Dura lex, sed lex

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Decía Pepe Mujica que la vida nos enseña que siempre se puede estar peor. “La realidad social puede ser injusta y llena de desigualdades, pero hay que luchar por la democracia. Vale la pena. A pesar de todos los pesares. No se puede ser neutral. Estamos en plena revolución tecnológica que hace posible entrar y controlar la conciencia de las grandes masas. Ninguna dictadura en la historia de la humanidad ha tenido esos recursos. Hoy sabemos que esto existe y todos nos debemos comprometer, pues la batalla por la democracia está lejos del fin. Tengo esperanza en el ser humano. Cuidemos la democracia”.  El consejo es del todo pertinente. Haríamos bien en tomar al pie de la letra la advertencia del viejo líder del Frente Amplio uruguayo hoy que la democracia vive amenazada por la ultraderecha y los magnates del capitalismo de plataformas.

El principio de la publicística “luz y taquígrafos” es contrario al ruido y las interferencias. Luego hay que procurar evitar la lógica del escuadrismo contrario a este principio. La ilustración oscura es un oxímoron. El exabrupto y la barbaridad es propio del género de la astracanada, una representación de opereta de mala calidad que oculta los intereses en juego, el muro de Wall Street al servicio del cual están los agitadores violentos de la ultraderecha, figuras del antiperiodismo que invaden el Congreso con el fin de violentar el decoro y la convivencia y hacer del espectáculo grabado una caja suculenta a golpe de clickbait. Todo ello en el marco de la impunidad y de la agenda oculta de la ultraderecha destituyente que ataca sistemáticamente nuestro sistema de representación. La reforma del Reglamento del Congreso responde a una necesidad sobrevenida ante la gravedad de las actuaciones del escuadrismo mediático en defensa de la profesión y colectivos como la Asociación de Periodistas Parlamentarios que sufren a diario la violencia de la vanguardia de la ilustración oscura.

Decía Jesús Ibáñez que la lógica de captura de las clases dominantes en este país siempre opera con opacidad. La caja negra es la lectura normalizada que comparten cuando hablan del principio democrático de luz y taquígrafos consustancial al parlamentarismo. Y, por ello, al igual que Ellon Musk, no quieren norma alguna que delimite su acción arbitraria. Las leyes las definen ellos. Pero sabemos que sin norma impera el abuso de quien tiene el poder de decir y hacer sin límite alguno, una anomalía por cierto en el contexto europeo, si se hace un análisis comparado. Urge por ello acometer esta asignatura pendiente de la democracia y abrir el debate en la esfera pública sobre el papel de los medios y las mediatizaciones que experimenta nuestro sistema político, con más falencias que potencialidades, desde el punto de vista de la calidad y del debido pluralismo interno. Tiempo pues de vindicar la ejemplaridad y cualificación de la democracia deliberativa. Por principio, todo representante público, y todo mediador, los profesionales de la prensa en particular, han de defender el interés público y cultivar la virtud y ejemplaridad propia de servidores públicos. Desde este punto de vista, la cortesía parlamentaria no es otra cosa que la traslación del imperativo categórico kantiano en el funcionamiento de la cámara.

La democracia es convivencia y el juego de mayorías y minorías, con respeto al pluralismo, siempre desde la educación y la atención al otro. Democracia casa mal con delación, señalamientos y formas de hacer y decir que violentan principios constitucionales elementales y el propio reglamento de la cámara sobre decoro y respeto a la palabra. En el caso de algunos medios y supuestos periodistas que operan en el Congreso lo menos grave que se puede decir es que han incumplido la debida cortesía como norma de comportamiento, abusando de su posición privilegiada para generar impactos rentables mediante la provocación, a lo Trump, en una manifiesta conducta de mala praxis deontológica, denunciada incluso por la FAPE. En el trasfondo de esta deriva, persiste una cultura de la impunidad que ha traspasado los límites de lo razonable. Todas las fuerzas parlamentarias hemos sido claros y unánimes en esta apreciación, salvo PP y VOX, la Santa Alianza ultramontana, que confunde libertad de expresión, con arbitrariedad, derecho de la libertad de prensa con la infoxicación y la mentira, y autonomía de los medios con concentración de las empresas periodísticas aliadas a sus intereses. En definitiva, defienden, dicho irónicamente, un solo mundo, y una única voz, la de ellos, aunque sea disonante y desafine. No son afectados, como es evidente, por estas actuaciones irregulares en el Congreso.

En las dos enmiendas a la totalidad presentadas por ambas formaciones coaligadas, se limitan a defender el artículo 20 con medidas austericidas, prohibiendo el uso de lenguas cooficiales, y confundiendo ejecutivo y legislativo para reducir el número de comisiones. Ninguna de ellas relativas a la Comunicación. Pues, a juicio del PP, la Presidencia puede actuar de oficio con el actual reglamento en la mano. Y lo hacen al tiempo que vienen afirmando en tribuna que la Presidenta tiene secuestrada la cámara. Suponemos pues que en la espiral del disimulo se trata de seguir con los efectos visuales, con los trampantojos, para mostrar lo que no es, para engañarnos diciendo defender la libertad de prensa cuando están alineados con Trump y su proyecto político de guerra cultural, censura y liberticidio. Ello explica no solo su aislamiento en la cámara en esta y otras cuestiones centrales y su nula capacidad de interlocución que niegan además al resto de fuerzas parlamentarias.

Sabemos que toda mediación y representación pública exige la escucha activa. La esencia del ser humano es el diálogo y por lo mismo la principal tarea de un periodista es la atenta escucha. Además del derecho a preguntar tiene el deber de escuchar al otro. Y respetar los turnos de palabra. El justo nivel de la comprensión humana y de toda crítica, el principio fundamental de todo demócrata, pasa por saber escuchar y hablar en un reparto justo, ordenado y proporcional de tiempos y turnos. La hinchazón, la provocación castiza, el arrebato sin seso, la provocación e impericia, el aldeanismo cerril y otra suerte de comportamientos contra la mayoría no son aceptables. Quienes militamos en la pedagogía de la esperanza no renunciamos a educar en la convivencia democrática pero parece tarea imposible con la deriva trumpista de la derecha ultramontana. El ensimismamiento de los partidos derechistas y sus terminales mediáticas parece abonado a la lógica de la embestida. La cámara de eco, la reverberación de un único discurso de odio y redundancia, la falsedad y mixtificación como norma, la epifanía de la verdad y la evidencia imponiendo a golpes una lógica tautista, de aislamiento, de negacionismo, que no tiene por objeto otra cosa que generar desconfianza y derruir las bases de representación y de la democracia es una amenaza para la dinámica parlamentaria y ha de ser atendida empezando por recordar que no hay democracia sin normas. Cuando la mala praxis deontológica impide la democracia deliberativa y el periodismo parlamentario se ve obstruido y amenazado por la violencia, es preciso tomar medidas. Es una cuestión de calidad democrática y de garantías constitucionales. DURA LEX, SED LEX.

Medianálisis. Dialéctica de la Actualidad Informativa

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MEDIANÁLISIS. La mutación cultural de los medios y las mediaciones saturadas en la era digital proyecta un horizonte sobrecogedor de incertidumbres y contradictorias dinámicas que amenazan la democracia y la propia pervivencia de la humanidad. Desde la Inteligencia Artificial a la proliferación de nuevos dispositivos de dominio, de la infodemia al déficit democrático en los modelos de acceso y organización, los síntomas de la crisis de confianza en el dominio público dan cuenta de un malestar generalizado que afecta a las condiciones mismas de la reproducción social. La trama de relaciones de producción que favorece la apropiación corporativa de la expresión pública determina un proceso de control ideológico, propio del capitalismo de vigilancia, que restringe las libertades públicas y conculca derechos fundamentales como el Derecho a la Comunicación. La dialéctica de la información y el poder exigen, en congruencia, un análisis crítico de la coyuntura que esclarezca la infocracia tecnofeudalista a fin de vislumbrar alternativas de futuro y ensayar utopías digitales de progreso. Este libro es una aproximación exploratoria de los principales debates contemporáneos de la comunicación, escrito al cabo de la calle: entre el periodismo, la insumisa lectura radical de la historia y la política de los comunes.

Inteligencia Artificial y Democracia

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Seminario Permanente de Teoría Crítica: Inteligencia Artificial y Democracia

Francisco Sierra (Fundación de Investigaciones Marxistas)

Daniela Monje (Universidad de Sevilla)

Jesús Sabariego (Universidad de Sevilla)

Viernes 7 de marzo 2025. 20:00.

La Fuga Librerías.
c/ Conde de Torrejón, 4, Acc. Sevilla.

Soberanía digital y Europa social

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Que la administración Trump y los movimientos del oligopolio de las grandes plataformas tecnológicas son una amenaza a la democracia y al proyecto de integración de la Unión Europea es, prácticamente, compartido por el conjunto de la ciudadanía y las fuerzas políticas de progreso. No es tan extendido, sin embargo, la naturaleza o diagnóstico de las amenazas que vislumbramos en el horizonte a corto y medio plazo y menos aún se observa la definición de alternativas democráticas que contravengan el proceso en curso de restauración autoritaria de la hegemonía imperial de Estados Unidos.

Somos conscientes que en la vida, como en la política, siempre hay opciones y posibilidades por explorar. El arte de lo posible implica definir agendas para la acción distintas a las establecidas a priori.

Se da la circunstancia que en materia de transformación digital se ha instalado en la sociedad un discurso naturalizado de Silicon Valley que ha permeado la práctica política de dirigentes y fuerzas políticas imposibilitando una agenda propia de definición del futuro de la era de la Inteligencia Artificial. Y en este marco la UE no es que corra peligro de perder s razón de ser del modelo social de Estado de Bienestar que alentó el proyecto de integración comunitaria, es que, antes bien, está en juego su propio futuro y subsistencia.

Bien es cierto que desde la Comisión se han avanzado iniciativas como la primera regulación internacional de la IAAT, la Carta de Derechos Digitales de 2021 o la reciente creación del Observatorio de Derechos Digitales para hacer efectivo la Europa de los Ciudadanos en la galaxia Internet. Pero estas medidas llegan tarde y son insuficientes ante el dominio absoluto de las grandes plataformas tecnológicas como ‘X’ (ex Twitter), ‘Meta’ (Facebook, Instagram, WhatsApp…) Alphabet (que incluye a Google como su principal subsidiaria), nombradas en su día como GAFAM, que hoy han decidido convertir la norma de terra nullius, la ventaja tecnológica y su posición cuasi monopólica en la regla del Estado de excepción a nivel internacional, vulnerando todos los derechos y garantías constitucionales a escala global.

El alineamiento con el gobierno de Trump ya se ha traducido en medidas concretas como la remoción de mecanismos de moderación de contenidos que hasta ahora lograban filtrar -aunque de un modo acotado- diversos modos de desinformación (fake news, deep fakes), discursos de odio, instigación a la violencia, controles sobre contenidos relativos a infancias etc., y una agresiva política de injerencia que nos recuerda que estas compañías, las big tech, nacen, se incuban, y despliegan su poderío como un vector estratégico del imperialismo estadounidense definido en el programa originario de la Sociedad de la Información de Al Gore, bajo tutela de los dos bastiones que sostienen el dominio político y económico de la potencia en decadencia: nos referimos al Pentágono y al muro de Wall Street.

No es comprensible el proyecto tecnofeudalista que abandera Musk con el trumpismo sin este análisis de la estructura de comando de la telemática ya diagnosticado por la economía política de la comunicación y estudiosos como Herbert I. Schiller. Ni tampoco es posible diseñar alternativas de futuro si se renuncia a la autonomía estratégica y se trata de definir una política de ciberseguridad, como en el Congreso de los Diputados en España, de la mano de Google y las corporaciones del complejo industrial-militar estadounidense.

Asumir el designio de los amos de la información y el capitalismo de plataformas bajo tutela de EE.UU. o la OTAN es, en definitiva, renunciar a la Europa social y de derecho y, al tiempo, convertir la UE en una colonia dependiente tecnológica, económica y militarmente de una potencia que no demuestra ser aliado cuando despliega una guerra comercial con los aranceles, sino especialmente cuando desde el propio nacimiento de la comunidad económica europea ha mantenido el espionaje, control y tutela de las redes de información y conocimiento, tal y como quedara constancia en el informe del Parlamento Europeo sobre la red ECHELON. Ahora se constata con la abierta injerencia en las elecciones de Alemania como ya se hiciera con el Brexit y los resultados por todos conocidos.

La UE, colonia tecnológica

La modificación de los procesos de intermediación y el control del algoritmo abundan no solo en la falta de transparencia de estos operadores políticos, sino que reafirman la estrategia de desinformación de las fuerzas de control global del Capitolio con el fin de restaurar su posición hegemónica ante China y su superioridad comprobada en ciencia y tecnología.

Las declaraciones recientes del Vicepresidente Vance respecto a la gobernanza de la Inteligencia Artificial, y no olvidemos de Internet, bajo control de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) son lo suficientemente esclarecedoras como para definir en Bruselas otra hoja de ruta a la seguida hasta ahora, marcada, nunca mejor dicho, por el seguimiento de las directrices del lobby de los GAFAM.

La necesidad de transparentar los procesos de información social, blindar el avance de plataformas globales que disputan el control al Estado y resguardar los derechos ciudadanos requiere de políticas activas por parte de la UE y nuestro gobierno. No solo declaraciones alertando de la tecnocasta. La reducción de los riesgos para la ciudadanía en términos de manipulación de la información, visibilizando, censurando u ocultando contenidos como el genocidio de Gaza del sionismo, forma parte de un nuevo orden informacional y una geopolítica imperialista que busca ser impuesto para controlar los comportamientos y direccionar de la voluntad política de la ciudadanía para hacer posible ya no la acumulación por desposesión, como analiza David Harvey, sino el régimen de excepción de la acumulación por despojo criminalizando la pobreza y extendiendo la guerra, cultural y efectiva, por todos los medios imaginables.

Ya en su célebre libro Mil Mesetas, Deleuze y Guattari, definían de modo precursor al accionar de las fuerzas exteriores al estado como Máquinas de Guerra. En el presente, la máquina informacional, con el despliegue de sistemas de machine learning e IA se ha sofisticado y vuelto inmanejable en algunos sentidos. Cabe preguntarse cuál es el espacio de acción que tienen los Estados Nacionales y la UE para desarrollar políticas de cuidado y acciones soberanas, qué medidas conviene adoptar en defensa del proyecto común de la Europa social y de derechos.

El dominio de las Big Tech sobre la información, la comunicación y la logística plantea serios problemas sobre el cumplimiento de las leyes de competencia y antimonopolio de la propia UE, pero no se han adoptado medidas, salvo algunas penalizaciones económicas irrelevantes a efectos de la estructura de control. A pesar de los intentos regulatorios, como las investigaciones antimonopolio en varios países, las estrategias de estas compañías para absorber a pequeñas startups, manipular algoritmos o generar redes de dependencia siguen siendo una práctica común sin que Bruselas haya acometido una estrategia consistente, aliándose por ejemplo con el proyecto de 5G chino.

Esto ha terminado limitando la economía europea, poniendo en riesgo la innovación y la diversidad empresarial, y sobre todo otorgando un control exclusivo sobre el mercado a compañías como Amazon, sin oposición ni estrategias de cooperación para hacer frente a los retos de futuro de la economía del conocimiento.

La confrontación geopolítica que hemos iniciado desde que Donald Trump irrumpiera en la escena política internacional es un paso más en esta escalada de subordinación y colonialismo tecnológico de Europa. La asunción del enfoque estadounidense sobre la ciberseguridad, la infraestructura 5G y la privacidad de los datos pliega el proyecto de la UE al fortalecimiento de la industria nacional estadounidense y la expansión de la OTAN, consolidando la tecnología ajena como un pilar esencial en la redefinición de las relaciones internacionales desde la subalternidad y la pérdida de total autonomía, y ello a pesar de las supuestas lecciones aprendidas durante la pandemia donde por vez primera escuchamos hablar de soberanía digital y un aggiornamiento keynesiano como salida a la crisis del colapso económico o de capítulos conocidos como el Brexit o en otras latitudes la campaña destituyente del gobierno de Dilma Rousseff o el golpe de Estado contra Evo Morales.

Infracciones de las plataformas digitales

Bien es cierto que la UE dispone de diversos dispositivos normativos diseñados con el fin de garantizar la implementación de mecanismos adecuados para supervisar posibles infracciones legales de las plataformas digitales dominantes en el mercado e intervenir en consecuencia. Aunque los recientes cambios y medidas adoptados por ‘Meta’ y ‘X’ puedan ser compatibles con la legislación estadounidense, su aplicación en la UE debería ser descartada, dado que las normativas existentes sobre la eliminación de contenido que infrinja la legislación, como los discursos de odio o el contenido destinado a alterar procesos electorales, lo prohíben explícitamente.

Pero, aunque desde Bruselas se reconoce la necesidad de regular el comportamiento de las grandes plataformas digitales, la Comisión enfrenta a día de hoy serias dificultades en la aplicación de la legislación vigente. En particular, la Ley de Servicios Digitales (DSA). La creciente complejidad de la regulación tecnológica, junto a la adopción del marco jurídico angloamericano del derecho de telecomunicaciones y las obligaciones suscritas desde la matriz neoliberal de la OMC, perfilan un escenario difícil de acometer en términos de voluntad y acción política democrática.

En otras palabras, las grandes empresas tecnológicas de Silicon Valley han pisado el acelerador asumiendo explícitamente el rol de actor global soberano en la reconfiguración del orden mundial de manera significativa, sin que desde Europa se responda en justa medida al reto que ello supone.

La transición digital y el control de la información, en este contexto, no solo representan un desafío tecnológico, sino también un reto político, social y ambiental de gran magnitud que evidencia que la Europa social y la propia transición ecológica en el marco de la Carta Social Europea serán letra muerta si no se actúa de inmediato.

La respuesta a esta dinámica imperialista pasa por una mayor regulación, la defensa de la privacidad y la soberanía digital, y la promoción de un espacio digital que sea verdaderamente público y democrático. La vigilancia y la crítica de estas dinámicas son esenciales para salvaguardar la democracia en el siglo XXI y exigen de organismos internacionales como la UNESCO una apuesta decidida por recuperar el espíritu McBride para hacer posible un solo mundo y voces múltiples, para un nuevo orden de la información y la comunicación (NOMIC) donde la tecnología, la red y el conocimiento de la IA sean patrimonio común de la humanidad.

Un primer paso en esta dirección es que la UE asuma un rol de defensa de los derechos a la comunicación democrática y que gobiernos progresistas como el de España contribuyan decididamente a definir una agenda distinta en Bruselas para la propia pervivencia del proyecto comunitario. Es hora de liderar en el seno de la UE una política de soberanía digital frente a las injerencias y el intervencionismo de grandes compañías en la opinión pública de los estados miembros. Frente a la política de la guerra y la tierra de nadie (terra nullius) de los GAFAM debemos impulsar cambios normativos de calado, estructurales, para exigir las obligaciones tributarias, legales y de protección de la libertad de expresión y las libertades públicas de dichas plataformas, en particular civil y hacer transparentes sus criterios de moderación de contenidos, tanto en procesos electorales, como en el debate público, con las consiguientes medidas de suspensión y sanción civil y penal en el caso de reiterados incumplimientos, como viene siendo habitual.

Promover nuevas plataformas digitales

En esta línea, es necesario revisar los acuerdos comerciales y reguladores con las grandes tecnológicas para asegurar que los intereses nacionales, democráticos y ecológicos estén protegidos frente a la creciente concentración de poder económico y político en manos de estas corporaciones. Pero también lo que la imaginación comunicológica de los tecnócratas de la Comisión no imaginan, hay que promover desde ya en nuestro espacio plataformas digitales de dominio público, así como políticas de software libre en la Administración Pública del Estado, para evitar la dependencia tecnológica.

Liderar una política de ciencia y tecnología nacional y europea en materia de IA, cambio tecnológico y cultura digital a medio y largo plazo con un plan plurianual es algo más que replicar dispositivos foráneos e importar conocimiento ajeno. Esto que el ensayista francés Sadin denomina la siliconización de la economía europea ha sido la pauta constante de la Comisión hasta la fecha. Ahora que el Congreso tiene que debatir el proyecto de Ley de Autonomía Estratégica e Industria es el momento de empezar a construir un sendero distinto desde el Sur de Europa introduciendo un capítulo específico para la promoción de medios digitales propios y tecnología soberana, si queremos hacer posible el intercambio y comunicación de nuestro sistema político y económico sin la dependencia tecnológica actual de Silicon Valley.

El control de la información: un nuevo imperialismo

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En el paisaje digital contemporáneo, los nombres de Donald Trump, Elon Musk y la empresa Meta (anteriormente conocida como Facebook) se han convertido en sinónimos de una nueva forma de imperialismo, una que no se basa en las conquistas territoriales sino en el control de la información, en la modulación del discurso y el control oligopólico de la tecnología: una amenaza ya no velada, sino directa y explícita, a nuestra democracia, que empezó con las injerencias en el Brexit, continuó con golpes de Estado en Brasil, Bolivia y Venezuela y hoy anticipa una campaña de restauración ultraderechista en el propio seno de la UE.

La era de los GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft) y otras grandes tecnológicas de Silicon Valley plantean en este sentido un reto político y un cambio en el paradigma del poder, donde el imperialismo se ha digitalizado y el Príncipe de Maquiavelo actúa como empresario de sí mismo fuera de las estructuras democráticas del Estado nación. La capacidad de moldear la realidad social, política y económica a través de la tecnología concentrada en el complejo industrial-militar del Pentágono es el principal peligro que corren nuestros sistemas de representación. El mismo Biden lo ha reconocido en su último discurso. Mediante el control de la narrativa, la capacidad de definir lo verosímil, los marcos de comprensión y debate, y una suerte de privatización del espacio público digital, las plataformas de origen estadounidense redefinen las reglas del juego y deliberación democrática, despliegan un poder nada sutil que afecta a la política interna y el sistema internacional de Naciones Unidas, tal y como vemos en la guerra de Gaza donde operadores como Facebook o Twitter actúan como cómplices activos y necesarios del sionismo en la guerra de exterminio contra el pueblo palestino.

Los recientes movimientos de X y Meta, eliminando toda forma de control y regulación, incluso interna, del sesgo del algoritmo y la manipulación de informaciones e imágenes, representa una vuelta de tuerca a la lógica disruptiva de la comunicación de la era Trump o Fox News, marcada por el aceleracionismo y la producción de imágenes falseadas de la realidad sin los filtros tradicionales de los medios de comunicación. Este fenómeno no es nuevo, pero ahora se reivindica como legítima la conformación de un ecosistema informativo y un modelo de mediación social y política donde la verdad se disputa en un terreno de “hechos alternativos” y noticias falsas. Este cambio de escalada y visión de los principales actores de la comunicación-mundo tiene consecuencias no solo en la convivencia de culturas y corrientes de opinión, tal y como se está observando en Estados Unidos, sino que afecta sobremanera a la sostenibilidad de la información comprometida por la velocidad y a la viralidad del contenido digital y que además requiere ingentes recursos naturales que incidirán en el expolio de países como Argentina o Brasil que contienen recursos estratégicos para sostener la carrera sin futuro de la innovación tecnológica.

En el contexto de la presidencia de Donald Trump, la ecología de la comunicación va a experimentar cambios significativos, afectando la manera en que se gestionan los recursos naturales y cómo se aborda la transición digital en un escenario geopolítico internacional que trata, desde la Casa Blanca, de retornar al unilateralismo y los tambores de guerra. De algún modo el Pentágono y Silicon Valley nacen, viven y permanecerán alimentando la espiral de la barbarie y la muerte. El fenómeno de la infodemia, término acuñado para describir la sobrecarga de información, especialmente la falsa o engañosa, ha sido un rasgo distintivo de lo que algunos denominan tecnofeudalismo y en cierto modo es verdad, pues como explica Naomi Klein, la doctrina del shock y la aplicación de las medidas de acumulación por desposesión del capitalismo financiero que acompaña la transición digital de estas compañías requiere el aislamiento psicológico y social de los actores sociales. Este ambiente informativo tóxico no solo favorece las ínfulas imperiales de figuras como Elon Musk, sino que impone un “yugo invisible” que además de acumular riqueza logra moldear eficazmente la realidad social y política percibida, imponiendo agendas de terror y desinformación sembrando divisiones y distracciones varias, alejando al público de los asuntos esenciales y de los intereses en juego de Wall Street. Así, al tiempo que nos entretienen con la dialéctica de la inmediatez y la confrontación, se oculta a la opinión pública la malversación de los recursos naturales que la IA y los servidores de estos gigantes tecnológicos requieren para su mantenimiento cuasi monopólico que favorece la desregulación absoluta, que la UE y algún que otro gobierno como el de Lula intentaban frenar para garantizar el normal desarrollo de la actividad de estas corporaciones desde el punto de vista del derecho.

Bien es cierto que la IA se aplica y puede contribuir a optimizar la explotación de recursos naturales, y analizar y predecir patrones climáticos y de uso de la tierra. Sin embargo, la falta de regulación puede conducir a un uso y abuso insostenible de estos recursos. Por lo que además de un problema político de amenaza a la democracia tenemos un problema de ecología política, de ecología de la comunicación, en términos de cómo la política energética y medioambiental puede afectar el desarrollo de tecnologías informacionales y la gestión de recursos naturales a largo plazo.

La transición digital ha sido un campo de batalla geopolítico desde la irrupción de Trump en la escena pública. La visión de Trump sobre la ciberseguridad, la infraestructura de 5G, y la privacidad de datos han marcado un nuevo capítulo en la competencia global, donde la tecnología se convierte en un medio para imponer agendas políticas y económicas directamente conectadas con el rearme de la industria militar estadounidense y la expansión de la OTAN. Este enfoque ha tensionado las relaciones internacionales, especialmente con potencias tecnológicas como China, poniendo de relieve cómo la tecnología afecta la geopolítica en la era digital mientras personajes como Musk actúan de ariete central en el debate sobre el imperialismo digital a través de empresas como Tesla y SpaceX. La visión del nuevo estratega de Trump de una internet satelital con Starlink deja en evidencia que tenemos un problema grave en la UE de soberanía digital y acceso a la información, áreas que antes eran dominio exclusivo de los estados. De ahí que debamos plantear en el debate público nacional quién controla la infraestructura digital, los servidores, la red de satélites, la Unión Internacional de Telecomunicación y el gobierno de Internet, en términos de seguridad nacional y de democracia de las relaciones internacionales. En otras palabras, la respuesta a esta dinámica imperial, destituyente y oligárquica de los GAFAM y Estaos Unidos pasa por mayor regulación, la defensa de la privacidad y la soberanía digital, y la promoción de un espacio digital que sea verdaderamente público y democrático. La vigilancia y la crítica de estas dinámicas son esenciales para salvaguardar la democracia en el siglo XXI.

La adaptación de la cultura digital para la creación de lo común con garantías normativas e institucionales es la única forma de no retornar a tiempos oscuros en forma de era tecnofeudal. Es tiempo para la acción y no para mimetizarnos y responder a golpe de tweet. La política por otros medios es el remedio a esta hipermediatización de los señores del aire. Nos va la vida. Literalmente.

Infodemia

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No sabemos si el tecnofeudalismo es un régimen de información de la cultura visual o memética o el imperio de los necios, pero el caso es que tipos como Elon Musk nos está imponiendo un yugo invisible que no cesa, que impone una agenda de terror para lograr, como siempre, el principio de acumulación.

Es seguir el rastro del dinero y entender el trumpismo, en Washington o Madrid. Un latrocinio organizado a base de furia y odio modo Fox News para lo que es preciso mantener (entre)tenido al personal. En otras palabras, el ruido digital nos obnubila el cerebro, nos distrae de lo esencial.

La Generación Nesquik o ColaCao debiera, por lo mismo, renunciar a la instantaneidad como cerco o matriz opresiva, por contribuir al cultivo de una cultura de la desidia y la obediencia debida que amenaza la democracia. El procesamiento estresante de la información tiene, de hecho, efectos inmediatos en el comportamiento y actitudes antisociales y, por ende, en la dialéctica política que transforma la democracia en memocracia. Y a los actores políticos en trasuntos virales de la infodemia que alimenta el fascismo digital.

Las violencias vividas a diario en el Congreso de los Diputados e, incluso, en el entorno de Ferraz, tienen, como toda forma de disciplinamiento, un precedente simbólico, un cerco informativo que lo hace posible y blanquea o justifica la dialéctica voxiferante del insulto y la agresión verbal.

Ello es posible por las condiciones sociales de recepción de los discursos del odio. Así, el efecto burbuja da cuenta de un ecosistema cultural aislacionista, con pérdida de sentido y morada, y un ethos como refugio del mundanal ruido, amenazado por la disolución del vínculo y lo común.

El intrusismo digital es lo que tiene: la imposición de una economía de la distracción (que llaman, para equivocarnos, de la atención) que todo lo ocupa. Los datos son reveladores. Ya en 2016, cada usuario miraba el móvil 80 veces al día; hoy, más de 270 veces.

A ello cabe añadir el integrismo nacionalcatólico en nuestra patria, con operadores políticos como Abogados Cristianos o Hazte Oír que, a la sazón, actúan como sus equivalentes evangélicos o sectarios en el imperio decadente de Trump: hablamos del conservadurismo cultural y la deriva autoritaria de la oligarquía en las pantallas de los medios mercantilistas, la llamada oportunamente «caverna mediática».

Como resultado, la cueva digital es hoy una suerte de enclaustramiento vidrioso, el cierre social de un espacio supuestamente libre o neutro que nos retrotrae al feudalismo y la servidumbre de los señores del aire o, más bien, sería preciso calificar a los Musk de turno como «mercaderes de la información».

De la competencia por tomar la palabra y decir a la cultura de la atenta escucha, del monólogo narcisista al diálogo cooperativo, de la unidireccionalidad a la cultura Wikipedia, hay una brecha por salvar que afecta sobremanera a la izquierda y a la que históricamente hemos prestado poco o nulo interés.

Si esto último se verifica y no se pone remedio se impondrá, al socaire del mal gobierno de los memos –borbónicamente hablando–, la hoja de ruta del capital financiero internacional que, como ya sabemos en los años treinta del pasado siglo, empieza por imponer su lógica contable y termina por contar cadáveres: su medio de acumulación es la muerte, o la guerra.

Así que tomemos nota y empecemos por apropiarnos de estas lógicas de intercambio. Si bien es cierto que la era del collage, la era de la copia, en la cultura de la repetición y el remake característica del revival, resulta una forma antiestética y postvisual del orden que reina en la cultura digital, convengamos en reconocer que la adaptación creativa de las culturas subalternas siempre es posible.

Y como bien reza el sentido común, “hasta que el pueblo los plagia / los memes, memos son / y cuando los plagia el pueblo / ya nadie sabe el autor”. Pues la era del montaje no la define la lógica de la emulación a lo Sálvame, sino el principio de producción de lo común, siempre y cuando se pase de la risastencia a la resistencia: de la cultura del chascarrillo nacional a la carcajada y el humor proyectivo.

Lo contrario es el imperio del entretenimiento, lo que Daniel Triviño denomina la «memetización de la política». La fantasía de la nada. Un espacio de circulación en la que todo vale y que facilita el orden de la sinrazón, la pura barbarie como violencia simbólica internalizada por youtubers y aficionados a la superchería publicitaria de una suerte de narcisismo primitivo.

Ya ven, estamos de nuevo en la antipolítica o la politización del arte del disimulo. La historia como farsa. Toca, pues, pensar este tiempo neobarroco y ensayar un renacimiento en defensa de la política de lo común y de la vida.