Pensamiento positivo

Share

La era del capitalismo de plataformas es la era de la cultura like, la negación negacionista –nada de negación de la negación–; una cultura, en fin, del pensamiento positivo que todo lo inunda. Esta estructura de sentimiento, esta suerte de climaterio cultural ha impregnado incluso la academia, aislando toda perspectiva crítica como un pensamiento calificado de pesimista. Cosas de la hapycracia.

En tiempos del Caralibro solo vale lo políticamente correcto, que es la celebración de la diversidad siempre y cuando se asuma como verdad teológica la reproducción del capital, el principio de universal equivalencia.

Como resultado se observa una acentuada deriva conservadora en la teoría social que niega la lógica productiva de toda enunciación y manifestación cultural, incluido, como es lógico, el discurso científico, ante lo que podríamos calificar como «nuevo idealismo culturalista» que, por poner un caso como el de algunos estudios poscoloniales hoy hegemónicos, terminan por ser inconscientes de la geopolítica global y del hecho material, concreto y evidente –de sentido común, que diría Pasolini– de una realidad dominante en la que empresas como Disney marcan las condiciones o marcadores ideológicos como actores globales con mucho mayor peso e influencia que antaño, a la hora, por ejemplo, de construir arquetipos islamófobos en filmes como El rey león o de organizar nuestro tiempo libre como neg/ocio, un proceso de expansión ilimitada.

Frente a esta praxis teórica negacionista, convendría recordar que, en la era del trabajo inmaterial, en la era del acceso y la cibercultura, la “fábrica social” se fundamenta, más allá o más acá de Marx, en un proceso de trabajo.

Los nadie son los actores protagonistas por más que, en un mundo invertido, como en la serie Los favoritos de Midas, parezca lo contrario, si bien la lógica de la acumulación se interrumpe por la amenaza de los anónimos en la base del proceso de apropiación no por decantación sino por accidente, con premeditación y alevosía, añadiríamos.

El culto a la muerte es un principio consustancial a la violencia simbólica del capital. La opacidad de la plusvalía y su modus operandi requieren, por otra parte, la transgresión de la ley, como Brecht mostrara con Makinavaja.

Pero la Economía Política es también un discurso, un juego de tropos en el que metáforas como «libre concurrencia», «movimiento de la producción», «ley natural social», no tienen otro fin que la expropiación a los trabajadores de su fruto o actividad productiva.

Es, en este sentido, en el que cabe discutir la representación periodística de categorías o palabras fetiche como «prima de riesgo», «crédito», «rentabilidad», «producto interior bruto» o «intercambio» cuando nos hablan de la «crisis postcovid».

En palabras de Marx, la economía política es la forma científica de encubrimiento del hecho incontestable de la acumulación por desposesión. Y en esta estamos, de Valladolid a Sevilla, de Madrid a París, de la UE a América Latina.

La omnipresencia del Capital, en todas partes invisible, pero presente, permea todos los espacios y actos de la vida cotidiana en una suerte de eterno retorno de lo mismo. En este orden hecho para los mejores adaptados, según el principio de selección natural, la culminación social de todo sujeto es seguir el camino deseado de los madrugadores, a lo Albert Rivera, despedido por bajo rendimiento, o tentar la suerte del trumpantojo Abascal, servidor de lo público sin oposición, sin mérito alguno, salvo el afirmar, como toda buena familia, que él lo vale. Y es que éste, como el posgraduado en Harvard de chichinabo, o “Los favoritos de Midas”, actúan según la lógica de la manada, así se autodefinen los herederos de Goldman Sachs.

Ahora, el principio de Private Vices-Public Benefits se torna insostenible si atendemos al antagonismo social, ya observado por Kant como uno de los rasgos característicos de la modernidad en lo que definía como «socialidad asocial».

Marx criticaría con razón esta contradictoria constitución de la economía moral del capital como una forma animal inconsciente de reproducción social, lo que deriva en la transposición darwiniana de la lucha concurrencial burguesa, recuerda Korsch, a la naturaleza como ley absoluta de la lucha por la existencia.

Por eso el Capital no tiene memoria, es proyectivo y domina en el tiempo, no solo en el espacio, de ahí los plazos, avisos y ultimátum de la historia de Midas, una forma ilustrativa de regulación del capital no acumulable en la vida de los sujetos.

Y si se produce la revuelta y guerra de clases aparecen los cuerpos de seguridad y palanganeros del capital financiero en forma de Vox contra la virtud de la resistencia como multitud combativa frente a la estructura de comando de los legionarios de Midas: un virus contagioso que afecta a la sociedad y que ordena la acción colonizando la voluntad de sumisión de la mayoría.

Hablamos, claro está, de lo inconmensurable de las líneas rojas que se transgreden en la lucha de clases. En otras palabras, el dinero es un perro que no pide caricias, como replica el protagonista de El Capital de Costa-Gavras, y, en efecto, esa es su lógica.

El dinero, como recuerda Rieznik, es el medio y el fin por el cual este mundo aparece invertido, el símbolo mismo del fetiche del capital, es decir, de su apariencia de sujeto y hacedor de nuestra sociedad que es el resultado del trabajo y del trabajador; de aquello que el capitalismo explota y que, por eso mismo, aparece como mero objeto, como cosa.

Para ello, los medios de representación, las empresas periodísticas, han de hacer efectivo el principio semiótico de la lógica combinatoria que se presta a la ceremonia de la confusión, invirtiendo los términos de lo que debería ser a fin de presentar al PP como moderado y centrista, a Abascal como un respetable líder de la oposición y al monopolio como competencia, del mismo modo que transforma la fidelidad en infidelidad, el amor en odio, el odio en amor, la virtud en vicio, el vicio en virtud, el siervo en amo, la estupidez en inteligencia y la inteligencia en estupidez.

Y si cupiera duda o disputa en este negocio del mundo al revés, ahí está Lesmes y sus chicos para dictaminar lo que es. Nada nuevo bajo el sol. El capital, cuando no es simple robo o malversación, siempre ha requerido el concurso de la legislación, decía Say, para santificar la herencia, o presentar como justo lo que es simple atropello y arbitrariedad. Vamos, para hacer el cuento breve, que tanta discusión política sobre el relato es propia de un mundo en el que la narrativa del capital convierte todo en ficción, y no solo por su necesidad especulativa o porque no hay consumo y realización de la mercancía sin la fábrica de sueños ni la publicidad.

El pensamiento positivo es característico, como avanzara Benjamin, del brillante oficio cegador de los escaparates en las galerías de la ciudad moderna. Por seguir con este juego de palabras, los medios son artesanos del bruñir. Y, el bruñido, una técnica de pulido utilizada en el acabado: un revestimiento metálico como dorado o plateado; una fabricación de plata, oro o una aleación de cobre que hace posible la lógica de la apariencia.

Y, como hoy sabemos en plena era post covid, ese juego de espejos, especialmente en tiempos de crisis, da lugar a grandes fortunas, es propiciatoria, en la medida que el capital tiende a decantar esas lógicas, de intensivos procesos de acumulación y expropiación de lo común.

Conviene por lo mismo ejercer el oficio de arqueólogo de las ruinas, husmeadores de basura, como en el film de Costa-Gavras y que en el oficio (muschcrakers) se popularizó, hace décadas, hoy solo para hablar de la vida de los famosos. Qué le vamos a hacer.

Ya nos mostró Marx que, en esta economía política, en manos de unos cuantos Florentino Pérez, el interés que cada uno tiene en la sociedad está justamente en proporción inversa del interés que la sociedad tiene en él, del mismo modo que el interés del usurero en el derrochador no es, en modo alguno, idéntico al interés del derrochador.

No esperen, pues, de los medios de información ningún esfuerzo de pedagogía democrática. Si recuerdan la trama de la serie Los favoritos de Midas, el final de la periodista, Malta Belmonte, confrontada a los poderes fácticos para revelar sus sucios negocios, deja en evidencia que cuando se trata de exponer la opacidad de los intereses entre la muerte en vida (explotación de la clase obrera en Occidente) y la aniquilación por la guerra (en Afganistán o en Siria) con la que se financia el tráfico de armas (en paraísos fiscales basados en el ocultamiento de los hacedores de la cultura de la muerte) y las guerras imperialistas o la trata de blancas que conviven en los vasos comunicantes de esta lógica de flujo vampírica, el mundo editorial se pone de perfil.

Como al tiempo oculta las estrategias del poder para liquidar, nunca mejor dicho, al mensajero, empezando por Julian Assange. Por ello, hoy más que nunca hay que asumir el compromiso de combatir la falsa transparencia que nos inunda.

Si la comunicación es una máquina de guerra, la catástrofe consustancial a la destrucción creativa del capitalismo, es preciso repensar el “desnivel prometeico” (Anders dixit) cuestionando la opacidad de los mensajes y dispositivos de representación que nos abruma a partir de la polifonía de voces y prácticas comunales, vindicando la justicia y pulsión plebeya que acompaña a otra modernidad o mediación en sí, sea en la comunicación primaria (espacio), en la comunicación secundaria (tiempo) o en los medios electrónicos (comunicación virtual o simulada).

Es tiempo de pensar intempestivamente, de hacer visible lo invisible, concretar la abstracción de lo real, aproximar y hacer comprensibles las formas distintas de sociabilidad frente a los que nos quieren vender la moto.

El objetivo no es otro, en suma, que fundar espacio público liberado para la ciudadanía, una esfera pública no estatal para las multitudes. Pero esto no es posible si no asumimos el desplazamiento de posición de observador. Vamos, que hay que empezar a dinamitar el pensamiento políticamente correcto, si hemos de cambiar no solo el relato sino el estado de la cuestión como una cuestión de Estado. ¿Seremos capaces de ello ?

Contra el giro computacional. Activismo digital, Teoría Crítica y apropiación social

Share

El big data debe entenderse como un fenómeno de raíces profundamente políticas que afecta al poder, la transparencia y la vigilancia, que va mucho más allá de la mera política institucional.
El problema de la comunicación y la cultura en nuestro tiempo es la lucha por «el código», por el patrimonio cultural común reivindicado hoy por los nuevos actores políticos en la red. Así, Contra el giro computacional aborda la posibilidad de un giro computacional académico que derive en una agenda con las principales tesis que la teoría crítica debe reformular para el desarrollo de un proyecto emancipador distinto al que prevalece hoy en la denominada Galaxia Internet:

  • ¿Permiten estos estudios entender la relevancia socio-cultural de las redes digitales o se limitan tan sólo a consignar y ordenar datos?
  • ¿Contribuye el análisis académico de las tecnologías digitales a un entendimiento crítico de su uso? ¿Promueven patrones activos de apropiación de las redes o, por el contrario, reproducen las dinámicas comerciales que constituyen su razón de ser?
  • ¿Dan visibilidad los estudios académicos a iniciativas de transformación social o invisibilizan procesos de apropiación y activismo digital que escapan a los parámetros con los que se observa la realidad de Internet?

Los autores participantes en este volumen aportan su visión sobre el activismo Contra el giro computacional con el objetivo de definir, identificar y promover conocimiento crítico en relación tanto con la apropiación social de recursos comunicacionales digitales como con las dinámicas hegemónicas en su análisis académico.

Cultura digital, nuevas mediaciones sociales e identidades culturales

Share

La revolución digital ha modificado radicalmente el sistema convencional de medios y mediaciones cognitivas y ha provocado cambios culturales en la esfera pública que exigen una conceptualización distinta del proceso de mediación social. Así, es preciso repensar la construcción del campo comunicacional desde la ruptura y el desafío epistemológico, en un escenario de crisis y de debilidad del pensamiento crítico.
Cultura digital, nuevas mediaciones sociales e identidades culturales ofrece una colección de trabajos originales sobre teoría, metodología y análisis de la nueva mediación social centrados en:

  • problemas filosóficos y conceptuales propios del universo digital en relación con la cultura humanista;
  • los modelos de organización, teoría y práctica de la cibercultura;
  • memoria digital y transcultura;
  • las nuevas identidades culturales propias de la ciudadanía digital;
  • redes sociodigitales y subjetividad, así como en prácticas y procesos de remediación, hibridación y transmedialización.

Buscamos con ellos contribuir a la necesaria concienciación sobre los efectos que plantean de forma creciente los nuevos entornos digitales a escala social y cultural, así como a la alfabetización cultural y tecnológica sobre el conjunto de los nuevos modos de producción, distribución y circulación de contenidos culturales propios de la cultura de la convergencia, y sobre las nuevas claves y dinámicas de mediación y remediación social que éstos promueven y prefiguran a partir de la redefinición de un amplio abanico de conceptos y categorías utilizadas (demasiado) habitualmente de forma acrítica.

Antihéroes de saldo

Share

La necesidad de héroes de la vida posmoderna es sintomática de una ausencia que se proyecta en forma de relato ya nada épico, sin complejo de Antígona, solo apenas una buena interpretación y un consumo serializado. El rebelde sin causa contra las autoridades cada día más autoritarias es la norma. De la cultura motín a la conspiración a lo Anonymous, el imaginario colectivo alimenta la pulsión antagonista, de la Revolución Francesa y la Comuna a los hackers del Siglo XXI. Si el secreto es la norma en la sociedad del espectáculo, la industria cultural tiene en este sentido una especial querencia por lo oculto y las sociedades secretas. Cultura masona o no, el imaginario colectivo de la modernidad provee por lo mismo continuamente de antihéroes, como antaño hiciera la literatura. “Piratas del Caribe” es un buen ejemplo de este proceso de identificación. Como el bandolerismo en España. La idea aventurera de la banda o fratria contra el poder instituido como colectivismo demócrata por otros medios, al margen de la idea, es la historia cultural de la subalternidad mediatizada como reclamo del consumo de masas. Esta lógica cultural ha cultivado un ideal romántico de lo perdido en la vida en común. De Curro Jiménez a los jóvenes canis de La Casa de Papel hay un hilo rojo de una historia literaturizada hasta la extenuación que deja en el trasfondo el rechazo a las formas tradicionales de dominio tanto como hoy al fetichismo de la mercancía, a la forma reificada de un mundo inhabitable, salvo infringiendo la ley y el orden. De ahí la activa reapropiación de símbolos y personajes en una contracultura que, más allá de los piratas informáticos y las formas reales y concretas de sabotaje, admite diversas interpretaciones. En Turquía, por ejemplo, el ex alcalde de Ankara ve en “La casa de papel”, todo un fenómeno de audiencia en el país, una crítica acerada contra Erdogan mientras diversos colectivos autónomos despliegan una lectura contemporánea del personaje histórico en “V de Vendetta” de Alan Moore y David Lloyd en una suerte de cultura de la máscara, metáfora del enmascaramiento de las relaciones reales y concretas que ocultan los intereses al uso, tal y como denunciara el Subcomandante Marcos. Y que conecta especialmente con los más jóvenes, una nueva generación, la generación Z, precaria que vive, como los personajes protagonistas, una devastadora inadecuación del yo, una incapacidad biográfica de construcción sufriendo la sensación de ser responsables de su propia tragedia sometidos como están a los dispositivos y máquinas de producción de vidas desechables, de bajo coste, maleables, prescindibles, superviviendo contra corriente. Quizás por ello el éxito de los antihéroes como Hancock. En la última década, coincidiendo con el ciclo de crisis terminal del capitalismo, la proliferación de este tipo de personajes, como el protagonizado por Will Smith, se han multiplicado en la factoría Disney. Nada que objetar al respecto, salvo que el problema es que el imperio Pixar o Disney, las series como Casa de Papel no nos toman en serio. En otras palabras, la narrativa dominante exprime, en el acto de consumo, la voluntad de insubordinación, la pulsión antagonista. Por ello, convendría, en la era Netflix, procurar menos series y hombres serios con guiones obtusos y canciones a lo Bella Ciao para actualizar la lectura de Antígona. Precisamos más cuerpo y Mackinavaja en un tiempo en el que, como ilustra Borgen o Crematorio, la ruindad y el crimen es la norma del sistema social.

Medios empotrados

Share

Dice mi compañera sentimental que, sí o sí, lo importante en una relación es ser bien empotrada. No sé si tan contundente sentencia resulte inapelable o, cuando menos, relativizándola, deba ser matizada. El caso es para qué llevar la contraria. En materia de relaciones afectivo-sexuales, como en el arte, todo es cuestión de gustos y, hoy día, los territorios del amor son terrenos pantanosos en la era del amor líquido.

Algo bien distinto, que nos suliveya, es que no existe aspiración suprema en la prensa patria que el ser empotrada. Llama la atención tal gusto de los autoproclamados liberales. Más aún cuando la hipótesis de la eficiencia del mercado y su justificación por la supuesta transparencia del espacio concurrencial es exactamente lo contrario a lo que se presume en la pomposamente autodenominada «prensa independiente», pues la accesibilidad de la información por el público nunca tiene lugar, no solo en cuanto a la variabilidad de los mercados y la lógica de precios, sino especialmente sobre la propia cooptación de los medios encargados de informar de los procesos de consumo y las alteraciones o fluctuaciones de la economía, entre otras lógicas vicarias que dominan la estructura mediática realmente existente que ahorro describir al lector.

Vamos, que el engaño es la norma y no lo contrario. Lean –si no les convence lo aquí escrito– a John Perkins en Confesiones de un gánster económico. La cara oculta del imperialismo americano (2009) y seguro que suscriben lo que venimos afirmando, especialmente cuando se constata, en tiempos tan inciertos y paradójicos como los actuales en los que toda certeza resulta extraordinaria cuando no mero optimismo subinformado que, desde la era del capitalismo monopolista, la libertad de expresión no es sino mera bagatela de justificación destinada a manufacturar la opinión pública aclamativa.

Cosas de la división del trabajo y de la cartelización financiera del capitalismo. No siempre fue así. No siempre la desconfianza y la lógica del fetichismo de la mercancía, en forma de publicidad, extendieron el reino del valor bajo el imperio de los robber barons a lo Vanderbilt.

Hubo un tiempo en el que al comprar piso lo importante era, además del número de habitaciones, la cantidad de armarios empotrados, promesa de crecimiento de la familia y posibilidad de acumulación, de cierta prosperidad, por así decir.

Hoy, que todo el mundo sale del armario –menos los propietarios y editores de los medios dependientes del capital financiero– y que las casas se edifican sin armarios empotrados, los medios nacionales ocultan su doble vida o principio de determinación: la de los intereses de la oligarquía económica además de la nueva subordinación de las grandes transnacionales del capitalismo de plataformas como Google.

Doble empotramiento que quieren hacernos ver como algo natural, pero nada tan cultural como el sexo, salvo que, como los medios de la COPE, piensen que Dios obra milagros y que la Inmaculada Virgen María, como la supuesta independencia de los medios, es verdad y resulta creíble.

La investigación periodística de El Salto demuestra, sin embargo, exactamente lo contario y explica el porqué de coberturas informativas tan degradantes como la manipulación persistente de los hijos de San Luis y la Santa Alianza durante la crisis de 2008 o la impúdica asunción de la posición de menestrales de las principales figuras del oficio, que es tanto como decir que los Matías Prats y compañía no son otra cosa que anunciantes de seguros que nos imponen la precariedad de más de lo mismo, sea a la hora de justificar la guerra al servicio de la Casa Blanca y la OTAN, ocultar la persecución de quien ose decir la verdad de los crímenes de lesa humanidad (Assange) o como simple voceros del IBEX35 en la aplicación de las medidas de desahucio.

Ellos, que siempre viven por encima de nuestras posibilidades de confianza en una profesión canalla que renuncia a su función social para favorecer los intereses creados de los medios que nos engañan, de los medios infieles, siempre en busca de ser dominados.

Empotrar o ser empotrados, esta es la cuestión, mientras la profesión mira a otra parte y las facultades de Comunicación ni se inmutan o se ponen de perfil. Normal, la forma intelectual de origen plebeyo brilla por su ausencia en un país poblado de mandarines, dada su estructura semifeudal.

La radiografía de Gregorio Morán, con toda su crudeza, es imperante en la academia española y faltan, parafraseando al gran Rafael Chirbes, raznochiñets, intelectuales que vengan de abajo. Ya explicó Raymond Williams lo que ello significa. Les ahorro los detalles. Debo volver a la cuestión vital: empotrar o ser empotrado.

S(TOP)

Share

Nada tan indecente que la impúdica y cínica mentira propagada intencionadamente con ánimo e interés. En un mundo al revés, esta lógica impone a diario la necesidad, desde el periodismo o la academia, de probar lo evidente. Una deriva que da cuenta del malestar cultural en el que nos encontramos cuando la verdad parece un objeto inservible en manos de terraplanistas y encefalogramas planos. No otra cosa es la americanización de nuestro sistema político en el que, como en el imperio británico, uno debe probar su inocencia, demostrar la prueba irrefutable ante burdas tergiversaciones y la continua manipulación de la realidad. Que ello suceda en la sociedad civil es preocupante, pero que además afecte a poderes del Estado como la justicia resulta, cuando menos, alarmante. Casos como el del juez ultra contrario a la libertad de Juana Rivas es sintomático de un franco (úsese el adjetivo con la debida distancia e ironía) deterioro de la justicia en este reino de Dios, en el que conforme al principio de mixtificación solo se encausan a los inocentes y quedan libre de culpa comisionistas, estraperlistas y otros prendas y perlas del lugar como el rey emérito, un oxímoron si pensamos en términos constitucionales de jefatura del Estado. Urge por ello una revisión a profundidad de la carrera judicial, como en el ejército y las fuerzas de seguridad del Estado, trufadas, por ser delicados en el análisis, de neofranquistas sociológicamente incompetentes para el ejercicio que la ley les asigna. No debemos olvidar que toda función pública ha de ser desempeñada por personas con una firme voluntad de servicio y asunción de los principios constitucionales, los propios de la democracia y los Derechos Humanos. La constatación de la recurrente tendencia de jueces que, al amparo de la debida autonomía, fuerzan la ley en función de diversos intereses dominantes, no solo es propio del lawfare, sino que atentan contra la convivencia democrática, contribuyen a una desafección creciente de la ciudadanía y terminan por socavar el propio sistema constitucional. Montesquieu no previó que la división de poderes no es posible cuando la oligarquía económico-financiera se convierte en el verdadero poder fáctico en forma, por ejemplo, de doctrina Botín. La tesis del doble poder de Lenin a Gramsci ilustra de qué hablamos cuando hablamos de justicia en España, un poder anclado en la lógica del Tribunal de Orden Público, cuya función no es otra que perseguir a los opositores al régimen de intereses creados, sea los de la banca, la monarquía o los herederos del régimen. Puede el lector comprender mejor el juego de la justicia leyendo ‘Franquismo SA’ (Akal Editores), del periodista Antonio Maestre. O si observan que el oficio de juez es el más endogámico en España, heredado de padres a hijos. Claro que todas estas evidencias documentales y empíricas, aunque probadas, son rechazadas de plano por Lesmes y compañía.

El orden de la justicia en España es el orden de la negación. Como en el film de Mick Jackson, el poder judicial dominante parece un oficio de cronistas del franquismo negacionista. Negación del poder que les inviste de Franco a Juan Carlos I, negación del poder que encubren en forma de doctrina Botín, renuncia al amparo de derechos fundamentales de ciudadanía, omisión del debido principio de respeto de la presunción de inocencia para terminar, alfa y omega de su juramento hipocrático hipócrita, negando la vida y el derecho a defender sus derechos de la ciudadanía. Hablamos, claro está, de un cuerpo pretoriano al servicio de la oligarquía, una cohorte de palanganeros del capital financiero que declarará inconstitucional la Ley de Memoria Democrática, el debido reconocimiento de los delitos de lesa humanidad de un régimen totalitario, por razones de ley (la de amnistía) cuando se declara no procedente otras normas por acuerdos internacionales, pongamos que con la OMC, o se critica, desde los medios mediatizados, la puesta en cuarentena del principio de prescripción mientras casi la mitad de España sigue abandonada en las cunetas, perseguida y torturada como fue, robada como los bebés, que cuenta en su libro Raquel Rendón, o desaparecida, en vida y en la memoria. Bien sabemos, en fin, que no de otra forma puede funcionar una economía criminal y extractivista, sino a partir de la cobertura de los poderes del Estado, en especial del poder judicial. Es la única garantía para seguir esquilmando los recursos comunes de todos en beneficio de unos pocos asaltarentas del trabajo y del país. Produce sonrojo que, una tras otra, la UE venga enmendando el trabajo sucio de un poder del Estado al servicio de los intereses creados, ostensiblemente patriarcal, clasista, ultramontano y alejado, por completo, de los valores democráticos y el sentir general de la sociedad española. Hoy más que nunca conviene por ello parar y cambiar de rumbo. Es el momento de iniciar una campaña, llamémosla STOP: alerta democrática contra la inquisición y los verdugos del Tribunal de Orden Público. Una cuestión de salud pública. Dicho esto, capaz que si nos movilizamos nos aplican la figura premoderna de desacato. En tiempos de neofeudalismo, y en el país de Fernando VII y Ana Rosa Quintana, todo es posible.