una conceptualización sobre la libertad de expresión como una realidad individual, básicamente de carácter negativo, como la capacidad que tiene cualquier sujeto de expresarse públicamente -en la calle o a través de la prensa- a un concepto más integral, que implica una visión social,  comunitaria, colectiva, y que en términos positivos implica que el Estado y los  poderes públicos deben garantizar a través de políticas, programas o iniciativas, ese derecho a la comunicación que es universal.

-Es un concepto que se confunde -intencionalmente o no- con la libertad de prensa.

Se confunde con libertad de prensa o con esa dimensión de libertad de expresión individual. Cuando hablamos de derecho a la comunicación estamos hablando de derechos colectivos, de ciudadanía, de subjetividad política y, por tanto, de derechos sociales que deben ser regulados. Es un desplazamiento conceptual importante, reconociendo que el derecho a la comunicación universal es de todos los ciudadanos, y muchas veces se confunde que solo pertenece a los periodistas o a los editores de prensa. El derecho a la comunicación es un derecho universal reconocido por la UNESCO y las Naciones Unidas.

-¿Por eso el debate sobre el derecho a la comunicación y su contribución a la democratización de las sociedades?

Es un vínculo fundamental. Por ejemplo, en España tenemos un déficit democrático y es porque no hay una política de Estado en comunicación. Si no hay política de Estado en comunicación no hay garantías. ¿Dónde se dirime el interés general? ¿Dónde se definen las prioridades de agenda política? ¿Dónde se establecen los términos del debate sobre medidas económicas, financieras, ecológicas o medioambientales en el espacio público?, cuando sabemos  que ese espacio público está mediatizado y no hay políticas de Estado democráticas,  ni democracia informativa, ni pluralismo interno en la mayoría de los países.

-Es lo que denunciaba el informe Mac Bride a comienzo de los 80.

Sí, alertaba sobre los niveles de concentración que existen en los ecosistemas informativos. Hoy en día, por ejemplo, esos niveles son infinitamente superiores a lo que diagnosticó el informe debido al neoliberalismo, los procesos de crecimiento, la innovación tecnológica y la hiper concentración. Si en 1980 hablábamos de 40 grandes compañías que concentraban prácticamente el 80% del flujo de información a nivel mundial; hoy estamos hablando que menos de una decena de empresas controlan el 95% de los flujos de información en todo el mundo. Los GAFAM -las cinco gigantes tecnológicas estadounidenses: Google, Amazon, Facebook, Apple y Maicrosoft- son un ejemplo de esto. Y evidentemente aquello plantea un déficit democrático.

-¿En qué sentido?

Se han organizado golpes de Estado en Brasil, con la colaboración activa de Facebook, WhatsApp y empresas de Google que han actuado para intervenir en ese territorio. Y como lo anunciaron parte de los teóricos latinoamericanos en los años `70, estas grandes empresas han sido colaboracionistas de esos intereses ajenos que a veces terminan en golpes de Estado. Y forman parte del complejo industrial-militar del Pentágono. En ese sentido, no ha existido una variación de estructura de poder en el sistema internacional comunicativo.

-Y en esta actual lógica de mercado, el periodismo es un producto que debería ser regulado.

Por supuesto, porque no es cualquier mercancía, pero al igual que otros derechos fundamentales, si la calidad democrática depende de un bien como la información, que es un bien público, hay que introducir conceptos como  bienes públicos globales, como se está debatiendo en la UNESCO respecto a si consideramos internet como patrimonio común de la humanidad. Y esto  tiene que ser logrado con una gobernanza democrática, no por la racionalidad mercantil de los GAFAM. Por tanto, si hablamos de que eso se reduce a una mercancía, las lógicas que operan detrás son ajenas a los valores  democráticos.

-No es cualquier mercancía, además, como planteas.

Sí, no estamos hablando de un producto de uso cotidiano como alimentación perecedera o vestimenta, sino de la sabia con la que operan los agentes y actores políticos en terreno. Evidentemente, si eso se convierte en una mercancía, no hay una relación democrática que garantice que todos los actores puedan concurrir. La lógica de valor que ha impuesto la industria está generando problemas como la desinformación y las fake news. Gran parte de las patologías de la información, hoy en día, tienen que ver con una creciente mercantilización de este objeto de consumo y no por su valor social. Por tanto, es un elemento sujeto a regulación.

-¿Cómo se modifican los distintos marcos regulatorios en los países para incorporar este tipo de reformas?

Pues tenemos ahí dos dificultades objetivas. Una es que los profesionales de la información, los periodistas y sus gremios, suelen ser reaccionarios a una regulación. Siempre que se inicia un debate, como sucedió aquí en Chile, la reacción es identificar inmediatamente regulación con censura. No puede haber libertad si no hay una regulación que permanezca estable y que permita, por ejemplo, que si hablamos de prensa o de derecho a la comunicación, operen todos los sectores, incluidos los medios que otorgan servicios a minorías que no van a estar atendidas por la lógica de mercado. Por tanto, como cualquier otro sector de actividad, tiene que haber regulación.

-¿Cuál es la segunda dimensión?
La segunda dimensión es que el debate está mediatizado por los propios medios que son juez y parte. Los objetos que van a ser regulados informan sobre ese proceso de regulación. Es un sector híper concentrado y ha operando radicalmente en contra de los procesos de regulación cuando se han iniciado en todos los países. Lo ha vivido Chile y también España. Se vivió en Ecuador y en Argentina.

-¿Por qué los periodistas han sido tan reticentes a modificar el modelo?

Hay muchas razones. Una tiene que ver con la propia precariedad del oficio en la mayoría de países. La otra, fundamental, es por cuestiones ideológicas. En la formación de los periodistas y en las facultades se replica este mantra liberal: que la mejor ley de prensa es la que no existe. Y ese mantra se ha demostrado históricamente que es falso. Ahora mismo debatimos en España sobre la situación de los periodistas por la inteligencia artificial y las redacciones automatizadas. Esa ideología ha defendido el gremio profesional, porque en las facultades no se estudia economía política ni políticas de comunicación.

-¿Cómo observas hoy el debate sobre procesos de regulación en América Latina?

Bueno, con cierta preocupación en casos como Chile y, en otros, con una  evaluación muy negativa porque han existido retrocesos. Luego de una década donde se conquistaron sistemas de regulación muy avanzadas, hemos visto como se ha dado, en muy pocos años, un proceso de desinstitucionalización. En Argentina, cuanto llegó Macri, se deconstruyó lo que había costado décadas con dos o tres decretos.

-Acá en Chile, la comisión contra la desinformación encabezada por la ministra Vallejo, fue cuestionada ante el Tribunal Constitucional, el último vestigio del statu quo Pinochetista.

Hay que elogiar en primer lugar la acción de la responsable ministerial, Camila Vallejo, por tomar la iniciativa de regular este derecho humano fundamental. Porque seguimos teniendo a la Sociedad Interamericana de la Prensa, la Asociación Nacional de la Prensa y El Mercurio insistiendo en un discurso que confunde libertad de prensa con libertad de empresa informativa. Los que abogan porque no haya regulación están estableciendo que el derecho a la comunicación sea única y exclusivamente de las grandes corporaciones periodísticas.

-Intereses que suelen ser transnacionales…

Sus estructuras accionarias responden a intereses de grandes compañías de telecomunicaciones, ubicadas en Europa o Estados Unidos, que no defienden los derechos humanos de su propio país ni el progreso de la mayoría de la población. No se ha querido regular que exista pluralismo en un sistema mediático que sigue siendo muy concentrado y que no ofrece garantías para establecer nuevos derechos para la profesión y la existencia de medios comunitarios que puedan aportar otro relato de la realidad.

-En los proceso de modificación de los marcos regulatorios, ¿cómo ves las instancias de participación de los distintos actores?

Falta participación, lo digo desde una autocrítica de la academia y los sectores progresistas, porque no hemos sido capaces de sumar otros actores para una política de regulación. Creo que las experiencias más ricas, como la de Uruguay y Argentina, que lograron sumar gente desde la sociedad civil, la cultura, el arte, la industria del espectáculo y sectores anexos. Yo siempre insisto que el derecho a la comunicación es el primer derecho humano, porque si no tenemos capacidad de debatir sobre nuestros derechos producto de un cerco informativo, no vamos a poder reivindicar ni el derecho a la salud, ni el derecho al empleo, ni al trabajo digno, ni a la vivienda y muchos otros derechos fundamentales. Por eso siempre que hablamos de regulación, de democratización, estamos hablando de contenidos ideológicos.

-Es lo que también sucede con los medios digitales, que terminan reproduciendo la información de los medios hegemónicos, generando mesas de redacción que no reportean…

Elaborar información es el lema de Le Monde Diplomatique y cuesta dinero. Implica tiempo, gente que se dedique a elaborar noticias y formular una voz distinta. Cuando hablamos que es necesario democratizar el espectro y que haya medios comunitarios, se puede resolver a través de una política pública y otorgar un tercio para esos operadores. Lo difícil es que la gente participe y sostenga económicamente la producción de contenidos propios, para que de verdad tenga sentido un medio comunitario.

-Eso se podría paliar con una mejor distribución de la publicidad estatal, que es una discusión que siempre ha estado presente.

Ese debate sobre la transparencia y financiamiento de los medios es central, porque tanto los públicos como privados dependen del presupuesto del Estado. Es más, diría que los medios privados impresos tradicionales, analógicos,  dependen en su 70% de la publicidad institucional proveniente del Estado. Y los medios digitales dependen en un 80%, no de sus suscriptores, salvo algunas excepciones. Los medios digitales de derecha y de extrema derecha, dependen absolutamente de la publicidad institucional. Y ahí hay una opacidad absoluta sobre ese reparto. Entonces, el pluralismo interno empieza cuando los recursos públicos sirvan para alimentar una estructura mediática plural, desde los medios comunitarios a los públicos, pasando también por los privados. Pero eso no está sucediendo en la mayoría de los países. Especialmente en nuestros países.

‘Ama Rosa Quintana’

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Los amos de la información en España fue un célebre ensayo que los estudiantes de Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid tuvimos a bien leer en plena década neoliberal, con doctorados Honoris Causa a los Conde de turno.

Más allá del valor del estudio, el empeño en lecturas de este cariz tenía el sentido de contrarrestar el discurso disparatado que ensalzaba a fascistas a lo Dovifat de parte de los adeptos al régimen que proliferaban en la escuela heredera de la Iglesia Católica en calidad de improvisados profesores cultivados con la semilla del Opus o, peor aún, del autoritarismo ramplón, analfabeto y ridículo, tipo “demos un premio a Ayuso como alumna ilustre”.

Pueden imaginar el tono y la cultura académica de la tribu por aquel entonces y los de sus discípulos, hoy encabezados por un decano a la altura de la community manager del perrito de la Espe. El recuerdo viene al caso porque ya entonces, desde la Universidad, advertíamos sobre el proceso de concentración. Y hoy, los movimientos en Mediaset dan cuenta de una operación Goebbels en tonos estampados, pero con la misma lógica.

Ya sabemos el resultado del fiestón en los ochenta, con los Colón de Carvajal y los amigos del rey emirato. Hoy conocemos las corruptelas de la inútil dinastía borbónica y empezamos a avizorar cómo se mueven entre bambalinas los amos de la información, anclados como siempre en la cultura rentista.

Hablamos del fanfascismo, de la derecha clerical y meapilas de este país, presa de una cultura feudal, como en los setenta la Democracia Cristina en Italia, que no ha hecho otra cosa que vivir por encima de nuestras posibilidades.

De la España vaciada a la España saqueada, del desplazamiento a la segregación espacial y económica, el fanfascismo anida en los medios del franquismo sociológico y amenaza con la restauración conservadora para seguir vendiéndonos la moto.

El cierre de Sálvame representa, en este sentido –ya lo advertimos–, el fin de la monarquía y el jaque mate a las cloacas del Estado y de La Fábrica de la Tele; el fin de la delación nacionalcatólica, todo en una, Ama Rosa y Villarejo, el rey emirato y la guerra sucia; la extimidad y el escándalo; la Operación Deluxe y el lujo suntuoso del universo jeque.

Una suerte de jaque a los jeques y telepredicadores de la pornografía sentimental que esperamos se resuelva de modo distinto a otras etapas de la historia. Más que nada por agotamiento de los porno jefes del Estado que nos han impuesto.

Ya es hora de la solución multiusos, todo en uno. Otra solución sería inaceptable, para algo se viene dando tal deriva, con sentido, y sin consentimiento, de la institución de una plebeya presentadora de televisión, con los telecuore y el cese de Vasile, que abandona el barco del espectáculo berlusconiano de Las Mamachicho para instaurar la línea sado de Ama Rosa.

Como en el periodo de 1874 a 1923 o como con la dictadura de Primo de Rivera y el franquismo, los amos de la información andan ya sin disimulo: a partir de junio solo tienen voz las élites de la oligarquía económica y sus portavoces o secuaces.

Toca, pues, aprender las lecciones y que seamos inteligentes, no vayamos a terminar como la izquierda en Italia. Ama Rosa, Iker y los paranormales catódicos trabajan a diario para ello, en clave realismo capitalista high definition. Así que, si el miedo paraliza y nos desmoviliza, es tiempo de disputar el discurso del distanciamiento social rearticulando afectos y redes de cooperación.

Del otro lado ya sabemos lo que hay: ideólogos a lo Mariló que afirman que el mundo es de ellos por montera, aunque sea Montero y no sepan otra cosa que repetir, cual papagayos, Venezuela, Cuba y el eje del mal, sin pericia ni técnica.

Por algo tiene lugar la crisis del periodismo que, en el fondo, es la crisis de la representación y de toda mediación social. Incluso en la Academia, donde se ha perdido el principio de auctoritas, inmersa como está en el reino de la mercancía, sin corazón ni cabeza, sin autenticidad, coherencia, magisterio, virtud ni ejemplaridad.

Así andamos con los Borjapijos de saldo y turno de oficio, escuchando un serial radiofónico de los años cincuenta en pleno siglo XXI, cuando no haciendo realidad el sueño húmedo del Metaverso, para vivir, trabajar, socializar y proyectar mundos imposibles pasando primero por caja.

Un mundo regido por la ley de hierro de la administración de los hombres y las cosas en la sociedad positiva que nos recuerda la cueva de Platón. El reino de la virtualización como simulación del dominio del fetichismo de la mercancía, basada en la colonización del tiempo, el control de la economía de la atención mientras sufrimos déficits de atención de lo que de verdad importa: la vida. Claro que, para este caso, el guion de Ama Rosa Quintana no sirve, salvo que confundamos el ritual sado con la realidad vital.

Los retos de la Era Digital

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La era de las redes sociales plantea nuevos escenarios políticos y económicos que deben repensarse, no solo ante la emergencia de la ciberguerra y los procesos de desestabilización política que experimentan América Latina y Europa, sino porque introducen nuevos retos estratégicos al sistema informativo mundial. Un primer punto de partida es que el actual modelo de mediación social ha cambiado sustancialmente.

En efecto, estamos ante un sistema descentralizado desde el punto de vista de la infraestructura; pero habría que recordar que el comando, el control de esa red de Internet, sigue siendo absolutamente monopólico, con el papel protagónico de los Estados Unidos, que tiene la hegemonía desde la creación de la COMSAT no solo en materia de distribución y circulación de información, sino también de hardware y software, lo cual constituye una posición de superioridad informativa que debiera poner en alerta a los llamados países periféricos ante la histórica dependencia tecnológica de este país.

Apunto este dato porque, en un panel y encuentro martiano como este, es preciso vindicar la memoria histórica y politizar la representación que nos han construido de la cultura digital. Esto es, debemos comenzar recordando que la estructura real de la información tiene una historia y continuidades más que rupturas fruto de la revolución tecnológica. Hay que tomar en cuenta que, en la disrupción digital, hay procesos acumulativos y magmáticos que explican el actual estado de la cuestión desde el inicio de la integración de la red de telecomunicaciones y la informática en red. Hablamos de la génesis, en fin, de la carrera aeroespacial en la era de la Guerra Fría que llega hasta nuestros días y que el crítico norteamericano Herbert I. Schiller describe perfectamente en su libro Comunicación de masas e imperialismo yanqui. En ese período se impone una estructura de comando y poder imperial en el que la Unión Internacional de Telecomunicaciones (OIT) y el propio espacio geoestacionario quedarían en manos, pese a la competencia de la Unión Soviética, de Estados Unidos.

Hoy ese control del espacio orbital y de las redes de comunicaciones, lo que llamamos la hipótesis Echelon, continúa en manos del Pentágono, que ejerce el control de las comunicaciones desde el punto de vista tecnológico y militar, aunque los GAFAM sean corporaciones privadas. Persiste, sin embargo, el relato y la narrativa Silicon Valley, sostenidos en los mitos de progreso, de la libertad y autonomía, y del renacimiento democrático en la era de la nueva Alejandría electrónica; además del mito de la transparencia cuando, paradójicamente, el secreto, como decía Guy Debord, es la norma en la sociedad del espectáculo.

En otras palabras, en la llamada sociedad digital o capitalismo de plataformas, tenemos un sistema de mediación oculto al escrutinio público basado en una lógica de organización concentracionista y un sistema de video vigilancia global en manos de los Estados Unidos y unas pocas empresas corporativas, cuyo presupuesto ordinario supera a la mayoría de los Estados nación del primer y tercer mundo. Ello explicaría la facilidad para habilitar procesos de restauración conservadora, así como las experiencias de los golpes mediáticos o la llamada guerra híbrida. Si me permiten una hipótesis de esta breve intervención, la verdadera caja negra de la supuesta democracia digital es justamente las operaciones encubiertas dirigidas, por ejemplo, a desestabilizar gobiernos de progreso. Por ello las operaciones del algoritmo no son de escrutinio y control público. Paradójicamente, en la era de la economía inteligente los sistemas expertos quedan al margen del escrutinio y evaluación democrática, al margen del debate, de la deliberación, del control de los poderes democráticos, del poder judicial y, evidentemente, de la ciudadanía que solo es considerada, en esta matriz ordoliberal, como simple usuaria o consumidora de la red, nunca como sujeto de derechos. Conviene en este sentido, ya que hablamos de memoria y de las redes hoy, hacer un análisis histórico. Podemos situar la ciberguerra en varias etapas.

La primera, aunque sorprenda, viene de hace más de dos décadas e inicia, fundamentalmente, con China. El conflicto más interesante o potente se ha venido dando entre Washington y Pekín, y a partir de ahí se han desarrollado numerosas experiencias no conocidas públicamente, salvo algunos papeles que Wikileaks hizo públicos con los resultados para Assange que ustedes conocen.

Después vino lo que algunos ven como ciclo de protestas o revoluciones 2.0, y que es exactamente su contrario. Hablo de la Primavera Árabe, del Brexit en la Unión Europea, de la actual guerra en Ucrania, de las estrategias de desinformación no solo de sectores de la extrema derecha, sino del poder fáctico del Pentágono, que ha dominado las telecomunicaciones y, aún hoy, domina a grandes compañías como Facebook, Google y Amazon, colaboradores necesarios de lo que hoy llamaríamos guerra irregular. En otras palabras, cuando hablamos de ciberguerra en la era de la información, en realidad estamos hablando de una doctrina política militar del Pentágono denominada, en los años 60, guerra irregular para enfrentar procesos revolucionarios como, por ejemplo, la experiencia de Cuba, las guerrillas en América Latina o los movimientos de liberación nacional en África y Asia. A partir de experiencias como las vividas con los movimientos insurgentes en Latinoamérica se desarrolló una doctrina en la Escuela de las Américas, donde se formaron los ejércitos golpistas para, de manera cruenta, reprimir a los movimientos populares de la región. Este marco conceptual o corpus militar doctrinario consiste básicamente en tres principios elementales definidos durante la era Reagan en el laboratorio centroamericano de Nicaragua en la llamada guerra de baja intensidad.

Primero, enfrentar los conflictos no en el ámbito militar, o estrictamente castrense, sino en el plano ideológico-cultural, por eso hablamos de guerras culturales (guerra ideológica, en la actualidad). En segundo lugar, un enfoque global del conflictoabordando incluso regionalmente las guerras sucias contra los procesos de transformación revolucionaria. Véase, por ejemplo, el caso de Nicaragua, la guerra sucia por la cual Estados Unidos, por primera vez en la historia, fue condenado por un tribunal penal internacional. Una guerra encubierta, elemento importante: frente a la transparencia, que orienta sus estrategias de operaciones psicológicas procurando el secreto como norma en conflictos calificados de no guerras, incluso “operaciones de paz”, para legitimar la intervención militar ante la opinión pública. La experiencia vivida llevó a Nixon a sentenciar una idea que retomó Reagan y que ha sido aplicada hasta nuestros días por sucesivos gobiernos de los Estados Unidos. La primera condición para ganar la guerra es contar con la unanimidad de la población y para ello es preciso tener un criterio u objetivo moral, es decir, ser inobjetable moralmente para la legitimar la intervención. Pero sabemos que las guerras imperialistas persiguen otros intereses, por ejemplo, si hablamos del intento de magnicidio de la vicepresidenta argentina, o si hablamos de Bolivia, otro tanto de lo mismo. Al final nos enfrentamos a la verdad de la paradójica situación por la que la propia transición digital necesita recursos minerales estratégicos que están en los llamados países periféricos, como sucedía antaño con la doctrina de Santa Fe, a partir de la cual se desarrolla una estrategia para América Latina en la que se establece el objetivo de conquistar, de manera activa, el frente ideológico, incluso con la cooptación de intelectuales, de pensadores de América Latina que militaban en el marxismo y sostenían posiciones progresistas y revolucionarias; además de controlar el parlamento, lo que suponía ocultar a la opinión de los representantes legales de la soberanía popular las operaciones encubiertas de contrainsurgencia que se desarrollaban en esos países y, evidentemente, ocultar a los medios de comunicación, la guerra cultural, la guerra híbrida de la que hablamos hoy y que arranca con la doctrina de Santa Fe como explicara en mi ensayo “La guerra de la información” (CIESPAL, Quito, 2016).

Es verdad que ha habido una modulación. Hoy hablamos de golpes blandos, de golpes mediáticos, pero algunos actores no han variado. La agencia de cooperación de los Estados Unidos sigue interviniendo en Bolivia, por ejemplo; la agencia de información sigue siendo activa en el fondo nacional por la democracia de los Estados Unidos, financiando procesos de golpe blando y, luego, nuevos actores como la Fundación Vargas Llosa, que colaboran con el expresidente Aznar, se han unido a clásicos agentes enemigos de la democracia como la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) o el grupo de diarios de América que constituyen el oligopolio, la patronal mediante la cual refuerzan en los medios lo que circula en las redes sociales.

No olvidemos que, igual que en la radio y en la televisión se replica lo que publican los periódicos, ahora los periódicos publican lo que las redes y los bots establecen como estrategia, de manera falsa. De ahí el éxito del Brexit y el éxito y ascenso de la extrema derecha en Europa y en América Latina.

Ciertamente existe un ciberactivismo que podríamos calificar como nueva economía moral de la multitud, nuevas prácticas de resistencia, de organización, de movilización, pero no solo desde posiciones transformadoras. Las estamos viendo también como procesos involucionistas de extrema derecha, mediante discursos de odio, como los que se ven hoy en Argentina y España.

Frente a ello, creo que en este momento hay que pensar en la historia, en la memoria, en los valores del pensamiento de José Martí, en lo que representan el Caribe y la experiencia revolucionaria en Cuba, en el levantamiento del pueblo haitiano. Hay que recordar las alternativas democráticas y, en materia de redes, frente a la ciberguerra que prolifera en nuestro ciberespacio, implementar alternativas democráticas necesarias, políticas de comunicación que pongan coto a este discurso del odio, a la violencia simbólica, al desarrollo de estrategias antidemocráticas desestabilizadoras de los gobiernos de progreso en los países del sur.

Necesitamos también regulación. Es falso que Internet no se pueda regular. Se pueden limitar y aplicar normas a los contenidos, establecer medidas contundentes en esta materia, porque nos estamos jugando la democracia. Y, evidentemente, cuando no hay regulación sabemos que se impone la ley del más fuerte.

Necesitamos también recuperar un discurso que surgió en la Unión Europea con la pandemia, y que desapareció inmediatamente de la agenda pública pese a la centralidad que hoy por hoy desempeña esta política: la soberanía tecnológica. No podemos hablar de libertad y democracia, no podemos poner en práctica una cultura de paz en estos tiempos de ciberguerra, sin autonomía tecnológica. Por tanto, necesitamos nuestros hardware y software, herramientas y tecnologías apropiadas e intermedias necesarias para el desarrollo autónomo. Frente al aceleracionismo tecnológico de los actores dominantes que implementan lógicas de obsolescencia planificada y políticas de adopción de las últimas tecnologías que generan dependencia económica y tecnológica, así como una pérdida de soberanía de nuestros países, es tiempo de pensar otras matrices distintas contrarias al actual capitalismo de plataformas. Aquí hablo desde España, desde la Unión Europea, donde, en esta materia, tenemos una total dependencia de Estados Unidos.

Dejo para el auditorio esta reflexión y concluyo señalando que, evidentemente, necesitamos más educación para la ciudadanía digital, no solo educación para la paz sino programas de fomenten el desarrollo de competencias para saber qué son los fake news, qué es la desinformación, cómo circulan las estrategias mediáticas en esta esfera digital que da lugar a una contraesfera narrativa, a una esfera pública oposicional, a un antagonismo desde las multitudes que defienden su derecho como es necesario y ha sucedido en otros momentos de la historia. Estamos en un proceso tan acelerado, tan radical de cambios, que los programas e iniciativas en esta materia se antojan no solo insuficientes sino prácticamente irrelevantes. Necesitamos no solo en las facultades universitarias, sino en la primaria y en la educación obligatoria, formar a la ciudadanía en el uso inmersivo de la cultura meta o virtual que viven a diario los jóvenes de manera significativa. Nos jugamos en ello el futuro de nuestra sociedad y la posibilidad de la convivencia democrática. Pero estos debates no son nuevos si revisan los textos en torno al Nomic que tuvieron lugar en la década de los setenta. Como he dicho, hay continuidades y rupturas, así que podemos hacer un llamado a recordar la memoria en esta cultura de la inteligencia artificial y del algoritmo que se nos impone. En la ciberguerra solo tenemos dos miradas que nos pueden ayudar a comprender qué está sucediendo: una mirada histórica, por tanto, memoria de las luchas y los frentes culturales, y una mirada estructural: ¿Quiénes mandan en las redes? ¿Quiénes son los propietarios de la tecnología? ¿Desde dónde circula la información? ¿Cuáles son los nodos que quedan ocultos al escrutinio público? Es este el campo de disputa a la hegemonía, el ámbito privilegiado de la lucha por el sentido común, donde las redes, en el actual escenario histórico, son un espacio de poder virtual determinante. Confío pues que les demos la importancia que merecen desde el punto de vista de la teoría crítica y la práctica transformadora a estas nuevas dinámicas de mediación que nos interpelan.

Conferencia virtual presentada en el panel “José Martí en la lucha ideológica actual”, Sala Bolívar del Centro de Estudios Martianos, 18 de octubre de 2022.

El ojo del culo de Quevedo

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La posverdad no es, como dice Timothy Snyder, el anticipo del fascismo, más bien el capitalismo es el huevo de la serpiente, y la posverdad una excrecencia o manifestación extrema del mundo al revés, el síntoma del fetichismo de la mercancía que inicia con el periodismo de referencia y termina con la lectura a lo TRUMP y ABASCAL, personajes de esta tragicomedia que, a todos los efectos, tienen por teología seguir la estela de la escatología política. El supremacismo blanco no es, en fin, otra cosa que el proceso de inversión de lo real, el dominio del capital por el que, en este reino que habitamos, prevalece la desigualdad, la falta de libertades y la baja calidad democrática. Ya lo ha advertido, con clarividencia, Javier Pérez Royo, a quien los profesores de Derecho homenajearon en un volumen, de lectura obligatoria, presentado el pasado mes por el Ateneo Republicano de Andalucía con motivo de la Feria del Libro de Sevilla. En su intervención, como en las columnas que escribe habitualmente, fue muy claro a este respecto. Cabe describir la historia moderna de España como la crisis permanente que no cesa de repetirse como farsa por el problema de la monarquía, un tapón que contiene las fugas a borbotones del propio sistema constitucional ante los reiterados incumplimientos, siempre postergados, de derechos fundamentales de la ciudadanía. Las consecuencias de esta lógica fallida es, como sabemos, la restauración conservadora que termina por derivar en colapso o cierre en falso de la crisis de régimen, anclándonos en el atraso e inmovilismo sociopolítico prácticamente desde Fernando VII. Vamos, por resumir, que lo de los Borbones es la polla, que dirían mis paisanos granainos. Cara al culo, la monarquía borbónica ha demostrado que es una porquería. No porque lo diga Evaristo, de La Polla Records, sino por la historia que representan en este país, una Casa Real, fuera de la realidad, henchidos de mierda, y jugando a la democracia cuando una y otra vez no han hecho sino socavar toda posibilidad de monarquía parlamentaria. Vamos que la República no se impone en nuestro país por convicción y pedagogía democrática, sino por la insoportable podredumbre de una dinastía corrupta, inepta, cleptómana y dada a cualquier cosa menos a trabajar por el bien común. Lo peor es que sabemos desde los ochenta el grado de putrefacción que ocultaba el cerco mediático, y mira que estudiamos la historia antecedente de latrocinio y traición a la patria de la casa real, cuya norma de comportamiento es convertir realmente el país en un verdadero lupanar. Ahora, el problema no es que la monarquía sea la polla, sino que nos toman y siguen considerando apollardaos. No lo puedo decir más finamente porque el análisis, a fuerza de afinado, indigna cuando vemos que nos están dejando finos filipinos: vulgares siervos de una colonia que hiede a estercolero. Se impone lo escatológico en esta querencia borbónica por la coprofilia. Así que, atorados como estamos entre el alma y la era del vil metal, que diría el maestro Juan Carlos Rodríguez, es recomendable volver a leer a Quevedo y conocer las “Gracias y desgracias del ojo del culo” (1628) reeditado por Pepitas de Calabaza, o mejor en la edición del bueno de Padilla, por ser el culo, en palabras de José Luis Cuerda, el mejor faro, catalejo y visor con el que radiografiar esta España nuestra en la que nos gasean con ventosidades desde los medios y el Tribunal de Orden Público. No sé si seremos capaces algún día de hacer un juicio como el de Nuremberg contra los macarras de la moral, pero al menos no perdamos el humor y actualicemos nuestra capacidad satírica para mostrar lo que nos quieren ocultar en esta política del engaño de los amantes de lo escatológico en cuerpos ajenos, aquellos que viven en la azotea de nuestro maltrecho edificio institucional y tratan de persuadirnos que llueve para todos y es bueno, aunque sea lluvia dorada de una corona inservible, salvo para vicios privados. Nunca hubo virtud pública alguna en la dinastía. ¿Dejaremos de persistir en un imposible constitucional?. ¿ Conquistaremos por fin nuestros plenos derechos ciudadanos en forma de poder constituyente?. Estoy seguro que sí, espero que no demasiado tarde.