Amigos peligrosos

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Agrega y vencerás, dispersa y divide y lograrás imponerte. El arte de la guerra, probablemente, es uno de los libros más vendidos en Amazon y estamos convencidos de que es el texto de cabecera de los GAFAM –el acrónimo que se refiere a las cinco grandes empresas tecnológicas estadounidenses: Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft– a juzgar por cómo anda la industria periodística en Europa.

La extensión del servicio Google News Showcase en nuestro espacio comunicacional da cuenta de un proyecto, el comunitario, claramente a la deriva, para el que no han faltado los colaboracionistas empeñados en asumir una posición de subalternidad.

Es el caso de grupos regionales de prensa, como Joly, prestos a facilitar el proyecto de dominio americano del flujo y circulación de información. Un error que nos puede costar caro, como la guerra de Ucrania, pues el principio de selección, la opacidad del algoritmo, no es solo un problema de transparencia. Ni siquiera de equilibrio en la estructura de comando informacional.

Estamos, básicamente, ante un dilema económico y político, una decisión que no solo perjudica nuestra industria sino que favorece la lógica concentracionista con la que marginar a medios incómodos, además de convertir las cabeceras europeas en meras franquicias para el agregador. Una suerte de maquilas de la información.

Pero estas razones no han pesado mucho en la decisión final. Tanto la Asociación de Medios de Información (AMI), con Vocento y Unidad Editorial a la cabeza, favorable a una negociación colectiva de derechos, vía CEDRO, como el Club Abierto de Editores (CLABE), hace tiempo que se han rendido al imperio Google.

La división, como consecuencia, entre los editores europeos se va a traducir en la dependencia informativa de España y la UE del coloso americano. La historia se repite, pues, como farsa, antaño con CNN + y hoy con la prensa digital.

En la historia de la comunicación conocemos bien este tipo de maniobras y el resultado final, con las nefastas consecuencias que sufrimos a diario, ya sea en la primera Guerra del Golfo Pérsico o, actualmente, en la guerra de Ucrania.

Hace unos días celebramos los Goya en Sevilla y deberíamos pensar si, de verdad, valoramos nuestro cine, si realmente la Comisión Europea apuesta por la autonomía cultural y la soberanía tecnológica cuando, año tras año, nuestra industria, pese a la Política Audiovisual o el programa Media que hace posible que cine andaluz como Módulo 77 se vea en las pantallas, va perdiendo cuota de pantalla y posiciones ante el arrollador dominio del oligopolio estadounidense.

Ya no están con nosotros los Bertolucci y Godard que inspiraron a las autoridades comunitarias la iniciativa de una política pública para intervenir el mercado audiovisual. Y los retrocesos de la política de comunicación de Bruselas son más que notorios en las dos últimas décadas, mutando de la Directiva sin Fronteras a un brindis al sol contrario a materializar cualquier cambio –por leve que sea– de la estructura de dependencia a la que estamos sometidos.

Resulta, por lo mismo, cuando menos triste observar un panorama desolador en el que empresas como el Grupo Joly y el aragonés Henneo van a pasar a la historia como el caballo de Troya que contribuyó al aterrizaje del imperio de Silicon Valley en nuestro espacio comunicacional. Más que nada porque la operación nos va a salir cara a todos.

Pero la Comisión Europea no ha aprendido la lección. Al imperio Google no se le para con sanciones de 500 millones de euros como en Francia, sino con medidas que avancen en nuestra autonomía. El nuevo Estatuto de Andalucía abunda en esta demanda, pensando en medios y mediaciones propias, de proximidad, pero más de una década después nos siguen contando nuestra realidad desde Madrid o Barcelona cuando no desde Los Ángeles.

Mucho nos tememos que, como en tiempos de falta de cobertura de la radiotelevisión en mi pueblo de Gobernador –la «zona de sombra» en jerga de ingenieros–, termine siendo hoy un tiempo de silencio, un apagón informativo o de tinieblas, un tiempo, en fin, marcado por el imperio Google y el algoritarismo como nueva forma tecnofeudal de restauración conservadora.

Y mira que la Unión Europea (UE) debiera haber escarmentado tras el Brexit, inmerso como está en un proceso de descomposición penoso. Pero parece que prevalece en los eurócratas la pulsión de muerte y la confianza en los enterradores y lobbys rentistas, como la Asociación de Medios de Información (AMI), una entidad tan poco fiable como OK Diario o la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), frente patronal del matonismo que amenaza la libertad de expresión, confundida con la libertad de empresa.

Estos días, por cierto, desde la SIP volvían a reclamar ayudas del Estado. Lo paradójico es que, en su última campaña, afirman su voluntad de servicio público y compromiso con el periodismo y empiezan, he ahí la praxis, por despedir a personal o no contratar periodistas, pues consideran, bien lo sabe el editor de este medio en su calidad de decano del Colegio de Periodistas de Andalucía, que la libertad de prensa pasa por su real voluntad empresarial de libre contratación, estén o no titulados quienes han de ejercer tan noble profesión.

Lógica posición cuando, para ellos, la noticia es solo un señuelo, un «reclamo», como dijo el primer estudioso de la prensa en Europa, que definió un periódico como un aviso publicitario rellenado con información para atraer audiencia.

Es normal que pongan el grito en el cielo cuando hay que regular la publicidad (pese a la lacra de la ludopatía, por ejemplo) o cuando los «roedores marxistas», como nos tildaban en Bruselas, proponemos una ley de publicidad institucional más transparente y ecuánime, evitando la lógica del fondo de reptiles en pleno siglo XXI, ya sea en la Comunidad de Madrid, con la liberticida Ayuso y sus arietes mediáticos a lo Inda, o en la Junta de Andalucía, cuyo Gobierno tiene bien cubiertas las espaldas con el dinero de todos, regando regularmente los medios y los estómagos agradecidos.

En otras palabras, visto lo visto, conviene tomar muy en cuenta lo que está en juego con la agregación de diarios en la red en un contexto de eliminación sistemática de voces críticas. Y no hablamos solo de su eliminación simbólica en la guerra cultural de cero muertos.

En su trabajo Matar a un periodista. El peligroso oficio de informar (Los Libros del Lince, Barcelona, 2010), Terry Gould ya advertía que más del 90 por ciento de los más de mil periodistas asesinados desde 1992 eran periodistas locales y, prácticamente la totalidad de los instigadores –en torno al 95 por ciento– ha evitado la cárcel.

Estamos, en fin, a merced de sociópatas que encarcelan o torturan a Julian Assange, que liquidan toda veleidad informativa en Colombia o procuran capturar toda voz en las cadenas, valga la ambivalencia de la expresión, hegemónicas, tal y como sucede en los propios Estados Unidos, más dados a comprar voluntades, por su origen esclavista, en modo monocultivo de la información gracias a las plantaciones de Silicon Valley.

Para tal labor cuentan con un ejército de predicadores, intelectuales orgánicos del capital, como Mario Vargas Llosa, que no paran de recordarnos que para tener derecho a la existencia y a prosperar los medios deben dar noticias y espectáculos –supongo que ello incluye también la vida de su pichula con Isabelita–; que necesitamos, dice, informaciones con color, con humor y atractivo suficiente para atraer el público, aunque sea mediante la ficción, como en la defensa de la democracia ahora que Pedro Castillo fue preso y el instinto plebeyo se manifiesta en Perú en demanda de derechos fundamentales. Todo en orden, en fin.

Los próceres de El País siempre a lo suyo, defendiendo la Ley Audiovisual como una norma para liberar las parrillas, lo que no es sino una contrarreforma y desregulación en menoscabo del derecho a la comunicación y en favor del duopolio, los anunciantes y los operadores transnacionales del capitalismo de plataformas.

Lo mismo de siempre: la flexiseguridad como garantía del capital contra lo común por medio de la autorregulación de lo que no es suyo, sino de todos, pero que nos venden sin gracia, y con todo lujo de detalles, mostrando el mundo al revés: los intereses creados como universales y los derechos comunes a la comunicación para todos como intereses especiales. No sé si es apropiado llamarles «casta», pero peligrosos AMI(gos) de la democracia sí que son.

Información e instrucción social

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Una concepción amplia del concepto información, acorde con las características de la sociedad contemporánea, no puede ser solo reducida a una visión formalista. La información irrumpe y media la relación entre el medio ambiente y el sistema social, entre sujeto y objeto, entre lo real y lo imaginario, entre la tradición y las explosiones e implosiones culturales, como entre el cerebro y el entorno. Una lectura compleja de estos procesos de mediación social remite, en lógica coherencia, a una visión ecológica de los medios como parte de una perspectiva biocultural, antropológica, del universo social concreto en el que opera el periodismo. Luego, en tanto que sistema complejo, paradójico y azaroso, la sociedad informacional plantea en nuestro tiempo como necesaria una perspectiva de los procesos informativos más contextualizada y vinculante, sobre la que ya hace tiempo apuntan las bases establecidas por el enfoque sistémico y el estudio de la sociocibernética moderna.

En el ámbito más específico de la Teoría de la Información, la perspectiva ecológica de la comunicación social surge a partir de la década de los ochenta como un esfuerzo teórico por comprender los mecanismos de equilibrio y desequilibrio del sistema informativo respecto al entorno social y humano, con vistas a intervenir en la reestructuración adecuada del sistema de medios y tecnologías electrónicas, a partir de las necesidades radicales de la sociedad y la cultura contemporánea y el establecimiento de nuevas bases organizativas y científico-técnicas de la comunicación.

La revolución informativa, culminada en plena década del progomo neoliberal, con la multiplicación de los canales de difusión audiovisual y la informatización de las estructuras y sistemas de organización que modifican significativamente los modos de selección, almacenamiento y transmisión de datos, cuyas consecuencias públicas deben dar lugar a una reflexión sobre los efectos de los nuevos instrumentos tecnológicos de mediación social, marcan en esta línea el inicio de un debate sobre la función social de los medios.

Como advirtiera el profesor Ángel Benito o mejor aún Vicente Romano, el análisis sobre la labor informativa en nuestras sociedades exige una reflexión de calado sobre los desequilibrios y las lagunas, sobre el papel de la innovación y la reproducción cultural, como el sentido de ciertos contenidos simbólicos y los modos de hacer y vivir en común que la ciudadanía despliega en interacción con los canales de información de actualidad.

Pues, por omisión o de forma activa, el periodismo tiene un rol intermediario que performa la acción social, individual y colectivamente. Por lo mismo las asimetrías, desniveles, tensiones y obstáculos del sistema de medios y de los modos de producción informativa en la bifurcación entre las inercias institucionales propias de la racionalidad burocrática y la liberación y explosión de nuevos recursos comunicativos constituyen un problema central como núcleo estratégico en la relación sistema informativo y entorno social.

Quienes nos formamos en la década de los ochenta en el mejor oficio del mundo, como definía el gran Gabo, el periodismo, aprendimos este principio sobre la labor de instrucción pública que acompaña la labor publicitaria de la información. Lo hicimos a partir de grandes maestros como Manuel Vázquez Montalbán, un referente moral e intelectual, un faro iluminador de ventanas y puertas donde airear el tardofranquismo sociológico que todo lo inundaba en forma de liberalismo ramplón o autoritarismo extremo, hoy por cierto, de actualidad, si uno piensa en detalle la coyuntura política, en España.

La ejemplaridad de Vázquez Montalbán era debida a una amplia miríada de méritos empezando por ser un modelo de virtuosismo revolucionario que, pese a hacer gala o elogio de lo anexacto, por la épica del compromiso, no dejaba día tras día de dejar en evidencia los males, como recuerda Rosa Regàs en el prólogo de Cambiar la vida, cambiar la historia, de una praxis periodísticas, digamos por ejemplo el modelo Fox News, donde con demasiada ligereza se confunde la moral con el oscurantismo, la fe con la esclavitud, la patria con el feudo y el consumo compulsivo con la liberación y el progreso mal entendidos.

Decía, no sin razón Marx, que la primera libertad de prensa consiste en no ser una industria y, por lo mismo, toda práctica periodística que cumpla, en esencia, su función social pasa por asumir su rol como un problema cultural, como la mediación para la educación de la ciudadanía, empezando por la decodificación mediática, más aún hoy que vivimos en la era de la burbuja y la doctrina del shock, invadidos por las bases mediáticas del frente ideológico que el oligopolio y monopolio mediático despliega en el capitalismo de plataformas del centro a la periferia del Sistema mundial de información.

En este marco, las multitudes hipnotizadas pueden ser domesticadas a falta de cultura sin sueño. Por ello necesitamos más periodistas tribunos populares, intelectuales orgánicos con pulsión plebeya, humor y las armas de la crítica socialmente necesarias para cumplir con la tarea de educación social, en un sentido gramsciano. Cuando pareciera que, desde 1980 y la restauración conservadora, la función intelectual es inútil y el periodismo militante a lo Rodolfo Walsh no sirve para anclar la experiencia del sujeto de la posmodernidad, más se constata, en este sentido, exactamente lo contrario: la relevancia de una intermediación productiva, a partir del quiebre y diagnóstico de lo real confabulando dispositivos emancipadores para liberarnos de la asfixia y el colapso tecnológico.

Frente al tecnocratismo y la opinión servil de los opinadores de la nada, el periodismo a lo Vázquez Montalbán nos demuestra que una intervención partisana es posible necesaria, una cultura periodística perturbadora, que piensa y apunta, que describe y moviliza, que educa y enriquece, que nos hace sonreir y soñar. Se trata, en definitiva, de afirmar el necesario compromiso histórico que debe trascender la idea conservadora de Raymond Aron del intelectual como “espectador comprometido”, máxime cuando la Sociedad del Espectáculo en la que vivimos depende, para su lógica de explotación y subsunción total por el capital, del conocimiento y la capacidad de producción intensiva de la ciencia y la tecnología, involucrando a científicos, tecnólogos y trabajadores de la cultura en el proceso de apropiación privada de la inteligencia colectiva a partir, justamente, de la función publicitaria de la prensa.

Frente a la actual lógica de devastación y anulación de la potencia creativa de la ciudadanía, de la cultura pública, una praxis periodística comprometida con los retos de nuestro tiempo, ecológicamente hablando, es una existencia res-ponsable, una vida que sabe decir NO, que es contestataria, que aprende a vivir en la negación de la totalidad, en la permanente defensa de la vida cuando la vida – en palabras de Foucault – se ha vuelto hoy objeto del poder, y más que nunca se torna necesario el empeño utópico colectivo de trascender solidariamente la criminal realidad en otros mundos posibles y habitables a partir del propio esfuerzo, puesto que, como enseñara Castoriadis, no es posible proyecto alguno de transformación social sin vincularlo al ejercicio de autodisciplina que entraña la autorreflexividad y el afán de superación. Como del mismo modo, no es posible construir democracia sin trabajar democráticamente, ni enseñar la comunicación sin comunicar las diferentes formas de pensamiento y enseñanza de la mediación. En otras palabras: información es instrucción pública.

Hoy no es posible pensar la cohesión y reproducción social sin tomar en consideración la función mediadora del Periodismo. Vivimos en la era de la información, y los medios y profesionales de la información periodística tienen una función publicitaria crucial en nuestras sociedades que determina y configura, como hemos dicho, el espacio público. La primera condición indispensable para que se produzca cualquier cambio social en el conjunto de la sociedad, y por lo tanto se adopten determinados comportamientos, pasa por la conformación de percepciones y estructuras cognitivas, esto es, los adoptantes de ese cambio social que se reclama deben ser conscientes de lo que se les propone, para, en una segunda fase, pasar a adoptar, en sus acciones, comportamientos o conductas adecuados, nuevos valores y actitudes necesarios.

Y en este punto la labor periodística resulta esencial en tanto que estos profesionales son los transmisores de los objetivos que se pretenden lograr desde la organización y reproducción social, por ejemplo si pensamos la Agenda 2030. Pero la conciencia de esta función matriz no acompaña a la praxis hoy hegemónica en la mayoría de los medios, de ahí la crisis sistémica de la prensa.

Desde finales del siglo XX, la actividad informativa vive una etapa de transición en medio de un debate público que apunta la necesidad de una renovación de planteamientos en virtud de las necesidades reales de las audiencias y al actual contexto complejo de diversificación social que viven sociedades como la estadounidense donde en los años noventa se comienza a plantear serias dudas sobre la calidad de la cobertura y actividad informativa de los medios.

Las críticas que marcaron el origen del denominado Periodismo Cívico irrumpieron en el ámbito profesional de Estados Unidos como resultado de una pésima cobertura de la campaña electoral en la elección del presidente George Bush padre. El elevado abstencionismo y la crisis de credibilidad de las empresas periodísticas por el tipo de cobertura dieron paso a un diagnóstico incisivo sobre las condiciones de producción informativa y, en última instancia, se tradujo en una crítica sobre la naturaleza y sentido de la actividad periodística encaminada a repensar radicalmente la responsabilidad pública de los medios y mediadores en la democracia moderna en favor de un periodismo de calidad, y más allá aún:

– Una nueva ética y deontología informativa inspirada en una nueva cultura ciudadana, en un nuevo compromiso y responsabilidad social de los informadores en su función de servicio público.
– Una política de tematización abierta y participativa, vinculando a la población, a las organizaciones no gubernamentales y poderes públicos e instituciones privadas en la construcción del espacio público local.
– Una cultura informativa compleja frente a la búsqueda de lo noticioso, priorizando la difusión de lo relevante socialmente.
– Un modo de producción informacional reflexiva, consciente de las limitaciones estructurales, evaluadora y crítica con las fuentes, metódicamente constante y rigurosamente científica en la investigación documental.

De acuerdo a esta nueva filosofía, la producción informativa debiera asumir hoy una función formadora de ciudadanía como un compromiso por contribuir a la convivencia social. En palabras de Rosa María Alfaro, esta nueva forma de mediación toma en cuenta la importancia de lo común, de lo que es construcción de acuerdos, de la creación de redes, espacios y comportamientos de solidaridad, en la conformación de esferas públicas. A esta nueva concepción, se ha denominado en Estados Unidos, como hemos dicho, Periodismo Cívico, pero en América Latina, data de más de cinco décadas y fue bautizado con el nombre de Periodismo Popular o Periodismo Comunitario. Más allá de las definiciones al uso, lo interesante es que estas experiencias originales presuponen un proceso de aggiornamento y reformulación de la función pública informativa en una sociedad afectada por la anomia, la insolidaridad y el individualismo posesivo. Esta nueva forma de organización periodística representa, en otras palabras, un giro de ciento ochenta grados al plantear la necesidad de:

  1. Una agenda temática del espacio público ajustada a los problemas sociales a nivel estructural.
  2. La participación de la ciudadanía en el debate público mediado por las industrias de la información.

Desde el punto de vista periodístico, diríamos, que se trataba de pasar de un periodismo noticioso a un periodismo de contextualización, del periódico mosaico (o la cultura informativa mosaico, según la oportuna expresión de Abraham Moles) a la información de calidad y en profundidad, concebida la comunicación periodística como comprensión e intervención en la realidad. Una precisamente de las notas distintivas del periodismo comunitario que surgió en regiones como América Latina durante la década de los años setenta es la idea de la actividad periodística como un compromiso con la transformación social, como una mediación articulada socialmente que transforma al periodista en comunicador social, en dinamizador cultural y promotor de la participación pública frente a los problemas de pobreza, subdesarrollo y marginación que atenazan a la sociedad, a diferencia de la mirada impasible del periodista objetivo, distante y aislado de los problemas estructurales del mundo en el que vive. En esta nueva concepción de los informadores, más que un publicista, o periodista locutor, el profesional es considerado un agente social, aquel que primeramente es capaz de promover y potenciar la articulación comunitaria, sea por vía de las instituciones (desde prefecturas, órganos municipales y organizaciones no gubernamentales), o sea también por medio de evocación de una comunidad determinada.

Las hipótesis de partida de esta lógica periodística parte de tres principios básicos:

  1. La aspiración a una vida pública próspera y saludable está en el origen de la función periodística.
  2. La separación de los medios y la política de la vida pública es un problema para la comunicación.
  3. La vida pública como está organizada limita la participación ciudadana. El periodismo debe contribuir a consolidar la democracia deliberativa próxima a los ciudadanos y problemas colectivos de la comunidad.

La lógica de servicio público plantea a este respecto un reto estratégico para la mediación informativa: la estructuración comunitaria y la contribución de los informadores a la integración y al desarrollo social equilibrado. Desde este punto de vista, la comunicación pública debe atender al menos las siguientes consideraciones:

  1. Las necesidades sociales (educación, expresión, vivienda, salud, medios de reproducción en general).
  2. El cambio de horizontes y prospectiva social.
  3. El pluralismo ideológico, cultural, político-social y geográfico.
  4. El desarrollo de las identidades singulares.
  5. El diálogo público y la ética ciudadana.
  6. La articulación de redes sociales solidarias para una cultura cívica responsable con la comunidad.

En la experiencia de Estados Unidos, Rosen define, en la misma línea, el Periodismo Cívico no como una ruptura sino como una renovación de discursos, actividades y lógicas de articulación social. Se trata de complicar el diálogo social ampliando los espacios de reflexividad más allá de la división del trabajo informativo entre emisores y receptores. En esta tarea, los profesionales de la información y sus organizaciones deben redefinir sus luchas por la visibilidad “construyendo otras imágenes y formas de rearticulación del espacio público”, apostando por redes locales, radicalmente descentralizadas por barrios, y comprometidas en procesos globales de democratización y desarrollo social. A partir de los colectivos locales, organizados autónomamente, pero coordinados en red, se trata de maximizar la creatividad cultural y la producción de conocimiento según la regla C3A: COMUNICACIÓN; COLABORACIÓN, COORDINACIÓN Y ACCIÓN SOCIAL SOLIDARIA. De acuerdo con estos principios, el cometido del periodismo debe ser mediar y articular socialmente la información política y las necesidades populares en la agenda de los medios a partir de nuevas fuentes de información, de una clara y decidida vocación de servicio público y de la necesaria apertura de los medios al diálogo entre diferentes actores y colectivos sociales. En definitiva, hay que concebir la actividad informativa como un esfuerzo permanente por articular redes comunitarias, nuevas formas de tematización y producción social, según un proceso básico de apertura dialógica en tres etapas:

  1. Mediante la apertura de nuevos temas en el espacio público, abriendo el espacio local a una reflexión colectiva que permita la identificación de los actores adecuados para el tratamiento de las problemáticas de interés común.
  2. Con la discusión de los principales aspectos del problema de interés comunitario aportando informes y recuperando los testimonios necesarios para confrontar diversas perspectivas y comprender el problema.
  3. Y finalmente, promoviendo la participación ciudadana en la resolución del objeto de discusión, tras una labor de investigación periodística, en la que los medios han de tratar de definir las conclusiones y alternativas posibles.

La principal dificultad de este tipo de mediación periodística es mediar entre el territorio local, o regional, la comunidad y los grupos y actores individuales y colectivos que tejen la identidad de la esfera pública en la que tiene lugar la mediación informativa, involucrando diversos agentes, tradicionalmente excluidos del proceso de integración social y del desarrollo comunitario, como la Universidad. Pero, como apuntamos, domina en la estructura real de la información la lógica contraria a esta forma de intermediación, proliferando la sinrazón del modo de producción autista en el que el orden del discurso de la postverdad reproduce por sistema el negacionismo: negación de la prueba y evidencia empírica, del reino de la razón contra la barbarie, de la vida contra el fascismo de los buitres de Wall Street y los macarras de la moral del Tea Party y los escuadrones de la muerte al servicio del orden global. Hoy que los periodistas de Panamá Papers fueron reconocidos con el Pulitzer, replicando la geopolítica colonial en la selectiva cobertura de la opacidad financiera, pensar el periodismo como garante de la veracidad significa asumir que tal lógica es la causa de una irremediable crisis de identidad de la prensa. Por ello, del mismo modo que el dicho la bolsa o la vida nos sitúa ante la contradicción de la afirmación de la existencia real y concreta contra la lógica especulativa del capital, confrontar hoy el periodismo con las prácticas manipuladoras del modelo de propaganda descrito por Chomsky y Herman pasa por asumir cinco lecciones básicas:

  1. La acumulación por desposesión exige la máxima opacidad posible. El proceso de expansión del Capital Financiero requiere a tal fin un periodismo de investigación sumiso.
  2. La cobertura periodística de los medios mainstream reproduce el sesgo que hace posible el limitado alcance del periodismo de revelación pues renuncian a reconocer que la primera libertad de prensa consiste justamente en no ser una industria (Marx dixit).
  3. La coalición de intereses entre capital financiero y crimen organizado se basa en el dominio del secreto gracias a la cooptación de los directivos y editores de medios, beneficiarios directos de la lógica imperante de valor según la cual uno vale por lo que conoce y calla, en perjuicio, claro está, de los sectores populares.
  4. Los casos WikiLeaks y Snowden dan cuenta no obstante de la emergencia de una nueva práctica informativa que, en sí misma, no garantiza la mejora de la cobertura de los medios dominantes, pero que al menos demuestra la posibilidad de otra forma de producción.
  5. La opacidad de los grandes capitales sigue ajena mientras tanto al escrutinio de la prensa, supuestamente libre, imperando una reproducción, como en el flujo de la información internacional, del Norte al Sur y de arriba hacia abajo.

La democracia digital, que carcome el orden e imaginario decimonónico liberal, exige por lo mismo, necesariamente, repensar un concepto de libertad de expresión que trascienda las nociones dominantes de free flow information. Esta tarea es, sin duda alguna, estratégica. Actualmente, en las redacciones, falta corazón e inteligencia, como también memoria, una facultad cognitiva directamente conectada con el pensamiento crítico y la creatividad. En la regeneración democrática del periodismo, urge volver a las fuentes, cultivar la crónica y el background, elementos paulatinamente relegados por el dominio de la información de gabinete adulterada. Frente al modelo fordista de producción de información basura, reivindicar la cultura o espíritu hacker como virtud de los comunes, como ejercicio deontológico de la compasión, como la pasión, en fin, compartida, ahora que falta corazón y músculo en el periodismo, se ha vuelto por lo mismo una demanda perentoria que, se ha demostrado, tiene el refrendo del público en lo que algunos denominan periodismo reposado, narrativo o artesanal. Si como decía Debord, y hoy replica Bifo, la cultura videogame, en esta era del disimulo y la mímesis estéril de la representación como dominio, es propia de una lógica imperial cuyo principal resultado es la imposición de una cultura sedada, impávida y amedrentada, que nos convierte en ilotas o esclavos de la maquinaria de guerra del capital, hoy más que nunca sabemos, más allá de las versiones prefabricadas sobre Siria o Venezuela, que otro Periodismo Real Ya es posible.

La racionalidad de la infoxicación en la que estamos inmersos contrasta con el proceso de transición en el que cada día es más evidente la necesidad de recuperar la comunicación de forma mancomunada, construir un nuevo imaginario y una narrativa del cambio social participado y plural. Este proceso no tiene traslación, desde luego, con el descrédito que hoy vive la profesión, que, de acuerdo a los sondeos del CIS, por poner el ejemplo de España, tiene una aceptación y reconocimiento mínimos. La crisis de confianza que vive el periodismo cobra mayor relieve cuando hacemos memoria histórica y recuperamos del baúl de los recuerdos páginas brillantes y heroicas sobre cómo transgredir la censura e informar con criterio, confianza y voluntad de servicio público. Lo contrario a una agenda que rompe, fija y, como reza la Real Academia, da esplendor es lo que vivimos en nuestros días con la inercia autista de un periodismo que hace válida la profecía que se reproduce en medio del control oligopólico del sector y el sometimiento al capital financiero. Pese al pesimismo hoy reinante en la profesión, algunos estamos convencidos que aún es posible corregir tales inercias. Todavía podemos abrir un espacio común para formar, informar y fortalecer la autodeterminación de la ciudadanía, como en parte han hecho iniciativas del tipo periodismo humano. Pero para ello es preciso que se dé cuando menos una condición: la voluntad política de los profesionales, pues son ellos quienes tienen la primera palabra, y desde luego –recordemos– no la última. La cuestión es si el campo profesional está dispuesto a tomar el testigo o si ya aceptaron definitivamente la derrota del oficio. Sea cual fuere el resultado a dirimir a este respecto, es evidente, para el caso, que el futuro de la información pasa por articular los puentes de diálogo con la ciudadanía, con medios y mediadores conectados, imbricados socialmente, con las puertas abiertas a ‘todos’ y a ‘todas’. No otra cosa es la democracia y la razón de ser del periodismo. Recordemos, parafraseando al bueno de Kapuscinski: no hay mejor pasión que la compartida y la compasiva. Sabemos que el pensamiento, como el deseo, es, por definición, una práctica arriesgada; pero solo asumiendo este riesgo, la humanidad podrá caminar por las alamedas de la libertad de un periodismo de los bienes comunes en tiempos de falsificaciones y construcción del sentido común a lo Trump.

Más allá de la reedición de la historia como farsa, los acontecimientos en curso como la invasion del Capitolio en la era Murdoch apuntan la necesidad de abordar cuestiones sustantivas sobre el decir (información) y el hacer (acción política) en tiempos de libre comercio. Primero porque socava las bases de toda posible convivencia democrática, y segundo porque el conflicto, la guerra económica y social, anula toda posibilidad de mediación, instaurando la violencia como salida a la crisis. Como advierte David Harvey, el capitalismo del siglo XXI parece estar tejiendo una red de restricciones en las que los rentistas, los magnates de los medios de comunicación y, sobre todo, los grandes financieros exprimen despiadadamente el flujo vital productivo, la riqueza social general, en función de sus propios intereses recurriendo a fórmulas virtuales y físicas de extensión del terror. En este escenario, al tiempo que se precariza la autonomía del sector de la comunicación, los Estados-nación ven cercados sus dispositivos de regulación por una cobertura espectacular de la crisis que naturaliza el Estado Nacional de Excepción Permanente. De acuerdo a esta lógica devastadora y liquidacionista de la destrucción creativa, el papel de los medios como intermediarios adquiere una función nuclear que ha de ser pensada desde una perspectiva histórica crítica. De la era Reagan a las proclamas parafascistas de la Fox, pasando por la doctrina del shock de los Chicago Boys en Chile, es posible rastrear una historia oculta, un hilo rojo y lógica de dominio, eludida y apenas representada por la academia y la opinión pública, con la que comprender el papel estratégico de la mediación espectacular en la actual cobertura de la crisis financiera internacional, un proceso que tiene su génesis en la progresiva mercantilización de la industria periodística y la paulatina dependencia del capital financiero internacional, por las que hoy se anula toda posibilidad de pluralismo ideológico y diversidad editorial en el tratamiento de las alternativas de salida del círculo vicioso implementado por los amos del mundo y de la información. En esta operación, el discurso informativo es un discurso terrorista. De manera que la construcción noticiosa del pánico moral de las multitudes valida la hipótesis de Klein sobre la doctrina del shock como pérdida de sensibilidad y conciencia de la situación real vivida. Ello es posible porque existe un estricto control de las fuentes de referencia y los paisajes mediáticos. Apenas por poner un ejemplo tres grandes medios (Reuters, Wall Street Journal y Financial Times) controlan el 80% del flujo de la información especializada a nivel mundial. Así, cuando observamos la cobertura de la crisis económica, hay que preguntarse quién está controlando los mercados, qué sentido tiene el proceso de especulación y cuál es la conexión e intereses compartidos de los grandes medios que marcan la agenda económica internacional con los beneficiarios del proceso de especulación.

Los tiempos en el que la informatización y el gobierno telemático del flujo acelerado de capitales se ha impuesto en el desarrollo de las finanzas nos sitúan ante la necesidad de abordar, más pronto que tarde, reflexivamente, la gestión del riesgo y las inversiones especulativas, el problema, en suma, de la democracia especialmente en el momento, por ejemplo, que se visibiliza con violencia el proceso de desmontaje y apropiación de las reglas del juego por un selecto grupo de conspiradores contra el Estado y los bienes comunes. Por ello, en el volumen “Capitalismo Financiero y Comunicación” cuestionamos los núcleos de fantasía correlativos a la dinámica financiera y el papel de la información como vector de desposesión y violencia simbólica contra las clases subalternas. La hipótesis de partida, en un libro inédito por ausencia de estudios en la materia, es irrefutable: la gobernanza de la información económica y el respeto a los derechos sociales exigen, a nuestro modesto entender, otra Ecología Mediática, basada en el control de fuentes y flujos de información, de regulación de los tiempos y actividades bursátiles, de regulación del periodismo económico ante la ineficacia y criminal abuso de la praxis de las élites periodísticas y sus interesados benefactores. Pero dada la complejidad del sistema global de comunicación esta regulación sólo es posible a nivel de organismos internacionales como la UNESCO y el sistema de Naciones Unidas, que en las últimas décadas ha dejado de manifiesto la nula voluntad de intervención ante peligrosas situaciones de concentración y falta de pluralismo. Deberá ser, como en España, la sociedad civil organizada, las multitudes y movimientos sociales, quienes rescaten, contra el muro de Wall Street, el sistema mediático del modelo imperial de terror que nos amenaza, si queremos, de verdad, hacer efectivo un Periodismo Real y Democrático en estos tiempos de propaganda y desinformación.

De la Declaración y Principios Fundamentales de la UNESCO (1978) y el Pacto de Derechos Civiles y Políticos de Naciones Unidas (1966) a la Declaración de Principios sobre Libertad de Expresión aprobada por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (2001), el corpus normativo que regula la profesión periodística, aún sin ser vasto, establece claras bases deontológicas de la función social informativa. Otra cosa es la praxis de la libertad de prensa. El imperativo categórico de autonomía, la libertad con responsabilidad social de informadores e instituciones mediáticas, sigue no obstante siendo una tarea pendiente sin la que es posible pensar un habitar, morada o refugio, digno de ser llamado como tal. Y en ello la academia tiene un compromiso por cumplir, dada la ausencia, criticada hace una década por McQuail, de teoría normativa en la investigación y, yo añadiría, desde luego, en la enseñanza, en lo inmediato, tanto como en lo mediato de las políticas públicas en la materia.

En un escenario de crisis de representación y privatización de lo público, de crisis del capitalismo y de los mediadores, de la profesión periodística sobremanera, cabe, como siempre a contrapelo de la historia, pensar, en lo concreto, qué tipo de comunicación, qué periodismo y formas de organización informativa son necesarias para la regeneración democrática. Y cuando nos proponemos tal tarea llama la atención la escasa literatura disponible que trascienda la crítica negativa para una construcción de universos posibles que imaginar a este respecto. Así, por ejemplo, en nuestro campo académico brilla por su ausencia los aportes y debates sobre figuras como los Consejos Informativos, las defensorías del telespectador, y menos aún, pese al derecho de acceso reconocido en los marcos normativos de algunos países, contribuciones conceptuales sobre los Consejos de Participación Ciudadana o la necesidad de un Consejo Estatal de Medios Audiovisuales. De lo macro a lo micro, la crítica y la protesta sobre el quehacer de los medios no se ve complementada, en fin, por la dignidad de la propuesta instituyente, ante la indignidad del antiperiodismo que nos interpela y concierne para, como defiende Pascual Serrano, construir medios democráticos. Al tiempo, en otros países como México o Estados Unidos, la proliferación de protocolos de calidad y control ético contrastan, por otra parte, con la extrema degradación del ecosistema informativo, dejando en evidencia que el problema, en este punto, no es, básicamente, una cuestión de métodos ni técnicas de control de calidad sino, más bien, por el contrario, de episteme y sentido de la mediación social. En otras palabras, el espectro de cuestiones a abordar por la teoría normativa es hoy por hoy mucho más amplio que lo que suponemos a priori, y más urgente de la coyuntura de actualidad, si pensamos el contexto de turbulencias que estamos viviendo.

Tómese en consideración, además de la escena vivida en Washington protagonizada por la extrema derecha, que la deriva actual apunta en otra dirección si analizamos lo acaecido en el golpe de Estado en Brasil que apartara de la presidencia a Dilma Rousseff y que, por acción del golpismo mediático, tuvo preso político al Presidente Lula, siguiendo la escaleta planificada por el grupo GLOBO, que históricamente, en la misma línea de otros medios de la región como Mercurio en Chile, o ABC en España, se han distinguido por justificar e incluso promover la violación sistemática de los Derechos Humanos. Este proceder en modo alguno debe considerarse excepcional. Obedece más bien a una lógica institucional que cabe impugnar por principio en defensa de la democracia. El estudio del profesor Fernando CASADO titulado “ANTIPERIODISTAS. Confesiones de las agresiones mediáticas contra Venezuela” (Akal, Madrid, 2015) confirma las tesis que aquí venimos sosteniendo. En un acto que organizamos con movimientos sociales de Bolivia a propósito de los Golpes Mediáticos, tuve a bien insistir en la ausencia de garantías democráticas para una ecología informativa digna, entre otras razones porque no hay instancias sancionadoras que velen por el interés público. De ahí la pertinencia de la Organización Internacional de Corregulación de Medios (OICM) en un mundo cosmopolita de redes distribuidas de información y conocimiento. Pero no solo. Es preciso repensar la Economía Social de la Comunicación y hacer realizable el ethos de una comunalidad verdaderamente humana. En un tiempo de imposición del panóptico digital, la libertad y la autonomía social de lo procomún, de Hannath Arendt a Elinor Ostrom, de la ética a la ecología de vida, nos obliga moralmente a pensar ejes problemáticos que hoy por hoy, pese al histórico abandono, resultan a todas luces retos sustanciales a efecto de los derechos de la ciudadanía.

De la experiencia histórica reciente, de Caracas a Madrid, pasando por Brasilia o La Paz, dos lecciones caben aprender de la ausencia de fiscalización pública de los medios periodísticos. Primero, de acuerdo con Luis Tapia, la autonomía, la verdadera independencia, no la fingida de grupos poderosos como Televisa, exige desplegar toda la potencia cognitiva y de creación a partir de las propias capacidades ético-intelectuales en un horizonte, fundamentalmente, de intersubjetividad plural y abierta. Segundo, no es posible regeneración democrática sin revolución ética y política, sin transformación del marco normativo, de la mediación periodística. Todo atento analista sobre las mediaciones del periodismo sabe que, estructuralmente, existe un conflicto permanente entre propiedad de los medios, bienes comunes y reconocimiento cultural de la realidad referenciada por los informadores. Esta disfuncionalidad es evidente en procesos como los vividos en Brasil o Estados Unidos y explican retrocesos democráticos como los vividos en Ecuador y Perú. En Chile, por ejemplo, cerrar el capítulo nefasto de la Dictadura de Pinochet exige un proceso constituyente y, al tiempo, una reforma del sistema de medios que no excluya a la mayoría de chilenos y al pueblo mapuche. En definitiva, necesitamos otro marco de convivencia y sabemos que OTRA INFORMACIÓN ES POSIBLE, UNA ÉTICA DE LA COMUNICACIÓN ES PERTINENTE Y NECESARIA. UNA COMUNICACIÓN DE MÚLTIPLES MUNDOS EN EL QUE QUEPAN OTROS MUCHOS MUNDOS ES VIABLE. La cuestión es revolucionar nuestro modo de pensar y producir la mediación social. Educar para transformar, transformar para educar en otro marco normativo de referencia. Aquí y ahora. Esta es la exigencia mayor de nuestro tiempo y la razón de ser del Principio Esperanza que ha de habitar el campo de la Comunicología como Ciencia de lo Común, si no queremos sufrir la violencia simbólica de los Antiperiodistas.

La información de actualidad (hic et nunc) ha perdido su sentido como, en parte, dicho sea de paso, los periodistas han olvidado la razón de ser de su oficio. En la era del NET MERCATOR, viven de hecho en medio de una crisis sin conciencia de los problemas reales que han de enfrentar los nuevos procesos de mediación, ni asumir la autocrítica necesaria inmersos como están en el fetichismo tecnológico y las fantasías electrónicas que han alimentado como fábrica de sueños la profesión y la propia cultura de masas. De modo que parece inevitable que se imponga la máxima de más información igual a menos cultura, con el riesgo añadido, del todo real, a juzgar por cómo consideran la profesión, de terminar eliminando al mensajero, básicamente por defecto u omisión. Y esta no deja de ser una paradoja de la mediación informativa en un momento en el que los medios y la información son centrales en la dialéctica de representación y proyección performativa de producción de la diferencia de nuestra modernidad líquida o, depende como se mire, más bien licuada. En definitiva, vivimos una irremediable crisis de confianza en los medios y los informadores. Junto a responsables públicos, uno de los oficios más denostados y desnortados a nivel linternacional. No ha de sorprendernos por tanto, existiendo como existen personajes como Rupert Murdoch, que se vuelva a discutir por qué estamos como estamos cuando hay quien afirma, no sin razón, que el único medio serio de este universo del estercolero es el libro y el periodismo comic a lo Joe Sacco. El fundamento de tal afirmación se justifica con la evidencia de que el resultado de tal dinámica es que la desinformación se ha convertido en el talón de Aquiles de la democracia liberal. Por ello, la verdad es revolucionaria. Pero cómo conseguiremos avanzar en un ecosistema informativo tan tóxico y nocivo. Sabemos que hay iniciativas pioneras como Slashdt, Wikinews o OhMyNews que tratan de revolucionar el oficio, ilustrando que el futuro del periodismo será como PERISCOPE, un medio interfaz de 360 grados o no será. Ello exigiría, en principio, asumir la movilidad radical, la convergencia y la multimedialidad. Pero la deriva del oficio no parece percibir que el viejo periodismo ha muerto. La espiral del simulacro y del silencio o, en verdad, la estrategia del disimulo actúa por una suerte de mímesis estéril, medias verdades, infundadas prudencias y estereotipia decadentista de un orden que ya no reina ni logra conectar con los públicos que huyen hastiados de tanta banalidad e irrelevancia. Basta con analizar la escaleta de CNN para confirmar que el oficio ha perdido el rumbo y, en el caso de los seguidores de Ciudadano Kane, hasta la vergüenza.

En este horizonte del desperdicio de la experiencia, la falta de ilusión reinante entre los profesionales de la información es la negación de la libertad, el reverso de la noticia como ausencia de pedagogía democrática, el réquiem del ágora como esfera pública pública, en el sentido de Castoriadis. Y ya sabemos que sin isegoría no hay justificación alguna para escuchar el parte de guerra, salvo como simulacro, algo ya reiterativo en los medios de referencia dominante. El problema de la lógica espectral es que terminaremos todos siendo medio zombies. Como rezaba una viñeta de El Roto, tanta actividad virtual terminará por convertirnos en fantasmas. Seremos lo que ya somos, espectros de una vida no digna de ser vivida, gracias en buena medida a una información basura de tan baja calidad que hasta las fake news resultan más entretenidas y creíbles. Lo contrario a este modo instituido de concebir la comunicación es procurer un proceso instituyente para un periodismo de porvenir, cultivando el arte y oficio que muestra la belleza de la épica, del periodismo comprometido, del periodismo reposado, del buen hacer cuando el registro de la actualidad es anatomía de la realidad, y proyección.

Sabemos que la Periodistica no es una ciencia predictiva sino prescriptiva, pero también al tiempo es imprescindible considerer su dimension proyectiva en la dialéctica entre memoria y deseo, pasado y futuro, historia y vida, que se ha manifestado en el binomio revolucionario generacional Marat/Sade, de cambiar la historia y cambiar la vida. El compromiso con la historia, con la realidad social, con la tribu, con la memoria individual y colectiva, que se traduce en la necesidad de comunicar, de intervenir en la realidad, de dar voz, de servir de escriba de la realidad y también de dar una respueta crítica e imaginar otra realidad posible, nos emplaza a redefinir los enclaves de actuación.En otras palabras, la lógica social del compromiso periodístico no puede ser otra cosa, fundamentalmente, que decisión de implicarse, de complicarse la vida, de ser cómplices de la lucha por otro futuro, de defender radicalmente la dignidad y la vida humana, tratando en todo momento de realizar la coherencia de los dichos y los hechos, de la teoría y la práctica, del pensamiento y la acción, entendiendo el compromiso como una cultura de la responsabilidad civil, de la radical política de la dialogía, frente a la privación del espacio y la palabra que se teje con las redes de la mixtificación y el fatalismo de la realpolitik.

De la profundidad y radical reorientación de esta lógica de la mediación periodística dependerá ni más ni menos que el futuro de la humanidad, el proyecto en fin del compromiso solidario urbi et orbi. Un proyecto histórico que día a día reclama de los medios un enfoque de la agenda informativa PLURAL Y DINÁMICO, CÓMPLICE Y DIALÓGICO, COMPROMETIDO y TRANSFORMADOR. Una cultura mediática, en suma, a la altura de la era Internet, apropiada para la cultura de la red, de la lógica del don: de un espacio público compartido que hoy más que nunca se nos manifiesta DIVERSO, INCLUYENTE, COMPLEJO y COMÚN. Un espacio sin fronteras, ni papeles, como la vida misma.